Yo entré a esta red social, si no recuerdo mal, luego de los hilos de confesiones tontas y me quedé por los chistes. Una muestra: ese aforismo prodigioso “En Pangea estábamos todos más unidos” que pergeñó una twitera despistada. En esos años, aún nacida con la crisis, Twitter era un patio con más ingenio que quejumbre y dar pena a niveles extremos no se había convertido en una técnica de medrar.
No sé si fue el advenimiento el 15M, pero poco a poco todo se convirtió en un ágora de activismo. Aparecía, incluso, la “falsa víctima” que desde su piso con vistas a Barcelona clamaba contra el capitalismo, el comunismo, las cortezas de cerdo duras o cualquier género posible. Tengo mis problemas con la denuncia social en el capitalismo tardío: tiendo a sospechar siempre del “inmolado” porque he leído unos cuantos libros sobre refugiados en conflictos bélicos. Las víctimas dolientes, aquellas que lo pierden todo, por puro orgullo prefieren el silencio con ojos vidriosos al martirio con altavoz.
Sufre, mamón, devuélveme mi óbolo
El golpe emocional es fuerte, existe incapacidad de verbalizar, y la mayoría de los periodistas que pretenden sonsacar testimonios se topan con un muro. Las mejores páginas de Voces de Chernóbil de Svetlana Aleksiévich, incluso, tienen años de distancia con el hecho vivido, lo que da pie una buena reconstrucción poética al conocer la víctima, la mujer u hombre que vivió el accidente nuclear, el final de su camino.
En Twitter, en contrapartida, todo es un drama: el rechazo de una beca, una uña infectada, la ruptura sentimental más tópica -qué poco han leído a Balzac esta generación de intensitos- o tener que trabajar en un Burger King fuera de España. Más que el malestar social -que lo hubo- se creaban falsas víctimas para alimentar medios que cobraban por dibujar la realidad como pinturas ocre propias de Nevinson. Apocalipsis social con el “banner” de Telefónica arriba, lo cual siempre tiene cierta gracia. Además, el “drama” en una sociedad de jesuitas profesionales como España siempre tiene clientelas. Recuerda Pascal en Las provinciales:
“Has de sabe pues, que el designio de los padres jesuitas no es de querer viciar, ni corromper las costumbres, pero tampoco tienen por único fin el corregirlas y reformarlas; porque sería mala política (…) Por esta razón, habiendo de tratar como tratan con personas de todo género de estados y de naciones tan diferentes, es necesario que tengan casuistas apropiados para tanta diversidad”.
La casuística, la causa que busca condenar el efecto, es el nervio del periodismo de denuncia. Y, como afirma Pascal, al ser los jesuitas “una sociedad de provecho” prefieren un padre con una antorcha iluminada por el pecado que a un pobre benedictino con anteojos investigando esa falta durante meses: el victimario es un gran negocio y Michael Moore, católico norteamericano compacto, hizo su fortuna, sus ciclópeos chalés, con él. En todos esos reportajes denuncia, en esas crónicas, nunca salían las sonrisas y humoradas que salvaban de la tragedia diaria a las víctimas.
La masa en guerra, según Nevinson
De hecho, algunos de los mejores reportajes de Alfonso Armada, el jefe de todo esto aquí, tenían que ver con niños jugando a la pelota en tiempos de guerra o aquella celebrada crónica de una representación teatral en medio del monstruoso sitio de Sarajevo. Eran sonrisas heladas por el pánico, como de humorista judío en cabaré antes de la aparición de los cuervos de la cruz gamada, y evocaban la “condición humana” con la digna fragilidad que describió André Malraux: