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Mientras tantoLas cenizas del día

Las cenizas del día

Cinesporas en el blogo aerostático   el blog de Federico Volpini

Nora. Lara Izagirre.

La realidad. Un viaje.

La realidad ha vuelto. Están los cines en la calle otra vez. Y se entra al cine, no del todo como se entraba antes. Hay, todavía, asientos que no pueden ocuparse. Y el aviso de que debemos dejarnos puesta la mascarilla durante la proyección. Cine de enmascarados que vienen a robar las imágenes y quedarse con el alma de las películas. Tiene que haber películas que corren a esconderse en cuanto llegan los espectadores. Películas que jamás ha visto nadie

Las tribulaciones de un chino en China. 1965. Philippe de Broca.

Ésta, protagonizada por Jean-Paul Belmondo, sobre una novela de Jules Verne (¿quién dice Francisco Kafka, Juan Pablo Sartre, Enrique James?: como apunta Juan Salabert, ¿por qué Julio Verne?), Las tribulaciones de un chino en China, se cita poco en la filmografía de Belmondo. Y no pueden ser, todos, juveniles lectores de Verne. Quien leyó la novela de Jules Verne detesta Las tribulaciones de un chino en China de Philippe de Brocca. Y odia, odió en su día, por las Tribulaciones, a Belmondo.
Hasta que viene, de atrás, Cien mil dólares al sol a rescatarlo.

Cien mil dólares al sol. 1964. Henri Verneuil

Pierrot le fou, À bout de souffle (hay a quien Godard gusta), Classe tous risques.
Muere Jean-Paul Belmondo. La actualidad es lo que es, que se enreda en obituarios y trabajos de cama y trabajos de militante inanidad y sólo eso le importa: de la persona que no es del corazón o del escándalo, su desaparición como persona. Muere Jean-Paul Belmondo y la actualidad llora una pérdida que se produjo cuando Jean-Paul Belmondo dejó el cine. ¿A qué llorarle? Vive Jean-Paul Belmondo en sus películas. Pintores, escritores, científicos, los grandes criminales. Todos los que dejaron huella. Dejar huella es lo malo. ¡Pardiez!: la huella en la memoria. No se quiere. Sobre todo, la memoria inmediata, la memoria directa: puro desasosiego. Más allá de estar verde, la memoria pública, la fama, ¿cómo puede llamarle a nadie la atención? Aunque, también, un acto de inhumano egoísmo desde quienes disfrutan, cada día, de lo que conocemos y nos ha legado el tiempo. Claro que, cambiemos los nombres, ¿y si no fueron ellos? ¿Quién fue Homero? ¿Quién se esconde detrás de William Shakespeare? Si viviera en la casa de al lado se le podría preguntar. Incluso si viviera al otro extremo del planeta. Y molestarlo, a Shakespeare. ¿Qué le puede importar lo que pensemos de él, cuando está muerto? Y, si estuviera vivo, ¿qué podría importarle? Importa la opinión de unos pocos. O de todos. Llegar a todo el mundo sólo lo consigue el genio o el absoluto imbécil. No ser uno compensa de no ser el otro. Una vez ido, ¿qué más da quién fue quién? ¡Que la posteridad nos venga a pedir cuentas! ¡Que la posteridad venga a alabarnos! Mucho más interesante se diría la opinión de quienes nos precedieron. El aliciente, ahí. El reconocimiento en el pasado, del que, al menos, podemos disfrutar. No estando, la memoria de uno, ¿para qué? El ideal, el de Los invasores. La serie creada en 1967 por Larry Cohen. Ese invasor extraterrestre muere y de él queda una mancha en el suelo. Nada más. No, lo horrible de dejar un cuerpo. No, lo aterrador de dejar un recuerdo.

Los Invasores. 1967.

El avión que explota en el aire. Busca el extraterrestre que el ser humano tampoco deje huella. El truco, como en Los Invasores, es no tener entrañas.

Escribe, alguien interesado:

Cuando desaparezca
Quiero ser una mancha en el suelo
Que no me identifiquen
Que no se acuerde de mí nadie
Que se lo achaquen todo a Julio Verne
Dicen
Que no era tan magnifico anticipador
Que no anticipó nada
Aunque dicen
Que no era tan mal escritor
Que sí escribía
Y dice Isabel Bono
Que la única manera
Es sobrevivir a todo el mundo

Esto, de Isabel Bono, en la novela Diario del asco.

EPSON MFP image

Jules Verne. Me pasa por leerlo. Por haberlo leído. El cine, a Jules Verne, quiso robarle el alma. Como el espectador sorbe la del cine. Lo más cerca que estuvo debió de ser en 20.000 leguas de viaje submarino o en Viaje al centro de la Tierra (las dos, con James Mason).

Viaje al centro de la Tierra. 1959. Henry Levin

Cruzar la Tierra. De un punto a sus antípodas. A través de un volcán, puerta de acceso. La oquedad en la roca. Pasadizos. Y, más abajo, el magma. Del volcán, las cenizas. La lava, el humo, piedra pómez. El fuego hace de la tierra agua: líquida, gaseosa, sólida, hielo y nieve. Pompeya bajo una capa gris. Ha nevado en Pompeya. Los cuerpos, conservados para el tiempo. Mamut en los glaciares. ¿Quién puede querer eso? Sin cuerpo. Sin recuerdo. Sin posibilidad de permanencia, ¿no es mejor? ¿Qué sentido puede tener la fama? ¿Qué, sin fama, peor, que el que alguien nos recuerde?

Nora y las cosas que se marchan

Nora. 2020. Lara Izagirre

Llevarse uno mismo sus cenizas a donde uno quiere ir, un Marlboro la vida y, el punto de destino, un cenicero, es tan difícil como pasarle el cigarrillo a otro. De la reencarnación se apunta siempre que volvemos a la vida con un cuerpo distinto, lo mismo que decir que volvemos con una vida diferente, un perro, una marsopa, una lombriz, un Nummolites, una rama, un guijarro, otra persona. Y sin recuerdos de la vida anterior. Esto es: que no volvemos.

“¿Pero qué cuenta usted? Yo sé que en una vida anterior fui Cleopatra”. ¿Perdón? “Doy el perfil”.

Quienes quieren volver piden hacerlo con la oposición a Cleopatra ya aprobada. En un escalafón. Con un destino. Un reconocimiento. ¿A qué volver, si nos quedamos donde estábamos?

Nora recibe las cenizas de su abuelo, con el que ha hablado pocos días antes. Que las cenizas hablen es algo que sucede. La persona es ceniza, Dead Man Walking! Un encargo: llevar esas cenizas junto a las de su abuela. En ese viaje Nora se encontrará a sí misma, lo que no es de extrañar: allí donde vayamos, llegamos y allí estamos. Eso no deja nunca de sorprender a quien pretende dejarse atrás y de maravillar a quien quiere encontrarse. Iniciación. Nora se va enterando, como todos, según las cosas pasan. A veces, a costa de los otros. Que nos dejan atrás cuando nos alejamos. Para Nora, el hogar es la lengua. Nora viaja con las cenizas de su abuelo por Euskadi y, luego, en el país vasco-francés, no ha salido de casa. Quizás la patria sean las palabras y por eso nos sentimos más cerca de quienes hablan nuestro idioma, aunque amemos al abuelo argentino, a los padres que, ¿de qué hablan los padres? ¿En qué idioma? ¿Qué significan sus palabras? ¿En qué universo viven? Un habla del todo diferente a la que usamos, niños, entre nosotros; adolescentes, entre nosotros; adultos, viejos, entre nosotros. Un arte, entenderse en la vida. ¿Qué es el arte? ¿Está el arte en el otro? ¿Se hace para él? El arte es para quien lo hace y, quien lo hace, es quien lo necesita. A los artistas no les debemos nada. Nora hace unos preciosos dibujos, no solamente el pene trascendido, que son los dibujos de la actriz protagonista, Ane Pikaza. Mientras, muy agradablemente, discurre la película. Una urna con cenizas. Que es el viaje de London en Un hombre digno de confianza. El encargo se cumple. Las cenizas llegan a su destino. En el cine, al que, por fin, se entra desde la puerta. Los estrenos.

Sobre la acera, un cono de ceniza. Sopla el viento.

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