El cineasta Marc Serena decidió en 2019 titular El escritor de un país sin librerías su documental sobre Juan Tomás Ávila Laurel, un autor guineoecuatoriano exiliado en España por su oposición al régimen de Teodoro Obiang, el dictador que controla Guinea Ecuatorial desde 1979. Se trata de una afirmación categórica, que niega la existencia de librerías en el país y, por ende, presupone la indigencia intelectual del país, que se presenta como un espacio en el que no hay libros ni lectura. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas; como me dijo hace poco un amigo guineoecuatoriano, “en Guinea Ecuatorial nada es lo que parece”.
Para empezar cabe decir que, si uno pasea por Malabo, la capital del país, descubrirá que sí que hay alguna librería y algunos otros espacios en los que se venden libros. Así, se pueden conseguir novelas y ensayos en los quioscos de la Biblioteca Nacional repartidos por la ciudad, en una sala en el Parque Nacional de Malabo, en la biblioteca del Instituto cultural guineoecuatoriano, en las frecuentes presentaciones de libros que se organizan en el Centro Cultural de España y en otros espacios culturales y también en espacios comerciales como farmacias o supermercados. Otra cosa es saber qué documentos se venden y cómo han llegado hasta allí.
En Guinea, el mercado editorial no funciona como en España: no hay mecanismos comerciales de distribución de libros y prácticamente no hay editoriales a excepción de Ediciones Esangui, de reciente creación en la ciudad de Bata, que publica ediciones en rústica de escasa calidad de autores locales, cuyos libros se venden en algunas tiendas escogidas que hay que conocer. Recientemente los autores locales han empezado a recurrir a plataformas de autoedición como Círculo rojo, que publican documentos de buena calidad, pero cuya distribución es muy limitada. Algunos de los libros del catálogo (no todos) se pueden adquirir en Amazon, pero ese medio resulta inútil en Guinea Ecuatorial, un país en el que no funciona el servicio de correos y donde no tiene sentido comprar nada por internet.
Más allá de eso, en los diferentes espacios de venta de libros se encuentran documentos muy heterogéneos de procedencia muy diversa. En los espacios más oficiales y modernos, como el Parque Nacional de Malabo, uno puede encontrar multitud de ediciones españolas de autores locales (incluso los de autores críticos con el régimen como Trifonia Melibea Obono) junto a clásicos españoles y europeos, pero el parque está lejos del centro de la ciudad y, en un lugar que no dispone de transporte público, no resulta fácil desplazarse hasta allí. En los quioscos de la Biblioteca Nacional y en la propia Biblioteca Nacional se venden libros de segunda mano sin que se sepa muy bien cómo han llegado hasta allí: los libros del presidente Obiang se codean con novela rosa traducida al castellano o con libros de texto para los estudiantes de la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial. Uno no va a buscar un libro en concreto sino más bien a ver qué es lo que hay, cuando encuentra abierto el quiosco, que no siempre es el caso. Cabe suponer que muchos documentos han ido llegando al país a través de la cooperación española, que también ha nutrido muchas de las bibliotecas guineoecuatorianas.
La única librería comercial que conozco en el centro de Malabo, la librería Ndembo Muakuku, es un pequeño espacio en el que se venden ediciones españolas de autores locales y libros españoles muy heterogéneos, que van desde la autoayuda a los manuales universitarios de Derecho (español, por supuesto) o Economía. Por su parte, algunos autores guineoecuatorianos publicados en España cargan con sus libros en la maleta tras viajar a la Península y los distribuyen mediante redes informales de amigos y conocidos o los llevan a algunos comercios en los que se pueden adquirir. En cualquier caso, aunque se pueda acceder a comprar libros en algún lugar, el precio de los mismos resulta prohibitivo para la mayoría de la población. Aunque la renta per cápita sea mayor que la de otros países africanos –4.500.000 FCFA / 6.800 euros (2021 est.- INEGE) frente a una media africana de 2.150,6 dólares–, un sueldo medio son 150.000-200.000 FCFA / 228-300 euros al mes; en esas condiciones pagar 10.000 FCFA / 15 dólares por un libro, que es lo que suelen costar, supone un gasto que no está al alcance de la mayoría de los bolsillos.
En estas condiciones, en las que la población tiene dificultades para acceder a la cultura escrita, cabría pensar que las bibliotecas públicas cubren esa carencia. Sin embargo, más allá de la Biblioteca Nacional del país y de la biblioteca del Centro Cultural Guineoecuatoriano, no hay una red de bibliotecas públicas en la ciudad de Malabo. La Biblioteca Nacional, creada en 2009 y cuyas estanterías están semivacías, se ha nutrido de donaciones de fondos de diferentes instituciones españolas, como los ministerios de Cultura, Asuntos Exteriores, así como la presidencia del Gobierno y las Cortes españolas. También de la compra del fondo bibliográfico de la excolona Erika Reuss Galindo, traductora de la obra del antropólogo Günter Tessmann al castellano, fondo que se comenta que se pagó a precio de oro. Como la biblioteca no dispone de un catálogo que se pueda consultar resulta más fácil dirigirse al libro que la propia Reuss publicó en 2008, Guinea Española, Guinea Ecuatorial. Estudio de una biblioteca guineana (Editorial Libris, Madrid), en el que repasa todos los documentos de su biblioteca particular.
En el contexto de una de las dictaduras africanas más sangrientas y duraderas (de hecho, la tiranía de Teodoro Obiang Nguema es la más longeva del planeta), se podría suponer que la cultura está sujeta a una férrea censura, pero no es el caso. La política cultural y educativa del gobierno de Obiang se basa en la desidia y el abandono. Las escuelas públicas, masificadas y poco eficientes, reciben pocos fondos y siguen explicando la historia de España y la literatura española en castellano; se habla poco de literatura guineoecuatoriana y solo de determinados autores, aquellos cuya obra no cuestione el régimen nguemista. Por lo que respecta a la censura, en realidad no es necesaria. No hay prensa escrita en el país y, como he explicado, tampoco se publican demasiados libros y estos son caros. El régimen lo sabe y mantiene a la población en la miseria económica y en la indigencia intelectual; en ese clima, es muy difícil que puedan surgir movimientos opositores.
Lo sorprendente del caso es que, a pesar de todas estas limitaciones, en Guinea Ecuatorial (al menos en Malabo, porque en el resto de poblaciones de la isla de Bioko prácticamente no hay infraestructura cultural) se lee, se escribe, se escucha música y se representan multitud de obras de teatro. De nuevo, hay que olvidar los parámetros europeos y pensar de otra forma. Los centros culturales español y francés son verdaderos polos de difusión de la cultura del país (en español, porque las lenguas africanas locales están prácticamente ausentes) y cada semana proponen alguna actividad diferente: presentaciones de libros, concursos literarios, certámenes de teatro… Por otra parte, colectivos como Locos por cultura, grupos teatrales como Bocamandja, comunidades literarias como Omal o el sello literario Azul, entre otros, son ejemplos de la vitalidad de la cultura en la ciudad de Malabo. Sus condiciones de trabajo son precarias, pero no por eso renuncian a organizar actividades culturales, a llevar la cultura a la población. En Guinea Ecuatorial hay pocas librerías, pero, sobre todo, hay mucha gente dispuesta a no renunciar a la creación artística y cultural.