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Acordeón¿Qué hacer?El sinsentido del sinsentido

El sinsentido del sinsentido

Sostiene John Gray, uno de los pensadores europeos reputados en la actualidad, que uno de los presupuestos del pensamiento científico occidental es el no asumir que el cosmos o el universo obedece a un propósito o responde a una intención. Si interpreto bien, lo que el autor quiere decir con esto no es forzosamente que el mundo carezca de propósito, sino que para el conocimiento científico, interesado en desentrañar las causas y los efectos de los fenómenos, el tema es irrelevante o resulta fuera de lugar.

Este presupuesto da la medida de la grandeza y la miseria del pensamiento científico occidental, pues ocuparse de las causas y los efectos de las cosas es magnífico, pero limitarnos a ello, una absurda y arbitraria restricción. En efecto, desde ese punto de vista los animales humanos somos apenas “una máquina complicada de hacer mierda”, en palabras del gran poeta guatemalteco-mexicano Luis Cardoza y Aragón, y aunque en efecto seamos una complicada máquina de hacer mierda, somos también mucho más que eso, según mi propia experiencia y según lo testimonian los vestigios artísticos, religiosos, tecnológicos y científicos de quienes nos han precedido en el tiempo.

Si el pensamiento científico es el terreno de los cómos y de los porqués –cómo y por qué ocurren los fenómenos–, podría decirse que el campo de la Filosofía es el de los para qués, es decir, el de los propósitos y el sentido.

El propósito y el sentido –no solo de la vida humana, sino del cosmos en el cual esta se inscribe–, es uno de los pocos asuntos que desde mi punto de vista merecen la pena ser discutidos, pero es imposible abordarlo desde un punto de vista exclusivamente racional. Mejor dicho, es posible hacerlo así, pero de esa forma nunca obtendremos una respuesta satisfactoria y definitiva. Para los teístas resulta sencillo afirmar que el mundo obedece a la intención o el propósito de la divinidad (de materializarse, según unas versiones, o de obsequiarnos la existencia, según otras), pero para aquellos que nos balanceamos en la duda, el asunto se presenta más problemático.

Por otro lado, hay que decir también que, aunque el asunto no pueda dirimirse en términos estrictamente racionales, ello no significa que del todo no pueda dirimirse, pues los seres humanos somos mucho más (o mucho menos) que seres racionales. La mutilación operada sobre el animal humano por el pensamiento occidental moderno y las ciencias que de él se nutren y derivan es precisamente esa: pretender que somos únicamente animales racionales, o que en la razón reside nuestro único valor o nuestra característica distintiva.

Ignoro si lo que quiero expresar puede traducirse a otras lenguas, y me pregunto si la proximidad fonética y semántica entre sentido –la dirección o el curso de un suceso o acontecimiento– y sentido –aquello que sentimos en nuestro fuero interno– es una mera casualidad, pero de ser este el caso, habrá que considerarla una coincidencia afortunada.

En efecto, el sentido es algo que debe ser sentido, más que pensado, o que en todo caso puede ser pensado, pero cuya respuesta escapa a lo estrictamente racional e involucra a la totalidad del animal humano, incluyendo sus experiencias pasadas, sus deseos, sus expectativas, sus sospechas, sus anhelos, sus terrores y sus sueños.

¿Acaso el hecho de que las respuestas que podemos darle a esta pregunta no son unívocas ni pueden demostrarse según las reglas de la lógica o del método científico las privan de todo valor?

La del propósito o el sentido de la vida humana es una pregunta cuya respuesta nace del corazón, del co-razón, no exclusivamente del pensamiento racional, y no por ello carece de importancia ni puede ignorarse. Hacer esto es, a mi juicio, una prueba más de la terrible mutilación del animal humano operada por el unilateralismo del pensamiento occidental, cuyas consecuencias sufrimos en todos los campos de la vida.

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