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Mientras tantoEl oficio de escribir (9): Jorge Luis Borges, autor de El Quijote

El oficio de escribir (9): Jorge Luis Borges, autor de El Quijote


Para Carlos Castillo,

que también tiene miedo de Borges.

 

La obra visible que ha dejado el escritor argentino Jorge Luis Borges no es, en contra de lo que se pudiera prever, de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, perdonables cualquiera de los errores que la interpretación de su obra y la contextualización de su vida pudieran cometerse.  Más aún, teniendo en cuenta que fue él mismo quien afirmó: «Everything is a remix». Y que los datos de su biografía se encuentran alojados en dominios frecuentados por deplorables lectores, incapaces de discernir la tenue línea que delimita el fin de la sombra y el inicio de la luz.

No sería pues mi intención la de hacer una enumeración vana y fútil de una obra inconmensurable. Porque diríase que la obra de Jorge Luis Borges barniza toda la creación literaria que, al albor de su propia genialidad, han dado no solo los siglos que la continúan sino aquellos que la preceden. Para la comprensión de tamaña influencia retrospectiva, el propio autor escribió un texto titulado Borges y sus precursores en el que vaticinaba el carácter reconstructivo de su obra en la historia de la literatura. Pero para comprender mejor este efecto del todo perturbador en cualquier alma cándida que ansíe pisar la solidez de los paradigmas humanos, sí que sería necesario una fugaz e incompleta enumeración de su obra. Examinando con esmero su archivo particular, puede señalarse una publicación: Pierre Menard, autor del Quijote, una breve obra conceptualista que aclara el proceso de creación de una famosa novela rescrita de manera idéntica cuatro siglos después de su primera morfogénesis.

Esta es la única foto que se conserva del momento en que Borges terminó de escribir El Quijote. Observando esta pose inquisitoria no es de extrañar que haya gente que le tenga miedo y que, como también asegura mi amigo Carlos y podría afirmar yo mismo, no lo haya leído nunca.

Por evidente, sería ventajista e irrespetuoso con el lector emparentar este cuento con otros de parecida índole conceptual como Funes el Memorioso y La Biblioteca de Babel, pero quizá la contundencia de dicha relación haga ineludibles estas líneas. En cualquier caso, esto formaría parte tan solo de la obra visible de Borges. De esa obra impresa y necesariamente morfológica que puede leerse con relativa facilidad. La invisible, la subterránea, la impar, la eterna se encuentra alojada en el trasluz de Pierre Menard, autor del Quijote. Habría que tener en cuenta para descifrarla, las palabras que el propio Menard escribió a Borges: «Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será». Bajo ese mantra de arcanas sonoridades, Borges acarició la idea de reescribir las obras clásicas de la literatura universal. El camino se lo marcó el trabajo previo de Menard con El Quijote y que podemos constatar en cierto pasaje de su primera parte (noveno capítulo).

Cervantes escribió:

«… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir».

Sin embargo, Menard escribió:

«… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir».

Por su parte, Borges escribió:

«… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir».

La reescritura de estas líneas sutilmente antagónicas entre sí, reveló a Borges la idea de la historia como madre de la verdad y de la literatura como vehículo necesario para su transmisión (nada más y nada menos). Pero sobre todo, alumbró el carácter inevitable de su magnánima empresa (Borges nunca entendió de megalomanía, simplemente la refundó). Tras fructíferos trabajos con obras de autores como Homero, Dante y el mismo Cervantes, Borges terminó por consagrarse a la identificación total con Pierre Menárd y a la reescritura parcial de su obra visible y a la completa de su obra invisible. Dio pie así a una trasmuntación literaria, pero sobre todo vital y conceptual de la que emanan renovados destellos místicos que, aún hoy, muchos tratan de plagiar. Atribuir a Borges El Quijote o Les Problèmes d’un problème, ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?

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