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AcordeónEuropa. El ángel decapitado

Europa. El ángel decapitado

 

Am Anfang schuf Gott Himmel und Erde

 

 

Konrad Adenauer abrió su misal y ahí estaba todo: la caída de Berlín, la ocupación de París, la batalla de Verdún. Todo rebobinado en el misal del canciller de Alemania.

 

Y ahí estaba Charles de Gaulle, junto a Konrad Adenauer en la catedral de los ángeles. Arrodillados en el templo donde se bautizó al primer rey de Francia con tres mil de sus soldados. En la inmensidad gótica donde el 19 de septiembre de 1914 murieron abrasados demasiados soldados alemanes por el incendio que provocaron sus propios proyectiles… En su retirada de Reims, las tropas del káiser dejaron a sus heridos extendidos en el suelo de la catedral, recostados sobre mil haces de paja. Días después, los proyectiles alemanes prendieron fuego a la madera del tejado, fundiendo sus toneladas de plomo, que bajó derretido por las gárgolas y chorreó hacia el interior, quemando la paja y abrasando a los heridos.

 

“Excelencia, el canciller Adenauer y yo mismo venimos a vuestra catedral a sellar la reconciliación de Francia y de Alemania”, dijo De Gaulle al arzobispo de Reims, monseñor Marty, que les esperaba en el pórtico, bajo el ángel de la sonrisa.

 

Eran las once y dos minutos del domingo 8 de julio de 1962, y Adenauer y De Gaulle entraban en la catedral juntos y juntos se sentaban en el coro. Celebró misa –la Misa de la Reconciliación– el obispo auxiliar, monseñor Béjot, asistido por monseñor Lallement y el sacerdote Lucien Hess… He aquí la intensidad: Lallement había sido prisionero de guerra, y Hess, torturado por la Gestapo y deportado a Dachau. Dos torturados por los alemanes oficiando ante el canciller de Alemania el misterio de la transustanciación de la carne. Donde las gárgolas vomitaron plomo derretido. En la capital de la Champaña. En la ciudad de Moët & Chandon.

 

“La catedral os acoge con la sonrisa de su ángel”, les dijo el arzobispo en la homilía. El ángel, esculpido con una misteriosa sonrisa, fue decapitado por el bombardeo alemán de 1914. Cuando estalló la guerra, Nuestra Señora de Reims estaba restaurándose: una viga del andamio exterior cayó ardiendo y seccionó la cabeza del ángel, que salió volando cinco metros. La sonrisa impactó contra el suelo y se partió en 24 pedazos, allí donde san Nicasio fue decapitado por los vándalos: en el pórtico.

 

Un segundo gran bombardeo, en 1917, dejó la catedral a cielo abierto. Acabó la Primera Guerra Mundial, y empezó y terminó la Segunda Gran Guerra y precisamente aquí, en la capital del champán, donde Chrétien de Troies inventó la novela, Alemania firmó la capitulación.

 

Angela Merkel y François Hollande conmemorarán en Reims, este domingo 8 de julio, el cincuenta aniversario de la Misa de la Reconciliación. ¿Qué sentirá Merkel tan al suroeste?

 

“Tender la mano es bueno. Tender el corazón todavía es mejor. La paz se engendra en el laboratorio del amor y los minerales de este laboratorio son la justicia y la caridad”, afirmó el arzobispo frente a las cuatro mil personas que llenaban la catedral, frente a muchos de los soldados franceses y alemanes que acababan de desfilar en el campo de Mourmelon: juntos, por primera vez en la historia. Con los tanques y las banderas de los dos países. Bonn, con un cierto vértigo, había propuesto que las unidades de la Bundeswehr desfilaran con la bandera de la Alianza Atlántica, pero la idea se abandonó para no molestar a De Gaulle. Tal era el desapego atlantista del general.

 

De Gaulle quiso que la misa se celebrara aquí y no en otro lugar. En la catedral que “todavía no ha cerrado sus heridas”, como decía él. Y quiso pasar revista a las tropas francesas y alemanas junto a Adenauer: “Como dos vencedores”, recordaría en sus memorias.

 

Hoy, en la era de la prima y sus riesgos, lo importante en las cumbres de Europa es saber quién es el vencedor y quién el perdedor.

 

Tras la misa hubo un almuerzo de gala en el Ayuntamiento. Y el ángel de la sonrisa volvió a aparecer, traslúcido, en el brindis: su imagen estaba grabada en las copas de champán, superponiéndose a las burbujas. “Un milagro de la Providencia. Un don del cielo”, calificó el canciller alemán, con la copa en la mano, lo que estaba ocurriendo.

 

La Providencia, en efecto. De Gaulle y Adenauer creían en Dios. Eran católicos y romanos. Sentían la catedral, y la sentían para lo que fue levantada. Para lo sobrenatural. Un letrero recuerda hoy a los turistas que este espacio de luz va muchísimo más allá del arte: “Sintetiza los quince siglos de comunión de la diócesis de Reims y las Ardenas con Cristo”.

 

Tras el misterio de la transustanciación, Charles de Gaulle no comulgó. Como jefe de un Estado laico –explicaría Alain Peyrefitte, asesor y confidente del general– no podía ejercer en público un acto personal de devoción.

 

Konrad Adenauer sí comulgó. Arrodillado. Con intensidad, dolor y una expiación infinita. Porque en el misal del Kanzler estaba la caída de Berlín, la ocupación de París y la batalla de Verdún, pero faltaba algo por rebobinar. Adenauer plantó cara a Hitler. Fue arrestado por los nazis y se refugió en la abadía de Santa María Laach. “Con los nazis me avergoncé de ser alemán, en lo más profundo de mi corazón”, decía. Pero su gobierno, ese julio de 1962, seguía protegiendo a nazis ocultos por el mundo. Como a Walther Rauff, el oficial de las SS que ideó el exterminio con cámaras de gas. Mientras Adenauer comulgaba en Reims, Rauff vivía en Chile al servicio de la inteligencia alemana y cobrando de ella. “Dentro de las virtudes cristianas está, en primer lugar, la habilidad”, afirmaba el canciller en una frase capaz de invertir todas las catedrales de Europa.

 

En el brindis del Ayuntamiento, De Gaulle subrayó la “masiva” respuesta de los franceses a la visita de Adenauer. Era el sueño del general, que había tejido los gestos del viaje hasta el detalle, pero no era la realidad. No hubo una hostilidad masiva, pero tampoco fervor popular hacia el canciller alemán: más de la mitad de la población de la Champaña había perdido la vida en la guerra de 1914. El día anterior a la misa, la comitiva de Adenauer fue abucheada –el único incidente de la visita– por los comunistas a su paso por la plaza de Santo Tomás.

 

¿Con qué entusiasmo recibirá el domingo 8 de julio Reims a la canciller de Europa?

 

Dentro de la catedral, unos paneles explican en alemán la destrucción que sufrió durante la Primera Guerra Mundial, Im ersten Weltkrieg. Un artista alemán, Imi Knoebel, ha diseñado los nuevos vitrales del ábside, que disgustan profundamente al párroco, Jean-Marie Guerlain. El contraste con los vitrales que Marc Chagall hizo en 1974 –un chorro de luz mística, judía, azul– le da la razón. Lo único acertado, acertadísimo, que el párroco ve en estos vitrales es que su creador sea alemán.

 

En plena Gran Guerra, el corresponsal de La Vanguardia vio en las afueras de Reims cómo un soldado francés encendía la pipa a un soldado alemán. Entre dos trincheras, en un segundo de tregua. Era el 25 julio de 1915 y la escena provocó en Gaziel una hermosa reflexión pacifista. “¿Dónde está el enemigo? (…) Si esos dos hombres pudieran conocerse un poco más –escribió en su crónica–, tan sólo un poco, y abandonaran sus monstruosos prejuicios para mirarse un instante siquiera con ojos serenos, sus almas quedarían espantadas de ver que son hermanas gemelas; y el soldado que hoy alargaba su encendedor acabaría, irremisiblemente, por tender al enemigo la mano. (…) ¿Dónde está, pues, el enemigo?”.

 

“Venimos a sellar la reconciliación”… Como arrancadas de una crónica de Gaziel, las primeras palabras que De Gaulle dirigió al arzobispo están hoy grabadas en el suelo, frente al pórtico, donde el abad Jules Thinot recogió en 1914 la cabeza reventada del ángel. Tocado por el mismo halo helénico que los budas afganos de Bamiyán, también reventados, el ángel fue reconstruido y repuesto el 13 de febrero de 1926.

 

¿Qué sentirá la canciller de Europa ante un ángel que sonríe?

 

Konrad Adenauer no era Angela Merkel, que habla ruso y fue miembro de las Juventudes Comunistas de la antigua República Democrática Alemana (RDA) y secretaria de distrito de la Agitprop. Adenauer, de médula renana, siempre se sintió incómodo en Berlín. “Un prusiano es un eslavo que ha olvidado quién era su abuelo”, decía. Alguna vez, de viaje a la capital caída, susurró a su secretario: “Asien, Asien…” (Asia, Asia). Y afirmaba algo que a Merkel le costaría captar: “Los alemanes somos belgas con megalomanía”. Porque los franceses son germanos que, al hacerse cristianos, aprendieron latín.

 

Alain Peyrefitte le preguntó a De Gaulle por qué, en el brindis del Ayuntamiento, habló de entusiasmo popular cuando las calles de Reims estaban vacías al paso de Adenauer.

 

“Yo siempre hago como si… y siempre acaba por llegar”, le contestó.

 

Y llegó. Ese verano de 1962 –recordaría monseñor Marty en sus memorias– los turistas alemanes empezaron a fluir hacia Reims y el ángel empezó a sonreír como nunca desde que fue esculpido en 1236 y decapitado en 1914.

 

¿Qué se erosiona más rápido, la piedra o la sonrisa?

 

Hoy, después de detallar todos los obuses que le han caído encima, la catedral nos informa de que sufre “los asaltos de la intemperie y la polución”.

 

Hoy Charles de Gaulle milita en el racista Front National y Konrad Adenauer se acaba de afiliar al partido euroescéptico Freie Wähler. No es una metáfora. Son los nietos.

 

 

 

Plàcid Garcia-Planas es reportero de La Vanguardia y autor de libros como Jazz en el despacho de Hitler y Como un ángel sin permiso. Cómo vendemos misiles, los disparamos y enterramos a los muertos. En FronteraD ha publicado El reportero, la literatura y las vías de metro y Muerte de un travesti en Afganistán

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