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Mientras tantoHumano, demasiado humano

Humano, demasiado humano


Hace poco, de charla con una amiga, recordamos la escena devastadora que casi finaliza A.I. de Steven Spielberg: David encuentra cientos de copias de él, muñeco niño, a punto de ser vendidas por todo el globo por la empresa del Dr. Hobby. El metraje es demoledor y muestra a esa inteligencia artificial como otro polichinela seriado: un número, lo que no quería ser el protagonista de El Prisionero, y que ante ese descubrimiento innegable de su “yo” como máscara opta por el suicidio: se tira a las gélidas aguas de tierra herrumbrosa. Película mucho más maliciosa de lo que se cree, mucho de Kubrick quedó en la obra conclusa, nos trae al siglo XXI la cuestión “¿Qué nos hace humanos?”.

Pienso, luego no existo

Quizá aprovechando este filme y otros del tiempo, la periodista Marta Peirano publicó a inicios de los 2000 una excelente recopilación de textos sobre el hombre y la máquina: estaban allí todos los tópicos de esta materia, los autómatas y el concepto del doble (Doppelgänger), que todavía arquean nuestra ceja en su lectura atenta. Me gustó mucho, de hecho, que Peirano incluyera a Freud con su seminal “Lo Siniestro” , en el cual incide en el malestar que provocan las figuras casi humanas:

“Si ahora pasamos revista a las personas y cosas, a las impresiones, sucesos y situaciones susceptibles de despertar en nosotros el sentimiento de lo siniestro con intensidad y nitidez singulares, será preciso que elijamos con acierto el primero de los ejemplos. E. Jentsch destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado», aduciendo con tal fin, la impresión que despiertan las figuras de cera, las muñecas «sabias» y los autómatas”.

Freud, luego, se refiere al cuento El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann donde se narran las aventuras y desventuras del estudiante Nathanaël y los autómatas que le conducen a una locura fatal. El descubrimiento del otro, del igual, parece llevar pareja una crisis existencial que siempre deviene en el fin de la cualquier cordura o, en el caso del robot – niño, la inmolación. Paremos: estamos ya  a punto de citar a Lacan, como cualquier argentino letraherido, y eso podría llevar el texto a las 1000 palabras.

Teme a los ojos

Antes de irnos, quitemos las pilas a estos temidos y fatales muñecos y recordemos una visión más amable de esa crisis existencial: Buzz Lightyear descubriendo en un anuncio de televisión que es solo un juguete. Pocos testimonios más tristes de una existencia falaz se han proyectado en el cine.

“Llamando a Buzz Lightyear, Llamando a Buzz Lightyear: esta es la comandancia estelar (…) El superhéroe más grande es ahora el juguete más grandioso…”

 

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