Estas semanas previas al 23 de julio hemos visto un aluvión de propaganda política en el cual se volvía a figuras literarias de buenos y malos. Hay pocas novedades en las metáforas, en los significados, que se asignan a los rivales: Sumar o el PSOE son así mugremitas, rojos, paguiteros, follamoros o vagos mientras que el PP o Vox son fachas, fascistas, maltratadores o machistas.
Cada rival proyecta sus propios fantasmas para disfrute poco culposo de sus aficionados: estos dicen “olé” a cada insulto y el torero, el opinólogo o cómico, recoge su capote para agradecer a la afición. Cambien el símil con el campo de fútbol, si Vds. son antitaurinos, que aquí nos adaptamos al lector. No es necesario que el gol o la faena sea muy lustrosa, ya que aquellos que acuden aplauden todo. El ingenio, cada vez menor, se sustituye por el aplauso unánime del “descamisao” (Alfonso Guerra dixit) que perdió cualquier capacidad de juzgar en una estructura sectaria que hubiera aplaudido “la voltio”.
«Hoy zaco tré escaño…»
Pero ha pasado algo, ¿lo notan?, la plaza de toros / campo de fútbol ya no tiene tantos aficionados o hinchas. Cada tweet, cada comentario de Facebook, ve reducir de manera estrepitosa, imparable, su número de “me gustas” ante una propaganda que ya no resulta efectiva. Se han escrito unos cuantos libros sobre esta, se incide en todos ellos que la reiteración mueve mayorías, pero ninguno de ellos contaba una sociedad donde el sobre estímulo tienda a la despolitización.
Porque, conocidos los extremos ya, el discurso se cae: ni la retirada de una subvención a una obra de Virginia Woolf da para un “Yo acuso” del/la inevitable Paul B. Preciado, ni tampoco el “que te vote Txapote” justifica un artículo de Hughes sobre la colaboración de ETA con el PSOE en el que se cite al Real Madrid por pelotas (sonido de bocina). Todo es ya una etérea proyección, un artificio de laboratorio, que busca rascar unos escaños que parecen estar decididos desde hace tiempo. Comienza, entonces, el ciclo melancólico, plagado de metáforas, de la política española: el “lo que pudo haber sido y no fue”. Volverá, claro, el único consuelo para el súbdito de los absolutos políticos: la novela.