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Mientras tantoEntrevista al activista y escritor Vitaly V. Patlis: «La cárcel nos ha...

Entrevista al activista y escritor Vitaly V. Patlis: «La cárcel nos ha dejado secuelas»


La cita es en San Sebastián, en el hotel Niza, vinculado a la familia Chillida. Con Vitaly, disidente bielorruso, que ha recogido en un libro su experiencia. No conozco su apellido, edad ni aspecto. Tampoco el título en cuestión. Me siento como una niña frívola, a punto de suspender matemáticas. Todo lo que sé de Vitaly es que ha estado encarcelado como opositor al régimen de Lukashenko. 

Lo increíble es que hemos fraguado este encuentro durante meses, a través de un amigo en común. Durante este tiempo, Aliaksandr se ha esmerado para conseguir un doble objetivo: lo principal, que no tengamos ninguna forma de contacto. Lo secundario, un lugar de encuentro que nos obligue a demostrar interés, ya que Vitaly vive en Francia y yo en Madrid. 

Llega un mensaje de Aleks: Vitaly está esperando en el hall; en cambio él, que no vive en Donosti, no va a estar. Ese es el encanto de Aleks, a quien debo otra gran entrevista: aparece y desaparece como el Guadiana. 

(Vitaly Patlis en el hall del hotel Niza. Imagen cedida por él mismo).

Saludamos a Vitaly en ruso. Vengo con el periodista argentino Luis V. (¿presentí quizá la baja de Aleks?). Pronto un inglés salpicado de francés y ruso se convierte en el idioma de una conversación intensa. Aunque Luis no sabe ruso, y Vitaly no habla castellano, estoy de suerte: son de mente ágil, conectamos. Empieza el baile: 

Amelia: ¿Cómo es ahora tu vida, Vitaly?

Vitaly: Estoy entusiasmado con mi posgrado en Económicas en Francia. Yo, que he pasado por diferentes cárceles. Empecé en régimen severo, en una especialmente famosa, Butyrka. 

A: ¡En Rusia y en régimen severo!! —alarido de Luis y gesto perplejo mío—. ¿Cómo es Butyrka por dentro?

V: Exacto, está en Moscú, es muy famosa entre los policías. Es una especie de museo. Cumple 300 años y a lo largo de su historia ha alojado a muchos intelectuales y personajes de la historia rusa. Así que ahora puedo presumir ¡he estado en Butyrka! 

A: Jeje, como el escritor Isaak Bábel y el héroe polaco Władysław Anders. De visita han ido Tolstói, el mago Houdini, Mickey Rourke para prepararse un personaje… 

V: Sí, suena un poco loco y bizarro, pero ahora es parte de mi vida. Me siento orgulloso de haber pasado por Butyrka. Cuando estás en el talego en Rusia, te trasladan por diferentes cárceles del país para hacerte sufrir. Encierran en lo que llaman “vagón”, una celda mínima, a muchas personas. Y luego te transportan.

Luis: ¿Cuánto tiempo estuviste en prisión?

V: Hmmm, unos dos años con los traslados. He estado en Butyrka y de ahí me llevaron a Kaluga y a Briansk. Luego volví a Butyrka… —merci! (nos traen los capuchinos)— pero también estuve en otras dos cárceles en Moscú. Sí, fui a Kapotnia y Medvedkevo, que es una prisión especial para policías y funcionarios. Todo viene de que en Butyrka me calificaron como BS, bol´shoi spiets

A: (Alzo la vista y veo que Odón Elorza, el antiguo alcalde donostiarra, se acerca con decisión a pedir a la barra). Sí, BS, “alta o gran especialización”, lo he oído. 

V: Sólo políticos y empresarios, como en mi caso. Pero cuando llegué a Kaluga, resultó que allí BS significa ex funcionario, byvshii sotrudnik. Así que me llevaron a una celda de antiguos policías. Si soy sincero, prefiero un compartir espacio muy reducido con cien personas, como al principio, a enfrentarme a solas con un policía. Son crueles y astutos, saben presionarte. Bueno, lo cuento todo en mi primer libro. 

L: ¿Has escrito un libro?

V: Sí, ya voy por el segundo. El primero está dedicado a la cárcel. Para el segundo quiero continuar con las historias personales de otras presos que conocí allí y explicar cómo yo, que empecé como profesor, acabé de refugiado en Francia. 

L: El segundo es como una compilación.

V: Bueno, son historias sobre la vida, porque realmente no sabes adónde te encamina. Es difícil empezar de cero cuando tienes cuarenta o cincuenta años. Una nueva vida en un sitio extraño. Es complicado. 

A: En el extranjero, sin amigos, sin familiares, en otro lengua… Como políglota, tienes un oído excelente. ¿Qué idiomas hablas?

V: Bien bien bielorruso, ruso, polaco, francés e inglés. Español y ucraniano entiendo, pero de forma pasiva. Precisamente quise un título universal para mi primer libro, ya traducido al inglés. El original lleva su dosis de latín: «Homo carcere». Человек в тюрьме.

L: Lo mejor es el inglés, porque llegas a más gente.

V: Es mi línea de salida. Ya tengo uno entero en inglés y fragmentos del segundo. 

A: Pero no puede te sirve cualquier traductor. Para traducir sobre el gulag, que es como se sigue llamando el sistema penitenciario en Bielorrusia, o el genocidio y los campos de exterminio, primero tienes que formarte. Luego, cuando ya manejas la terminología, hay que saber transmitir ese submundo. ¿Está viviendo el lector el mismo infierno? 

V: Exacto, el gran problema fue el vocabulario específico. Busqué a un nativo, pero con eso no podían ni británicos ni estadounidenses: yo mismo hice un glosario con el slang de la cárcel.

A: Uy sí, el léxico carcelario ruso es todo un universo. Primero las prisiones zaristas, luego la CHK y el gulag soviéticos…  

V: Sí, sólo lo entiendes si has estado preso. Lo que hay detrás de cada término: la mezcla de humor negro con todas las implicaciones y consecuencias, tan reales por desgracia.

Así que para buscar los términos he leído a Solzhenitsyn en inglés. Estaba ansioso porque no todos se encuentran, ha pasado el tiempo. 

A: Claro, ya no existe el sistema soviético. 

V: ¡Pero si el sistema soviético sigue existiendo! Se encarcela y maltrata a los intelectuales y a los opositores exactamente igual. 

A: Yo me refería al cambio de las etiquetas. El mismo perro, con distinto collar. 

V: Es cierto, el espíritu es el mismo, pero los nombres han cambiado. Aunque Butyrka es casi inexpugnable a fugas, también es la primera estación para las deportaciones forzosas. Impresiona que te encierren en un minivagón de hierro, ver tanto metal, recorrer escaleras infinitas… Yo pensaba en la Torre Eiffel. 

L: Y eso lo cuentas en Homo carcere.

V: Sí, hablo de la rutina en la prisión, con los insectos, la suciedad, el trabajo y el trato de los guardias. Además, lo he sintetizado en mi web, https://vitalypatlis.com/ru/ Hay una pestaña para cada libro, y he añadido enlaces a entrevistas que me han hecho. 

También está mi CV, con mi vida anterior en Bielorrusia y Rusia, mi experiencia de profesor, de supervisor de fábricas que pasó a directivo, y ya después, cuando me dediqué a jardinería. Se pusieron de moda las grandes reformas. Arquitecto paisajista lo llaman.

A: ¿Eres de Grodno como Aleks?

V: Sí, es una importante ciudad bielorrusa, a solo 15 kms de la frontera con Polonia y a sólo un poco más de Lituania.  

A: Grodno, hermosa ciudad llena de historia. ¡Tengo tantos amigos de allí! ¿Cómo recuerdas tu paso por la universidad?

V:  Estudié una carrera que se llamaba «Historia, Filosofía, Ciencias Humanas y Sociales e Inglés». ¿Te imaginas qué locura?

A: Desde luego, no os dejabais nada: those were the days! 

V: Como estudiante, en Bielorrusia, me apunté al grupo de teatro «Vernissage».

A: ¿Qué tipo de teatro hacíais?

V: Lo nuestro era el humor. Teníamos vis cómica, que es clave para actuar. 

A: ¿Qué hiciste cuando llegaron los noventa, con el cacareado fin de la URSS?

V: Recién licenciado trabajé cuatro años como profesor de secundaria en el Instituto nº 1 de Grodno. Como la historia también es política, me sentía estrechamente vigilado y aproveché aquellos años de oportunidades para dar el salto al mundo empresarial. Gracias a mis estudios y la recomendación de un amigo, entré como manager en la compañía Exclusive. Gustó mi trabajo, ascendí a director comercial y entonces me lanzaron un reto: el traslado a la planta de plástico de Polimiz, en Borísov, que estaba muy endeudada con las reconversiones. 

A: ¿Pero tenías formación en Física?

V: Volví a estudiar, de eso nunca me he arrepentido. El caso es que la mejora de Polimiz fue notable, pero la línea dura que encarna Lukashenko no compartió mi visión progresista. Si de verdad te gustan las Humanidades, crees en que la sociedad puede cambiar. Escribí una tesis doctoral, «Financial support for startups and their incorporation into a business unit». 

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Vitaly V. Patlis, foto cedida de su Instagram instagram.com/vitaly_pat

 

A: Increíble, aunque es cierto que Bielorrusia es famosa por sus emprendedores y startups. Hay algo que sigo sin entender: ¿cómo acabaste en Rusia?

V: En 2016, los hermanos Ananniev (conocidos oligarcas que, como tantos multimillonarios rusos, ahora viven en Londres) me ofrecieron el cargo de Director General Adjunto de la principal fábrica asociada a su banco. El puesto consistía en gestionar todos los activos no esenciales del PromSvyaz Bank. No era una entidad cualquiera, sino de uno de los 5 mayores bancos rusos, con 47 grandes plantas en toda la Federación Rusa.

A: Un crecimiento espectacular en plena era Putin: se masca la tragedia.

V: Digamos que los hermanos Ananniev sólo compraron el vuelo de ida a Londres. Yo, en cambio, me quedé en Rusia, cuestionado y en el paro. Y se me ocurrió personalizar jardines.

L: ¿De dónde sacaste la idea para tu empresa?

V: Hice tantas cosas en mi país, que aprendí mucho. El saneamiento de Polomiz en Borísov contribuyó a mejorar el urbanismo en la zona, y decidí combinar esa experiencia con mi tesis sobre las PYMES. Ya en Rusia, cuando Putin nacionalizó el banco de los Ananniev, creé mi propia empresa. Nos iba razonablemente bien. Mi hija estudiaba en un colegio internacional en Moscú. Vivíamos juntos ella y yo, soy padre divorciado y mi exmujer no quiso dejar Bielorrusia. 

A: A veces la política divide familias. 

V: Mi mujer siempre fue partidaria de Lukashenko. No entendía que yo protestara. Ni siquiera con los despidos por causas políticas, la represión y las torturas. O qué decir si detenían a alguien: ella siempre ha preferido mirar para otro lado.

A: Sin embargo, las mujeres bielorrusas pisan fuerte. Las protestas de agosto 2020 no se entienden sin ellas. (Me refiero al “tongo” más reciente de Lukashenko, el último dictador de Europa, tras el triunfo de Svetlana Tijanóvskaya en las elecciones. De inmediato, miles de personas tomaron las calles a pesar de la fuerte represión policial, con detenciones, palizas y disparos). 

V: Tijanóvskaya es especial. Ha ayudado al país enormemente, en lo personal mi hija y yo estamos en Francia y podemos contarlo gracias a las gestiones de su gabinete, entre otros de Pavel Latushko.

A: ¿Por qué Francia? ¿Cómo os acoge a los refugiados?

V: Pensé también en ir a EEUU, donde vive mi hermano. Pero tengo 48 años. Es muy tarde para ganarme la vida en un país sin seguro médico. Así que nos vinimos a Francia. Mi hija tiene la universidad gratis, y yo participo en un programa de doctorado donde les interesa mucho mi experiencia como profesor y economista. Ella tiene novio, poco a poco nos estamos construyendo nuestro nuevo mundo. 

A: ¿Cómo ves tu futuro? 

V: Brindemos por el fin de la guerra. Como refugiado no tienes un plan B. Aún estoy esperando a que Francia responda a mi solicitud de asilo. 

L: Uy, no me hables de papeles. Yo también he pasado lo mío. Brindemos por la regularización, aunque sea con agua. 

V: Nuestro permiso es temporal. No puedo faltarle a mi hija otra vez. En Rusia tengo una causa abierta: si conoces la cárcel, has visto demasiado. Es un sistema pensado para condenarte otra vez. Te fabrican cargos para que ya no salgas. Así tampoco podrás contarlo. Y está claro que a Bielorrusia tampoco podemos volver.

A: La detención… ¡qué prueba tan dura para los dos! Si me lo permite, ¿por qué le encarcelaron? (Sin darme cuenta he pasado al usted, el tema es delicado)

V: En agosto de 2020 fui a la embajada bielorrusa en Moscú para votar por correo. Pasé un día entero haciendo colas absurdas y, para cuando conseguimos entrar, habían cerrado las urnas. Yo y otros muchos decidimos manifestarnos. Igual que hicieron durante meses los valientes ciudadanos y ciudadanas de Belarús. En Minsk y en todo el país. Me arrestaron en seguida, estuve totalmente incomunicado más de una semana. Mi hija no sabía si yo estaba vivo o muerto. Tenía dieciséis años y estaba sola en Moscú. 

L y A: ¿Cómo reaccionó su hija cuando le detuvieron?

V: Ahora sé mucho más gracias a que he escrito los libros. Sólo por eso y por los comentarios de los lectores, han merecido la pena. Algunos me agradecen, otros me felicitan o incluso consultan: «Vitaly Valentínovich, mi marido está en la cárcel. ¿Qué puedo escribir, para que le llegue todo, sin censura?»

Volviendo a mi hija, tuve que echarle valor. Le pregunté directamente qué recordaba de mi detención. Hay veces que no me aguanta, pero se pasó toda una semana llorando y sin salir de casa. Desde entonces tiene problemas hormonales. Y yo de corazón. La cárcel nos ha dejado secuelas.

A: No siga, que voy a darle la razón a su ex: mejor no meterse en política. ¡Menudo trago!

V: Sí, pero estamos en tratamiento. La cardiología francesa está muy avanzada y a ella le atiende un buen ginecólogo. En mi caso, además, soy una persona activa y escribir es una especie de terapia. Ando por casa y grabo mis recuerdos. 

A: (Suena el teléfono) ¡Ya son más de las dos! Es la hora de comer, que es algo sagrado en el norte. Muchas gracias, Vitaly Valentínovich: no queremos que los suyos nos odien. 

Nos damos todos un buen apretón de manos con el medio abrazo de rigor, y Luis nos hace una foto. 

Salimos a La Concha. Es la primera vez que Luis ve el Cantábrico de día. Vitaly y yo sabemos que  está en otro universo. Por un segundo, Vitaly parece tímido y apenado. Luego nos mira alternativamente, a las olas y a nosotros, y se ríe:

V: En Francia está todo muy bien organizado, la economía es un motor que funciona. Pero yo cuando vengo al sur me siento muy cómodo. ¡Me gusta mucho la gente de aquí! 

Lo dice con énfasis y otra vez le da la risa: V. V. tiene un humor contagioso. Como un bostezo o un suspiro con nostalgia. Así que le hacemos un guiño y sonreímos al aire, mientras Vitaly V. Patlis se aleja. 

 

(Vitaly Patlis con la autora de este blog. Imagen: Luis V.)

 

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