Cortesía de la Revista Mongolia
Cada vez que acudía al crematorio del cementerio de La Almudena de Madrid para acompañar a algún ser querido que se le había adelantado en su viaje al otro mundo (léase la nada), el reportero Ramón Lobo tenía la costumbre de saquear o tomar prestadas algunas flores de coronas de ilustres o saneados difuntos para repartirlas por las tumbas de figuras del pasado español que él tenía en gran estima y que en su inmensa mayoría estaban enterradas en el Cementerio Civil. El día en que despedimos a la añorada Alicia G. Montano le acompañamos en su paseo histórico-político. Cuando supo que los cánceres que padecía no le iban a dejar seguir viviendo organizó minuciosa y juiciosamente su adiós. Entre sus encomiendas, que la periodista e historiadora de la muerte Nieves Concostrina fuera la guía por ese camposanto (Monopoly de la integridad y la desdicha) para quienes quisieran acompañarle el día de su transformación de carne mortal en cenizas. Fue una procesión poco fúnebre en la que solo faltó una orquesta de Nueva Orleáns para acompañar a las decenas de amigos, admiradores y novias de Lobo que aprovechamos las dos horas entre tumbas sencillas y panteones agrietados para evocar con cariño y humor por qué Ramón murió como vivió. Por eso cuando vimos que la asendereada Revista Mongolia le dedicó una página con esta útil guía (que añadir a los mapas y jeroglíficos que tratan de perforar la coraza de aquella ciudad triste de la posguerra de la que Dámaso Alonso dijo que estaba habitada por un millón de cadáveres), les pedimos permiso para reproducir este paseo cívico, para hacer en vida, y que sirva para recordar a quienes nos precedieron en el postrero viaje. A. A.
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