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Mientras tantoÉlite periodística. Recordando al Hotel Florida

Élite periodística. Recordando al Hotel Florida


Postal del hotel Florida

Con mis buenos amigos Agustín Porras y Lila Chaves asisto este martes, aquí en Madrid, a la segunda sesión -‘Ucrania, Putin y la prensa’- de la V edición de Hotel Florida en el gran salón de la cuarta planta de El Corte Inglés de Callao, precisamente donde el edificio del mítico hotel Florida se mantuvo hasta que, construido entre 1922 y 1924 por el arquitecto Antonio Palacios, fue demolido en 1964 para erigir Galerías Preciados, justamente donde ahora está El Corte Inglés.

El hotel era un lujoso establecimiento con su fachada recubierta de mármol. Sus 200 habitaciones disponían de baño propio, una atractiva novedad para la época. Alcanzó una notable notoriedad en la Guerra Civil Española, siendo la residencia de los reporteros de guerra. Allí estuvieron los enviados de Pravda, de Daily Telegraph, de The New York Times. Y allí también se alojó Hemingway con su mujer Martha Gellhorn. John Dos Passos inmortalizó el hotel en su artículo «Habitación con baño en el hotel Florida», escribiéndolo durante una fragorosa mañana de intensos bombardeos. En la contienda, el edificio fue tocado, en ese Madrid en que el ejército rebelde incordiaba a las mismas puertas de la ciudad, por varias decenas de proyectiles.

Cuando Galerías Preciados, almacén en el que al parecer estaba involucrada doña Carmen Polo de Franco, se alzó sustituyendo al hotel Florida, al Régimen le vino muy bien hacer desaparecer ese establecimiento de recuerdos tan puramente republicanos.

Pero todo el público que el martes ocupaba por completo todos los asientos de la Sala de Ámbito Cultural de El Corte Inglés estaba instalado a la perfección en un prestigioso éter que antaño fue el destacado hotel, al que en las diversas ediciones de Hotel Florida, los organizadores (especialmente Carlos García de Santa Cecilia, de la selecta plantilla directiva de la revista Frontera Digital, dirigida por el renombrado periodista Alfonso Armada, que hasta hace poco ostentaba el cargo de presidente de la seccion española de Reporteros Sin Fronteras) rinden un entusiasta homenaje. Estas jornadas aúnan adecuadamente el periodismo y la literatura. Mañana concluyen.

Entre el numeroso público, y en primera fila, se sentaba Rosa María Calaf, quien en la primera sesión de Hotel Florida, el día anterior, intervino junto a Ana Pastor en un debate sobre mujeres corresponsales de guerra, donde se conmemoró merecidamente a Sofía Casanova (A Coruña, 1861-Poznan, Polonia, 1958), la primera española, fue también novelista y dramaturga, que se dedicó a este oficio, asistiendo a cubrir la información de la lucha de las sufragistas en Inglaterra, la formación del Partido Bolchevique en la Rusia de los zares o la furibunda represión de los judíos por los nazis en el gueto de Varsovia, llegando a entrevistar a Trotski en 1917, humeante todavía el momento de la revolución.

Alfonso Armada

En esta ocasión, en el estrado se situaban María Senovilla (periodista y fotógrafa freelance en Ucrania, habiendo sido corresponsal de guerra en Afganistán), Luis de Vega (El País), Óscar Mijallo (TVE) y Marc Marginedas, un copioso reportero que fue secuestrado por yihadistas en la guerra civil siria desde septiembre de 2013 hasta marzo de 2014. En una gran pantalla, María Eulate, desde Ucrania, llevando la corresponsalía de Radio Nacional. A todos estos «plumillas» -así se llaman entre sí- presentó Alfonso Armada, detallando sustancialmente el currículo de cada uno con la oportuna precisión que la audiencia anhela.

El diálogo y la información fueron densos y sumamente ilustrativos. Armada iba dando el justo pie a los interlocutores, quienes declaraban, con nítida sustancia, muchas afirmaciones que los asistentes recibíamos sorprendidos la mayor parte de las veces. Todos los periodistas decían que los ucranianos sabían de sobra que iban a ser invadidos desde bastante tiempo antes del 24 de febrero del año pasado. Rusia rumiaba con insistencia, de manera constante, la idea de ocupar las regiones del este, conformar un gobierno títere en Kiev, mientras que el occidente de Ucrania (la antigua Galitzia, etc.) fuese más o menos a su aire. Nos desvelaron, además, la sorpresa de que, aunque pudiera parecer paradójico, los índices económicos ucranianos habían crecido durante este presente bélico gracias, obviamente, al apoyo europeo. Se aludió asimismo, y la corresponsal radiofónica lo desgranó pormenorizadamente, a la purga de esos altos cargos corruptos que Zelenski acometió. Mijallo aconsejó a los corresponsales que, como los buenos médicos, impusiesen distancia en su trabajo, pues es duro entablar amistad con los habitantes para, acto seguido, poderlos ver muertos debajo de una manta.

Ahora mismo en Ucrania hay 12.000 periodistas cubriendo los sucesos, mientras que en el lado ruso los pocos informadores sólo trabajan tras un estricto parapeto militar. Alguno desveló testimonios desoladores habituales, como el rechazo a tragar la carne o el pescado tras acabar de recorrer zonas aspirando el olor de los cadáveres, o no poder dormir estando tan reciente la contemplación de una tremenda visión «dantesca». Se comentó también, con profusión, la relevancia de los medios tecnológicos en esta guerra, aseverándose  por la tan directa experiencia de los reporteros que, a diferencia de otros conflictos, en la guerra de Ucrania hay internet hasta casi los mismos frentes. En fin, satisfechos pudimos oír tan rico confidencial análisis enteramente suculento. Al final, organizado con pericia por Alfonso Armada, pudo el público participar con mucha holgura en el debate; y como, a su vez, se retransmitió por streaming, entró también alguna otra pregunta desde la distancia.

A mi lado estaba sentada una joven muy rubia de bello rostro. Cuando en la sesión se pasaron sendas colecciones de fotos, reflejando con agudeza el desastre, de Luis de Vega y María Senovilla, la chica intentaba detener las lágrimas que se deslizaban bajo sus párpados producidas por las estremecedoras imágenes. Su torso iba cubierto por un jersey amarillo, faltándole un chaleco, una capita o un chal de color azul. Le pregunté: «¿Eres ucraniana?»  Naturalmente ella asintió.

Por fin decir que el acto resultó magnífico, maravillosamente secuenciado, muy provechoso. Cosas así compensan con creces la probable desazón social, colectiva; o el muy posible malestar personal que discurra en el interior de cada uno.

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