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Mientras tantoCuarto debate republicano: Crónica de una muerte anunciada

Cuarto debate republicano: Crónica de una muerte anunciada


Chris Christie, Nikki Haley, Ron DeSantis y Vivek Ramaswamy en el cuarto debate de las primarias del partido republicano. Cortesía de Newsnation.

Donald Trump, al igual que en los últimos tres debates, decidió no asistir al cuarto celebrado en Tuscaloosa, Alabama, y el último antes de que comience en enero la temporada de primarias con las caucus de Iowa. El debate por lo tanto era una lucha por el segundo puesto entre el gobernador de Florida,  Ron DeSantis; la ex embajadora en la ONU, Nikki Haley; el empresario Vivek Ramaswamy, y el ex gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie. Con Trump sacando una ventaja de un 40% de voto respecto a sus rivales, la estrategia del resto de candidatos pasa por buscar ser su principal rival, confiando en que una vez reducidas las opciones a dos el electorado republicano apueste sobre seguro y no se la juegue a volver a nominar al controvertido expresidente. 

El foco estaba en Nikki Haley, ex embajadora ante la ONU y otrora gobernadora de Carolina del Sur. Como candidata combina su experiencia en política y su estética de republicana de la Era de Bush con un discurso más conservador que pone el foco en aspectos de la guerra cultural para no ahuyentar al votante más afín a Trump. En las últimas semanas había ganado impulso en las encuestas, llegando a superar a DeSantis en algunos sondeos y por delante del gobernador en estados clave como Nuevo Hampshire y Carolina del Sur. De su actuación en el debate dependía su consolidación como la alternativa al expresidente. 

Y desde el primer momento, Haley fue el rival a batir. Apenas habían introducido las moderadoras el primer bloque del debate, DeSantis y Ramaswamy desplegaron una artillería de críticas contra la embajadora. Los ataques iban desde su visión de política exterior hasta su etapa en el consejo directivo de Boeing. Ante el aluvión de críticas, la aspirante se mostró nerviosa y poco convincente, intentando justificarse y explicando que abandonó Boeing antes de que fuese rescatada por el gobierno. Pero como dice el refranero político norteamericano: “if you’re explaining, you’re not winning”.

El momento más destacado llegó cuando DeSantis echó en cara a Haley su política respecto a las personas trans durante su etapa como gobernadora de Carolina del Sur. La candidata usó su poder de veto para impedir que entrase en vigor una ley que prohibía a los alumnos usar cuartos de baño diferentes al de su sexo biológico. DeSantis –introduciendo el tema en el que más cómodo se siente: la guerra cultural– le espetó que cuando el poder legislativo de su estado aprobó una ley similar, él la firmó. “Tu la mataste y yo la firmé”, le dijo de forma tajante. Su equipo de campaña estaba eufórico. En la sala de prensa nos explicaban a los periodistas cómo habían conseguido demostrar que DeSantis era el verdadero candidato conservador y cómo Haley era en realidad una progresista. Los portavoces de la ex embajadora intentaron salvar la situación acusando a DeSantis de mentiroso y defendiendo que el gobernador había tergiversado los hechos. Pero una vez más: no es buena señal si andas teniendo que dar explicaciones. 

No obstante, la campaña de DeSantis tampoco tiene mucho más que celebrar. Su candidato estuvo robótico y en varias ocasiones se le notó nervioso en sus respuestas. Mientras que el resto de aspirantes mantenían sus manos en el atril él dejaba sus brazos caer, pareciendo más un maniquí que un futuro presidente. El objetivo de DeSantis era Haley, y centró todos sus ataques en ella, pero no se atrevió a enfrentarse al elefante en la habitación: Donald Trump. La primera pregunta que le hicieron las moderadoras era por qué había que votarle a él y no al expresidente. El candidato no respondió, cambiando de tema y atacando una vez más al resto de sus rivales. Más adelante le preguntaron si la avanzada edad de Trump (cuatro años menor que la de Biden) le incapacita para ser presidente: una vez más el candidato evitó dar respuesta. Al hablar sobre la inmigración defendió la necesidad de construir un muro en la frontera con México. Pero, ¿por qué un votante le respaldaría por ello pudiendo votar a Trump, autor original de la idea? En definitiva, aunque el gobernador de Florida sea capaz de imponerse a sus rivales sigue sin ser capaz de ofrecer una alternativa convincente al férreo liderazgo de Trump en el partido republicano. 

En cuanto a Vivek Ramaswamy el debate sirvió para consolidar su caída en las encuestas. El joven empresario –considerado una versión millennial de Trump– llegó a disputar el segundo puesto a DeSantis en los primeros sondeos publicados. Pero su actitud chula y condescendiente en debates anteriores (a veces incluso insultando personalmente a otros candidatos) espantó a su electorado potencial. Este debate no fue diferente. Se centró casi exclusivamente en Haley a la que tildó de fascista, insinuó que era tonta y le acusó directamente de ser corrupta, levantando un bloc de notas donde se leía en mayúsculas “HALEY = CORRUPT”. En cada una de estas ocasiones, Ramaswamy fue abucheado por el público, si bien llegaron a escucharse aplausos. Christie directamente le llamó el mayor capullo presuntuoso en Estados Unidos. La sensación era que tanto el público como el resto de los candidatos estaban de acuerdo con el análisis. El empresario sacó también su vena conspiranoica, proclamó que el asalto al Capitolio estuvo organizado por el “estado profundo” y que el gobierno estadounidense lleva años ocultando la participación de Arabia Saudita en el 11S. 

A pesar de los abucheos que recibió, Ramaswamy parecía ser el que más disfrutaba de los cuatro candidatos. Se le veía encantado con la atención que la prensa le da por sus polémicas, y sonría cada vez que alguno de sus rivales se indigna y se encara con él por lo controvertido de sus argumentos. Como dijo un famoso asesor político estadounidense: cuando no juegas a ganar, presentarse a presidente es algo muy divertido. Y Ramaswamy parece estar divirtiéndose como nadie. 

De todos los aspirantes sólo uno se atrevió a hacer frente a Trump: Chris Christie. “Tienen miedo a mencionarlo”, dijo de sus rivales, “como si fuese Voldemort”. Para el ex gobernador de Nueva Jersey Trump es una amenaza para la convivencia, su comportamiento es autoritario y el magnate no está capacitado para volver a dirigir el país. Christie representa el fantasma del conservadurismo pasado. Hubiese sido un excelente candidato en 2012, cuando Trump todavía no había arrasado con el GOP. Pero los abucheos que recibió muestran una cruda realidad para los conservadores clásicos: cualquier candidato que rechace abiertamente el trumpismo tiene más posibilidades de ser un paria en su partido que de liderarlo. Christie, con un pasado famoso por su capacidad de debatir, no dejó ninguna frase destacada. Le falta esa capacidad que tenían Reagan y Obama de hacer llegar su mensaje en unas palabras memorables con el impulso de su carisma.

Por ello, si hay un ganador claro del debate es Donald Trump. Quitando a Christie ninguno de los otros candidatos aspiran a derrocar el Trumpismo, sino a heredarlo, actualizarlo o domarlo. Y cuanto más tiempo pasen sin enfrentarse al magnate más lo fortalecen. Las primarias comienzan en enero y uno a uno una serie de estados votarán por su aspirante favorito, hasta llegar en marzo a la gran cita electoral, Super Tuesday, el día en el que 16 estados votan a la vez. En el último medio siglo todo candidato que vence en Super Tuesday acaba liderando a su partido en las elecciones generales. Los rivales del expresidente tienen hasta entonces para unirse en torno a una alternativa, si no quieren que este sea el candidato oficial. Pero por ahora ninguno tiene la fortaleza para imponerse sobre el resto, y mientras siguen luchando entre ellos de forma encarnizada, Trump cabalga sin resistencia hacia la nominación. El expresidente no fue al debate porque no quiso; cabe plantearse si sus rivales así lo preferían. Haley y DeSantis tendrían que ver cómo Trump les recuerda que le deben su ascenso político a él, o explicar cómo apoyan ideas que el magnate ya introdujo en el debate político. En definitiva, este sigue siendo el GOP de Trump y mientras él siga en la escena cualquier intento de reformarlo o heredarlo será en vano. Si el partido republicano lleva los últimos ocho años legitimando implícita o explícitamente al trumpismo cuesta pensar que en unos meses pueda armar una alternativa seria a este. En ese sentido la crónica de este debate es la de una muerte anunciada. 

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