Las fábricas de la empresa Tanta Linen and Oils ofrecen actualmente un imagen espectral. Todas ellas han cerrado sus puertas, y no se ve ni una alma en sus alrededores. Es difícil imaginar que hasta el 2008 se desarrollaba allí una actividad febril. Gracias a la elaboración de una amplia gama de productos, la mayoría derivados del lino, sus 1.500 trabajadores generaban unos beneficios anuales de más de 2 millones de euros. Ultrajada por una privatización corrupta, descuartizada por un capitalismo mafioso, e ignorada por una revolución inacabada, las tribulaciones de esta compañía constituyen una toda una metáfora de la historia reciente de Egipto.
“No sólo han acabado con una empresa modélica, y han arruinado las vidas de cientos de obreros, sino que han puesto a todo un sector de rodillas. Nosotros proporcionábamos bienes intermedios a buen precio a multitud de fábricas egipcias, sobre todo talleres textiles. Muchos de ellos han tenido que cerrar. La privatización fue un verdadero desastre”, denuncia el obrero Hisham Abu Zeit. Alto y delgado, de porte elegante, este sindicalista autodidacta lideró a sus compañeros a una victoria improbable en su cruzada contra las tupidas redes clientelares del antiguo régimen de Hosni Mubarak.
Sin embargo, el actual Gobierno egipcio, presuntamente “revolucionario”, no quiere reconocer el triunfo en los tribunales de los trabajadores frente a los propietarios, y se niega a acatar una sentencia judicial que ordena la re-nacionalización de la empresa, y todos sus activos, incluidos terrenos, máquinas, e instalaciones.
Una privatización fraudulenta
Apenas dos años después de la adquisición de la compañía por un inversor saudí, Abdel Illah Khaki, la mitad de las plantas de producción ya habían sido clausuradas, y el número de trabajadores se había reducido a unos 750, también la mitad de la mano de obra empleada antes de la privatización. Además, los obreros perdieron un 15% de su sueldo mensual –unos 80 euros-, pues estaba vinculado a unos beneficios empresariales en caída libre.
“Éramos una empresa muy eficiente, y además de proveer de bienes intermedios a fábricas egipcias, también exportábamos productos a todo el mundo”, recuerda Abu Zeit con melancolía. En total, Tanta Linen and Oils poseía siete líneas de producción diferentes, que incluía desde la elaboración de hilos de lino a aceite de cocina, o el utilizado para producir pintura. “Incluso aprovechábamos los deshechos de estos procesos industriales para fabricar pienso para el ganado que vendíamos a Escandinavia”.
Fue esta horrible gestión, y no convicciones de tipo ideológico, la que llevó a los obreros a movilizarse en 2009 para pedir su re-nacionalización, ocupando durante medio año la entrada de la Asamblea Popular. El Gobierno del otrora omnipotente faraón Hosni Mubarak hizo caso omiso a sus peticiones, por lo que optaron por presentar una demanda judicial.
“Finalmente, comprendimos la lógica perversa del inversor saudí. No estaba interesado en el progreso de la empresa. El cierre progresivo de las líneas de producción no era fruto de la estulticia de los nuevos gestores, sino de un plan deliberado para hundirla”, explica Abu Zeit, dotado de una oratoria rica y elocuente, a pesar de no haber pisado una universidad en toda su vida. “Su verdadero objetivo era vender los terrenos de las fábricas, situados en una zona urbana en crecimiento. Pura especulación”.
Tanta Linen and Oils fue vendida por 83 millones de libras (unos 12 millones de euros), pero se estima que su valor real era al menos diez veces superior. Tan sólo el precio del terreno que ocupaba su edificio principal ascendía a unos 60 millones de libras. Además de ocho fábricas, los activos de la empresa incluían varios chalés en la costa para el veraneo de empleados y gestores.
Por desgracia, el de Tanta Linen and Oils no es un caso aislado. Abu Zeit: “La naturaleza de las privatizaciones de Mubarak muestran hasta qué punto el sistema se había convertido en una cleptocracia en la que sólo prosperaban los funcionarios corruptos y aquellos inversores imbuidos de la cultura del pelotazo. Los trabajadores, la sociedad en su conjunto, siempre perdíamos”, remacha el carismático sindicalista, expulsado hace tres años del sindicato oficialista por su rebeldía.
Incluso The Economist, una publicación poco sospechosa de defender ideas izquierdistas, definió el sistema económico reinante durante la última fase de la era Mubarak como “crony capitalism” (capitalismo del compadreo). En su afán por traspasar la presidencia a su hijo Gamal, Mubarak promovió una ola de privatizaciones de empresas públicas a precio de saldo que enriquecieron a altos funcionarios y empresarios afines al régimen. Su intención era crear un nuevo centro de poder que sustituyera al ejército como gran pilar de la dictadura.
Inesperadas victorias en los tribunales
En verano del 2010, Abu Zeit se cobró su venganza: un tribunal estimó que la privatización había sido ilegal, ordenó su re-nacionalización, y condenó a dos años de cárcel al inversor saudí. El Gobierno de Mubarak se negó a aplicar el veredicto, y en su lugar, ofreció a cada trabajador una compensación de 50.000 libras (unos 6.200 euros) a cambio de renunciar a sus derechos. El sindicato oficialista aceptó el acuerdo, pero Abu Zeit y otros ocho trabajadores lo rechazaron, y presentaron una nueva demanda.
La dura lucha en los tribunales y en las calles, así como el contacto con activistas y abogados, despertó la conciencia política de Abu Zeit. Para él, ya no sólo estaban en juego los derechos laborales de los obreros de la ciudad de Tanta, sino el futuro de un país entero que se hundía bajo el peso de “la corrupción de un banda de gangsters”.
En aquellas fechas, varios millones de egipcios llegaron a esa misma conclusión. En sus corazones estaban ya sembradas las semillas de la rebelión, que el 25 de enero del año pasado haría brotar el célebre lema: “dignidad, libertad, y justicia social”.
No obstante, el furor revolucionario no llegó a la Tanta Linen and Oils, pues entonces ya sólo quedaban 250 trabajadores, los más dóciles. “Si la revolución hubiera sucedido tres años antes hubiéramos ocupado las fábricas, y ya no nos las habrían quitado”, afirma el obrero rebelde con una sonrisa pícara.
Unos meses después de la revolución, la azarosa privatización de la compañía dio un nuevo giro: los tribunales dictaminaron que el pacto patrocinado por el Gobierno era ilegal, insistiendo en que se debía re-nacionalizar. Se reabría de nuevo la pugna por el futuro de la empresa.
“Este último medio año, el Gobierno no ha hecho nada para aplicar la sentencia. No es de extrañar, porque los mismos altos cargos que se embolsaron millones con las privatizaciones fraudulentas, continúan en sus puestos. Estamos en el limbo”, dice con amargura Dalia Moussa, asistente de Jaled Ali, el abogado laboralista que defendió a los obreros de Tanta, y cuya popularidad por sus éxitos en los tribunales ha empujado al ruedo de las presidenciales.
De los cerca de 130 procesos judiciales contra privatizaciones ilegales, la magistratura ya se ha pronunciado en siete, siempre dando la razón a los demandantes. Pero el hecho de que ninguno de sus veredictos se haya aplicado es un testimonio más de la debilidad de una revolución que consiguió descabezar el viejo orden, pero dejó intactos sus órganos vitales.
“Hemos recibido presiones y amenazas. Un líder sindical muy activo en uno de los procesos legales contra las ventas ilegales del patrimonio público fue asesinado. El antiguo régimen está vivito y coleando”, denuncia Moussa, una joven oronda de carácter jovial y fuertes convicciones progresistas.
Justicia frente a pragmatismo
En su postura, el Gobierno cuenta con el apoyo de algunos economistas y empresarios que temen que el remedio legal a las privatizaciones fraudulentas aún empeore la delicada salud de la economía egipcia. También cuenta con el respaldo de la Junta Militar, que horas antes de la inauguración del primer parlamento democrático del país aprobó una controvertida ley que permite a inversores corruptos entre rejas recuperar su libertad a cambio de entregar los fondos y propiedades rapiñados.
“El Estado no tiene dinero para capitalizar estas empresas. En lugar de nacionalizarlas, sería mejor llegar a acuerdos con los inversores en los que se compense al Estado por las pérdidas sufridas, y se impulse la inversión para modernizar las empresas”, sostiene Mohamed Farid, un joven empresario con negocios en el sector de la ingeniería y la agricultura.
Farid también argumenta que la re-nacionalización podría ahuyentar la inversión extranjera en un momento en el que la economía egipcia la necesita como agua de mayo. Además, el elevado número de pleitos, con sus probables apelaciones, puede eternizar la pugna entre obreros e inversores, paralizando la actividad de las compañías y amenazando su futuro. Una vez más, la moral de la justicia revolucionaria choca con los fríos dictados del pragmatismo.
Moussa discrepa acerca de la presunta inviabilidad de las re-nacionalizaciones: “Nuestra experiencia muestra que la inversión extranjera es más un problema que una solución. Estos últimos años de liberalizaciones los salarios reales han bajado, y la tasa de desempleo, la temporalidad, y los precios han subido”, se queja. “Sólo la re-nacionalización puede garantizar que se respetarán los derechos de los trabajadores”.
El frenazo que supuso la revolución para varios sectores económicos clave, sobre todo el turismo, ha llevado este año al país al borde de la recesión. Su déficit público se acerca al 10% del PIB, un porcentaje superior al español , y sus bonos tienen una calificación de “B”, sólo algún peldaño por encima de Grecia.
No obstante, lo más preocupante es la disminución acelerada de sus reservas de divisas. Para mantener a flote la libra, el Banco Central ha quemado la mitad de sus reservas en 2011, por lo que algunos economistas prevén que Egipto podría ser incapaz de sufragar sus vitales importaciones de cereales en otoño. Por esta razón, el Gobierno negocia con urgencia un préstamo con el FMI, así como fondos de ayuda bilaterales con las petromonarquías del Golfo.
“En este contexto, y para recuperar el crecimiento, necesitamos políticas que favorezcan a los emprendedores, no que les castiguen por haber seguido las reglas que marcaba el Gobierno anterior”, asevera Farid, heredero de una acaudalada familia, y un apasionado de la política. No en vano, es co-fundador del partido Egipcios Libres, de corte neoliberal y laico, y que cuenta con 15 diputados en el nuevo Parlamento.
Para Moussa, en cambio, la crisis económica no tiene nada que ver con las re-nacionalizaciones, o la persecución en los tribunales de los empresarios corruptos: “La economía se ha frenado a causa de la inestabilidad deriva de los abusos y la violencias de las fuerzas de seguridad”.
Todos estos dilemas, intereses contradictorios, y luchas de poder son los que heredará el primer Gobierno civil que asuma el poder una vez concluida la transición, prevista a finales del mes de junio. Moussa se muestra escéptica: “Los Hermanos Musulmanes son capitalistas hasta los tuétanos, ellos no traerán la justicia social que nos robó el antiguo régimen”.
La orfandad de Tanta
La ciudad de Tanta, situada en el delta del Nilo, a medio camino entre El Cairo y Alexandría, es uno de los principales nodos industriales de Egipto. Tradicionalmente, una buena parte de su medio millón de habitantes de ha dedicado al sector textil, pero las fallidas privatizaciones y la competencia de los productos de bajo coste de China han dejado tocado a su tejido industrial. Y por extensión, al conjunto de la economía local.
“La mayoría de mis compañeros en la fábrica están pasando hoy en día por serios apuros económicos. Hay poco trabajo, y encima, como tienen entre 45 y 60 años, muchas empresas creen que ya son demasiados viejos para reconvertirse”, comenta Abu Zeit. Pocos supieron administrar con sensatez la compensación que recibieron del Estado, pronto se esfumaron las 50.000 libras (6.200 euros) entre la factura de la boda de un hijo, de la universidad de otro, y otras necesidades.
La cultura egipcia, en la que la generosidad y la solidaridad familiar son centrales, no ayudó precisamente a gestionar con cautela una suma elevada sobre la base del nivel de vida local. Su naturaleza conservadora y patriarcal tampoco facilitó la aceptación la dura realidad del paro de larga duración. “Muchos están sumidos en depresiones. No saben estar en casa cruzados de brazos, sin nada que hacer. Además, como hombres, se espera de ellos que traigan el pan a la mesa. Es una situación difícil”, explica Abu Zeit, cuya tupida cabellera y fortaleza física disimulan ligeramente su madurez.
El caso de este sindicalista es singular. Como sus camaradas, se pasó media vida en la fábrica, y no posee estudios. Sin embargo, su curiosidad, arrojo e instinto de líder no le permite caer en el tedio o el desánimo. “Siempre he creído que una persona debe conocer sus derechos y deberes, por eso entré en el sindicato, y me esforcé por conocer la legislación”.
Su ambición actual es despertar la conciencia de los trabajadores, por lo que piensa consagrarse a organizar talleres donde explicarles cuáles son sus derechos y cómo reclamarlos. “La clase obrera de este país no tiene conciencia de clase. Cada pulso que al Gobierno y a los propietarios lo eché prácticamente solo, y tan sólo cuando los abusos fueron evidentes la gente se puso de mi lado”, recuerda Abu Zeit.
Y para muestra de ello, los resultados de las pasadas elecciones legislativas, en las que se presentó en las listas de Revolución Continua, la coalición progresista que mejor representaba las esencias de Tahrir. Todos los diputados de la provincia de Gharbia, de la que Tanta es capital, se los repartieron entre los Hermanos Musulmanes y el Partido Nour, islamistas moderados y ultraconservadores, respectivamente. Así pues, los obreros de Tanta no están representados en el Parlamento, considera Abu Zeit. “Hay mucho trabajo por hacer, pero lo lograremos”, concluye con la confianza propia de un David que ya ha consigudo tumbar una vez a Goliath.
Ricard González es politólogo y periodista. En FronteraD ha publicado Anatomía de un suicidio