Robert Walser. Poemas
Traducción de Carlos Ortega
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EN LA OFICINA
La luna desde fuera nos contempla,
y me ve a mí,
pobre criado distraído, bajo
la estrecha mirada de mi patrón,
cómo con timidez me rasco el cuello.
No, nunca conocí rayos solares
que una vida duraran,
ni los conoceré. La carencia es mi sino;
me agobia tener que rascarme el cuello
bajo la mirada de mi patrón.
Es la luna la herida de la noche,
gotas de sangre, las estrellas todas.
Como la dicha me queda muy lejos,
me he vuelto comedido;
es la luna la herida de la noche.
LUCERO DEL ALBA
Al abrir la ventana,
irrumpe el alba oscuro.
Ha cesado la nieve,
y en su lugar hay una estrella grande.
Es la estrella, la estrella,
bella como un milagro.
Blanca de nieve está la lejanía,
blancas de nieve todas las alturas.
Sagrada, refrescante,
la quietud del mundo de la mañana.
Con nitidez se posan los sonidos;
los techos relucen como pupitres.
Muy silenciosa y blanca:
una soledad muy grande, hermosa,
cuya fría quietud cualquiera voz
perturbaría; de calor me quema.
LOS ÁRBOLES (Balada)
No debían cerrar así los puños,
que es mi nostalgia la que se aproxima,
ni tampoco ponerse como locos, lo
que es mi nostalgia que va tímidamente,
ni al acecho como perros rabiosos.
¿Querrán tal vez comerse mi nostalgia?
Ni amenazar con cajas destempladas,
porque eso le hace daño a mi nostalgia.
¿Por qué se han transformado de repente?
Igual de grande y honda es mi nostalgia.
Tanta pesadumbre, tanta amenaza:
hacia ellos debo ir, ya voy llegando.
MUNDO
En el vaivén del mundo
surgen muy complacientes
mundos que son muy hondos
y como vagabundos
huyen entre otros mundos
dicen que más hermosos.
Se ofrecen en su curso,
engordan con la huida,
su vivir es menguar.
A mí no me preocupan,
pues puedo así aspirar
al mundo como mundo
por demoler aún.
CLARIDAD
Pasaron los días grises
en los que el sol imitaba
a una monja paliducha.
En lo alto azul el día
azul se tiene, y un mundo
repleto de astros brillantes
va ascendiendo libremente.
Todo tan calladamente
que sin ruido se consuma
con resuelta voluntad.
Sin un fuego de artificio,
rompe en risas el milagro:
con la noche clara sólo.
ARRULLO
No quiero más
que estar despierto
un poco más.
Qué hermoso es
estar despierto,
en soledad
y espabilado.
Puedo arrullarme
medio acostado
hasta que llegue
la hora del sueño,
y me hunda dentro.
RUMOR
Sigue el rumor sonando por el mundo,
ese rumor que nunca tiene fin,
y yo amo ese rumor inagotable,
que es un amor que suena por el mundo.
Y por más cobardica que yo sea,
o por más enfermo que tú estés,
aunque no lo estuvieras, amarías,
como ama él, como amo yo aunque sea.
Suena el rumor que escucho como mudo,
pues sé que odiarle a él, a él, o a él,
aunque quiera, en nada me aprovecha.
Porque lo amo todo, a él también.
Hay, pues, momentos en que sé que todos
delante del amor nos encendemos.
¿NO?
Acostado en mi cuarto me atormentan
desgraciados recuerdos de lo mal
que lo he pasado siempre, y cómo sigo
obligado a pasarlo todavía.
¿Pero es que acaso hoy no luce el sol?
Están todos los pobres de rodillas
postrados con sus grandes corazones
y sus rostros inquietos por el miedo.
¿Pero es que acaso hoy no luce el sol?
COMO SIEMPRE
Ahí sigue la lámpara,
la mesa sigue ahí,
y yo sigo en el cuarto,
suspirando anhelante,
como siempre.
¿Ahí sigues, cobardía?,
¿y tú también, mentira?
Me llega un negro sí:
ahí sigue la desgracia,
y yo sigo en el cuarto,
como siempre.
CRUDO INVIERNO
En la ventana se hunden esas flores
delicadas, inmensamente tiernas;
la luna amarillenta como una enorme lágrima
cuelga desde el jardín de espesa bruma.
Un jardín es el mundo, en el que ahora
todo placer ha muerto,
y cielo y voz se pudren. Son las flores
su sentido pasmado en la ventana.
Por los blancos tejados,
por los campos que siempre están tan blancos,
la luna va llorando, por las estancias donde
los hombres o son locos o son sabios.
NIEVE
Nieva que nieva, la tierra se cubre
de un blanco quejido allá a lo lejos.
Vacila bajo el cielo el hervidero
de copos en un ay, nieve, la nieve.
Una quietud te da, una amplitud,
me ablanda el mundo blanco de la nieve.
Mi afán, pequeño, pues, y luego grande,
en lágrimas me apremia de por dentro.
ANGUSTIA
Desearía
que temblaran las casas,
y sobre mí se hundieran,
¡qué espantoso sería!
Desearía
ver loco al corazón,
y a la razón varada,
¡qué espantoso sería!
Contra mi corazón desearía
estrechar fuerte lo más espantoso,
es la angustia mi anhelo,
es el dolor.
SERENIDAD
Desde que decidí
abandonarme al tiempo, siento en mí
un cálido sosiego.
Desde que decidí
burlarme de las horas y los días,
terminaron mis quejas.
Me he quitado la carga
de las culpas que tanto daño me hacen
con una frase clara:
quiera extinguirse o no,
el tiempo es el tiempo,
siempre encuentra a un valiente como yo
en el sitio de siempre.
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Robert Walser nació en Biel (Suiza), en 1878, y durante su vida recorrió muchas ciudades suizas trabajando como criado, escribiente y recadero. Tras una temporada en Berlín, donde sólo ejerció el oficio de escritor, regresó a Biel, y finalmente a Berna. El día de Navidad de 1956 lo encontraron muerto en la nieve, no lejos del manicomio de Herisau, donde había pasado los últimos veintitrés años de su vida.
El volumen del que proceden estos textos de Robert Walser. Poemas. Blancanieves (1909) reúne una colección de poemas que constituye su primera publicación del género, y Blancanieves (1902), es uno de los cuatro dramas en verso o poemas dramatizados que escribió Walser, una de sus obras líricas más tempranas,
pero que presentan todas las características de las novelas y prosas breves que le han hecho ser un autor conocido y apreciado. Fue publicado en España por Icaria Poesía, con el número 17 de la colección.
Carlos Ortega nació en Valladolid, en 1957. Es poeta y ensayista. Licenciado en filología francesa y alemana. Fue director de la Biblioteca Nacional de España, director de la Editorial Losada y director del Instituto Cervantes de Viena.
Su labor como traductor abarca desde las narraciones de Julio Verne hasta la poesía de Robert Walser, pasando por los textos clásicos de Rousseau, Molière o Hugo von Hofmannsthal. Entre sus libros de poemas figuran Cruciare semetipsum (JCyL, 1986), La lengua blanda (Visor, 1995) y La perfecta alegría (Pretextos, 2008).