Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Frontera Digital‘El caballero de Olmedo’, ¿cuál es la necesidad de poner música a...

‘El caballero de Olmedo’, ¿cuál es la necesidad de poner música a un clásico?


Si se pone en el contexto de las obras líricas de nueva creación que han tenido su estreno en el Teatro de la Zarzuela en los últimos años, El caballero de Olmedo es sin duda la mejor. Posiblemente porque parte del libreto de un gran dramaturgo del Siglo de Oro, Lope de Vega, que ha sido adaptado por otro grande del teatro español reciente, Lluis Pasqual. Hay un sustrato sobre el que trabajar.

Cartel de El Caballero de Olmedo de Javier Díaz Garrido proporcionado por el Teatro de la Zarzuela

Pero, de nuevo, falla musicalmente. No es que la música esté mal. Es que aporta poco o nada al desarrollo dramático de la acción. Tan solo acompaña, a la manera de una ilustración musical persistente y continua, la historia de este galán enamorado y correspondido que genera celos y despecho en el prometido de su amada.

No es el único fallo. El verso tiene un ritmo y una rima que la música no parece respetar. Aunque es de agradecer, que el compositor, Arturo Diez Boskovich, haya huido como de la peste de recurrir a la recuperación de la música del Siglo de Oro y sus instrumentos. Pero en esa huida, quizás se haya ido de frenada, porque la música suena a musical o película musical norteamericana llena de glamur o de encanto de los años cincuenta o incluso anteriores.

Por eso cuando se ve a los personajes engolados, es decir, vestidos de época, diciendo los versos de Lope, sobre fondos proyectados que representan pueblos castellanos, paredes encaladas, inmensos campos de trigo sin fin y cielos azulísimos llenos de nubes, no hay quien se crea musicalmente lo que se ve en escena.

No ayudan algunas decisiones de dirección escénica. Como cuando Olmedo y Don Rodrigo salen de una corrida manchados de sangre que parecen matarifes más que los estilosos toreros que se dice en la letra. O esos caballos hechos con caballetes o los toros representados por los carretones que usan los aspirantes a toreros para practicar. O esas trampillas que se abren en el suelo del escenario para que haya algo de agua y poder poner unas flores en remojo, o para que el Caballero de Olmedo se lave  tras la lidia.

En ese contexto, las voces están bien, al menos el día que cantaron Juan de Dios Mateos y Alba Chantar, aunque no todo el elenco estuvo bien desde el punto de vista actoral. El coro, también bien, gracias. Y la orquesta como siempre. Todo correcto. Demasiado. En este sentido, es preferible la incorreción, la desfachatez, el juego, el exceso y el divertimento de Trato de favor de Lucas Vidal que se estrenó la temporada pasada para horror de puristas y para disfrute de las masas, sobre todo, de las más petardas educadas ante el televisor en prime time.

Sin embargo, viendo el resultado de El Caballero de Olmedo, como la de La casa de Bernarda Alba, Policías y ladrones o la citada Trato de Favor, habría que hacerse varias preguntas como cuál era la necesidad de haber hecho este clásico en un formato lírico; o, en qué cambia, modifica, o, si quiera ofrece una nueva lectura hecha desde lo musical; y qué aporta el libreto o la composición musical a la dramaturgia y a la música contemporáneas.

Es cierto que en la actualidad está creciendo el número de jóvenes compositores que están reivindicando la composición más tradicional, es decir, más parecida a las óperas que en este momento forman parte del repertorio. No están solos. Con ellos también hay otros profesionales del teatro musical y espectadores jóvenes, que de alguna manera se están revelando contra todo lo que suene a contemporáneo, atonal, minimalista y/o electrónico.

El futuro que tiene esta tendencia melancólica y cómo influirá en el desarrollo de la música, mejor que lo diga la pitonisa Lola. Lo que sí se puede decir es que, por ahora, no está produciendo éxitos en términos artísticos. Aunque esto le da igual a gestores culturales, políticos y productores cuando se produce un éxito de público como El caballero de Olmedo. Que agotó las entradas y se aplaudía a rabiar al final de la función. Más en la actualidad que toda gestión, también la política, se evalúa en términos de rendimiento económico y satisfacción de los clientes/votantes.

Más del autor