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Mientras tantoLucha entre dioses

Lucha entre dioses


Theodor Herzl, fundador del sionismo

 

Alameda de Cervera, 20 de octubre de 2023

Está claro que la responsabilidad principal, la causa primigenia, de los violentos sucesos acecidos recientemente en Oriente Próximo la tiene, sin duda, Israel. Aunque los milicianos de Hamás, desde luego, no son unos santos; asesinar, de ese modo salvaje e indiscriminado, a civiles y militares: jóvenes que estaban bailando, niños, ancianos, soldados apostados en sus cuarteles, simples ciudadanos en ese momento, es una acción grandemente criminal (aun definiéndola como terrorista se queda corta), sin ninguna clase de disculpa ni ambages. Excede el código de lo que podemos llamar guerra.

Una remota culpa también recae en el Reino Unido, que ocupó Palestina por mandato de las Naciones Unidas extinguido el imperio otomano. Ilan Pappe, historiador israelita (nacido en Haifa), hijo de judíos alemanes, de religión judía y adscrito al partido izquierdista Jadash, escribe que Gran Bretaña “permitió que los judíos construyesen la infraestructura para crear un Estado judío bajo auspicios británicos, protegido por las bayonetas del gobierno de Su Majestad.” Ese estado judío, para no dar problemas, se debería haber creado, llegado el caso, por ejemplo en un desierto de Oceanía. Ilan Pappe, formado en la Universidad Hebrea de Jerusalén y en Oxford, tuvo problemas en su país (incluso se le llegó a amenazar de muerte), obligándose a huir a Reino Unido. Tiene 68 años y trabaja en la Universidad de Exeter, en el sudoeste inglés. Inglaterra confió ilusamente en que esos judíos iban a convertirse al anglicanismo al llegar a Palestina. Un grueso de la unión de naciones también habría de rendir cuentas, pues reaccionó “a la chita callando” frente a esa decisión arbitraria. Los palestinos son habitantes originarios. Las victorias de Israel se deben a su fabuloso ejército, capaz de derrotar, a la vez, a cuatro países, financiado por Estados Unidos gracias a la presión del potente lobby judío. Y lo curioso es que Alemania también ayuda a armarse a Israel.

El problema, por encima del judaísmo, es el sionismo. Sionismo es la creencia de que el pueblo judío debe tener su propio estado en la tierra prometida (Eretz Israel), donde se asienta Palestina. Un judío, étnica o religiosamente, puede rechazar esta idea, desdeñando la ambición de un estado propio y bastándole con creer en el dios hebraico y cumplir el montón de preceptos, teniendo una provechosa sinagoga al lado sin pretensiones territoriales. Algunos judíos prefirieron seguir siendo europeos, abogando, sin más, por el estado de Europa al que pertenecían. La cuestión se acabó de complicar con el Holocausto; por eso se precipitó la creación del estado de Israel en 1948. Agravamientos los había habido mucho antes. Quizá el más importante fue la expulsión de Sefarad (España) por los Reyes Católicos, sentimiento tan enraizado que logró conformar un idioma, el ladino, o judeoespañol, no sólo hablado sino asimismo literario, y una división en la raza judía: los sefarditas.

A los primeros colonos que iban a partir se les dijo que Palestina era una tierra sin pueblo, apta para ser ocupada por un pueblo sin tierra. Al llegar se encontraron con árabes, y al principio la colaboración fue grata, pues los nativos sabían, claro, cultivar el suelo, experimentados en el entorno y sus costumbres, y los colonos les secundaban. En ese momento hubo una cierta confusión; o los palestinos no tenían claro estatuirse como estado, anhelando pertenecer a la Gran Siria, a Jordania o ser miembros de una especie de estado federal constituido por los países árabes de la zona; o se decía que serían transferidos a esos países. Lo cierto es que la alarma del desencanto fue creciendo al ver que el número de colonos judíos ascendía e igualmente la compra de sus tierras por los llegados.

De hecho, en un momento dado los palestinos se trasladaron masivamente a Jordania, creando un estado dentro del estado bajo el estímulo del líder carismático Yasser Arafat, que produjo un intenso recelo del rey Hussein. Arafat quería en principio la destrucción del Estado de Israel (luego abogó por los dos estados), pero había defendido, como propuesta fértil, la implantación de un único y modélico estado para el territorio donde pudiesen convivir en paz judíos, musulmanes y cristianos.  Es muy compleja la historia para alargarse. La ONU tenía que escoger entre dos opciones: la que sugerían los palestinos, creando un estado unitario que absorbiese a los colonos existentes pero sin admitir a más, o la partición de la tierra en dos estados, elección predilecta esta última para las Naciones Unidas.

Al final no sucedió ni lo uno ni lo otro, sino que triunfó el sionismo, constituyendo su triunfo esa “doble lógica de aniquilación y deshumanización”, como afirma Pappe, para garantizar la mayoría demográfica judía; es decir, sacar a los nativos de su tierra natal. El sionismo, añade el estudioso, “es, por tanto, un proyecto colonialista todavía inconcluso. La demografía de Palestina no es del todo judaica, y aunque el Estado de Israel tenga control político sobre todo el territorio por diversos medios, aún está colonizando –construyendo nuevas colonias en Galilea, en el Neguev y en Cisjordania con la finalidad de aumentar el número de judíos allí-, desalojando palestinos y negando el derecho de los nativos a su patria.” Este es el hecho rotundo, certeramente expresado por el gran experto Ilan Pappe.

El implacable poder israelí no ha hecho como los alemanes hicieron con ellos en los campos de concentración (aunque ha habido, y sigue habiendo, bastantes torturas, encarcelamientos sin juicio, muertes, matanzas de niños), pero sí es verdad que el deseo de los judíos, no en todos (no todos son retrógrados rabinos), propende siempre a realizar una limpieza étnica. Hay muchos israelitas que hablan árabe. Sin embargo, los palestinos de Cisjordania y Gaza ni son ciudadanos ni son independientes. Ni siquiera, ocupados militarmente, llegan a ser refugiados. Vergonzosamente, su estatuto es de apátridas. Con esta situación –no es un disparate pensarlo- es muy factible provocar terrorismo.

La justificación que esgrimen los judíos para ocupar Palestina es la Biblia. Pero la Biblia no es un libro sagrado -y aunque lo fuese, qué- ni es un libro histórico, sino un variado conjunto literario, y desde luego no es una guía geográfica incuestionable para someter a ningún país. A la postre, la promesa de Yahvé a Moisés es un cuento poético, no una exigencia legal. El gran dilema reside en el creíble poder de los dioses de ambas religiones, la religión judaica y la islamista. Ambas no dudan que estos dioses tienen la suprema capacidad de dominar todo ámbito. En la Biblia leemos que un sanguinario Yahvé aniquila plebes enteras (especialmente niños y mujeres embarazadas) por considerar hostil la raza que las puebla, enemiga de su protegida nación. En el judaísmo, el gran privilegio obtenido es la supremacía de la tradición, conformada en una cultura unívoca y una patria superior, todo ello trasmitido por unos textos destinados a un pueblo selecto, determinado y específico.

Otra religión exclusivista es el islamismo, difundida por lo que digan los ceñudos imanes y recordando insolentemente hoy su existencia a través del potente altavoz en el alminar de la mezquita haciendo las veces del almuédano que invita a la oración. Apoyada radicalmente por Hamás. Un acto virtuoso para esas corrientes yihadistas es, en nombre de una “guerra santa”, por ejemplo tumbar un par de altas torres en Nueva York, masacrando a miles de seres, poner unas bombas letales en los trenes de Madrid para alcanzar esa misma “virtud” o incurrir en esos tremendos atentados que hemos mencionado al comenzar este texto, desempeñados por unos mártires que van a ser recompensados en el más allá, su Paraíso, fornicando, cuantas veces quieran, con unas cuantas decenas de doncellas, inmaculadas y hermosas vírgenes; privilegio otorgado únicamente a los hombres, porque las mujeres, por muy mártires que sean, sólo pueden degustar higos, pasas, miel y cuencos de leche.

Entonces, la lucha entre los desmesurados bárbaros de Hamás y los igualmente bárbaros y ultra represores judíos, se revela en la sangrienta contienda entre Yahvé y Alá. Formalmente el Estado de Israel es una democracia, si bien “queda muy lejos –dictamina Pappe- de ser una verdadera democracia”. Como escribía hace tan sólo unos días Ignacio Sánchez-Cuenca en El País, “por desgracia, que Israel sea una democracia no es una garantía de respeto a los derechos humanos.” Como entidad estatal propiamente dicha, la llamada democracia israelí es una dictadura, religiosa aunque impía, represiva para los que no son judíos, aunque vivan en Israel y sean ciudadanos israelíes, tal esos palestinos, como sigue aclarando Sánchez-Cuenca, con derechos tan “restringidos en aspectos importantes que les convierte en ciudadanos de segunda.”

El mundo siempre ha sido muy descortés, el cristianismo también ha cometido las mayores barbaridades. Pero yo creo que en el presente, con el Papa actual y una moderna y civilizada ideología europea (en el único continente que acepta el ateísmo, pues ni siquiera Estados Unidos lo hace), el mensaje de Cristo, ese actualizado mensaje pacifista evitaría, el mismo Cristo lo haga posible, estas grandes atrocidades.

Ahora es sorpresiva, tremebunda y palpitante noticia la guerra que ha surgido entre Israel y Gaza, activa en todo momento aunque pudiera haber parecido latente. Siempre los palestinos detentando un derecho, pese al feroz fundamentalismo de Hamás, y sometidos al abuso de Israel. Se dice, y es posible verificarlo, que Hamás es una creación, muy interesada, de Israel. Interesada para impedir el progreso de Cisjordania, el avance en su independencia, y para ponerse en contra del laicismo de la OLP, más nacionalista, secular, que religiosa. Parece mentira, con lo que los judíos han sufrido y después, sin tregua, haciendo tanto sufrir… En esta cruda realidad, sangrante, lo verdaderamente triste ha sido, acrecentando la injusticia, como confirma Salem Hikmat Nasser, que “la tragedia del pueblo palestino -creada cuidadosamente y ejecutada con maestría por Israel, aunque denunciada en sus detalles más evidentes- permanecía invisible para muchos.”

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