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ArpaEdna O´Brien, una desazón irlandesa 

Edna O´Brien, una desazón irlandesa 

Ilustración: EL-G + MJ AI

En algún momento de mi vida estoy en pub cualquiera en Sligo, voy a ir en ferry a la islita en el lago Gill donde Yeats imaginó su mágica Innisfree. Y veo en la televisión el atentado de Omagh, con muchos muertos. Y pienso en este país desgarrado, lleno de contradicciones. Y me acuerdo de Edna O´Brien. Me gusta esta mujer. Leí hace poco novelas suyas y libros de cuentos.  Me acuerdo de ese cuento en que va a ver a su madre al hospital y no pueden comunicarse. Y en cierto modo la odia y en cierto modo no puede soportarla. Pero la madre tuvo toda una vida de pasión una vez en el centro de Nueva York. Y nunca pudo decírselo del todo. 

O de ese otro cuento en que convierten a una mujer en una endemoniada, se rasgan las vestiduras, arman un escándalo apocalíptico, porque se acostó con un hombre. Le malogran toda su vida. Edna O´Brien siente rabia con Irlanda. Con la Irlanda católica rabiosamente dogmática y cerrada. 

Una mujer tan libre como ella, tan llena de vida, con una personalidad tan acusada… ¿Cómo podía respirar en ese ambiente de curas pueblerinos?

Tenía que recurrir a los dioses célticos, que fueron mucho más libres y más abiertos. Y también más poéticos. En Un lugar pagano se remite a ese bosque de pasión y de libertad donde se reunían los dioses celtas. Ese mismo lugar pagano que Arthur Machen, siguiendo la visión cristiana dogmática, convirtió en lugar de terror diabólico. Pero Edna es mucha Edna, que no le vengan con gilipolleces.

Y se escapó a la ciudad, como lugar de libertad, contra los pueblenirismos y las estrecheces ancestrales. Contra el mundo metido debajo de las sotanas de los curas y las letanías de las misas oscurantistas. La gente con la pachorra de siglos, que no quiere admitir nada. No, esa no es la Irlanda de Edna. Pero ella es Irlanda de otro modo. Es Irlanda porque está llena de vida, porque bebe cerveza en el pub y porque habla con desparpajo. 

En Las chicas de campo cuenta su infancia al lado de su mejor amiga. La amiga la llena de insultos y de humillaciones, pero la quiere y no puede vivir sin ella. Las dos son tal para cual. Aunque la amiga no quiera saber nada de la cultura y ella ya empieza a escribir textos. Pero en sus textos coge toda la fuerza desgarrada de la amiga, todo ese romper interiormente con todo, para vivir contra viento y marea. La novela adopta el punto de vista de su amiga. Y sin sentimentalismos está llena de sentimientos. Meten a las chicas en un internado, porque quieren escapar del aldeanismo de la aldea, pero el internado es todavía peor. Ella tiene una amistad secreta y apasionada con una monja, pero hasta eso está prohibido. Al final arman otro escándalo, qué fácil es escandalizar a los estrechos, y en una nota dicen que la madre superiora se acuesta con el cura. Las echan de allí espantadas. 

Y luego la historia sigue con Chicas felizmente casadas. Están casadas, se casaron para liberarse y ser en algún momento ellas mismas, pero el matrimonio es una mediocridad. Es una estrechez también, y un montón de mentiras. Hasta que la chica más espabilada le es infiel al marido paleto y éste arma la de Dios es Cristo, y la chica tiene que hacer la comedia del arrepentimiento metafísico, pero al final el hombre va llorando y acepta cualquier cosa con tal de que se salve su honor. Las miserias de la sociedad que siempre coartan la vida. Y Edna y sus personajes tienen tanta vida… El desparpajo y la expresividad con que hablan muestran toda la vida que hay en ellas. Y también la tragedia de que esa vida se pierda a pesar de todo, la melancolía, el fracaso de la vida, que se acaba convirtiendo en cualquier cosa. Edna tiene rabia y melancolía. Pero sobre todo tiene rabia, una rabia furiosa. Contra su Irlanda catolicona y tradicionalona, pero también contra el mundo entero vulgar y mentiroso, y al final lleva en la sangre su Irlanda palpitante. La misma que llevaba Franck McCourt en Las cenizas de Ángela cuando su padre lo levantaba todas las noches borracho y le hacía jurar que moriría por Irlanda. Y él se negó a morir durante muchos años, por Irlanda y por la vida, y acabó escribiendo una gran novela. 

Me apasionó Edna O Brien, me llenó de vida y de fuerza. Los cuentos de Objeto de amor tienen una rabia nostálgica y melancólica. Hablan de todo lo frustrado, de todo lo que fracasa después de prometer muchas cosas. No solo por la sociedad mediocre, también por lo mediocres que somos todos en muchos casos, o por la vida misma.  Hay vidas machacadas, hay vidas frustradas y anuladas. Pero después de ofrecerse con todo su hormigueo, que es lo que hace daño. Y Edna no se anda con gilipolleces ni con paños calientes, nos hace ver todo lo que asoma en la vida de verdad. Por eso resulta al final tan emocionante, tan melancólica. Su sensibilidad entra como la quemazón que nos suelta el aguardiente.

Pero en Un lugar pagano tal vez está su venganza, su vindicación. Allí la muchacha se acuesta con el cura y todos tienen que apandar con el hecho. Y cuenta todo sin miradas a los lados, sin suspiros vergonzosos. Cuenta cómo es la vida en el campo miserable, las palizas y las borracheras del padre, los prejuicios y el amor profundo de la madre, las extravagancias, los amores asomados. Y la huida al final hacia la ciudad y hacia el mundo. Pero allí queda ese bosque, ese lugar pagano, que un día fue toda Irlanda, que conserva los fuegos celtas y mágicos.  La ciudad puede ser la escapatoria, pero también está el bosque tupido al que los meapilas miran con temor, pero que Edna visita en secreto. Y allí suelta todo su desparpajo, el mismo que le hace hablar de la sexualidad de la mujer sin tapujos, incluso cuando era niña, y de todos sus deseos y sus rabias.  Porque Edna es una rabia nostálgica.

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