Rodenkirchen, 7.5.
Día sin nada digno de mención. Sólo una llamada de mi deuda estherna, desde Berlín, alarmada porque no recibió mi Diario ni lo he subido a Fronterad
A mediodía, mientras almorzamos, Diny me dice que quiere ir de paseo donde Montse (extraña mucho a Henri, que sólo ha estado aquí una vez). Le pregunto que cómo piensa ir. Me responde que con el andador. Le pregunté si sabe cuántos km hay de distancia entre el Maternus en Rodenkirchen y la casa de Montse en Sürth. Me responde que puede ir con el bus. Se lo quito de la cabeza, no sin resistencia por su parte.
A las 3 pm llamada de Montse porque Frank ha localizado a un experto que puede venir a ver y eventualmente reparar mi compu. El experto, Jochen Haas, a quien Montse le dio el número de mi celular, me llama luego para concertar una cita mañana a las 12:00. Cuando le digo a Diny que mañana tendrá que ir sola al comedor, a las 12:00, para almorzar, después de haberle sacado de la cabeza lo de ir de paseo a la casa de Montse, cada vez me ve más como un monstruo que la tiene poco menos que secuestrada.
Prosigo con la lectura de Yoga, el libro de Emmanuel Carrère que me regaló Jorge. Mi Jorge de Barcelona, Herralde. (Tenía once Jorges en mi libreta de direcciones; ahora, por desgracia, tan sólo diez). Yoga es un texto memorialista espléndido, el mejor de ese género que he leído desde los de mis dos Héctores, el colombiano y el mexicano. Hay frases enteras que puedo suscribir 100% a partir de la escritura de este Diario, por ejemplo: «Sé que estos recuerdos sólo tienen valor para mí, para Anne y para los chicos, que somos las únicas cuatro personas en el mundo a las que puedan suscitar una sonrisa o lágrimas, pero en fin, lector, qué le vamos a hacer, hay que aguantar que los autores cuenten cosas de este tipo y que no las corten al releerlas, como sería sensato, porque son preciosas para ellos y porque también se escriben para rescatarlas». O esto: «Tengo una convicción, una sola relativa a la literatura, bueno, al género que yo practico: es el lugar donde no se miente» [las cursivas son de Carrère]. Y me han enternecido las páginas que le dedica a su escritura a máquina con sólo un dedo, que fue mi misma dactilografía hasta que compré mi primera máquina eléctrica: ahorita escribo con al menos varios dedos, ni hablar de los diez, ¡qué esperanza!, ni siquiera al enterarme por Carrère, que escribir con diez dedos «podría ser mi forma personal y definitiva de yoga».
Rodenkirchen, 8.5.
0:25 am: Termino a medianoche la lectura de Yoga. Es un libro admirable, fabuloso. Me impactó, y cómo.
11:45: Viene Paul para acompañar a Diny al comedor del Maternus.
12:05: Llega Herr Haas, se pone de inmediato manos a la obra y me da malas noticias. El disco duro de mi compu entregó su alma a La Nube. No lo dijo de un modo tan poético, pero es lo que yo traduzco por libre del tedesco. Se lo lleva para trabajar con él en su taller. Pero se lo lleva con el nuevo disco duro de 550 GB que le compré hace dos años a B y nunca encontró la ventana de horas para venir a instalármelo: que si la pandemia, que si sus depresiones, que si sus trabajos para salir adelante en esta perra vida que nos tocó vivir…
13:05: Regresan Diny y Paul del comedor, pero Paul no almorzó, así es que le invito a hacerlo en el Bistro Verde, aun cuando esperamos que llegue la Frau Lindemann, la ergoterapeuta, para poderle entregar el calendario de Paul con una dedicatoria personal que le pedí para ella. Y resulta que se conocen de vista en Rodenkirchen, donde Paul hizo su bachillerato, es más: conoce al hermano mayor de ella. No puedo dejar de pensar, viéndolos juntos, que harían una pareja maravillosa. Y nos vamos al Bistro Verde, que está de bote en bote; nos sentamos a una mesa alta, sobre taburetes, pero ya antes de encargar de beber y comer nos mudamos a la terraza, después de ver en mi celular que hay 14º y el sol calienta. Es la primera vez que como en la terraza (y porque es interior, no da a la calle) después de tantos años de frecuentar este lugar, que es el predilecto de Paul entre los que me conoce. Paul pide lo mismo que el sábado (salchichas de ternera y cordero, con abundante ensalada) y yo de nuevo espárragos, pero esta vez con huevos revueltos y sin salsa holandesa. Hoy, lo que Paul desea saber es más de nuestra familia neerlandesa. Se la cuento con muchísimos pormenores que le hacen sonreír y hasta reír. Entremedias telefonea Herr Haas para decirme afligido que mis archivos han desaparecido del disco duro viejo. Lo animo a seguir buscando, después de todo Montse me avisó de que cobra unos 80 € por hora. Y cada vez me gusta más platicar con Paul. Por Montse sé que un día le dijo: «¿Cómo voy a desaprovechar a este abuelo de lujo?» Se devuelve con su bici a casa y yo con el bus al Maternus, es sólo una parada pero ni mis piernas ni mi columna vertebral dan ya para más, soy el chasis herrumbroso de alguien que alguna vez fui.
Rodenkirchen, 9.5.
Dediqué las horas nocturnas de ayer a releer el prólogo de las Comedias agradables de Bernard Shaw y las dos primeras de ellas: Héroes y Cándida. En realidad Héroes se titula en inglés Arms and the Man, una cita del primer verso de la Eneida: «Canto a las armas y al hombre…», pero se conoce que los traductores al español (y al alemán, dicho sea de paso) prefirieron el título Héroes por no creer que los espectadores y lectores españoles y alemanes estarían en condiciones de apreciar la cita de Virgilio en el título. A título personal creo que el mejor idioma para representar esta obra magistral, es el alemán, a condición de que los personajes búlgaros los interpreten actores alemanes hablando “Hochdeutsch [=alto alemán]” y a Bluntschli, el protagonista suizo, un actor de esa nacionalidad con su inconfundible acento helvético. Hace años (aún vivíamos en el Karolinger Ring) asistimos Diny y yo a una puesta en escena de Héroes en el viejo Teatro Municipal de Cámara, en los altos del antiguo Museo Etnográfico, y nos desternillamos de la risa con todo el público, ha sido una de las más logradas funciones teatrales que he visto en mi vida.
Tras la ya acostumbrada pequeña discusión con Diny a cuenta de que no puede acompañarnos a La Modicana, me voy allá con Ulli y Carlitos. Es la primera vez que conduce Ulli. La convencí hace dos días, por teléfono, de que tenía que hacerle comprender a Carlitos que si sufriésemos un accidente, no importa si por culpa nuestra o ajena, la Policía le retendría el carnet de conducir y los respectivos seguros de enfermedad y de accidentes no nos iban a reembolsar ni un solo centavo. Al parecer Carlitos aceptó el argumento. Y después de todo, el auto es de Ulli, él vendió su Citroën tiburón hace ya un largo par de años. En La Modicana, ellos dos piden una pasta con ragú de ternera y yo una vez más ravioles, con un relleno distinto en esta ocasión. Al traernos los aperitivos, Minou le dice a Ulli que de la pasta con el ragú sólo queda una ración, y Ulli se decanta por mis ravioles. Mientras esperamos, les cuento la trama de Héroes y se divierten tanto (al menos Ulli) que decido regalarles una edición de bolsillo de la obra.
Rodenkirchen, 10.5.
Anoche estuve viendo Sabrina, la buena, la de Sydney Pollack, en la versión mexicana, que es la de mejor sonido. A lo mejor (es decir: a lo peor) han sacado de la circulación gratuita las copias buenas de la versión original y la doblada en España. Sea como fuere, la he vuelto a disfrutar como siempre que la he vuelto a ver: ¡hasta en checo la he disfrutado!
Este mediodía, a punto de salir para almorzar en el comedor del Maternus, de repente empiezan a martirizarnos los oídos las estridentes sirenas de los detectores de humo. En el apartamento hay dos, uno en cada cuarto, y los dos ladran como perros enfurecidos. Me retrotraen a la fatídica tarde del 28 de noviembre, el día de nuestra desgracia. Llamo a la responsable de guardia, intenta calmarme, me dice que no es sólo en nuestro apartamento sino en todo el complejo gigantesco del Maternus y que los bomberos ya están en camino. Como no lo soporto más salgo al balcón y cierro la puerta, las estridencias siguen pero algo atenuadas. Me siento en una silla de las dos plegables que tenemos ahí, intento no recordar el 28N, pero es inútil. Miro la hora en mi celular, llevan 10’ torturándonos esas estridencias, a las que se unen ahora las sirenas de los bomberos y las ambulancias. Recién a los 15’ se acallan los reputísimos detectores de humo. Para más inri, mientras bajamos al comedor cuando los ascensores vuelven a funcionar, nos enteramos de que ha sido un cortocircuito en el sistema que gobierna los detectores de humo, o sea: ¡una falsa alarma! ¡María Santísima del Amor Hermoso! Me jodieron el día de un modo irremisible…
Rodenkirchen, 11.5.
Anoche estuve viendo Mio caro assassino [Sumario sangriento de la pequeña Estefanía], un film giallo [=amarillo=policial] italiano, calificado 6,5 en www.imdb.com, con música de nadie menos que Enzio Morricone, lo mejor de la peli, que no es mala. En ella, coproducción italiano–española, el reencuentro con Alfredo Mayo, a quien vi por última vez en 1967, en Huelva, cuando Diny y yo asistimos al estreno en Troglodia de Peppermint frappé en el cine Rábida: ¿existirá todavía?, creo que no. En cambio, de lo que sí estoy seguro es de que Lola Gaos no ha visto esta película nunca, porque en los títulos de crédito la llaman Lola Goas: ¡Anda, Carrasco, toma del frasco!, como sin duda diría mi abuela Remedios, la bella y sabia.
Viene Montse a media mañana, para ayudar a Diny, y poco antes del mediodía llega Vincent para acompañar a Diny al comedor del Maternus. Por mi parte, y casi coincidiendo con su salida hacia los ascensores, atiendo la llamada telefónica de Luciano, con quien voy a almorzar en el chino, y me dice que se pone en marcha, que baje a la Recepción dentro de 20’. Llega puntualísimo y vamos al chino, ya que sé lo mucho que le gustó el pescado frito y con salsa agridulce la vez pasada que comimos allí, porque, me dijo, a Theresia no le gusta el pescado, así es que lo come poco en casa. Pero esta vez, en el chino, se decanta por el pato porque: a) hace tiempo que no lo come, y b) ayer cocinó en su casa unos garbanzos que dividió en dos porciones, una con pollo frito para Theresia, la otra con merluza, para él. Hablamos mucho de la organización de la Biblioteca Ricardo Bada en el Antonio Machado y me muestra en su teléfono inteligente algunas fotos de las estanterías que ya están montadas y con libros, coronadas por la foto que me hizo Carlitos y cuya copia en DIN A3 campeó durante más de 40 años sobre la puerta de mi cuarto de trabajo en Weiß. Me cuenta además que José, su chiquilín, se acuerda mucho de mí y él le ha enseñado a jugar al ajedrez con el pequeño ajedrez de mármol que me regaló Óscar en Bogotá, junio 2008, para que lo entregase a su tocayo con k, nuestro Oskar. Nunca salió de la vitrina familiar, y ahora hay un niño español hijo de ecuatoriana y asturiano que aprendió a jugar con él. Nos despedimos Luciano y yo con un abrazo tras una larguísima sobremesa en la que trasegamos algunos Chardonnay, me siento algo achispado, pero feliz.
A las 4 pm en punto llego a la consulta de mi cardiólogo y debo esperar una hora que el Dr. Stäblein acabe de atender una emergencia. Cuando finalmente paso a su despacho nos estrechamos las manos por primera vez desde la pandemia y le cuento que, a pesar de tener agendada ya la próxima cita para el mes de octubre, mi médica de cabecera, a la vista de mi último análisis de sangre, me pidió que acudiese a mi cardiólogo mucho antes, alarmada por la casi ausencia de ácido fólico en mi líquido vital, y ese ácido es de suma importancia para la regeneración de las células. Conversamos casi una hora porque le he contado con todo detalle nuestra desgracia y él conoce mi vida íntima y familiar mejor que nadie entre mis médicos, y aunque no se podría decir que somos amigos, nos estimamos mutuamente mucho, también él me ha hecho bastantes confidencias de su vida privada. Me aconseja que acuda a los Alexianer, una institución con ocho siglos de experiencia y la mejor dirección posible en orden al trato con discapacitados, ancianos y dementes. Como sabe que Rebeca trabaja en una institución del mismo tipo que el Maternus, me dice que la lleve a la consulta con los Alexianer, tal vez saque de ahí buenas enseñanzas para su trabajo diario. Nos despedimos con la cordialidad de costumbre, y ojalá, decimos casi unísono, hasta la siguiente cita en octubre.
Cuando termino de preparar mi cena fría (vaso grande de gazpacho, dos tostadas –una con chorizo, la otra con salchichón–, vaso grande de leche desnatada) me llega una llamada de B., y en efecto, como lo pensé, acaba de pasar una racha de depresión brutal y fue a refugiarse en la casa de un compatriota muy amigo suyo, en Praga, sin llevar consigo su celular. Acaba de regresar, y su primera llamada es para mí. Quiere saber cómo sigue Diny y cuál es el estado actual de mi compu. Se lo explico y me dice que tal vez pase por acá el sábado porque debe venir a Rodenkirchen a hacer una gestión. Me da una pena enorme mi pobre B., esa mujer suya le destrozó la vida.
Rodenkirchen, 12.5.
Anoche vi ¡Ni te me acerques!, una peli española que cuenta una historia del tiempo del primer confinamiento a causa de la pandemia. Y está contada en modo humorístico, con algún que otro préstamo visual a The Shinning [El resplandor], de Kubrik. Lo que me extraña es que le dan el crédito principal a una actriz que no aparece sino fugazmente, Rosalía Mira, mientras que a Ksenia Kovalenko, que protagoniza varias escenas clave, casi no la citan en las críticas que he leído de esta peli. Misterios del séptimo arte. Por lo demás, la peli no es buena ni mala, sino todo lo contrario, como tantas cosas en la vida.
Poco antes de salir para almorzar, y como hace un par de días, se dispara una nueva falsa alarma de los detectores de humo, esta vez sólo 12’ en vez ds 15’. Pero un martirio para quien anda traumatizado por ese sonido, como lo estoy yo. Porca miseria!
Hoy he seguido por primera vez un consejo que me dio ayer el Dr. Stäblein. He ido al comedor, en el primer piso, usando el ascensor, pero al regresar al segundo, donde está nuestro apartamento, lo he hecho subiendo los tres tramos de escalera.
Luego del almuerzo vino Herr Haas e hizo un par de modificaciones en el programa de la compu. Me preguntó antes de irse si me parecía bien pasarme una factura por valor de 150 €. Le dije que sí, pero hasta que no la vea no me lo creeré. Montse me habló de que cobraba 80 € la hora y el buen hombre ha invertido al menos cuatro horas en su tarea.
A media tarde veo a Diny vestida como para salir a la calle y con su bolso en bandolera. Le pregunto que adónde va y me responde que a casa. No le contradigo, no tiene sentido, pero la acompaño hasta el parque del gran patio interior del Maternus y la dejo ahí tomando un baño de sol, mientras yo salgo al ReWe para hacer unas compras. Entre otras cosas un paquete de manoplas de baño desechables, la asistenta que suele venir por las mañanas para asear a Diny me dijo que son mejores que las de tela. Me indicó además que las encontraría en la sección de artículos para niños. Menos mal que lo hizo y no tuve que andar preguntándole a los empleados de ReWe.
Rodenkirchen, 13.5.
Tomando ejemplo del ritornello de mi columna del viernes en EE («También esto es Alemania»). el lector Eduardo Sáenz Rovner me deja en su foro el siguiente comentario: «Parada del bus: me dan barquillo y tiene burundanga (escopolamina): esto es Colombia. El bus frena y caigo pesadamente, se me rompe la clavícula; un hombre y una mujer jóvenes aprovechan para robarme el celular y la billetera: esto es Colombia. Como puedo voy al radiólogo de la Clínica Palermo; ni me atienden, ni me dan una aspirina, hasta que llega una amiga para pagar por adelantado: esto es Colombia».
Vinieron Rebeca y Montse y le hicieron compañía a Diny desde el mediodía y saliendo a tomar café y un helado en el italiano de la plaza donde están el Maternus y ReWe, mientras yo fui a la oficina postal para retirar un envío certificado y aproveché la cercanía del Bistro Verde para almorzar allí, como tantas otras veces, mis Rösti con salmón en salmuera, y como renuncio a la ensalada, la camarera me trae cuatro en vez de tres Rösti, riquísimos y que regué con dos Chardonnays. De regreso al Maternus no hay nadie en nuestro apartamento, Al rato vuelve el trío femenino de los Bada Hansen y llegan con un carro de compras del ReWe cargado de macetas con flores, las colocan en el cubículo rectangular que corona el muro del balcón y le dan una nota más alegre al panorama que se divisa desde mi escritorio y en general desde este cuarto. Son imbatibles, mis dos hijas. Las adoro.
Sorayda Peguero Isaac, colega mía en el columnario de EE, habla en su hermoso texto de hoy de una monja gallega en Santo Domingo, y me hizo reír con esta observación: «“¡Mecachis en la mar!” Sor Carmen lo decía cuando se ponía brava. Los españoles tienen la rara manía de decir que se cagan en todo: en la leche, en los muertos, en las muelas, en la cuna, hasta en la hostia. Tengo la teoría de que el “mecachis” es un eufemismo inventado por una monja del siglo XIX».
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