Dear Mark,
El calendario dice que, ahora que escribo, andamos en los primeros días de febrero. O sea que han pasado algo más de tres meses desde el anuncio en el que básicamente se dijo que Facebook Inc. ya no sería Facebook Inc., sino Meta, y que ese no es solo un nuevo nombre corporativo, sino una promesa: la de un mundo nuevo hecho de realidad virtual, aumentada e interconectado, en el que podremos interactuar entre nosotros, los humanos, y las marcas y corporaciones, ¿y los políticos, organizaciones de todo tipo e inteligencias algorítmicas?, y comprar, en tres dimensiones como en el mundo de a de veras, solo que más cool, por medio de avatares, como en la peli James Cameron.
También se dijo que a esos avatares los elegiremos a nuestro gusto, y que podremos comprarles cosas, a gusto, ni más faltaba, porque serán extensiones de nosotros. Y que a la realidad original o que ya existe le aumentaremos representaciones virtuales para que sea más amazing, gracias a unas gafas para realidad virtual y aumentada, y que podremos comprar y teletransportarnos como hologramas a lugares más chéveres, y vivir una second life o vida paralela, mejor digamos, en la que, además de vernos y movernos y gesticular y comunicarnos con el cuerpo en un entorno digital de 360 grados, y sentir texturas y cosas parecidas a las que ya sentimos pero a través de un guante, y pasarla bien y trabajar y aprender y jugar y estar, incluso solos, si así lo queremos, podremos comprar.
O sea que cuando se publique esta carta, tú y tu equipo seguirán diseñando eso que prometieron para un futuro no muy lejano de cinco o diez años y posiblemente ya se habrán calmado un poco las aguas más especulativas que informativas que levantó tu anuncio. Porque, seamos sinceros, ni siquiera tú, Mark, sabes bien cómo será tu versión del metaverso, aunque tengas más o menos claras ciertas piezas como dijiste en el video del 28 de octubre, y no obstante muchos, muchísimos, que, a diferencia de ti y otros pocos, no tienen forma de crearlo, se han dedicado a adivinar. Así que, como yo tampoco sé, te propongo algo: mejor hablemos de hechos.
Lo que tú llamas metaverso, y le dio un horizonte nuevo a la corporación que diriges, ya existe, y es producto de una máquina del tiempo. Porque la escritura es una máquina del tiempo, ¿lo sabías?: lo que ahora pienso y escribo, cuando tú lo leas, o sea en mi futuro (que para ti será presente), en verdad será algo del pasado: ¿qué tal? Una tecnología de un poco más de seis mil años nos permitió adelantarnos en el tiempo, y no solo eso. Con la oralidad se hizo la escritura y solo entonces pudimos organizar mejor, reproducir, preservar, movilizar y compartir no solo lenguaje, información y pensamiento, sino historias. Fue la narratividad, Mark, la que nos hizo. O nos hicimos con ella. Y mediante esa capacidad de contar y de contarnos, que prosperó con la escritura, de entender y entendernos, de proyectarnos, le damos sentido a la realidad.
Ese es el otro universo con el que convivimos, y está hecho por milenios de historias, ya sean de ficción o con pretensión de verdad, de civilización y cultura. De hecho, ahí apareció por primera vez el término metaverso (viene de metauniverso) que ahora te has propuesto hacer realidad, en una novela de ciencia ficción de los noventa en la que su autor, Neal Stephenson, imagina un ciberespacio inmersivo con usuarios que interactúan a través de avatares.
Además, si nos ponemos un poco frikis, ¿te acuerdas de Star Trek? No de la serie de 1966, sino la que se transmitió en 1987 y acabó en 1994, cuando tú tenías diez años, La nueva generación. Allí se estrenó la holocubierta, Mark, un cuarto en una nave intergaláctica en donde se recreaban, hologramas y una supercomputadora mediante, ambientes y personajes con los que interactuaban los protagonistas: es decir, en otra ficción. Varios personajes de Matrix vivían sin saberlo en una realidad informática antes de que los despertara el aguafiestas de Morfeo; Second life es del año 1 A.F. (antes de Facebook o 2003), y los jugadores, que allí se llaman residentes, forman parte de una comunidad también mediante avatares. A Pokémon Go tampoco le fue mal en 2016 con su videojuego de realidad aumentada para dispositivos móviles, y así podemos seguir varios párrafos. (Ah, y la teletransportación real o, mejor dicho, física es poco probable que con la tecnología que tenemos, y más allá del marketing de las plataformas, algún día exista. ¿Quién querría ser desintegrado voluntariamente, o sea dejar de existir, para que lo vuelvan a “armar” en otro sitio, ojalá siendo el mismo en cuerpo y mente?).
En Hamlet en la holocubierta, un libro de 1997 que la rompió entre los cerebritos que estudian la relación entre las narrativas y las tecnologías, Janet Murray dice sobre los autores del porvenir: “Un George Eliot, León Tólstoi o William Shakespeare del futuro será capaz de crear mundos calidoscopios de deslumbrante variedad, que muestren la coherencia y visión comprensiva que asociamos a la gran literatura”. Y no es menos optimista con su visión de los cibernautas o usuarios: “El público del futuro entenderá que la visión de un autor se puede experimentar simplemente actuando dentro de su mundo de inmersión y manipulando los materiales que el autor ha preparado, en lugar de limitarse a leer o ver la obra”. ¿Has pensado también en eso, Mark?
No te preguntaré cómo ayudará tu versión del metaverso a las narrativas, porque los contadores de historias siempre se las han arreglado para encontrar caminos y, quién sabe, ojalá sea como dice Murray y la holocubierta sirva para la creación de historias que solo podrán ser contadas en universos como el que esperas crear, pero, ya en serio, además de ofrecer una herramienta más o menos novedosa, ¿no sería bueno buscar la manera de promover narrativas que merezcan la pena? Y con eso de que valgan la pena creo que muchos no somos exquisitos. ¿Has visto que en Facebook lo que más hay son memes y que tantísimas personas ya lo usan solo para perder el tiempo? Y me gustan los memes, ojo con eso, pero cuál es el valor social de una plataforma saturada de chistes, a veces prejuiciosos, discriminatorios o que ahondan en estigmas y lugares comunes. Ah, y de publicidad. Y las fake news, Mark, no nos olvidemos de las fake news y la desinformación que sabemos que más que “solo” noticias hechas con mentiras son campañas creadas y pagadas por quien tenga el interés y la plata para pagarlas, para manipular, pongamos, a una sociedad. De eso también son capaces las narrativas.
Cuando anunciaste el metaverso, además, repetiste que el objetivo de Facebook, o sea de Instagram, WhatsApp, Messenger y Facebook, no cambiará ahora que se llama Meta: “conectar personas”, y que los usuarios seguiremos siendo el centro de sus acciones. Y suena bien, no te voy a mentir. Pero sabemos que Meta es una organización con fines de lucro, y no está mal tener fines de lucro, no me malentiendas, solo que no hay que olvidar cómo funciona el negocio.
Vamos a ver: ¿quién paga realmente la factura, más las ganancias del caso, de lo que cuesta mantener y desarrollar las plataformas de Meta? Si dices que la publicidad, la mercancía somos nosotros, Mark, los usuarios, y lo que venden en verdad es nuestra atención, un modelo parecido al modo en que se financia buena parte de los programas de televisión abierta y algunos medios. Y si dices wait, wait, wait, man, hay que matizar: a cambio de la plataforma más usada por la humanidad, y que tienen a disposición sin pagar un dólar, ustedes se aguantan un poco de publicidad y así estamos a mano. Entonces el trato parecería más justo, solo que estaríamos obviando que las plataformas además procesan los datos que obtienen de nuestras acciones y los usan para tener más de nuestra atención o, como se dice ahora, para mantenernos pegados a las pantallas, y vendernos cosas e ideas.
Hay casos en los que, procesos judiciales mediante, incluso se ha comprobado la compraventa de los datos de millones de usuarios a terceros, para, por ejemplo, posicionar campañas o mensajes políticos. Cambridge Analytica, Mark. O sea que, bueno, sí somos el centro de sus acciones, pero quizá lo que más les interesa no sea conectar personas.
Te confieso que cuando supe del metaverso lo primero que pensé en escribirte fue “te falta calle, Mark”, y de hecho estuve tentado a titular así esta carta. Porque, tú sabes, ¿qué es eso de querer vivir el mundo desde casa, a través de unas gafas, un guante o cualquier otro aparato? Además, ¿has visto lo que ha hecho el encierro y el distanciamiento físico en las personas, no sé, por decir algo, en la pandemia? Luego, como te decía, desistí, no tanto porque realmente no te conozco y, para ser honesto, tampoco pienso seguir la imagen que proyectas en tus redes digitales, sino por algunos chicos y chicas que andan en los veintes y me ayudaron a ver lo evidente: “Facebook ya no, profe”, “sí, tengo, pero más por costumbre, ya casi nunca lo uso”, “se convirtió en el Hotmail”. Y para ellos, claro, está Instagram, qué bobo yo. Pero las personas que aún son activas en Facebook, y que son muchas, ah, tampoco hay que mentir, no se hacen más jóvenes, así que antes de que la plataforma social más popular deje de serlo había que salir con algo nuevo. Es decir, el metaverso.
Y el metaverso, si hay quien se toma la molestia de invertir unos tantos miles de millones de dólares y esfuerzos en hacerlo, es más que nada un mercado nuevo, en el que además podremos hacer transacciones por cosas inmateriales o, más claro, comprar lo que existe solo en esa realidad. ¿O me equivoco? En la presentación hablaste varias veces de ese y otro tipo de compras, Mark. Y las reglas, ¿quién pondrá las reglas en ese mercado? ¿Se regulará “solo”? ¿Qué pasará en tu versión del metaverso con nuestra privacidad y nuestros datos y nuestros derechos digitales? Por eso otras corporaciones que también venían trabajando en sus metaversos, digamos Microsoft, Google, Apple, Nvidia y demás, ahora están más apuradas, ¿verdad? O sea, nada de monopolios, eh, Mark.
No creo que haya dudas sobre el poder económico y la capacidad tecnológica de Meta para crear el metaverso, de eso no debes preocuparte. Aunque, ya poniéndonos técnicos, esos mundos tridimensionales que habitaremos con unas gafas y en algo sentiremos posiblemente gracias a un guante perderían encanto si, pongamos, se cuelga una imagen o la velocidad de transmisión de datos vía internet no ayuda a que la interacción ocurra en tiempo real, ¿cierto?, así que hablamos de una tecnología en desarrollo que depende de otra que aún no todos tenemos, en este caso el 5G.
Sobre tu argumento ecológico respecto a lo que implicaría “viajar” sin salir de casa no diré mucho, porque, vamos Mark, tampoco te pases, sabemos sobre los costos ambientales de la producción energética y las emisiones de carbono por el uso de tecnologías informáticas que, ya en 2014, cuando ni pensábamos en la pandemia ni el crecimiento brutal de la cultura digital que vino adjunto, andaban cerquita de las que produce la industria de la aviación. O sea: “movilizarnos” a otros mundos desde casa no es que nos saldrá ambientalmente más barato que volar.
Lo que sí me puso a pensar el otro día, te cuento, fue una entrevista en la que un escritor de novelas y guiones de ciencia ficción se preguntaba cosas como: más allá de que estemos aún bastante lejos de poder olvidarnos de nuestros cuerpos y elegir vivir una existencia virtual, como a algunos les preocupa, “¿realmente queremos eso?”. Es decir, no podemos negar nuestra condición de seres físicos ni la del universo, decía Richard Morgan, y, en lugar de hacerle frente a eso, aspirar a vivir en mundos virtuales, en los que podremos poner las reglas y controlarlo todo, “a un nivel muy básico, creo que es cobardía”, sin contar con las implicaciones sociales de olvidarnos de la realidad.
Pero desentendernos más de la realidad no es algo que debería preocuparnos, ¿verdad? De hecho, tú ya habías dicho antes que la idea del metaverso no es que pasemos más tiempo en las plataformas sociales, no, no, no, nada que ver, ¿no es cierto, Mark?, sino que aprovechemos mejor el mismo tiempo que ya pasamos. ¿Cuánto tiempo pasas tú en las plataformas sociales, Mark? ¿Te has preguntado por los efectos en la salud y la sociedad de la sobreexposición a las tecnologías inmersivas y de realidad aumentada? ¿Cuánto tiempo permitirás que tus hijas, las niñas que mencionaste en la presentación del 28 de octubre, dediquen a ese mundo nuevo cuando ya tengan edad?
Como te decía al principio, te escribo esta carta desde el pasado porque, a diferencia de otros, tú y la corporación que diriges no están para adivinar, y tienen el poder para hacer de eso que aún no existe algo mejor, y de mejorar las plataformas que ya tenemos.
Es tuya, y nuestra, esa responsabilidad.
Respetuosamente,
Un usuario.
Este texto se publicó originalmente en la revista Mundo Diners, de Ecuador.