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Mientras tantoEsófago de Barrett

Esófago de Barrett


esófago sano y esófago de Barrett. Fuente: Mayo Foundation for Medical Education and Research

 

Padezco de reflujo gastrointestinal a consecuencia de que me falla ese esfínter que tenemos en la parte inferior del esófago, que es el tubo que conduce la comida hasta el estómago, y al no cerrar bien, los contenidos estomacales se devuelven desde el estómago, refluyen (de ahí reflujo) hacia ese tubo de deglución produciendo diversos síntomas, como la acidez estomacal, náuseas, hipo, dificultad para deglutir, ronquera, tos irritativa. Estos dos últimos síntomas son los que me afectan. A este mal también se le llama esófago de Barrett, pues este médico australiano, Norman R. Barrett, nacido en Adelaida en 1903, fue quien mejor investigó el problema.

El reflujo se puede desarrollar, entre otras causas, por padecer hernia de hiato. El hiato es un pequeño orificio del diafragma -un músculo delgado ubicado debajo de los pulmones y el corazón, que separa el tórax del abdomen-, por el que pasa el esófago. La hernia de hiato se produce cuando la parte superior del estómago protruye, es decir, sobrepasa sus límites normales, a través del diafragma. Mi médico de la especialidad de digestivo, para aliviar mi reflujo, o esófago de Barrett, y mi hernia de hiato, me recetó Pantoprazol, un inhibidor selectivo de la «bomba de protones» administrado en comprimidos gastrorresistentes. También me aconsejó que durmiera inclinado. Sarcástico, me advirtió que no invirtiera mi dinero en una cama articulada, sino que únicamente alzase con dos ladrillos la cabecera del lecho, colocándolos en las patas del somier. Cuando mis nietos duermen conmigo, me dicen divertidos: ¡Abuelo, que me voy pa’bajo!

Me prescribió también mi especialista de digestivo hacerme una gastroscopia. La gastroscopia es una exploración que permite la visualización directa de la parte alta del tubo digestivo (esófago, estómago y duodeno), utilizando un tubo flexible delgado. Dura muy poco, 5 ó 10 minutos. Para no hacértelo a pelo y que no sientas molestas náuseas y sensación de ahogo, te sedan, aplicándote preferentemente propofol, de un efecto potente y rápido. Puede administrarse solo, o bien balanceado con midazolam o fentanilo. Otros fármacos que se pueden utilizar son el diazepam y la meperidina, frecuentemente en combinación, pero el que resulta más conveniente para estos  actos endoscópicos es el propofol.

Ya me habían realizado, dos veces antes, esta prueba. Esta vez me pasaron bastante antes de la hora citada, ya que era viernes, y los viernes los sanitarios quieren salir pitando para el fin de semana, porque muchos de ellos viven fuera de la localidad donde trabajan. Entré a un cuarto para quitarme la ropa, quedándome tan sólo en calzoncillos y calcetines, adosándome unos patucos y un horrible pijama. Entré a un box. Me subí a una camilla, que empujaron por los largos pasillos del hospital hasta llegar al quirófano. Una enfermera me puso una vía: una aguja en la vena del dorso de mi mano. Por esa cánula me entró suero. Se acercaron a mí médico y anestesista. Me obligaron a acostarme de lado. Me introdujeron un objeto de plástico, circular, en la boca para que el tubo de exploración entrase bien y a la chita callando me introdujeron por la vía el propofol. La anestesista me dijo: Piensa en algo bueno o no pienses en nada, e inmediatamente después de emitida la última sílaba de su frase perdí totalmente el sentido.

Volví a la vida y me dirigí al enfermero diciéndole: No me hace efecto la anestesia. Sonriendo me contestó: Pero si ya te lo hemos hecho. De tal manera desconectas como si borrasen unos minutos de tu existencia. Esperé un cuarto de hora, durante el cual comprobaron mi presión arterial, verificando que me iba recuperando. Nada traumático salir de la sedación. Al terminar, el doctor me dio el informe un tanto enfurruñado, replicando que ya no se hacían revisiones de hernia de hiato, pues yo ya no tenía hernia de hiato y no me habían tenido que extirpar ningún pólipo, como en anteriores ocasiones; que si, claro, la gente se queja de las listas de espera, patatín, patatán. Bueno, doctor -le repliqué-, yo no vengo aquí alegremente, por mi cuenta. Una autoridad como usted me ha prescrito esto.

Escultura de Alfredo Martínez realizada con los elementos de una silla

Salí muy bien del hospital. Lloviznaba. Me encaminé a mi casa con el paraguas abierto. Entre medias compré algo de fruta. Era la hora de la comida. Como me recomendaron, podía comer lo que quisiera salvo platos muy grasos, flatulentos, picantes, y que durante toda la jornada no manejara maquinaria, no condujera el coche ni realizase ejercicios que implicaran concentración -por ejemplo, estudiar- limitándome a reposar, realizar un tranquilo paseo, y leer, como mucho. Me adormecí, tras el almuerzo, en el sofá, viendo los relajantes documentales de animales de la 2. A media tarde asistí a una exposición en el Museo Municipal, con obras de un artista polifacético que trabaja la pintura, el grabado, la cerámica y la escultura. La muestra exhibía una mágica y muy sugestiva transformación de los elementos de unas sillas devenidos espacios escultóricos muy elocuentes. Recorriendo las salas  hablé con el artista, al cual conozco y que también es usuario de la gastroscopia. Le comenté mi prueba matutina y los dos convinimos en afirmar categóricamente que la sedación es una pérdida de tiempo, literalmente. Un breve fragmento de tiempo que equivale a estar muerto. Y como se está muerto unos instantes, uno se despierta, muy confortablemente, con la impresión de que ha resucitado; coronado de la inmensa fragancia de hallarse redivivo.

Terminé el día yendo a dos bares a tomar algo. En un papel que me dieron en el hospital, que reproducía un texto titulado «Cuidados tras endoscopia digestiva con sedación», en uno de los puntos decía: «No debe tomar alcohol en las primeras 24 horas tras la prueba, ya que potencia los efectos sedantes de los fármacos administrados». Al principio pedí al camarero un par de mostos Salobreña, rogándole que me los sirviera en copa de vino para dar el pego. Mas la siguiente petición fue de auténtico vino; moderada: dos vinos. Si potencia los efectos sedantes, como dice el prospecto, pues mejor; sólo unas pocas calles para arribar hasta mi hogar, aunque sea tambaleándome una levemente bailable e inapreciable brizna. A las once ya estaba leyendo tranquilamente en mi querido y mullido lecho, apurándome un libro de Roald Dahl y empezando el Stoner de John Williams.

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