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AcordeónDel Gran Sueño a la somnolencia: la decadencia del deporte profesional

Del Gran Sueño a la somnolencia: la decadencia del deporte profesional

Estamos ya bastante entrados en el siglo XXI como para darnos cuenta de que las cosas no son como las concibió mi abuela Josefa que, con 97 años, percibe el computador portátil de su hija, donde aparece su nieta saludándole por skype desde otro país, como un bonito cuadro que le recuerda a la añorada niña. Mi abuela, nacida en la ciudad minera de Oruro, Bolivia, no es capaz de ver en ella la realidad virtual de una persona saludándole, en directo, a cinco mil kilómetros de distancia. Y no sólo duda de que esa sea su nieta por el desconocimiento de las nuevas tecnologías, sino también porque mi abuela, con el paso de los años, se ha vuelto desconfiada.

 

Algún año antes, cuando ella era una católica ortodoxa militante, se ofendía y enfadaba cada vez que le contaba sobre las fiestas rave a las que asistía en La Troje, iglesia de las Capuchinas (o alguna orden distinta) en otro tiempo, ahora reconvertida en santuario del posmodernismo electrónico, ácido y sísmico. En un pub, que digo. 

 

A mi abuela le costará entender que para nuestra generación la plaza pública ya no es la que queda debajo de la catedral, sino que su función la ha tomado el centro comercial, la cancha de fútbol y la pista de skate de la plazoleta. Nuestra nonagenaria señora difícilmente visualizará que el púlpito ha sido sustituido por los debates televisivos, por DJs o por diseñadores. Que las encíclicas papales son reemplazadas por los blogs, que los profetas están cambiados por los consultores y los entrenadores de fútbol, que las catedrales son reemplazadas por los museos y estadios. La sacristía ahora es la televisión y nuestros confesionarios son el Facebook y el Twitter. La doctrina de la fe ha cambiado. 

 

Josefa percibía como un sacrilegio los excesos de miles de jóvenes consumiendo drogas en un recinto que otrora fuese un templo de culto, por lo que siempre me insistió en que para alejarme del mundo de la noche y la bohemia, debía hacer deporte. Mens sana in corpore sano

 

Meditando en ello, mientras apoyo mi cabeza en el brazo del sillón, imagino mi natal Cochabamba ahora que vivo en España. Más tarde pienso en Carlos Sorín, interesante cineasta argentino especializado en historias mínimas y guiones de relatos simples, que nos cuenta la fe ciega de los pueblos en sus figuras deportivas. 

 

Pienso en Sorín mientras siento la modorra, al tiempo que vuelvo a ver su film El camino de San Diego. Mi fallida dormitación se entremezcla con la idea de esa oda al culto vehemente por la figura de Diego Maradona como salvador de la argentinidad. Nada nuevo en el horizonte.

 

Vuelvo a quedarme dormido entre tantas cavilaciones. En mis fantasías van y vienen ilusiones y recuerdos de deportistas que marcaron mi vida. 

 

Se mezcla con mis sueños la eterna ilusión incumplida de ver un medallista olímpico boliviano, la sempiterna frustración de ver a España caer en los cuartos de final de un campeonato del mundo de fútbol, el frecuente infortunio de ver al Wilstermann de Cochabamba eliminado de la Copa Libertadores en la primera ronda, a manos de un equipo peruano o ecuatoriano. Dormito nuevamente. Las pesadillas de la República Bolivariana Inacabada merodean mi cabeza como aves rapaces. Como suchas. Un toro cornudo me mira fijamente, con el semblante a medias entre Michael Jordan y Andre Agassi. 

 

Fin de la pesadilla. Demasiado jamón serrano. La costumbre ibérica de cenar tarde todavía no ha sido asimilada por mi metabolismo de expatriado. Las alucinaciones por la pesadez estomacal son reiterativas. Decido dormir. Mañana será un día importante, el de la final de la Copa del Mundo de fútbol, en la que cada vez creo menos. Aunque quizás no sea sólo yo, sino toda una generación de incrédulos, de posmodernos como dice mi tío. Qué alejados de aquellos verdaderos militantes que fuimos a fines de los 60, explica. Quizás tenga razón, o quizás sea una estupidez. 

 

Domingo. Se han apagado las televisiones. Brota el ruido y la maraña. Se escuchan los cláxones en las calles y se ven banderas del país en muchas ventanas, hecho casi olvidado desde la época franquista.

 

Hay gritos, motocicletas haciendo piruetas, parejas felices, niños pateando el balón. España ha ganado el Mundial de fútbol. Yo soy español, soy el mejor del mundo, dicen. Hasta se ve en televisión el edificio del Empire State de Nueva York con los colores de la bandera española o de la senyera catalana. Rojo y amarillo. 

 

El país tiene casi cinco millones de desempleados. Parados, como aquí los llaman. Yo soy uno de ellos. He visto el partido sentado en la terraza de la casa en la que vivo con una cerveza de marca blanca en la mano y completamente solo. Ir a un bar significa comprar muchas cervezas. Los euros cada vez menguan a más velocidad de mi cuenta Santander Joven, que se mantiene activa, a pesar de mis 30 años, gracias a que soy estudiante todavía. 

 

Me quedo quieto oyendo todo aquel bullicio, desde una décima planta. Hace un clima agradable, lo que ayuda a que la gente salga a las calles después de un duro invierno y de una seguidilla de ataques multilaterales (en red, como diría el sociólogo Castells). Agresiones campales entre el presidente de Gobierno, el principal opositor, los grupos independentistas y los más visibles actores políticos de Europa, concretamente alemanes, quienes desconfían de la solvencia económica española (dudan también de la griega y del resto de países PIIGS)

 

Stop. Vuelvo al fútbol. No sé por qué me quedo quieto, escéptico a un triunfo que antiguamente me hubiese puesto los pelos de punta. No sé si será la edad o el intento excesivo de racionalizar el azar del juego.

 

Después de mirar al vacío por unos minutos, decido no ser menos que el resto y me echo a la calle, más por participar de la fiesta popular que por creer en el fútbol.

 

De amanecida, vuelvo a casa contento. España necesitaba un impulso de unidad, una palmadita en el hombro que signifique que muchas cosas se han hecho bien y que el país no es tan pig como se decía

 

Vuelvo al asiento que dejé hace unas horas. Enciendo el televisor para escuchar las odas y salves de estos profetas, más bien mesías, que han ganado a Holanda en la final del mundial de fútbol. Debo admitir que estoy saturado del asunto. 

 

Mientras dormito, como la noche anterior, en el mismo sillón y con el ventilador esta vez encendido, encuentro una noticia deportiva que no trata de fútbol: el Tour de Francia. Estamos en pleno julio y la Gran Boucle, como los franceses llaman al evento más importante del panorama ciclístico mundial, ha comenzado. 

 

El duelo de favoritos a la victoria parece haberse concentrado en dos nombres: el español Alberto Contador y el luxemburgués Andy Schleck. Ambos pertenecen a la nueva generación de corredores de entidad. 

 

En un deporte longevo, la pareja subió al podio en la ronda gala del año pasado, aunque Contador siendo mayor le lleva dos años y varios títulos del Tour. No obstante Schleck, a sus 25 años, ya ha sido un par de veces mejor ciclista joven. A su edad ni Armstrong ni Induráin, mitos del ciclismo de los últimos veinte años, habían hecho lo que estos dos chicos.

 

Aparece en casa mi compañero de piso riéndose de la escena que encuentra, abrazado de una simpática moza mientras le hace señas con la cabeza refiriéndose a mí y a mi peculiar rareza. Hay que recordar que, desempleado como estoy, apenas me alcanza para pagar un piso compartido con él, boliviano, y una chica peruana en el barrio obrero de La Rondilla, en Valladolid. 

 

La risa de Mauricio asoma por un lado de su cara, asimétrica, como indicando socarronería. Me pregunta qué hago viendo a ese par de junkies, de k´holos, drogadictos, dando pedaladas como locos.

 

Para él y para muchos de los que seguimos el deporte individual de alto nivel, el profesionalismo ha distorsionado su función natural. No en cuanto al amor a la camiseta, sino a la brecha entre “pobres” y “ricos”. El hecho es que unos comen más y mejor que otros. Y esta brecha no es necesariamente entre países. Aunque hay que admitir que estas desigualdades son tan antiguas como la vida misma. Unos comen carne de ternera, leche, pan integral, huevos, soya, tomate y garbanzos, mientras otros café con pan. Y no siempre. Así es el ser humano y sobreviven los fuertes y los que comen bien. La noción básica de fisiología deportiva en educación física es que el cuerpo es un motor y trabaja más y mejor en función del combustible que recibe. Así unos pueden poner a punto la máquina mejor que otros. 

 

Mi compañero de vivienda, nadador semiprofesional, llegó a España el año 2001 buscando el desarrollo deportivo y educativo que la Junta de Castilla y León ofrecía a sus deportistas, concentrando sus esfuerzos en los atletas de nivel nacional medio-alto (el objetivo posible era el de lograr medallistas en campeonatos de España).

 

Sentándose a mi lado, saca un álbum de fotos para verlo con su colega. Las fotos eran del año 2000. Él había competido en Sídney, en los Juegos Olímpicos en los que Marion Jones fue la figura: ganó cinco medallas. Le fueron desposeídas hace tres años por haber confesado trampa, sin haber dado positivo en control antidopaje alguno. La medalla de oro de 100 metros de aquellos Juegos debió haber recalado, después de la sanción, en Ekaterine Thanou, a su vez sancionada en 2004 por huir de un control antidopaje. 

 

Trato de entrar en temas de alta competición y manejo de drogas para la mejora del rendimiento en natación, pero no parece ser que a mi colega le interese demasiado. Intuyo que él también está aburrido del asunto. 

 

Precisamente por esos días, el mejor nadador español, Rafael Muñoz, medallista y plusmarquista mundial, es objeto de atención por su presunta huida de controles antidopaje, además de su reciente medalla en el Campeonato de Europa de Natación. 

 

Seguimos con las fotos. Vamos a 2003, año en que Mauricio se clasificó para los Juegos Panamericanos. Yo me pasé todo ese agosto en la soledad de los veranos españoles que las urbes de interior ofrecen. Aquel que ha estado en ese tipo de ciudades sabe que agosto es como un domingo que dura un mes. Todo a medio gas. Cines, teatros, universidades, estadios, comercios y sobre todo la gente, de vacaciones.

 

Ese año me tuve que contentar con ver por televisión los Campeonatos del Mundo de Atletismo de París. Recuerdo que el febrero de 2003 la temporada atlética arrancó con el  mejor momento deportivo del fondista español Alberto García, que quedó subcampeón del mundo de 3000 metros en la modalidad de pista cubierta unos meses antes, tan sólo detrás de Gebreselassie, mito de la historia del atletismo. A los pocos días, el español daría positivo en un control antidopaje, lo que le impediría, a la postre, defender la medalla mundial en el campeonato principal de París. 

 

Continuamos con las fotos y llegamos al 2004. Mauricio nos muestra un recorte de periódico de las fiestas universitarias de la Facultad de Ciencias en las que había participado. Casualmente, en la otra cara del recorte había una noticia sobre el caso Manzano.

 

Jesús Manzano es un ciclista que contó, con lujo de detalles, las prácticas dopantes que llevaba ejerciendo cuando militaba en el Equipo Kelme-Comunidad Valenciana.  Decidió relatar su experiencia completa al diario deportivo As, un 24 de marzo de 2004, y su historia fue publicada en cinco entregas sucesivas y firmada por el periodista Juan Gutiérrez. 

 

Por entonces, en un país con amplia tradición ciclística, años después de las glorias de Bahamontes, Perico Delgado, Abraham Olano y, sobre todo, de Miguel Induráin, quizás el mejor deportista español de todos los tiempos, todavía se buscaba al sucesor del siglo XXI. Había un puñado de candidatos sólidos, pero sin cuajar del todo, comandado por los veteranos Joseba Beloki (retirado tras unos escándalos de dopaje en 2007), Roberto Heras (sancionado en 2005) y los jóvenes prometedores como Ibán Mayo (sancionado en 2008), José Enrique Gutiérrez (implicado en 2006) y Alejandro Valverde (sancionado en 2010); todos ellos ocupantes del podio en grandes vueltas ciclistas.

 

Manzano, el hombre que me impactó por esos días, no era un fuera de serie sobre la bicicleta a niveles mundiales. No pertenecía al grupo mencionado. No era una estrella mediática por entonces, ni había tenido pódiums en grandes competiciones. Destacó por ser el primero en abrir la lata y cantar todo. No obstante mucha gente le atribuyó insanidad y muchos se negaron a creerle. 

 

Con los años, hoy más de un lustro después, se han demostrado como comunes muchas de sus afirmaciones.

 

El ciclismo es un deporte que requiere muchas horas de entrenamiento, en las que los ciclistas se enfrentan a la soledad y al desgaste. Esas sensaciones causan cierta solidaridad entre los que lo sufren. Esta solidaridad parecería transformarse en complicidad cuando el telón de fondo y el marco en el que se mueve una parte de este colectivo, para mejorar el rendimiento, es el mundo del dopaje, de las drogas y de la trampa.

 

Manzano decidió violar el código implícito más importante de un ciclista profesional sospechoso: La Ley del Silencio. Harto de ser, según él, maltratado y engañado por sus albaceas deportivos y directores de equipo, decidió hacer público lo que algunas personas fuera del mundillo intuyeron, pero no visibilizaron, en su entera magnitud: la realidad de un deporte que, en algunos de sus espacios, desde hacía varios años y progresivamente, estaba en periodo de descomposición y putrefacción.

 

El caso de Manzano es el de un chico que decidió destapar la caja de Pandora sin miedo a perder más de lo que ya perdió. Como ciclista, no ganó ninguna vuelta ni clásica, tan sólo un par de etapas secundarias, pero contó, con bastante veracidad, precisión y sobre todo con pelos y señales lo que vio, de una forma tan palpable que incluso plasmó la jerga de la manera más precisa. 

 

Palomas mensajeras eran los traficantes. Vampiros, los encargados de los controles antidopaje. Rotuladores, las jeringas de hormona EPO. Gas-Bus era como llamaban al Actovegin, extracto de plasma de ternera que los ciclistas se inyectaban en vena para aumentar el rendimiento de larga duración. 

 

Toda una serie de datos que sazonaban de morbo y misterio esta película de terror: escenas al borde de la muerte, mucha sangre (en bolsas depositadas en cámaras frigoríficas para posteriores transfusiones), medicinas de contrabando chinas y rusas, amenazas, evasión de impuestos e, indirectamente, amaño de resultados. 

 

Años después, podemos pensar que las brisas del olvido han barrido hacia un lugar a salvo a toda esa caterva de tratantes de substancias y mandanga dopante, que comerciaban a destajo en Madrid para escribir la historia del ciclismo y del deporte mundial.

 

Gracias a estas confesiones sabemos que doparse no es un verbo equivalente a dar positivo. Vemos que de cada doscientos, son cazados dos o tres, es decir, el uno por ciento. No obstante, en foros y diarios deportivos on-line se leen todavía comentarios de gente que defiende el lema “no cazado = no dopado”. Manzano jamás dio positivo en un control antidopaje.

 

Aprendimos que hay clases y clases. Gracias a las investigaciones en España, nos enteramos de que el médico de estos chicos le cobraba a Jan Üllrrich alrededor de 40.000 euros limpios (de impuestos, claro) más o menos. Vimos que había sistemas “por objetivos”. Vimos que a veces una caja conservadora y su contenido decidían victorias. Vimos consultorios y clínicas encubiertos, tráfico de influencias en centros de la sanidad pública, mucho dinero de por medio con más que probables evasiones al fisco, resultados dudosos y proezas deportivas heroicas, que conjuntamente forman parte de esa fantasía.

 

Lamentablemente, también vimos que de doscientos deportistas implicados salieron a la luz unos pocos. Vimos muchas cosas y hubo otras que no quisimos ver. El miedo a la disonancia cognitiva y el deber jurídico de presunción de inocencia nos paralizó.

 

¡Basta de fotos! —Argumento cansancio y me voy—.

 

Vuelvo a cambiar de lado en el sofá. Desasosegado y triste. Me consuelo pensando que esto ocurre en sociedades occidentales donde las ansias de victoria y dinero han corrompido los valores deportivos, pero inmediatamente recuerdo casos de Suramérica.

 

La atleta más importante de la zona, la brasileña Maurren Higa Maggi, indiscutible superestrella de aquel país, campeona olímpica en 2008, estuvo sancionada por dar positivo en 2003, cuando fue medallista mundial y el gran público ni se enteró.

 

También en Brasil encontraron con sustancias dopantes el año pasado a cinco atletas, días antes de comenzar el campeonato del mundo de Berlín.

 

Traté de descender más en mi autoconsuelo, pero recordé otro hecho. Hace unos meses, mirando resultados del equipo boliviano en los Juegos Sudamericanos (ODESUR), me enteré de que la medalla de bronce conquistada por el equipo de relevos femenino de 4×400, en atletismo había sido desposeída porque una atleta había dado positivo. Me sorprendió mucho la noticia ya que creía que el dopaje era todavía una posibilidad lejana en nuestro país.

 

No seguí mi acotación geográfica en búsqueda de la autocomplacencia y consuelo, ya que prefiero quedarme con un buen concepto del pueblo donde viví, al menos.

 

Pero, pensando fríamente, si atletas bolivianos dieron positivo en sus exiguas salidas y con los resultados tan limitados que hay, qué podría llegar a pasar si no se toman medidas. Recordemos que en los campeonatos bolivianos de atletismo no hay controles antidopaje. Entonces, si dentro no hay controles, ¿los hay afuera?

 

En los últimos diez años muy pocos atletas bolivianos han pasado controles antidopaje. Si cada año aproximadamente 15 atletas mayores de edad salen de Bolivia para competir, y teniendo en cuenta que sólo en algunos campeonatos hay controles, cabe pensar que puede haber más dopaje que el que se detecta efectivamente. O no. Todas son suposiciones difíciles de comprobar y que mellan el honor de los no implicados, ya que ellos tampoco tienen cómo demostrar su inocencia. Explicar la limpieza se convierte en una tarea casi imposible, en un juego de palabras cruzadas. 

 

Existen motivos para el escepticismo, ya que casi nunca un atleta admite su culpa. Hay excusas que van desde lo inverosímil hasta lo ridículo. Boicoteos con injerencias de sustancias en la pasta dental (Diëter Bauman), carne de vaca infectada (Frank de Boer), sustancias para alargar el pene (LaShawn Merrit), sopas de tortuga (Yunxia Qu), ingesta de caramelos con cocaína (Gilberto Simoni), hormonas sanguíneas para su perro enfermo (Franck Vandenbroucke) o unos vasos de whisky que subieron la testosterona el día previo a la alta montaña en un Tour de Francia (Floyd Landys). La excusa más inocente es la de la atleta boliviana en cuestión. La prensa nacional publicó en primera instancia que había consumido “unas pastillas” sin causa aparente. Más adelante dijo ella: “no tenía ni idea de que en un simple antigripal existiesen cosas que estuvieran prohibidas”. Dio positivo por Nandrolona, uno de los anabolizantes más potentes, que dudosamente puede estar contenido en pastillas antigripales.

 

Este caso y su posible sanción está en el aire gracias a defectos legales en el laboratorio donde se analizó la muestra, pero es un toque de atención a los responsables de perseguir el dopaje en Bolivia y Suramérica, ya que más allá de las prácticas de la atleta en cuestión, se puede ver que el sistema, a nivel estructural, no parece estar listo para detectar casos si llegara el momento.

 

Aún con todos estos casos y pruebas objetivas en casos individuales, éste ya es un tema manido entre deportistas. 

 

Después de retomar imágenes y fotografías mentales de podios y éxitos, de laureles y medallas, de trampas y bochornos, de mentiras y fraudes, vuelvo a mi sopor veraniego. 

 

Cambio de canal y escucho un comentario tímido sobre el caso Manzano. Ya han pasado seis años. 

 

Veo, en el mismo informativo, que se estrecha el cerco al mito del ciclismo norteamericano y mundial, Lance Armstrong, acusado por su ex colega de equipo Landis, y ¿qué más da? No sé si fuese el mejor de la historia, pero ya me da igual. 

 

No logro escuchar lo que dicen los periodistas. Tampoco hago mucho por oírlos. Simplemente veo, impasible en mi sillón, a Alberto Contador levantar los brazos en los Campos Elíseos tras ganar su tercer Tour consecutivo. No me emociona todo lo que me hubiese emocionado en otras épocas. No sé cómo reaccionaré en los siguientes Juegos Olímpicos. No sé qué le diré a mi hijo cuando me pida una bicicleta de competición o cuando me exija que le inscriba en un campus de atletismo. No sé qué le diré cuando me cuente que quiere ser como esos ídolos que tiene en su pared de  coloridas fotos y que yo tuve también a su edad. Sólo espero que este deje de amargura que reboso se deba, más bien, a un mal sabor de boca subjetivo, personal y agrio, propio de un atleta que no supo o no pudo ser un gran campeón y que justifica insatisfacciones con hechos aislados. 

 

A momentos quiero creer eso y olvidarme de amigos que se doparon, que me lo confesaron y nunca dieron positivo, y que ganaron carreras importantes. 

 

A los pocos minutos me doy cuenta de que está Shakira en la televisión cantando el Waka Waka. Son las cuatro de la madrugada y me quedé dormido nuevamente. Al día siguiente tengo que ir a jugar al fútbol con los colegas del barrio. No recuerdo lo qué estaba viendo en la televisión, pero seguramente no era muy importante, o no me interesaba mucho. Definitivamente no era más importante que mi partido entre bolivianos y ecuatorianos en la cancha de La Rondilla.

 

 

Post scriptum

 

Cuando puse punto final a esta crónica todavía no había acaecido el vendaval del caso Contador generando titulares en los diarios deportivos más importantes del mundo. Los también ciclistas Ezequiel  Mosquera y David García todavía no habían dado positivo por Hydroxyethyl ni fueron exculpados. Tampoco había estallado la Operación Galgo en España, en la que se implicaba, entre otros varios atletas de élite, a la campeona del mundo de 3.000 metros obstáculos, Marta Domínguez, palentina con quien compartí entrenamientos y charlas agradables. 

 

El caso Contador fue llevado a tribunales no como lo que fue, un control antidopaje positivo por Clembuterol (sustancia que no produce el organismo), sino como un caso más de esas numerosas justificaciones surrealistas. Su equipo jurídico enfocó la defensa como un caso de contaminación alimentaria por la ingesta de carne intoxicada, aunque la lógica y las normas sanitarias apunten lo contrario e incluso la jurisprudencia (ya que la atleta española Josephine Oniya fue sancionada en 2009 por la misma sustancia). Representantes de diversas asociaciones de especialistas del sector cárnico en España expresaron su malestar con el asunto. Incluso el diario francés L´Equipe indica la posibilidad de que hayan sido hallados en la sangre del ciclista restos de plástico, lo que significaría claramente indicios de una autotransfusión, también prohibida por el reglamento. Esta hipótesis no llegó a más ni se profundizó su investigación puesto que todavía no estaba homologada como forma de detección por la Agencia Mundial Antidopaje.

 

En la semana en que este post scriptum fue entregado al editor (abril de 2011), precisamente Alberto Contador ganó la etapa contrarreloj de la Vuelta a Castilla y León. Contador aún se encontraba compitiendo, siendo más que probable que reciba sanción por el mentado caso y desposeído de los títulos a partir del Tour de Francia del 2010, ya que la Asociación Mundial Antidopaje apeló la sentencia de la Real Federación Española de Ciclismo ante el Tribunal de Justicia Deportiva, en la que se absolvía al corredor pinteño. 

 

Por su parte, atletas como Domínguez o más explícitamente Alemayehu Bezabeh están envueltos en el maremágnum jurídico de una nueva intervención de la Guardia Civil denominada Operación Galgo destapada el 9 de diciembre de 2010, que perseguía una extensa (¡y aún presunta!) red de dopaje, en la que se implica otra vez a Eufemiano Fuentes y al experimentado entrenador español Manuel Pascua Piqueras, preparador del subcampeón olímpico de los 100 metros planos Francis Obikwelu o del medallista mundial Reyes Estévez, entre otros. 

 

Bezabeh fue hallado, en el momento de la intervención del operativo de la Guardia Civil con una bolsa de sangre entre manos (recordemos que las autotransfusiones están penadas en caso de demostrarse). En cuanto a la persona asociada al médico Eufemiano Fuentes, según el sumario desvelado por diversos diarios españoles, se trataba del ex mountain biker Alberto León, quien unos días después del incidente, murió ahorcado en su apartamento de El Escorial. Otro cadáver más que se cobra esta industria

 

Ante la desaparición del principal testigo y con el caso empantanado en los juzgados, se antoja muy complicada la solución del caso. A día de hoy, Domínguez ha sido exculpada y el Consejo Superior de Deportes ha solicitado la reapertura del caso. 

 

En cualquier caso, el deporte ya hace muchos años estaba en una espiral de descrédito. Esta es una puntilla más, a una actividad que tal como la concebimos hoy, con la reglamentación vigente, se encuentra arcaica. Muchos deportistas no creen ya ni en que el sistema jurídico o las distintas versiones de los controles médicos puedan poner las cosas en orden. Un ejemplo es el indulto parcial al  subcampeón olímpico Paquillo Fernández, quien recibió una sanción por dopaje proveniente de otra operación de la Guardia Civil, en este caso denominada Grial, que vio reducirse de dos años (tiempo generalmente establecido) a un año por prestar “colaboración en la lucha contra el dopaje”. 

 

Por si fuera poco algunas voces asociadas a la cadena radial COPE han señalado que el Fútbol Club Barcelona, actual campeón de España y que cuenta con 8 de los 23 jugadores que ganaron la Copa del Mundo de Suráfrica, estaría relacionado con prácticas dopantes, hecho desmentido inmediatamente desde el club. 

 

Además el médico Fuentes, tras permanecer aprehendido por unas horas, igualmente que en el ya lejano 2006, ahora colabora con el equipo de fútbol canario Universidad de Las Palmas. 

 

Así, la actualización de este circo parece no tener fin. Mañana, cuando la galerada (o el pdf) de esta crónica esté lista, en Moscú o en Manaos quizás, habrá otro caso de dopaje. Muy probablemente ninguno de ellos sea desvelado, alguno incluso será mentira. Quizás mañana mismo caiga la siguiente red de dopaje mientras se prepara la sucesora. Quizás se exculpen nuevamente a sus implicados. Quizás se cambie el reglamento y se legalice el uso de sustancias hasta hoy prohibidas. Hasta eso, continuaré mirando aletargado ese deporte que sigo por inercia y con cada vez menos convicción, espoleado por las tradiciones familiares y fraternales, santificadas los domingos en el estadio.

 

 

Post-Scriptum II y final (se podría llegar al P.S.ⁿ)

 

Alberto Contador se coronó la temporada 2011 ganador del Giro de Italia y quinto lugar del Tour de Francia; Mosquera sigue en el limbo judicial; Paquillo prepara los Juegos de Londres; el Barça ganó la Champions europea y Marta Domínguez fue absuelta de las acusaciones por tráfico de sustancias dopantes, archivando el caso la jueza por falta de pruebas concluyentes. Ella ahora afina su preparación para los Juegos Olímpicos de Londres del siguiente verano, era candidata a senadora por Palencia representando al PP y lo fue al Premio Príncipe de Asturias este año. Como ella misma lo dice, “todo fue un mal sueño”. Quizás tenga razón.

 

 

 

Fadrique Iglesias Mendizábal, nacido en Cochabamba, Bolivia, es gestor cultural con estudios de licenciatura y maestría por la Universidad de Valladolid, España. También fue atleta olímpico por Bolivia y subcampeón iberoamericano de atletismo. Colabora en varios medios de comunicación bolivianos (es columnista fijo de opinión en el diario Los Tiempos). Con el texto aquí presentado (en una versión más reducida), fue finalista del concurso de periodismo narrativo y crónica Premio Las Nuevas Plumas 2010. El jurado estuvo presidido por Juan Villoro, Julio Villanueva Chang y Juan Pablo Meneses. Prepara un libro sobre la vida del ex nazi Klaus Barbie en Bolivia

 

 


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