Cuando se cumplen ochenta años de la publicación de El extranjero y el mundo se solivianta por todas partes, cuando nos hemos olvidado de salvarnos, se hace más urgente que nunca volver a leer a Camus.
No es casualidad que su obra siga estando vigente. Esta semana he visitado por enésima vez Le premier homme. Leo a Camus como quien espera a un padre. Todos buscamos a alguien que señale el camino, que repruebe o que elogie, alguien que hable desde la autoridad y no el poder.
No es casualidad, entonces, que muchos volvamos a su obra en tiempos de guerra. Su compromiso y perspectiva analítica, que a veces roza la filosofía, nos hacen poder proyectar sus textos en el presente: la justicia social, la libertad individual, el absurdo, las derivas totalitarias del postcomunismo que viene del este, o los peligros de la ultraderecha que ha anidado en lo más profundo de nuestras instituciones europeas.
El siglo XXI llega con distintos retos, nuevas olas se forman y propagan con un espíritu de revuelta y caos, pero el germen y la respuesta ya se encuentran en los cimientos de la obra de Camus, ahí podemos reconocer y apreciar toda su fuerza, por mucho que hayan pasado ochenta años. Camus parece cartografiar nuestro presente, dirigirse al lector de hoy sin tapujos, advirtiendo que no es un buen negocio “reemplazar los hechos por los propios deseos”. Quizá el nuevo periodismo que nos alimenta, Twitter y las distintas plataformas digitales, deberían volver a beber de estas fuentes que nunca miraron por encima del hombro ni dieron consejos desde el privilegio. A lo mejor habría que volver a Camus sin querer buscar solo una mirada “romántica”, porque no nos engañemos sobre el carácter de su legado: sigue siendo sólido y estando vigente.
Inmensa es nuestra deuda, con su obra, con aquellas columnas en Combat, sus personajes y la rebeldía que desprenden. Hoy en día todavía podemos apreciar el barro y la furia en su prosa, la presencia constante de esos terrenos de fútbol improvisados en cualquier barrio humilde de Argelia. Campos pobres y justos que, por fortuna, nada tienen que ver con la desgracia de Qatar. Ciertamente que en unas y otros, a pesar de todo este tiempo que nos separa, cada vez que son visitados nos arrastran lejos de este ruido contemporáneo que todo puede. Dejo aquí las primeras líneas del libro en el que trabajaba Camus justo antes de su muerte, paseo luminoso por un Mediterráneo con sabor franco-español que comienza en tierra desconocida. Un itinerario que nace de madre menorquina y padre alsaciano. El manuscrito fue hallado en enero de 1960, pero nos puede ayudar a entender nuestro viejo mundo. Un viaje donde siempre triunfa la literatura y se asienta la duda. No podía ser de otra forma.
“En lo alto, sobre la carreta que rodaba por un camino pedregoso, unas nubes grandes y espesas corrían hacia el este, en el crepúsculo. Tres días antes, se habían hinchado sobre el Atlántico, habían esperado el viento del oeste y se habían puesto en marcha, primero lentamente y después cada vez más rápido, habían sobrevolado las aguas fosforescentes del otoño encaminándose directamente hacia el continente, deshilachándose en las crestas marroquíes, rehaciendo sus rebaños en las altas mesetas de Argelia, y ahora, al acercarse a la frontera tunecina, trataban de llegar al mar Tirreno para perderse en él”.
Albert Camus, El primer hombre, Tusquets, Barcelona, 1997.