Hay días, o noches, qué importa: son lo mismo, en que todo caso las cosas caen, cada aspecto de la vida (y miren que decir vida es como referirse al universo, al cosmos mismo: vida no es poca cosa más que para la poquita cosa que resulta la vida), y se fragmenta, se rompe, se viene abajo, como una de esas viejas casas de Detroit cuyas vigas podridas una tarde lluviosa ceden ante la peste de termitas que llevan años habitando allá arriba, como esperando que todo se venga abajo, como esperando el único destino posible que le queda a una casa carcomida por la plaga.
Esto que acabo de describir no es muy diferente de la vida de cada uno de nosotros, en la casa que habitamos en el transcurso de nuestra existencia y que, obligados por la ley, llamamos a los habitantes de esas múltiples casas por sus nombres: Isabel, Orlando, Karal, Roberto, Bruno, Francisca, Gina, las gemelitas McCoy y los mellizos Meléndez.
Normalmente suelo tener una cita al uso para coronar, o destronar, cualquier asunto que busque afirmar con un toque adicional de ironía, algún énfasis necesario pero no redundante, etcétera. Me gustan las citas, ¿a quién no? (a quienes no leen, ovbio). Me suelo lucir: lo que recuerde de Borges, Berlin, Hitchens, Larkin, o bien encuentre hoejando los cuatro tomos que tengo de entrevistas con escritores en The Paris Review. Una joya, cuatro joyas que decidí no vender cuando todavía no era el tiempo de hacerlo.
No era mi idea citar a nadie, pero a nadie, aquí.
Pero se me atravesó ese señor del sur, a lo mejor hoy en día cancelado (además ya se enfrió, bendito), Míster William Styron, autor de al menos dos novelas esenciales que, no lo sé, a lo mejor están en proceso de ser “canceladas”.
Ok, Míster Styron, dispare su rifle 30-30:
Entrevistador
¿Qué hora del día es su mejor hora para trabajar?
Styron
En la tarde. Me gusta quedarme despierto hasta tarde en la noche, emborracharme y dormirme muy tarde. En verdad quisiera romper con el hábito, pero no puedo.
Ay William, tan malo como yo para irse temprano a la cama; tan distinto a mi, que no puedo dejar de intoxicarme nada más salir a la calle y respirar la mugre que flota, y no es Covid, por los aires de la vida diurna, repleta de sus catástrofes mayores y menores; ni cuando logro al fin dormir unas horas, puedo contener las imágenes novelísticas, menos depresivas abismales de William Styron. Ni en mi peor pesadilla, que son mi especialidad de un tiempo a la fecha.
Todo está al reves, excelente noticia.
Otro notición: la vida parece romperse poco a poco; en realidad se desploma de tajo. Y no hablo del amor, de las certidumbres y los miles de enséres, las alegrías, las tristezas, que carga uno en la maleta, ni siquiera me refiero a la muerte, que sería lo más lógico. Hablo de la solidez que alguien, sin que los supieramos del todo, nos proveía y ya no tenemos más. La vida se rompe.