Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Frontera DigitalChorradas teatrales XVI – Cuento de teatro II

Chorradas teatrales XVI – Cuento de teatro II


(Esta historia comenzó aquí.)

Acababa de dar la una de la noche en el reloj de la torre. Roberto, en la cama y tapado hasta las orejas con sus diecisiete mantas, estaba intranquilo por lo que le había dicho un poco antes el bromista disfrazado del fantasma de Jacinto… ¡Que le visitarían tres fantasmas! ¡Que le visitarían precisamente a él, que no creía en fantasmas! Pero, en fin… Mejor no darle importancia… Si no había sido más que una broma que le habían gastado los…

En eso estaba pensando cuando oyó cómo alguien llamaba con los nudillos a la puerta de su habitación. Pero, ¿cómo podía alguien…? ¿Otra vez algún bromista que se había colado, como el de un rato antes…? ¿Cómo habían hecho para colarse en su casa? Llamaron otra vez. Y otra. Roberto se tapó más todavía con las mantas. Quien quiera que estuviera al otro lado, pasó de llamar con los nudillos, elegantemente, a aporrear la puerta… Entonces Roberto oyó el rechinar de las bisagras de la puerta… Supo que la puerta se estaba abriendo, pues tenía que haber engrasado esas bisagras hacía años, y nunca encontró tiempo… Esperó a oír también pasos, pero no, no hubo pasos. Quien quiera que fuera parecía no haber avanzado sobre el parqué rechinante de su cuarto… Pero, de repente, notó, desde los pies de la cama, cómo alguien tiraba de las mantas y se quedó destapado hasta la cintura. Dio un grito, asustado, aún sin ver a nadie.

ROBERTO.- ¡Ah! Pero, ¿quién…?

Se encendió una luz, misteriosamente, y a los pies de la cama divisó a un ser extraño, joven, vestido con una toga como las de los griegos antiguos… Y, según creyó ver Roberto, el joven no pisaba el suelo, estaba flotando en su habitación. Entonces, el joven comenzó a hablar. Roberto dio un respingo en la cama.

EURÍPIDES.- ¿Por qué no me has abierto?

ROBERTO.- ¿Eres…? ¿Eres…? ¿Eres…?

EURÍPIDES.- Sí, soy…

ROBERTO.- ¿Eres el fantasma que me habían anunciado?

EURÍPIDES.- Bueno, soy el fantasma del teatro del pasado. Me llamo Eurípides.

ROBERTO.- ¿Cómo?

EURÍPIDES.- Eurípides. E de estásimo…

ROBERTO.- ¿Cómo?

EURÍPIDES.- E de estásimo… ¿E de Epidauro? ¿E de Euménide?

ROBERTO.- Pero… ¿Eurípides?

EURÍPIDES.- U de Urano… R de Rodas… I de Ítaca,

ROBERTO.- ¿Eurípides el griego?

EURÍPIDES.- P de Párodos…

ROBERTO.- ¿El del teatro griego?

EURÍPIDES.- I de Ifigenia. D de drama. E de Electra. S de Sófocles.

ROBERTO.- ¿El de Las bacantes, el de Hipólito, el de Las troyanas…?

EURÍPIDES.- Que sí, pesado…

ROBERTO.- ¿Pesado, yo? ¿Y tú qué, que te ha dado por decirme todas las letras…?

EURÍPIDES.- ¿Y tú me vas a decir los títulos de todas mis obras? No he venido a que me tomes el pelo…

ROBERTO.- ¿En serio eres Eurípides?

EURÍPIDES.- Solo soy su fantasma. Quiero decir… El de verdad vivió hace ya mucho… Yo soy su espíritu, que vengo a enseñarte…

ROBERTO.- No necesito que me enseñes nada, ya ves tú, con lo a gustito que estaba yo durmiendo…

EURÍPIDES.- Cállate y vente conmigo.

Eurípides se acerca a Roberto, le agarra por el cuello del camisón y se lo lleva volando, atravesando la ventana.

ROBERTO.- ¡Eeeeeh…! ¿Qué haces…?

EURÍPIDES.- Calla… Enseguida llegamos.

ROBERTO.- No me he puesto ni mi bufanda. ¿Estamos volando? Venga ya, volar es imposible…

Eurípides aterriza con Roberto en el patio de un colegio, un antiguo colegio…

ROBERTO.- Eh, ¿esto qué es? Me suena…

EURÍPIDES.- Aquí empezó todo.

ROBERTO.- Uy, qué misterioso…

Eurípides arrastra a Roberto hacia la puerta del colegio, le hace entrar y le lleva hasta el salón de actos, donde hay un belén viviente.

ROBERTO.- ¡Lo que me faltaba! ¡Qué asco! Un nacimiento… ¡Los odio!

EURÍPIDES.- Calla… Y mira el burro.

ROBERTO.- ¿Qué burro?

Allí, tras el recién nacido, Roberto pudo ver a un niño de unos siete años haciendo de burro, un niño con ojos claros, y nariz respingona, un niño muy guapo… ¡Era él! ¡El propio Roberto, de niño! ¡Robertito! Llevaba unas enormes orejas puestas sobre la cabeza, y rebuznaba como un burro cualquiera.

ROBERTO.- ¡Ah! Ya me acuerdo de ese día… Todos dijeron que había sido un burro muy convincente. Y eso me hizo pensar en…

EURÍPIDES.- ¿En? ¿En qué te hizo pensar?

ROBERTO.- De verdad, qué niño más mono… Qué mono era… ¿No? Eurípides, ¿dónde me llevas ahora?

Eurípides, que está tirando de él, le lleva hasta un aula, donde vemos a Robertito, más mayor, con once años, haciendo los deberes, sentando en un pupitre… El profesor se le acerca y le pega una colleja.

PROFESOR.- Robertito, no sabes escribir, ¡mira! (Le señala su cuaderno.) No sabes distinguir la letra B de la V… ¡Eres imposible! ¡Nunca llegaras a nada! ¡Cazurro! ¡Como mucho, a lo más que podrás aspirar, será a crítico de teatro!

ROBERTO.- Menudo imbécil era aquel profesor. (Al profesor.) ¡Payaso! ¡Eh, tú, payaso!

EURÍPIDES.- No te oye.

ROBERTO.- Pues es una pena, porque me gustaría soltarle un par de frescas…

EURÍPIDES.- ¿Por qué no lo hiciste entonces, Robertito?

ROBERTO.- (Sigue gritando al profesor.) ¡Imbécil! ¡Inmundo!

EURÍPIDES.- Ven…

Eurípides le saca del aula, volando de nuevo, y le lleva a un teatro, a un gran teatro. Allí, en unas butacas del último piso, las más baratas, está Robertito, ya de unos quince años, con su madre, y quedaba poco para que comenzara la función. Robertito se había empeñado en ir al teatro el día de su cumpleaños; cualquier otro niño hubiera preferido otra cosa, pero Robertito era así…

ROBERTO.- (Con lágrimas en los ojos.) ¡Mi mamá!

Roberto y Eurípides se sientan en las butacas de delante de Robertito y su madre, para escuchar la conversación.

MAMÁ.- Robertito, hijo, ¿qué quieres ser de mayor?

ROBERTITO.- Actor, mamá.

MAMÁ.- ¿Actor?

ROBERTITO.- Sí, quiero ser actor.

MAMÁ.- ¿Estás seguro?

ROBERTITO.- Que sí, mamá, claro que estoy seguro.

MAMÁ.- Pero, ¿seguro del todo?

ROBERTITO.- Es lo que siempre he querido… Actor de teatro.

MAMÁ.- ¿Y encima de teatro?

ROBERTITO.- Sí, mamá.

MAMÁ.- Mira que la profesión de actor es muy incierta… ¿Y si no consigues trabajo como actor? ¿Qué va a ser de ti? ¿Qué vas a hacer con tu vida si no tienes ingresos? Ya sabes que tu abuela nos dejó un buen dinerito cuando murió, pero eso no va a durar para siempre.

ROBERTO.- Ya, mamá, pero me gustaría intentarlo…

MAMÁ.- Robertito, hijo, te voy a decir una cosa… Para ser actor hay que ser muy guapo.

Robertito no dijo nada durante un buen rato. Pensó en la frase de su madre. Pensó en lo que su madre le estaba llamando con esa última frase. Le entraron ganas de contestarla, pero no lo hizo. Siguió pensando. Siguió callado. Se apagaron las luces y la función comenzó. Entonces fue Roberto el que se puso a hablar, el que comenzó a contestar a su madre.

ROBERTO.- Mamá, eres una hija de puta.

EURÍPIDES.- Pero, Roberto, no es momento…

ROBERTO.- Calla, imbécil… Mamá, no sabes lo que me ha jodido esa frase durante todos estos años… No sabes el trauma que me causaste con aquella frase… ¿Por qué eras tan cruel conmigo como para llegar a decirme eso? ¿Por qué nunca me dijiste nada bonito? Te odio, mamá, no he odiado a nadie en la vida tanto como a ti…

EURÍPIDES.- Venga, vámonos…

ROBERTO.- Justo ahora, que estaba diciéndole a mi madre lo que nunca le dije.

EURÍPIDES.- No hay quien te entienda, tan pronto lloras al verla como la insultas…

ROBERTO.- Hago lo que me da la gana, que para eso es mi madre. Y cállate. Yo quería ser actor.

EURÍPIDES.- ¿Quieres que te enseñe cuando, con veintiún años, te tiraron tomates en tu primera obra como actor?

ROBERTO.- Vete a la mierda, Eurípides.

EURÍPIDES.- Oye, un respeto…

ROBERTO.- Aquello fue porque mi madre había echado el mal de ojo a mi carrera como actor.

EURÍPIDES.- Yo solo he venido a ayudarte…

ROBERTO.- ¿A ayudarme a qué? Me estás hundiendo, eso es lo que vas a conseguir, que me tire por el balcón un día de estos…

Eurípides agarra del cuello del camisón a Roberto y se lo lleva volando hacia un salón, un amplio salón de una casa antigua…  

ROBERTO.- ¿Dónde estamos?

EURÍPIDES.- ¿No reconoces esta casa?

ROBERTO.- ¡Claro! Aquí es donde vivía cuando…

EURÍPIDES.- Han pasado unos diez años desde la conversación con tu madre.

ROBERTO.- Qué hija de puta…

EURÍPIDES.- Tu carrera como actor no… Digamos que no cristalizó. No dio sus frutos.

ROBERTO.- Te he dicho que mi madre con aquella frase se cargó mi carrera como actor, hizo que nunca más creyera en mí como actor…

EURÍPIDES.- Sin embargo…

ROBERTO.- Entré como chico de los recados en un periódico de barrio… Como aquel profesor se metió con mi ortografía, quise aprender de los que escribían, y allí me quedé un tiempo… Luego pasé a un diario de mayor tirada, y conseguí publicar un artículo de vez en cuando, y poco a poco comencé a escribir sobre teatro. Allí también trabajaba Jacinto. Un día, en una fiesta de Navidad que dio el jefe, el crítico de teatro se puso malo, y…

EURÍPIDES.- En esa fiesta conociste a Alicia.

ROBERTO.- ¡Oh! ¡No quiero hablar de Alicia!

EURÍPIDES.- El crítico de teatro se empezó a encontrar mal en aquella fiesta y murió el día de Nochevieja, y entonces… tú y Jacinto, que era de tu misma edad, casi como un juego, comenzasteis a escribir la crítica de teatro.

ROBERTO.- Alguien viene.

EURÍPIDES.- Creo que eres tú.

Entra Roberto con unos veinticinco años, bien vestido, bien peinado. Pero, para distinguirle, sigamos llamándole Robertito. Está algo acalorado, como si estuviera discutiendo. Detrás de él entra Alicia.

ROBERTITO.- ¡Alicia! No, ¡no tienes razón!

ALICIA.- Y te devuelvo también tu anillo. No lo quiero. No quiero casarme contigo, Roberto, porque tú… porque tú…

ROBERTITO.- Yo, ¿qué? ¿Eh?

ALICIA.- Tú… Ya estás… Creo que ya estás casado…

ROBERTITO.- Vamos, ¡pero qué tonterías dices…!

ALICIA.- Estás casado con una forma de escribir sobre el teatro.

ROBERTITO.- No hay quien te entienda.

ALICIA.- ¿Desde cuándo no hacemos nada juntos? Lo único que te importa es escribir esas barbaridades sobre las obras que están en cartel. Y de tanto escribir barbaridades, se te está agriando el carácter. Eres un gruñón. Cuando te conocí no eras así… No nos vemos, Roberto, no nos vemos. Vas con Jacinto a ver toda la cartelera de la ciudad, cada tarde, ¿y yo qué? Ves más a Jacinto que a mí. Es que ni siquiera me llevas a mí al teatro, Roberto. ¡Te importo una mierda!

ROBERTO.- (Apesadumbrado al ver que Robertito no reacciona.) Pero di algo, imbécil. ¡Que la vas a perder!

ALICIA.- He quemado tus cartas, y te devuelvo tu anillo, ya no estás comprometido conmigo, puedes seguir escribiendo en el periódico de mi padre, pero de mí no vas a volver a saber nunca más, me voy a ir a vivir a Singapur, que no sé ni donde está, pero es lo más lejos que se me ha ocurrido, y si no, me hago monja y me voy a las misiones a África, o soy capaz de comprarme una nave espacial e irme a Júpiter, pero te aseguro que no me vas a volver a ver el pelo… (Tira el anillo de compromiso al suelo y sale por la puerta.) Toma tu anillo cutre. ¡Tacaño! ¡Estos anillos los regalan juntando las tapas de seis yogures! ¡Roñoso!

ROBERTO.- (A Robertito.) Di algo, ¡idiota! (A Alicia.) Alicia, por favor, espera… (A Roberto.) ¿Pero qué haces ahí como un pasmarote? (A Eurípides.) Eurípides, ¿por qué me torturas enseñándome estas cosas?

Robertito coge el anillo del suelo y lo mira. Roberto se acerca a él para agarrarle de las solapas y soltarle cuatro frescas.

ROBERTO.- Eres un imbécil, Robertito, siempre has sido un imbécil… Perdiste al amor de tu vida por una tontería. Por tu orgullo de mierda, por tu…

Ha cambiado la luz. De repente Roberto se despierta y está sobre su cama pegando e insultando a su almohada, cuando el reloj de la torre da los cuatro cuartos y posteriormente dos campanadas. Son las dos.

Continuará…

@nico_guau

Más del autor