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La Guerra


Ningún escrito sobre las dimensiones meditativas y solitarias de la vida puede decir nada que no haya dicho antes mucho mejor el viento de los pinos.

THOMAS MERTON

Dice la voz castiza: «La guerra es sangre y piojos».
Se ve: la guerra es fea, aunque sí sea bella
Su pesadumbre en el poema.
¿Bellos son los relámpagos?,
¿Bellos los estallidos? Quedan lejos.
No nos atañen si nos quedan lejos.
Los edificios, como naipes
Fueron desmoronados
Por efecto de los misiles:
¿Situación grácil? Gran plasticidad
Surge cuando transmiten las pantallas
El rostro acongojado de unos niños
(Que ahora en verdad sí imitan
La verdad de la guerra, a ratos sonrientes),
Visajes temblorosos
De ancianos contemplando
Sus hogares quemados,
Bomberos apuntando
Sus apretados chorros
Que muestran los colores del prisma.
Todo encerrado en un trasfondo
De espléndido celaje
Con vistosos tonos rojizos.
Y de nuevo sonando las sirenas
Dando al alegre dinamismo pábulo
De sonidos sinfónicos
Alargándose en un divino tiempo.
¡Maravillosa visión de tanques
Retorcidos y calcinados
En el transcurso silencioso
Del dorado crepúsculo,
Orillados en sendas milenarias!
Desde un dron el paisaje,
Desdentado y exánime,
Fue urbe rumorosa
Con energía multicolorista,
Diversa en sus escuelas y mercados.
Es ahora claroscura panorámica,
Donde sólo se mueve un perro huido
Y una estela, esporádica,
Cada vez más frecuente,
De humo. Por doquier, ¡cristales rotos!
Socavones en una destrucción
Bien construida bajo éter cobrizo
Que no palpita y presta
Una bien figurada distribución abstracta
A lo que fue vivaz  cubismo.
Entre tanto derroche
Y tanto abatimiento persisten
El eterno balido, el eterno mugido, el eterno ladrido
Que pretenden negar heroicamente
La crueldad de la guerra,
Persistiendo en la paz de esos sonidos
Que no más pretendían
Siempre sobrevivir
Y no morir en la negra sorpresa.
El compás de la artillería
Presenta una cadencia inigualable
Y, sin embargo, deshonrada
Por una pérdida feroz
De grupos inocentes
Ocultos en refugios.
Ofrece la trinchera
Una imagen bucólica,
Atrayendo al hambriento pajarillo
Que acude a disputar por las migajas
Con las ratas que acuden a la zanja.
Siempre en el alba se produce
Este escenario de supervivencia.
En túneles de metro, soldados y civiles
Juegan en la penumbra sus partidas de cartas
Cotidianas y apuestan
La sonrisa que va
Desgastando el combate.
Todo el terreno se acostumbra,
Se adapta en el conflicto de la guerra
Que desvía, impertérrito, su mirada al afecto
Que ha de regir el mundo
En una comprensiva, correcta condición.
Eslóganes políticos y falsamente éticos
Generan esa inmensa sentina del dolor.
Algo inclasificable
Persigue que el dolor quede anulado
Por la costumbre de la guerra
Y se convierta en un
Tono risueño y acomodaticio.
La guerra ha pretendido tornar pálpitos,
Sentimientos en simples contornos sin latidos,
¿Para justificarse?,
¿Para dignificarse?
Cuerpos yertos, cadáveres
Poblando la calzada vergonzosa
Con la vida estancada
Agarrando la bolsa de la compra,
Asiendo los bastones,
Asidos al chupete y al peluche,
Agarrotados en los manillares
De alegres bicicletas.
Cuerpos yertos, cadáveres
Tristemente animados por un pope.

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