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AcordeónSer comadrona en Guatemala no está bien visto

Ser comadrona en Guatemala no está bien visto

“La partera me lavó, me purificó implorando a Chalchiuhtlice –madre y hermana de los dioses– y en esa misma ceremonia me llamaron Itzá, gota de rocío”
Gioconda Belli, La mujer habitada

 

Un viaje de 85 kilómetros en Guatemala da para mucho. Ver increíbles paisajes, soportar el peso de la niebla más densa que puedas imaginar en una carretera (la zona se llama, acertadamente, Alaska), sortear algún deslave, comprar todo tipo de frutas y, lo más importante, para que la mujer con la que compartes asiento llegue a confiar en ti.

Después de cuatro horas de viaje en un microbús llegamos a Panajachel, una ciudad a la orilla del lago Atitlán. El lugar era perfecto, el paisaje idílico: tres volcanes rodeando un lago con agua color azul oscuro, pequeños pueblos de colores salpicando el verde de las montañas, un lugar de ensueño. Sin embargo, la historia que contaba Dilia Nooj[1]  era todo lo contrario, una pesadilla a la que nadie querría enfrentarse pero que sufren todos los días mujeres como ella.

Embarcadero de Panajachel y volcán San Pedro

En Guatemala existen más de 25 formas de llamar a las comadronas, una en cada una de los idiomas que se hablan en el país: Iloneel Tuuj, Sik’om Unin, Xu`yum/xi`iyum, Xi`iyom, Ajk`ojb`/ Irna`k/ Ajk`ot Na`k, Ik`um el unin/ Si`m`unin, Ixnana`chich o nanachi`, Loq`ol nitxa`/k`uyintxa`, Ilom Yax`ix, K`exelom/ Iyom/Rati`t ak`wal, Iyom, Yoq`il/ B`etx`lon, Ix Paatz`, Ahk`ulul Xilu, Ilool/ Ajilool/ Ajloq`ool/loq`ol ha`lak`un/ Molol ha`lak`un/ K`ulul ha`lak`un, Sik`om Unin, Aj xokol k`uula`al, Ajtuuj, Ajkuun, Yoq`ol, Iiyoom, Iyoom, Agüdahatu, Müyalhatahana, comadrona… Sin embargo, al igual que las lenguas de los pueblos originarios, están en peligro de extinción y luchan por ser reconocidas, respetadas y volver a ocupar el espacio que un día tuvieron (y que todavía mantienen en las comunidades rurales).

“Una como comadrona trabaja con amor y cariño hacia las mujeres. Nosotras dejamos elegir a la señora cómo va a tener a su bebé: hincada, acostada…”, cuenta Dilia, partera en el sur de Guatemala.

El papel de las comadronas es esencial y va mucho más allá de atender en los partos. Son guías vitales para las mujeres. Enseñan a alimentar a las niñas y niños, educan a las familias y, no en pocas ocasiones, son el primer apoyo que encuentran las mujeres víctimas de violencia de género. Además, brindan asesoramiento e información sobre planificación familiar en las comunidades a jóvenes y adolescentes. Una actividad esencial en un país en el que ser niña y madre se ha normalizado. Solo entre enero y febrero de 2022, 19.024 niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años dieron a luz en todo el territorio, según recoge el Observatorio de Salud Reproductiva de Guatemala (OSAR).

Las comadronas guatemaltecas se enfrentan a un rechazo sistemático por parte de las autoridades gubernamentales, el sistema sanitario y, en muchas ocasiones, por la población general. Son muchas las que denuncian no haber podido entrar a los hospitales a acompañar a sus pacientes cuando estaban dando a luz.

“Una vez llegué a chequear a una mujer que ya estaba a punto de dar a luz. Yo no era su comadrona, pero cuando llegué vi que la bebé estaba atravesada y la sacamos de inmediato al hospital”, relata Dilia. “Llegando al hospital nos preguntaron si veníamos de Comitancillo porque veníamos de corte[2] y les dije que no, pero las enfermeras comenzaron a atacarnos diciendo que las mujeres en Comitancillo llevan el corte y que no pueden quitárselo para tener al bebé. Les dije que tenían que atendernos rápido porque si no la bebé iba a morir y nos mandaron a San Marcos para hacerle una cesárea. Allí si nos atendieron enseguida, pero hay discriminación por cómo íbamos vestidas. De qué pueblo veníamos, de dónde éramos… Esté con traje, pantalón, bata o lo que sea tienen que atender”.

Mujeres con el traje tradicional a la salida de misa en San Andrés Xecul

Dilia, como todas sus compañeras, se enfrentan a una triple discriminación por ser mujeres, indígenas y rurales. Pero casi todas ellas llevan años participando en formaciones, cuentan con su carnet de comadronas y están reconocidas por el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS). Sin embargo, son juzgadas y discriminadas, algo que pone en riesgo la vida de muchas madres y sus hijos e hijas que están por nacer y que atenta contra los derechos de las mujeres y el derecho a un parto respetado y seguro.

Tienen un papel muy importante en la lucha contra la mortalidad materna, y es que Guatemala es el país con la tasa de mortalidad más alta de la región. De cada 100.000 mujeres, 115 fallecen, frente a las 87 del promedio regional. Una cifra que ha aumentado a raíz de la pandemia y en la que se refleja el peligro que supone ser indígena en el país. De todas estas muertes, el 53% son mujeres mayas frente al 28% de mujeres ladinas[3] y un 29% sin registro conocido.

Para muchas mujeres, especialmente del ámbito rural, dar a luz con una comadrona es la única opción. El difícil acceso a los hospitales, tanto por lejanía como por el rechazo que sufren desde los propios centros y la discriminación que sufren una vez llegan a ellos, los precios que cobran por atender los partos en los centros privados y las malas experiencias y condiciones de los hospitales públicos, hacen que las parteras sean fundamentales para las comunidades.

“Las mujeres que han tenido a sus hijos en la comunidad es porque tienen vergüenza de los médicos. Ahí las dejan muy mal, hay veces que las dejan lastimadas, las amarran y prefieren la comunidad. Las mujeres te cuentan cuando van al hospital –tantas personas pasaron a tocarme y eso me duele. En casa no trasteamos sus partes, no les metemos mano, solo nace el bebé, expulsa la placenta, la fajamos, la sobamos y la bañamos”, cuenta Dilia con el orgullo de saber que cuenta con decenas de buenas experiencias a sus espaldas, “gracias a Dios, todo me sale bien”.

Otra de las principales razones por las que las mujeres eligen a las comadronas es el alto coste que tiene dar a luz en un centro sanitario. Y es que, como siempre, aquellas personas con un poder adquisitivo alto tienen más derechos. Un parto en un hospital privado y con seguro personal cuesta entre 8 y 15 mil quetzales [ocho mil quetzales equivale a 950 euros]. Una cantidad muy lejana de los ingresos medios mensuales en las zonas rurales que se sitúan en 1.724 quetzales según los resultados del Instituto Nacional de Estadística (INE) de Guatemala y las encuestas presentadas en febrero de 2022. La sanidad pública tampoco es la mejor opción.

Tal y como explica Dilia, “en la comunidad se les cobra 300 quetzales, por chequearlas, el momento de dar a luz, los baños de zacate, las manzanillas… Si tienes el IGSS (Instituto Guatemalteco de Seguridad Social), que se paga mensual, tienes derecho a ir ahí a tener al bebé, pero la experiencia es tan mala que no quieren, nada más estás pagando, pero no tienen materiales, no tienen pastillas, jarabe…”.

 

Un don transmitido de generación en generación 

Muchas mujeres deciden formarse como parteras porque son madres y han tenido a sus hijos con la ayuda de una comadrona. “Yo a mis cuatro hijos los tuve en la casa con comadrona. Cada una atiende de una forma diferente. Tuve cuatro varones y no fui al hospital, y ahora estoy aprendiendo a ser comadrona porque he tenido esa experiencia de ser madre y me gustaría ayudar a otras mujeres”, señala María, otra de las compañeras que viajaban en el bus hacia el lago.

Pero para Dilia, ser comadrona estaba escrito desde que nació. “Yo lo soñaba, acompañaba a mi mamá a atender partos y yo también quería. Gracias a Dios, el don me venía de familia. Mi madrecita fue comadrona, mi abuela también. Cuando tuve a mi última hija, mi comadrona no estaba en ese momento. Me dijo que faltaban cuatro días y se fue a atender otro parto, pero yo sabía que venía ya. Me hinqué a la cama y ahí la tuve. Ahí fue cuando dije, es una necesidad urgente, tengo que aprender a atender partos para mi comunidad. Yo me formé y como traía ese don, no me costó nada. He atendido muchos partos y gracias a Dios todos han salido bien”.

“Llevo 25 años siendo comadrona, estoy declarada y reconocida por el ministerio de salud y tengo mi sello y mi carnet. Una de mis hijas también tenía el don, no todas lo traemos. Te puedes capacitar, pero no tener la vocación, tener miedo, no hacerlo de corazón, pero mi madrecita fue comadrona, mi abuela igual y yo traje ese don”.

Aún así, en muchas ocasiones no son reconocidas como profesionales de la salud. “Hay veces que te discriminan y te dicen que dónde está tu título”, denuncia. Y es que, muchas de las comadronas rurales, especialmente las más mayores, no saben leer ni escribir, pero tienen años de experiencia y saberes ancestrales. “Han levantado a cientos de niños, quizás no pueda escribir, pero puede aportar, tiene el conocimiento. Hay mucha gente que por tener un cartón ya se creen superiores. A nosotras eso siempre nos ha afectado mucho. Se aprovechan de uno, pero, aunque seas de campo, el conocimiento ya lo traes,” señala enfadada.

“Estamos luchando por nuestro espacio, para que no se nos discrimine”, cuenta Dilia. “Ni a las mujeres, ni a las ancianas. Siempre somos discriminadas, pero poco a poco tiene que acabar porque si no, uno no puede ayudar”, recalca Dilia.

“Yo acompaño casos de violencia de género, aunque no soy abogada, pero llevo 26 años acompañando a mujeres, desde que pasé a ser sobreviviente”, explica. “Yo sufrí toda esta violencia y me quedé con cinco hijos, pero aprendí a ser mejor y a apoyar a las demás cuando lo necesitan”, destaca mientras se escapan algunas lágrimas que esconde rápidamente comiendo un poco de tamal. Para Dilia, apoyar a la comunidad y a las mujeres es una forma de vida y ha sido galardonada a nivel departamental con distintos reconocimientos a lo largo de los últimos años.

 

El buen vivir maya y la religión cristiana

La religión y la espiritualidad en Guatemala tiene un papel fundamental independientemente del culto que se profese. Las personas religiosas llevan a cabo distintos rituales típicamente cristianos que se han fusionado con las tradiciones de la religión maya.

Para los pueblos indígenas, la relación entre el ser humano y la naturaleza es lo que determina la salud del individuo. Está relacionada por tanto con las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales, así como con el estado de ánimo, la espiritualidad, la mente y el cuerpo. Un todo que determina el correcto avance de la persona en su día a día y que ha quedado recogido en las religiones cristianas.

Altar maya en San Andrés Xecul
Altar maya en San Andrés Xecul

“Yo soy evangélica y lo que hago es orar a Dios. Cuando hay una emergencia, saco a la mujer al hospital, no hay que esperar. Yo solo le pido a Dios que me ayude y les digo a las mujeres que recen, cada quién con su credo. Lo que a mí me toca es hacer mi trabajo. Nosotras hacemos los baños de zacates y los mayas hacen el temazcal, cada uno tiene su costumbre y su tradición”.

Este intercambio que se ha producido entre las religiones y tradiciones mayas y las cristianas es un claro ejemplo de que puntos opuestos pueden coexistir y retroalimentarse. De igual manera, pueden y deben hacerlo los saberes ancestrales y la medicina occidental.

El sistema de salud que las rechaza y discrimina es el mismo que no está disponible en determinados lugares. Es el que no proporciona las condiciones adecuadas para el parto respetado de las mujeres, el que no tiene materiales y medicinas suficientes para todas, el que ante la saturación de pacientes y escasos profesionales disponibles no puede atender de forma adecuada a las personas.

Esta falta de comunicación entre el sistema de salud y las comadronas, junto a los escasos recursos e inversión, es lo que impide que haya un trabajo en equipo en el que se tejan alianzas y redes de apoyo que ayuden a respetar los derechos de las mujeres y en última instancia, a rebajar al máximo la muerte materna e infantil.

Es preciso que mejore la comunicación entre lo tradicional y lo moderno, entre los conocimientos tradicionales y los de la medicina moderna, respetando aquello aprendido por la práctica y contando con las medicinas y equipos más modernos y seguros. Solo es necesario escuchar. Las ganas de hablar y de denunciar existen, las mujeres dispuestas a hacerlo también. Únicamente queda encontrar a gente dispuesta a escuchar.

 

Notas:

[1] El nombre se ha modificado para preservar la seguridad y privacidad de la entrevistada, quien también es promotora y defensora de derechos de las mujeres, figuras que a menudo se enfrentan a la criminalización y rechazo desde las propias comunidades.
[2] Ir de corte se refiere a vestir el traje tradicional guatemalteco, formado por un corte de tela que hace de falda, el huipil tradicional (que es una camisa de manga corta bordada) y la faja que sujeta el corte. Es común que las mujeres indígenas vistan con los trajes tradicionales en su día a día.
[3] El término ladino tiene sus orígenes en la conquista española. Según algunos académicos, en sus inicios, la palabra se usaba para designar a todas las personas que no fueran españolas, criollas o indígenas. Actualmente se utiliza para hablar de las personas mestizas.

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