En el combate de altura tuvieron que hacerse cargo de la ley de la gravedad, que si bien todavía no estaba formulada científicamente era de una contundente evidencia. Una flecha lanzada de arriba hacia abajo multiplicaba su velocidad y su fuerza, y bien lo sabían los emboscados en las cornisas de pórfido, que obligaban a los legionarios a sostener los escudos sobre la cabeza todo el tiempo, como sombrillas, provocándose un estiramiento doloroso en los tendones del hombro
La ley de la gravedad se cumplía a rajatabla en la Roma antigua, donde está ambientada esta novela, independientemente que no se enunciara hasta finales del siglo XVII. Fue Sir Isaac Newton, como se sabe, en Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, el mejor libro del mundo, uno de cuyos ejemplares se encuentra en San Fernando (Cádiz), en el Real Instituto y Observatorio de la Armada. Merece mucho la pena una visita a esta localidad gaditana, de delicioso gentilicio: cañaílla, para visitar el citado observatorio, el Museo de Camarón, tomar una cerveza en la Venta de Vargas y comer en la cantina del Titi (El Bartolo) a la orilla del mar, como hacía la familia Durrell en Corfú.
Los romanos vivían inmersos en la gravedad, como los peces en el agua, sin preguntarse cuál es su origen ni su causa, vivían en la gravedad, eran la gravedad. Ya se sabe que los pájaros no necesitan de ningún manual de Ornitología para volar ni para cantar. El grupo Los Planetas tiene un disco cuyo título me parece magnífico, Los Planetas contra la ley de la gravedad