“Con Gianni Riotta, durante años, hemos caminado por las calles de noche hablando de los años setenta, del terrorismo y de la necesidad de que yo escribiera lo que sentía”. Con esta frase recogida en la sección de “Agradecimientos”, Mario Calabresi expresa la razón de ser de un libro con el descriptivo título de Salir de la noche. Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo. Las conversaciones con ese y otros amigos estimularon al autor a componer esta íntima reflexión personal sobre una vida marcada por el asesinato de su padre. Terroristas de izquierdas vinculados al grupo denominado Lotta Continua asesinaron a Luigi Calabresi el 17 de mayo de 1972. Con treinta y siete años de edad, dejaba viuda y tres hijos. El mayor, Mario, tenía tres años, y el menor no llegó a conocer a su padre. Su asesinato fue precedido de una cruel campaña de acoso y señalamiento siendo falsamente acusado de ser responsable de la muerte del anarquista Giuseppe Pinelli. Éste falleció al caer por la ventana de la comisaría en la que era interrogado tras su detención como sospechoso de participar en el atentado en el que 17 personas murieron en diciembre de 1969 al estallar una bomba en la Piazza Fontana de Milán. Ni Pinelli fue responsable de aquella matanza, ni Calabresi tuvo responsabilidad alguna en la muerte accidental del anarquista, como una exhaustiva investigación judicial demostraría tiempo después.
“Nosotros queríamos mantener vivo a Luigi Calabresi, redimir su memoria, limpiarlo del lodo y obtener justicia”, escribe su hijo Mario explicando así el objetivo de esta sentida crónica. “No mucho después de mi nacimiento, el periódico Lotta Continua retrató a mi padre conmigo en brazos, enseñándome a decapitar, con una pequeña guillotina de juguete, a un muñeco que representaba a un anarquista”. Esta es solo una muestra de la intensa y brutal campaña de exclusión moral orquestada contra el comisario para deshumanizarle haciendo legítimo su asesinato en la lógica fanática del criminal y de sus cómplices. Entre estos últimos, los centenares de denominados intelectuales italianos que en 1971 firmaron un manifiesto con infundadas acusaciones contra Calabresi sentenciándole a muerte.
“Recuerdo el cansancio de sentirnos diferentes, de no ser niños normales; no teníamos derecho a tener nombre y apellidos, éramos ‘los hijos de…’”. Desde su madurez, el periodista Mario Calabresi narra cómo su familia y él mismo sobrevivieron a tan enorme injusticia. Lo hace enmarcando su propia experiencia en la de otras víctimas del terrorismo, como revela en este pasaje: “Redescubrí aquellos sentimientos nuestros en las palabras de Benedetta Tobagi, recogidas en el libro I silenzi degli innocenti. Su padre también fue asesinado en mayo, siete años después del nuestro”. El autor expone sus sentimientos reflejando también los de otras víctimas de la violencia política en Italia con los que conversará en la búsqueda de respuestas tras su victimización. Al hacerlo provoca también en este lector la evocación de otras experiencias demostrando una identidad de contenidos con indiferencia de la ideología que motivó el crimen. Y es que cuando Calabresi relata la inmoral campaña de estigmatización que precedió y sucedió al asesinato de su padre, este lector evoca las mismas tácticas que desde la prensa afín a la organización terrorista ETA se desplegaron contra ciudadanos no nacionalistas. En 2022 José Antonio Zarzalejos, director de El Correo entre 1990 y 1998, definió como “un oprobio, un insulto” la presencia en el Congreso de los Diputados de Mertxe Aizpurua, la portavoz de Bildu, porque “no solo fue condenada por enaltecimiento del terrorismo, sino que señaló a los compañeros desde Egin”.
Calabresi ha recurrido a la palabra confiando en sus virtudes taumatúrgicas, como su abuela le transmitió, con el deseo de compartir memoria. Al hacerlo no solo rescata del olvido a su ser querido, sino que le honra al tiempo que nos exhorta a pensar en las implicaciones políticas y humanas del terrorismo en el presente. El autor escribe sobre los antiguos terroristas: “hoy sufrimos esta peculiaridad italiana que nos deja consternados: los antiguos terroristas que se convierten en gurús, escriben libros, conceden doctas entrevistas”. Italia no es peculiar en este sentido, como evidencian otras democracias liberales europeas como España y Reino Unido donde el terrorismo de ETA y el IRA también ha golpeado duramente. Hoy contemplamos cómo los diarios del Grupo Vocento, cuyos profesionales fueron en el pasado amenazados por el terrorismo nacionalista de ETA, entrevistan a Arnaldo Otegi como si ETA no hubiera existido y como sus asesinatos no tuvieran implicaciones políticas en la actualidad. Han caducado los antecedentes penales del dirigente terrorista, aunque no los del pederasta o el maltratador de mujeres al que lógicamente los medios no brindan portadas ni extensas entrevistas. “La delación que apunta a 12 generales de ETA”, titulaba el diario El Correo el 14 de mayo de 2023. No es la primera vez que en los últimos años ensalza así a los terroristas. Es también habitual su descripción de los criminales como “históricos dirigentes de la izquierda abertzale”. Recurrente su lenguaje eufemístico para suavizar la impunidad de quienes han violado los derechos humanos afirmando constantemente que “la izquierda abertzale da pasos, pero sin completar su recorrido ético”. Tan inconcluso recorrido resulta incoherente con el generoso tratamiento que constantemente reciben por parte de bastantes medios de comunicación.
“La escena nos hizo retroceder treinta años, a este terrible día en que nuestras vidas se detuvieron junto con las de nuestros seres queridos. Nos horrorizó”. Calabresi recupera las palabras de otras víctimas del terrorismo italianas que, como señala, “después de años de silencio” contaron “su desaliento” al ver un especial de la cadena televisiva Italia Uno en el que era entrevistado uno de los fundadores del grupo terrorista Brigadas Rojas. “La sensación de malestar se disparó: pero cómo, ¿un antiguo terrorista en los escaños del Parlamento?”, escribe Calabresi mostrando la dejación moral y democrática como la que se acepta hoy en Italia, España y Reino Unido. “Lo mínimo sería que los condenaran al silencio social: no tienen nada que enseñar”, observa también con claras implicaciones para nuestro propio contexto, lamentándose: “las Brigadas Rojas llevan consigo un aura de personas comprometidas, de luchadores, cuando en cambio eran solo unos desgraciados que llegaron a la lucha armada para redimir vidas sin perspectivas, personas pobres de ideas y de espíritu”.
Denuncia Calabresi que los exterroristas son tratados como “personajes ilustres” humillándose así a las víctimas de su violencia. Sus palabras son perfectamente aplicables a nuestra realidad en España: “Los medios de comunicación tienen una particular responsabilidad. Los periódicos y las cadenas de televisión no tienen demasiados escrúpulos a la hora de poner un foco sobre los terroristas, de facilitarles el acceso al escenario, incluso cuando es claramente inoportuno”, escribe en Salir de la noche. La lectura de este pasaje lleva a este lector a recordar aquella patética entrevista de Évole a Otegi en la que el entrevistador se mostraba impúdica y puerilmente fascinado por el contacto con el líder terrorista. “Cuando los terroristas hablan, casi nunca se recuerdan sus crímenes y sus responsabilidades”, escribe Calabresi, describiendo la perversión de tantos periodistas. “Los terroristas no han sido repudiados como asesinos (…) son ellos quienes se convierten en modelos”, enfatiza el autor. Su denuncia evoca en este lector las reflexiones de Avisaih Margalit. “Una sociedad decente es aquella sociedad que no humilla” y en la que cada persona recibe “el honor debido” por parte de “sus instituciones”, escribe el filósofo israelí para recordar que “sin justicia no es posible una sociedad decente”.
“He hecho todo lo posible para que no crecierais en el resentimiento y en el odio”, rememora Calabresi al elogiar la dignidad de su madre en su constante lucha por la verdad y la justicia. En las entrevistas que la publicación del libro en castellano ha suscitado el autor admite que él no cree en el perdón para crímenes terroristas que son irreparables. No obstante, presenta a su madre como “una persona convencida de la idea de seguir caminando y mirar siempre hacia delante, de trabajar por la reconciliación, el perdón”, al sostenerla “una fe vital y muy fuerte”. No queda explicitado en qué ni cómo habrían de materializarse esa reconciliación y perdón que se han convertido en términos con una considerable carga política. Con frecuencia se utilizan para transferir la culpa por el crimen del terrorista a su víctima. Añade además Calabresi que “es importante aclarar que los ‘héroes’ eran personas normales”. Ciertamente, a las víctimas con frecuencia se las identifica como “héroes” con intenciones elogiosas, pero a veces engañosas, como si esa atribución de heroicidad obligara a aceptar con estoicismo las injusticias que sobre ellas se infligen. Escribe Emmanuel Carrère en V13, su reciente libro sobre el juicio por los centenares de asesinatos cometidos por terroristas yihadistas en noviembre de 2015 en París: “He leído, oído decir y a veces pensado que vivimos en una sociedad victimista, que mantiene una complaciente confusión entre el status de víctimas y el de héroes”.
Precisamente por ello, porque las víctimas son seres humanos, personas normales, las reflexiones de Calabresi sugieren a este lector las siguientes consideraciones. Ante la impunidad política, penal y moral que han traído consigo campañas terroristas en países como Italia y España, ¿acaso no es legítimo que las víctimas que así lo sientan alberguen un resentimiento que, sin embargo, es despreciado como negativo? Como ha demostrado Brudholm en Resentment’s virtue. Jean Améry and the refusal to forgive (2008), debe desafiarse la creencia generalizada y convencional que asume el perdón como positivo así como nocivo el rechazo a concederlo. En su defensa del resentimiento que la víctima del nazismo Jean Améry reivindicó, Brudholm extiende a otros contextos el valor e incluso la necesidad de oponerse al perdón como “testimonio emocional de respeto a sí mismo y de consideración sobre el daño moral que se les ha infligido a otros o a uno mismo”. Su vigencia es clara, como se desprende del propio texto de Calabresi, sugiriendo que, en determinadas circunstancias, la supuesta superioridad moral del perdón no lo es, sino más bien lo contrario pues, parafraseando a Brudholm, ¿qué tipo de persona sería capaz y estaría dispuesta a perdonar, olvidar y reconciliarse en un contexto en el que impere la impunidad y un olvido escapista? En sociedades como la italiana y la española en la que quienes han causado víctimas han sido injustamente convertidos en “protagonistas de la paz”, el resentimiento no representa necesariamente una expresión de odio o venganza, sino, en los términos de Brudholm, un “compromiso con ciertos estándares morales” imprescindibles para regular la vida en sociedad.
En un momento de este emocionante diario Mario Calabresi rememora las palabras de otra víctima dirigiéndose a sus hijos: “Les decía que defendieran siempre la verdad y la justicia, sin temor a ser impopulares, poniéndose del lado de los más débiles y aislando a los violentos”. Este libro nos recuerda, en efecto, quienes son los más débiles y quienes deben ser aislados. Interpelados estamos después de que los terroristas hayan, en gran medida, amortizado sus asesinatos. El eco de las reclamaciones de Calabresi, memoria y justicia, se escucha también aquí y en otras democracias que han sido víctimas del terrorismo.
Salir de la noche. Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo, de Mario Calabresi. Traducción: Carlos Gumpert. Libros del Asteroide.