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Mientras tantoEspaña en Regional: Oviedo-Llanes

España en Regional: Oviedo-Llanes


 

Como este viaje es en “Regional”, aunque sea un tren de la antigua Feve, no me vale el billete del Alvia que me llevó ayer de Valencia a Oviedo. Me lo confirma la chica de la taquilla de la estación. Se lo he preguntado “por si acaso”, pese a que suponía que este billete del Alvia sólo te sirve, exactamente igual que con los cercanías de Renfe, para los cercanías de Feve. Tengo que decir que de todas las líneas de vía estrecha del Norte, la única que conozco es la que va de Gijón a Pola de Laviana. Hace muchos mucho años, cuando mi mujer (entones mi novia) y yo estuvimos unos días en Gijón en unas vacaciones de Navidad, aproveché para hacer un viaje rápido hacia el interior de la provincia, y tengo que decir que me gusto el viaje, pero por desgracia no pude repetirlo, ni hacer otros viajes en trenes de Feve. Hasta ahora, hasta unos veinte años después. De manera que se entiende que quiera coger un tren con un trayecto largo (con lo cual descarto las líneas de cercanías), porque todo lo que no sea Gijón ni Oviedo es ferroviariamente hablando “territorio desconocido”, y todo tiene una pinta estupenda sobre el mapa. Aunque hay un problema, claro, porque siempre hay un problema. Tengo que volver a dormir a Oviedo, lo cual implica que, dado la escasez de trenes regionales de Feve, tengo que hacer malabarismos con los horarios. Por ejemplo, llegar hasta Santander o hasta el Ferrol y volver en el mismo día es totalmente imposible. De manera que tengo que buscar un punto intermedio… ¿Ribadeo? ¿Viverio? ¿Llanes? ¿Cabezón de la Sal? Cualquiera de estos lugares me vale, pero hay muy pocos trenes. Y son muchas horas, si me tiro cinco horas para ir y cinco horas para volver, el viaje puede pasar de ser un placer a un auténtico suplicio, y aquí hemos venido a trabajar (haciendo fotos) pero también a disfrutar del viaje. Esos viajes masoquistas de hace años cada vez me sientan peor. Será que me hago viejo…

Hablo con una vieja amiga mía que vive en Gijón. Ella no estará en la ciudad y es una pena, porque hace años que no nos vemos. Le cuento mis planes. “Llanes me parece perfecto, porque tienes mar y montaña”. Los horarios también son buenos, puedo ir y volver con relativa comodidad, y aún me quedan unas horas para ver el pueblo. Así que no se hable más… Voy a la taquilla y sacó un billete de ida y vuelta para Llanes. Si lo cogiera sólo hasta Infiesto (L´ínfestu, en bable, un nombre que a mí me resulta muy curioso) me saldría gratis, pero yo quiero llegar al mar, y para eso tengo que llegar más lejos.

El tren sale a las 7.57 de la mañana. El hotel está encima de la estación. Y cuando digo “encima” digo literalmente encima (a la salida del túnel, y además tengo la suerte de tener una habitación que mira hacia las vías, una maravilla y una perdición para alguien como yo, porque todo el rato estaría haciendo fotos a los trenes). El buffet del hotel abre a las 7. Me da tiempo a desayunar tranquilamente y bajar a la estación. El tren espera pacientemente en las vías reservadas para Feve (y me gusta mucho esto de que las dos estaciones, la de Renfe y la de Feve, sean las misma estación, porque eso facilita enormemente el cambio de tren, el traspaso de viajeros de unos ferrocarriles a otros). Y hablando de viajeros, me sorprende ver lo vacío que va, sólo hay cinco personas en el tren. Cierto es que aún no son las ocho de la mañana y que estamos en julio, pero pese a todo es viernes, lo cual implica, al menos en teoría, bastante movimiento de pasajeros. Luego, lo digo ya, le tren se irá llenando y para cuando se detenga en la estación de Llanes casi estará todo lleno. Y luego, el de la vuelta, estará más lleno aún, sin prácticamente ningún asiento libre, pero curiosamente se vaciará pronto, porque medio tren lo ocupa un gran grupo de adolescentes que por lo visto van de campamento. No hace falta que os diga que me gusta ver los trenes llenos, y me gusta que los chavales de campamento cojan el tren, porque, entre otras cosa, me recuerda cuando yo hacía lo mismo. La contrapartida es que son escandalosos y te dejan sin asiento, pero como se bajan en Ribadesella, el trastorno no es demasiado grave.

No adelantemos acontecimientos, aún queda contar el viaje de ida… Salimos bien de Oviedo, con sólo un minuto de retraso, y nada más abandonar la ciudad nos metemos en una niebla espesa. Es extraño, porque en Oviedo teníamos un buen sol, pero claro, estamos en el norte, y de buena mañana, así que estas nieblas son algo normal. Y no pasa nada. Tengo bastantes horas para hacer fotos, para ver el paisaje, y también para leer los dos libros que llevo en la mochila y para tomar apuntes. Ayer me pasé todo el día en el Alvia. Me encantó volver a pasar por Pajares, y espero que no sea la última vez. Le pregunto a la revisora, una chica muy amable (y que resulta que es del mismo pueblo de Pajares), qué va a pasar con la vía vieja cuando se abra el túnel del Ave. A mí me gustaría, evidentemente, que continuara en funcionamiento, aunque sólo fuera para los mercancías y, sobre todo, para el Regional, pero no sé qué va a pasar, y por desgracia no soy muy optimista. Ella me dice “Aún no está claro”, pero no sé si me dice todo lo que sabe o no sé hasta qué punto aún no está realmente decidido. He seguido el tema en la prensa, y tampoco lo dicen muy claro, pero eso no significa que alguien en algún despacho lejano ya lo tenga decidido, y que todavía no lo quiera hacer oficial. No sé, en cualquier caso en unos meses se supone que abren el túnel, de manera que ya veremos qué pasa…

A todo esto llegamos al cruce de El Berrón. La niebla desaparece de repente. Cruzamos las vías sin esperar demasiado y continuamos camino. El tren se va llenando en las distintas paradas y me fijo en la tipología de los pasajeros, como hago siempre. Casi todos van solos. Hay pasajeros que suben con bicicletas, otros con mochila… ¿Camino de Santiago? Sí, alguno sí, pero otros sólo hacen excursiones de un día, como la que estoy haciendo yo. También están los que parece que van al trabajo, y los estudiantes que vuelven a casa después de pasar la semana en Oviedo. Nadie habla. Una señora tiene un móvil en la mano y está viendo un video… Pero tiene el volumen alto. Eso me fastidia mucho. ¿Por qué todavía hay personas que no saben lo que son los auriculares? ¿A mí qué me importa su video? ¿Porqué me tiene que estar molestando con ruidos que se podían evitar perfectamente? Por suerte tengo sitios de sobra para sentarme, así que me alejo de ella. Y de paso busco un buen asiento, con una buena ventana que a poder ser no esté muy sucia. Ya hemos llegado a Infiesto y muy pronto vamos a ver avistar el río Sella, que ya no abandonaremos hasta su desembocadura. Conozco esta zona gracias a la tele, a la famosa carrera de piraguas (cuando ponían un tren especial, por cierto, me pregunto si lo seguirán poniendo y anoto mentalmente que tengo que buscar información cuando vuelva a casa), y siempre he querido pasar por aquí. De manera que una buena ventana es una cuestión importante, y ahora ya no hay niebla, luce el sol, buen día para hacer fotos.

Estamos en medio de un valle lo suficientemente amplio como para que el tren pueda circular sin demasiadas dificultades. Prácticamente no hay túneles, las curvas no son muy cerradas y no hay mucha pendiente, con lo cual podemos ir a una velocidad decente (dentro de la modesta velocidad de este tipo de trenes y este tipo de trazado). El único punto malo es cuando pasamos al lado de un derrumbe. Se ve que recientemente han caído rocas junto a la vía y el tren tiene que pasar muy despacio. Estamos entre la montaña y el río, en una parte particularmente estrecha del valle. Pero se pasa rápido y el tren recupera su velocidad habitual.

El río Sella es un río muy caudaloso, o eso es lo que me parece a mí. Lleva mucho agua y eso que estamos en verano, y por supuesto veo gente en piragua o en canoa. Van por su cuenta o van en grupos. Intento hacerles fotos aunque hay tantos árboles entre la vía y el río que no es fácil. Pero no importa, son unos árboles estupendos. En realidad es el paisaje que espera encontrar, muy verde, muy boscoso, con unas montañas rocosas y altas frente a mí, con campos y casitas en los claros del bosque.

Llegamos a Ribadesella y me llevo una pequeña desilusión, porque el tren cambia de dirección y se aleja del río y del pueblo y me quedo sin ver la desembocadura y el mar. Es una pena, porque la parte de la montaña me ha parecido espectacular, pero ahora me falta mi trozo de mar, de costa.

Y este trozo llegará… En realidad es sólo un trocito, unos pocos kilómetros en los que la vía pasa junto a una playa, pero es un paisaje increíble, y como pasa tan rápido me deja con muchas ganas de más, y ya estoy esperando a la vuelta para volver a hacerle fotos (ya que otra cosa de momento no puedo hacer, pero anoto el lugar en mi libreta por si algún día puedo ir a esa playa que he visto no demasiado llena de bañistas, teniendo en cuenta que estamos en julio, y que debe ser un lugar estupendo para probar las frías aguas del Cantábrico). A todo esto empiezo a ponerme un poco nervioso, porque siempre me da miedo pasarme de parada, sobre todo cuando es la primera vez que viajo a un sitio. Pero la revisora me dice que en Llanes tienen que esperar al tren que viene de Santander (o al revés, el tren que viene de Santander les tiene que esperar a ellos) y que ella y el maquinista se bajan aquí y se suben en el tren de vuelta hasta Oviedo. Meto las cámaras en la mochila y me preparo para bajar. Vamos con un poco de retraso, según el horario ya deberíamos estar en Llanes. Le pregunto a la revisora y me dice escuetamente: “Ya estamos cerca”. No quiero ser pesado. Vuelvo a mi asiento, reviso que todo esté en la mochila (otra manía estúpida, lo confieso, porque hace un momento que he metido las cámaras y el libro que estaba leyendo a ratos, así que no hay nada más que revisar) y me doy vueltas por el pasillo, porque ya llevo más de tres horas en el tren y empiezo a estar cansado de estar sentado. Aunque sé que me esperan otras tres horas de vuelta y que al final del día acabaré extrañamente agotado. Y digo lo de “extrañamente” porque estar sentado en el tren muchas horas agota sin hacer ningún esfuerzo físico, simplemente de estar quieto. Pese a todo es algo que hay que aceptar como parte del viaje, y lo acepto, desde luego, porque sé que al final del día, cuando vuelva a mi hotel y me de una ducha, me sentaré a mirar las fotos que he hecho  y estaré satisfecho. Incluso si muchas salen mal (borrosas, movidas), seguiré estando satisfecho. Nunca había ido a Llanes en tren, y tendré otro viaje que contar y que guardar en la memoria. Y aún me quedarán más viajes por hacer, y los más importante de todo: aún me quedarán ganas de hacerlo…

 

 

 

 

 

 

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