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Mientras tantoAfirmación de la poesía a partir de un poema de Dulce Guerreiro

Afirmación de la poesía a partir de un poema de Dulce Guerreiro


Monumento funerario en el Cementerio de los Placeres de Lisboa

La poeta portuguesa Dulce Guerreiro nos brinda en su poema “In Memoriam” uno de los modelos más sugestivos de la configuración poética. La faz global más llamativa del poema es su tema; así comienza: “No me atrevo a entrar en la privacidad de la muerte, pero sí en los jardines / donde los seres se adormecen inmóviles e inquebrantables en su leal / imitación de estatuas.” (Las citas del poema son traducciones mías).  Hablando de los muertos, en todo el texto, les concede una nueva vida, asida a la naturaleza y al colorismo de un nuevo mundo (“Sabemos que los muertos amados se convierten en islas / que se alejan y enfrían extraordinariamente. Sus gargantas / son lugares yermos, glaciales, donde tal vez todavía florezcan / margaritas en pútrida espuma verde. //  En los días del amor concreto seréis criaturas como árboles / de una considerable savia roja, vivas orquídeas, gerberas enraizadas, / anturios, lirios, crisantemos, todo era dócil perseverancia / palpable.”), a la vez que agranda nuestra perspectiva de aquellos “venturosos” que han dejado de existir, siempre según nuestra vivencia de seres temerosos de la muerte, miedo del que los finados ya felizmente carecen (“estáis gloriosamente más allá de la muerte porque ya no tenéis miedo / de morir.”)

En verdad, el mayor elogio que he recibido de mi escritura literaria provenía de mi amigo el pintor José Herreros, que en paz descanse, residente en Alcázar de San Juan, como yo. Resulta que hace años yo publicaba periódicamente unos articulitos en un suplemento cultural del diario ABC. Eran no más que simples crónicas o interpretaciones de realidades artísticas que no iban más allá, la verdad. Pero a mi amigo Pepe le gustaban. Y al vernos se refería a ellos y exclamaba con cierta euforia: “¡Parece que te oigo hablar!”. Digo esto porque se ha dicho mucho, y yo mismo lo he dicho muchas veces, que la poesía, en principio, y por extensión la literatura, y toda escritura, es un acto de habla, pues la materia que utilizamos al escribir es idéntica a la que usamos al hablar; es decir, un concepto, que atesora el mensaje de la información (la escritura es acto comunicativo), deviene forma, y esa forma es la corrección o el arte de escribir. El poema “In Memoriam” de Dulce Guerreiro  efectivamente establece un habla proporcionando comunicación (“Busco el frío lenguaje de las sombras para nombrar la piedra donde los / muertos amados permanecen, como si sólo durmiesen en un / ataúd el mismo sueño de los vivos.”) Y la función apelativa, dialogante con los difuntos, queda resueltamente manifiesta (“Vuestra piel cristalizó en el color frío del marfil archivado en el claro de luna, / sois ahora rígidos, metálicos, abrazo discontinuo, sin / templos visitados o versos. Sobran, silencio y las clavijas del / ataúd donde yacéis convertidos en la certeza única de la eternidad. // Van los dedos y os tocan / como si aún fueseis sensibles y aromáticos.”) Ya Ferdinand de Saussure, el gran lingüista, lo expresaba inmejorablemente: “La lengua siempre es forma, no sustancia”. La poesía, naturalmente, es un hecho lingüístico. Pero, ¡ojo!, la poesía es habla, sí, pero un habla especial. Ese habla especial, en el poema de Dulce, se abriga en un cierto irracionalismo, radicando su fuerza expresiva en los abruptos encabalgamientos que la estrofa exhibe (“Los ojos se clavan en objetos de misterioso culto, dientes muerden / los bordes de los copos desechables y la casi vergüenza de estarse / vivo delante de los muertos amados, hablar en sordina de la tristeza / y nostalgia sin que la lengua se trave. Todo ritual tiene sus / propósitos, sus diagramas, sus paisajes externos que / avanzan en dirección al infinito mutilado.”) Hay transportes, en el poema, de planteamientos filosófico-lingüísticos en ofrenda a esos muertos dilectos (“Es preciso concertar a los muertos. Devolverlos / a la disolución de toda magia, delicadamente grabar / un trazo de esperanza en pálida hoja de papel, transportar / la nostalgia a los ojos de un retrato y transportar / a los muertos amados al dulce desenlace de un eufemismo”). Asimismo se muestra en el poema una dinámica sucesión de metáforas que donan una variada y vistosa imagen de la posible, dichosa, reencarnación de los que han muerto y en la que el vivo está implicado (“Vamos a decir que sois, en la atadura a vuestra muerte convicta, la / cicatriz de las estrellas, botón de rosa extendido en la razón de la / verdad mayor. Vamos a decir que estáis / transfigurados en los huesos de las grandes montañas, / en nuestros propios huesos / caídos del cielo.”)

Lo cierto es que mucha poesía (no toda) se aleja de los moldes convencionales narrativos de muchas novelas (no todas) o de los moldes convencionales discursivos del ensayo (ahí sí están todos, enarbolando la eficaz disertación, comprensiva a un lector que persigue el conocimiento en el análisis). La poesía, como la música, es arte absolutamente temporal: una palabra cede a otra palabra o, precisando, un sonido fónico a otro, como una nota cede a otra nota. La escritura y la música esencialmente consisten en hacer aparecer elementos sonoros previamente a su extinción. Los silencios, además, forman parte, como eslabones, dentro de esa sonoridad. El teatro, asimismo género literario, participa, a su vez, de lo temporal y lo espacial, mientras que la pintura, la escultura, la arquitectura, son artes exclusivamente espaciales. La unidad del tiempo, base de la poesía, científicamente es el segundo. Pero la poesía no afina tanto, pudiendo afirmar que la unidad de la obra no es el libro sino el poema, y en el poema, la unidad es la estrofa, la cláusula. No el verso,  sino lo dicho, con sentido, de un golpe. El verso es considerado un notable elemento rítmico concebido como herramienta  constitutiva de la dicción de la estrofa. (“Hay en torno de vuestra cabeza de muertos amados una turbia / diadema, desapego en los párpados cerrados y la puntualidad del / silencio.”)

Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) poeta y músico, además de crítico y mitólogo, consideraba la poesía como “aquel lenguaje encaminado a constituir un universo cerrado por líneas formales”. Cirlot cree que el hecho poético se da cuando hay un equilibro entre la violencia expresiva, sonora, y la serenidad referencial, o representacional, como él mismo recalca. Llegó incluso a afirmar que “no las palabras, sino las sílabas, los fonemas articulados, son los que crea la poesía”. La buena poesía, como la de Dulce Guerreiro, aspira a ello a través de un decir significativo, a través de unos recursos enraizados en el mejor mero aliento expresivo, como claramente se aprecia en el final de “In Memoriam” (“Os doy mi pequeña mano de nasciturus, cuerpo de letra / invertida / y sin habla os sigo hasta la sepultura // como la pequeña hoja sigue al viento.”) En definitiva, la potente fuerza verbal de esta poeta es sublime, ateniéndonos al origen de este adjetivo, que proviene de la sublimación que se origina desde un estado sólido hasta uno gaseoso, o sea, desde los rocosos convencionalismos retóricos hasta una controlada expresión seductoramente nebulosa:

Não ouso entrar na privacidade da morte, mas nos jardins
onde os seres adormecem imóveis e inabaláveis em sua leal
imitação de estátuas.

Busco a fria linguagem das sombras para dizer a pedra onde os
mortos amados permanecem, como se apenas dormissem num
caixão o mesmo sono dos vivos.

Castanha explosiva ou fisgada, estoura a notícia brusca nos
prolongamentos membranares. E o que parecia infinito,
expansivo, contrai-se em perda e pranto, mistério e confusão.

Brasa líquida viva escorre da distância intransponível.
O coração é lava que ferve em tudo o que nos mortos
amaremos para sempre e em tudo
o que para sempre neles não aprenderemos a amar.

Sabemos que os mortos amados se convertem em ilhas
que se afastam e arrefecem extraordinariamente. Suas gargantas
são lugares ermos, glaciais, onde talvez floresçam ainda
margaridas em pútrida espuma verde.

Nos dias do amor concreto éreis criaturas como árvores
de grossa seiva vermelha, vivas orquídeas, gerberas enraizadas.
antúrios, lírios, crisântemos, tudo era dócil perseverança
palpável.

Na hora dos mortos amados que doem sois as palavras surdas e
lisas, silabas átonas que se consomem no sepulcral silêncio por
entre coroas de palma, folhagem, rosas brancas, epitáfios,
dedicatórias, saudade perpétua da longevidade do amor.

Nada então permanece além do instante lacónico, ó cavalos de
vento que se propaga
para acontecer na estupefação da dessemelhança com Deus.

Vossa pele cristalizou na cor fria do marfim arquivada no luar,
sois agora rígidos, metálicos, o abraço descontinuado, sem
templos visitados ou versos. Sobram, silêncio e as pegas do
caixão onde jazeis convertidos na certidão única da eternidade.

Vão os dedos e tocam-vos
como se fosseis ainda sensíveis e aromáticos.

Olhos cravam-se em objetos de culto mistérico, dentes mordem
os bordos de copos descartáveis e a quase vergonha de se estar
vivo diante dos mortos amados, de em surdina falar da tristeza
e saudade sem que a língua trave. Todo o ritual tem seus
propósitos, seus diagramas, suas paisagens externas que
avançam em direção ao infinito mutilado.

O que se instala é paralisia galopante, transforma a natureza
que congela na fragrância da cera amolecida; a flor-cadáver é a
maior e a mais fétida flor do universo.

É urgente lastimar a terra e seus despojos inelutáveis, é
preciso olhar demoradamente para o céu. o que aparece
no firmamento não assinala
o lugar que apavora quando a vida parece necessária.

Não é o sangue
gelado nas artérias, a coisa triunfante dos mortos amados, mas a
jangada de minutos desiguais onde a vida se desprende de nós
aos bocados atravessando
o lato sentido da impermanência.

Há em torno da vossa cabeça de mortos amados um velado
diadema, desapego nas pálpebras cerradas e a pontualidade do
silêncio.

É preciso concertar os mortos. Devolvê-los
à dissolução de toda a mágoa, delicadamente gravar
um traço de esperança em pálida folha de papel, transportar
a saudade para os olhos de um retrato e transportar
os mortos amados ao doce desenlace de um eufemismo:

sois gloriosamente além da morte porque já não tendes medo
de morrer.

Vamos dizer que sois, na sujeição à vossa morte convicta, a
cicatriz das estrelas, botão de rosa estendido na razão da
verdade maior. Vamos dizer que sois
transfigurados nos ossos das grandes montanhas,
nossos próprios ossos
caídos do céu.

Calcada na úlcera do que sempre será prematuro, apenas vos
cubro o rosto e me despeço,
ó mortos amados.

Dou-vos a minha pequena mão de nascituro, corpo de letra
invertida
e sigo-vos sem fala até à sepultura

como pequena folha ao vento.

Dulce Guerreiro

Dulce Guerreiro nació en Serpa, en el Bajo Alentejo portugués,  donde ahora está instalada, tras prolongadas ausencias viviendo en Lisboa y Oxford. Además de poeta, es también traductora y correctora de textos literarios. En ocasiones, ha hecho de “negro”. Ha ejercido la docencia, período en el que ha creado y desarrollado contenidos lúdico-didácticos para la infancia. Igualmente se expresa a través de las artes plásticas, materia prima de su “joyería como autora”, creada a partir del grafismo y de los más variados materiales, muchas veces recurriendo al “objet trouvé” [“objeto encontrado], en una llamada al reciclaje por la protección del ambiente.

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