Rodenkirchen, 28.5., Domingo de Pentecostés
Apareció el viernes mi columna en EE, y entretanto son varios los gentilicios extraños que me dieron a conocer sus lectores. El que más me ha soprendido es el de los habitantes del pueblo más grande de la provincia de Sevilla, Dos Hermanas, cuyo gentilicio es “nazarenos”. Y uno al que he querido responder y el sistema no me ha dejado, dice así: «Respetado señor, rolo, paisa, etc, no son genticios, son remoquetes muchas veces usados de forma peyorativa». Pensé responderle que no soy nada respetable, pero que rolo, cachaco, paisa, como digo en mi columna son gentilicios colombianos, porque los remoquetes, incluso los usados en forma peyorativa, lo son asimismo. Pienso que el gentilicio “gallego” en España se refiere tan sólo a los habitantes de Galicia, mientras que en el Río de la Plata se aplica a todos los españoles, a excepción de los vascos. Pero lo dicho: el sistema me niega el dejarle respuesta a este comentarista. Misterios de la Cibernética, que no es una ciencia exacta.
Le escribo a mi carnal chilango: «Ya he agendado mi siguiente Carta, para el día 25 de junio, te la mandaré dos semanas antes. Quiero dedicarla a Lucila Gamero de Medina, novelista hondureña autora de una obra maestra, Blanca Olmedo, que Galdós no hubiera vacilado en firmarla como propia. Pero es tan desconocida fuera de Honduras que no la conocen ni en los países vecinos. Y el 12 de junio se cumple el sesquicentenario de su nacimiento, así es que si tienes algún buen contacto con autores compatriotas suyos, a lo mejor da para un homenaje desde las dos orillas del charco grande».
Otro email hasta México, para mi poblana de mi alma: «Arcángeles querida, como eres lectora de mi Diario, habrás leído en él mi visita a Brigitte y Thomas Schäfer, mis vecinos en el anterior apartamento, y cómo les recomendé la lectura de Somerset Maugham y de Borges, así como de tus libros. Pues bien, recibo un email de Brigitte donde me dice (te traduzco): “Gracias por recomendarme los libros de Ángeles Mastretta, ya he leído y me encanta Emilia [así se títula en alemán Mal de amores]. Es un libro que produce adicción”».
Rodenkirchen, 29.5., Lunes de Pentecostés, festivo acá
Recibimos visita de Rebeca y Montse, comida de los cuatro en Steep’s, que les ha caído tan bien como a mí. Cuentan y no acaban de sus vivencias en Scheveningen, la playa de La Haya, y de la experiencia inolvidable de Madurodam, que me agradecen expressis verbis. Aseguran que pìensan repetir este viaje. Y comemos. Diny un panqueque de tocino de jamón, nuestras hijas unos espárragos con mantequilla derretida, y yo, regándolo con dos Grauburgunder, un arrollado de carne de res, si bien me disculpo de antemano con Rebeca: «Sé de sobra que no será tan bueno como los que tú haces, pero, según diría tu bisabuela Remedios, “A falta de pan, buenas son tortas”». Por cierto, dizque la desdichada María Antonieta dijo una vez algo parecido y que el pueblo francés nunca se lo perdonó: a ser cierto lo que dicen, lo pagó caro: en la guillotina.
Cuando regresamos al Maternus, Montse y Rebeca se afanan con tareas caseras para las que siempre he tenido unas manos zurdas. Estas dos hijas nuestras son de a deveras ejemplares. Recuerdo todavía las palabras de Montse en la Terraza del Rhin, en Sürth, cuando me reuní con ellas y con Chico para acordar la estrategia a seguir con Diny: «Ella se ha sacrificado toda la vida por nosotros, por cada uno de nosotros, ahora nos toca darlo todo por ella».
Rodenkirchen, 30.5.
Fue anoche cuando volví a ver Autumn in New York [Otoño en Nueva York]. No ha tenido suerte con los cinéfilos metidos a críticos de cine, que hicieron pipí una vez más fuera del tacho con esta peli. Es un melodrama de los de antes de la guerra, diría mi abuela Remedios. ¿Por qué esos cinéfilos tan cretinos metidos a críticos descalifican una peli porque apela a los lagrimales de sus espectadores: jamás lloraron en sus desgraciadas vidas? Me muero de ganas de volverla a ver, pero en su versión original, en inglés, como me pasa con las pelis que amo. Me atrae mucho, además, la partitura de Gabriel Yared, inspirada a mi juicio por la frase inicial de la flauta en el “Adiós a la vida” de Tosca, lo que habla de la sutileza del compositor libanés: no en vano, ganó el Oscar por la música de El paciente inglés. Y me reí de buena gana otra vez con este diálogo en el primer encuentro personal entre Will, 48 años (Richard Gere) y Charlotte 22 (Winona Ryder): Will: ¿Crees que soy demasiado mayor para ti? Charlotte: Oh, no… Colecciono antigüedades, o aspiro a hacerlo. Will: ¡Augg…!
En La Modicana con Ulli y Carlitos. Desde ya me avisa Ulli que el martes próximo no podrán venir porque a la 1 pm tienen agendada una pequeña operación quirúrgica de Carlitos. Ella y él encargan lo mismo, una pasta con setas, y yo mis ravioles con trufa. Les cuento Otoño en Nueva York y Ulli dice que desea verla, pero además quiere saber cómo hago para retener tantos detalles de una peli y poderla contar como si hubiese escrito su libreto. Me encojo de hombros. No le digo que mi personaje favorito de toda la obra de Manuel Puig es el homosexual Molina en El beso de la mujer araña, que leí con pasión en 1976 y me enseñó mucho acerca de cómo debe contarse un film.
Por la tarde nos visita Angie y vamos con ella a la zona ajardinada, que cada vez me gusta más. Angie (quien siempre le tuvo mucho miedo a volar, pero ya voló dos veces, a Madeira y Mallorca) volará el miércoles de la semana que viene, con Vincent, a Valencia, donde pasarán tres días, y de allí volarán a Palma, para encontrarse con Beate y Wolfgang, y que Vincent festeje su cumpleaños, el domingo 11, con su mamá y sus abuelos maternos. Cumplirá 20, y nos citamos desde ya para reunirnos a comer en Steep’s el domingo 18, al día siguiente de su regreso de Valencia. Ah, y cuando le hablo a Angie de Otoño en Nueva York resulta que la conoce, la recuerda de cabo a rabo y comparte mi entusiasmo. Laus Deo!
Rodenkirchen, 31.5.
Anoche estuve viendo Autumn in New York, es decir, la versión oriiginal y me agarró de nuevo, me dejó enamorado de Winona Ryder. En alguna de las críticas leí que había tratado de llevar a acabo algo así como una síntesis de Jean Seberg y Audrey Hepburn, y desde luego en lo que se refiere a la inmortal Jean Seberg, razón no le falta al crítico. Pero por lo que respecta a la Hepburn, la verdad es que no le veo nada de parecido. Por cierto: en la ficha de WR en imdb leo que «rechazó el papel protagonista de Sabrina (1995) porque consideraba que no podía ocupar el lugar de Audrey Hepburn y que el papel estaba marcado por el sexismo». Nunca entenderé ese argumento de no poder interpretar el papel que interpretó otra 40 años antes: toda peli que valga la pena merece la revisión para la nueva generación, así como cada generación necesita una nueva traducción de Shakespeare o de Ibsen, o del Ulises de Joyce. Y en cuanto al sexismo en la Sabrina de Sydney Pollack, prácticamente brilla por su ausencia: donde sí lo hay, y en cantidades industriales, es en la de Billy Wilder, basta recordar la escena donde Linus Larrabee (Bogart) le ordena a todas sus secretarias que se suban a una plancha de plástico para demostrarle a David (Holden) la elasticidad del nuevo material.
Rebeca está de vacaciones y vino hoy para echarle una mano a Diny en tareas del apartamento y hacer cuentas conmigo por las compras que he pagado con mi tarjeta. Las invito a almorzar en Steep’s, donde hoy miércoles hay Rievkooche. Ellas encargan un gulash suculento, yo Rievkooche con salmón ahumado. El camarero es otro del que tuvimos las veces pasadas y del que Diny piensa que seguro duerme muy bien, porque va corriendo a todas partes y debe terminar rendido.
A media tarde, poco después de despedirse Rebeca trepidan de nuevo los detectores de humo, taladran mis oídos, me devuelven a la fatídica tarde del 28 de noviembre, que me dejó traumatizado por ese sonido. Rebeca alcanza a darse cuenta y me llama enseguida al celular, ha conseguido enterarse de que esta vez no es una falsa alarma, han localizado un fuego en este 2-º piso, pero no en el ala donde se halla nuestro apartamento, y que los bomberos ya están en marcha. Le doy las gracias por su empatía con mi trauma, y 6‘ después termina la pesadilla. Me voy con Diny a la zona ajardinada, para respìrar aire libre y gozar de sus flores y sus verdes. Una vez, desde Beirut, me escribió Yolanda que luego de leer mi Diario le entró la curiosidad por conocer el Maternus, gugleó su portal y tenía la impresión de que es un lugar acogedor y luminoso. Lo es. Sobre todo cuando desactivan los detectores de humo.
Rodenkirchen, 1.6.
No he bajado al comedor del Maternus y he dedicado gran parte del día a reunir el papelerío que necesita mi asesora fiscal cuando nos encontremos el lunes 5 para hacer la declaración a Hacienda de mis gastos e ingresos en el 2021, a falta de sólo un dato: el de los ingresos de Diny por su jubilación neerlandesa, pero ya se está ocupando de eso Harry, que es asesor fiscal allá.
Los jardines del Maternus entristecen a Diny, según me dice cuando bajamos ahí alrededor de las 5 pm. He tomado la determinación de ir ahí todos los días y recorrer apoyado en el bastón el trayecto desde la puerta hasta el final de la zona, donde una verja la separa de la calle paralela a la Mayor del barrio. Y la verdad es que no me esperaba esta reacción de Diny. Hoy, además, hemos conocido a la jardinera, una persona joven y simpática con la que hemos charlado mientras ella regaba: no nos conocíamos, esta es la primer vez que nos vemos, y como casi todo el mundo en el Maternus, enseguida nos ubica, por nuestros acentos, como el matrimonio hispano–neerlandés. Me pregunta por el nombre español de las flores, y por suerte los sé casi todos, aunque hay un par de ellos de los que sólo conozco el nombre alemán. Se ríe al saber que el tan gráfico Vergissmeinnicht también se llama así en mi idioma: nomeolvides, aunque le aclaro que también se la conoce, en otras regiones del mismo, como mimosa o sensitiva. Aujourd’hui a été ma journée botanique, diría un francés.
Rodenkirchen, 2.6.
Anoche descubrí en Youtube una creo que copia del habitual The Making of… que suele acompañar los DVD, explicando cómo se hizo la peli, en este caso Autumn in New York, o mejor dicho, Otoño en Nueva York, ya que en este caso está doblado al español. Incluye entrevistas con la pareja protagonista y con las de quienes interpretan a la abuela de Charlotte y a la hija de Will, y también con su directora china. Saco la impresión de que el trabajo en equipo fue formidable y lo que más me interesó es algo que mi tocayo Gere dice acerca de Winona Ryder: que le parece haber estado actuando con una de aquellas estrellas legendarias de la edad de oro de Hollywood. No sé en quién pensó al decirlo pero me sentiría dispuesto a apostar mi única corbata de Armani a que la elección estaría entre la malograda Carole Lombard, cuya muerte en un accidente de aviación dejó inconsolable a su marido, Clark Gable, tanto que estuvo cerca de poner punto final a su carrera; y si no CL entonces Claudette Colbert o bien Deanna Durbin. Lo que pasa es que ya no puedo apostar aquella corbata, no sobrevivió a nuestra mudanza.
Invité a Diny a comer en el chino. Vamos allá despacito y buena letra, y Diny pide una sopa chopsuey y un rollo de primavera (para carnívoros) y cuando voy a decirle a la camarera lo que deseo, ella sonríe y medio pregunta «¿Sus langostinos empanados?» Me hizo el día la muchacha.
Ayer fue el cumplesantos de Javier (de uno de los siete Javieres de mi directorio, el de Barcelona) y le mandé un email felicitándole, y hoy me contesta dándome las gracias, a las que añade lo que sigue: «Ayer por la noche estuve en una conferencia de Vila Matas, que contaba cosas de cuando se hizo pasar por loco en la mili en Melilla y contaba que el loco de al lado, apodado el Ginebra, catalogaba los sueños que tenía: western, decía; policíaco, decía. Lo decía en sueños y luego no recordaba nada. Luego tomé algo con la madre de Chano, esas cosas tontas, ensaladilla rusa, aceitunas, Camembert frito, en la calle Parlament, que tiene un aire a Berlín, y hablamos de libros y de cómo seguir haciendo lo que uno quiere en la vida. Después me despedí muy formalmente de mi ex pero no me podía volver a casa así por así. De modo que tomé una moto de esas de alquiler y me di una vuelta con ella cerca del mar». Le respondo: «Como no conocía el nombre de tu hijo debí esperar a la siguiente frase para despejar el misterio. Que es que le vas a quitar el récord de matrimonios a Elizabeth Taylor, hijo. En cuanto a Enrique (Vila Matas), no sé si sabes que en su primer viaje a Alemania se hospedó en nuestro apartamento y nos hicimos bastante amigos. Lo leo poco porque lo que me pirra ahora es releer, pero una vez en Madrid, la hija de uno de mis mejores amigos (onubense también, amigo desde nada menos que 1955) se autoinvitó a nuestro almuerzo con el siguiente fundamento: «Quería ver si ese Ricardo Bada de quien tanto habla mi padre es el mismo que Vila Matas cita en casi todos sus libros». Por ahí me vine a enterar. Ya ves. Un fuerte abrazo, y esta noche brindaré por ti con un Single Malt». A lo cual Javier me replicó con un poema compuesto impromptu: «Creo que lo que sucede / es que me he especializado en ex parejas. / Es mi campo de excelencia. / Mi nicho de mercado. / Mi dulce inconveniencia. / Ah, mis ex parejas. / Todas aquellas discusiones / y aquellas bellas promesas. / Uno sueña, construye, se equivoca, / se empareja, / se despareja. / Como en un baile que, al terminar, / nos deja un poco solos, / mas con cenizas de belleza». Este final tan hermoso me recuerda el de la “Sonata” de Álvaro, que no sé si Javier conoce: «No se puede saber todo. / No todo es tuyo. / No esta vez, por lo menos. Pero ya vas aprendiendo a resignarte y a dejar que / otro poco tuyo se vaya al fondo definitivamente / y quedes más solo aún y más extraño, / como un camarero al que gritan en el desorden matinal de los hoteles, / órdenes, insultos y vagas promesas, en todas las lenguas de la tierra». Qué alegría tener amigos poetas que escriben así.
Bajamos a la zona ajardinada, y Diny lleva en la bolsa de su andador el ejemplar de la traducción al neerlandés de Haus ohne Hüter [Casa sin amo], de don Enrique, que le trajeron Rebeca y Montse de Scheveningen; lo encontraron en uno de los armarios públicos donde la gente lleva los libros de que se quiere separar pero no tirarlos a la basura, dejándolos en tales armarios para que los puedan leer otros. Acá, en Rodenkirchen, hay uno en la Plaza Maternus; en Weiß hay otro delante de la escuela primaria a la que acudieron nuestros hijos; y en Sürth también otro, en la plaza del mercado… que en realidad tan sólo es mercado un día a la semana, los demás es un aparcamiento. Estos tres barrios (R’kirchen, Weiß y Sürth) son tres pueblos absorbidos municipalmente por Colonia, pero siguen manteniendo su carácter, sobre todo los dos últimos: por dicha, como dicen en Costa Rica, no han sido “colonizados”.
Rodenkirchen, 3.6.
Vamos a almorzar en Steep’s con Rebeca y Paul. Rebeca pide una ensalada à lo Ulli en La Modicana, con el añadido de una gran papa al horno y con salsa blanca; Paul un filete empanado á la vienesa con pommes frites, y Diny y yo lo mismo que Paul pero en la versión “senior”, porque parece que se parte de la base de que los viejos (corrección: los ancianos) comemos menos. Y al menos en lo que a mí respecta tienen razón quienes así piensen. Marga, la camarera canaria de La Daniela, en la madrileñísima calle de Cuchilleros, donde plantamos nuestra tienda cuando me dieron de alta en la clínica San Carlos (mayo 2012), me definió así: «Él come viéndola comer». A Diny, se sobreentiende.
Entre las propuestas de lectura para el fin de semana que nos envía puntualmente mi pana Marcos desde Karakogrado, la capital de Venezuelistán, esta vez una crónica hermosísima de María José Solano, al pie de la cual (de la crónica, no de María José) quiero dejar un comentario pero me sale la criada respondona y me dice «Ha habido un error crítico en esta web». El comentario es el siguiente y lo incluyo acá, no sin sacarle la lengua y hacerle un corte de mangas a la criada respondona: «Es un texto tan bello que he terminado de leerlo con los ojos arrasados por tanta hermosura y por la puñalada trapera de la nostalgia al recorrer, de la mano del texto, mi Güeno Saire querido que ya no volveré a ver. También sus lunares. Citaré nada más uno: la pintada ¡MÓICHELES FUERA!, 1967, en una pared de la semiderruida estación BORGES de una línea férrea descontinuada, a mitad del camino desde mi depto. a la estación OLIVOS de la otra línea de ferrocarril, la de Retiro a Tigre, ida y vuelta. En Baires entendí por fin por qué hay que tener miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con nuestras vidas. Como ahora, leyendo este texto de alguien a quien no conozco y siento tan cercana a pesar de su juventud y de mis (dentro de una semana) 84 años».
Repasando las entradas antes de subirlas a Fronterad me di cuenta de que no le conté a Javier el chiste que me contaron acerca de la ensaladilla rusa en las tabernas de Madrid. Que hay algunas donde la que ofrecen como tapa es la ensaladilla ucraniana. Porque tiene más huevos. Es demasiado obvio, aunque si me detengo a pensarlo, pudiera haberla craneado don Francisco de Quevedo y Villegas, de quien dícese que era harto malhablado y boquisucio.
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