En aquellos años se inventó un término especial para designar ese método: propedéutico. Me daba vergüenza preguntar qué significaba esa palabra, y hasta ahora no he encontrado el tiempo para aclarar su verdadero significado.Sin embargo, su esencia consistía en transmitir un pensamiento que exigía una demostración científica de una manera casi circense. Para la lección de geometría, me presentaba ante mis «conejillos» cargado de retazos de madera. Los colgaba en la pared, junto al pizarrón, y tiraba de un cordel, como si fuera un prestidigitador, y entonces resultaba que un gran cuadrado de madera, apoyado sobre la hipotenusa, se descomponía en dos cuadrados pequeños, que se apoyaban sobre los catetos. Lo hacía con increíble ligereza, pero al comienzo me parecía que en un rincón de mi clase sollozaba en silencio el viejo griego Pitágoras
La imagen de Pitágoras sollozando es muy buena, pero en realidad parece ser que esta es la manera en que lo demostró en su época (aunque no seré yo, desde luego, quien defienda este método propedéutico). Con esos retazos de madera, coloreando las respectivas áreas puede llegar uno a hacerse una imagen bastante buena del famoso teorema de Pitágoras, tan famoso que hasta el gran Adriano Celentano le dedicó una canción.
