La reciente secuela de Borat fue una de mis mayores decepciones del año: producida rápidamente, acababa con un discurso vergonzante que dibujaba al norteamericano medio como retrasado de facto. Este epílogo, fuera del hallazgo de la cámara oculta a Rudy Giuliani, hedía a humor de señorito británico y recogía bien las críticas del periodista sureño Joe Bageant a ese mundo anglosajón de progres sin problemas de dinero.
La introducción de un componente redentor, bien y mal, eliminaba cualquier sentido del riesgo en el filme. No por casualidad, claro, Umberto Eco tuvo la intuición de hacer a su Jorge de Burgos / Borges de El Nombre de la Rosa contrario al “tratado sobre las virtudes de la carcajada” de Aristóteles: risa y dogma son opuestos, adversos, y la befa de las figuras religiosas, de los santones, es continua desde que el mundo es mundo.
Lo ocurrido con Perra de Satán, Bea Cepeda, me ha recordado lo difícil que es este oxímoron llamado comedia moralista, más si tienes una tradición de chistes con talento y afilados. Cepeda, mucho menos predicadora que este último Baron Cohen, ha acabado pagando el pato de una iniciativa un tanto despistada como ¿Quién se ríe ahora?, la cual pretendía juzgar la vieja comedia a los ojos de hoy. Dudo que ella fuera instigadora y creo que fue Bob Pop como perverso polimorfo el director e ideólogo de este tribunal de la inquisición catódico.
“Pablo, por favor, abrázame fuerte y dime que Inda ha desaparecido”
“Hay que impedir la llegada del fascismo”, diría él, “poniendo chistes de humoristas que ya nadie conoce”; un aserto en la línea de la muy reducida altura intelectual de Pop. Moncho Alpuente, además, ya hacía estas cosas a mediados de los 80 con más ingenio e intentando no ser la imagen del gobierno, que todavía apreciaba el prestigio de la palabra “underground”. En contra de sus declaraciones como “outsider”, incluso, Bob Pop tiene una historia poco edificante de peloteo a la gente con poder, algo totalmente ajeno a su ídolo Truman Capote (experto en volar puentes con editores y poderosos) y que me hace preferir a su némesis “Ezcritor” en ese cuadra que crio (¡malcrió incluso!) Arsenio Escolar.
Cuando la escritora Jimina Sabadú habló de ¿Quién se ríe ahora?, lo juzgaba nada menos que “Catequesis”, exponía bien el abismo que separa el sermón del cura del pueblo de cualquier stand up de un monologuista. En el primero el páter tiene respuestas a todo; en el segundo el cómico casi siempre hace preguntas de un mundo que nadie, ni nosotros mismos, comprendemos.
Y aquellos que tienen respuestas lo único que quieren es tu voto, lector.