Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoDe mi Diario : Semana 13 / 2024

De mi Diario : Semana 13 / 2024


Rodenkirchen, 24.3., Domingo de Ramos

Después de leer mi Diario, Guglielmo me escribe desde su Orquidiócesis de Antioquia: «Cuando se habla de la película Only You, a mí me trae a la memoria una bellísima orquídea, una Cattleya híbrida completamente blanca que se llama precisamente Only You. Es híbrido hecho en Colombia (Pereira), por un japonés de nombre Tsubota».

Fuimos a almorzar al Steep’s y me juré no volver a pasarle el celular a Diny en público. Tuve que hacerle varias veces el gesto de que no hablase tan alto y me increpó diciéndoselo a Montse, con quien yo había hablado antes y luego le pasé el celular a Diny para que la saludase. De la plática con ella se estaban enterando todos los comensales. Ya Rebeca se lo dijo alguna vez: «Es que tú no te oyes, mamá». Guay si se lo digo yo, me tira el plato a la cabeza.

Me escribió Vicente: «¿Recuerdas cuando leíamos como posesos –al menos yo– a Somerset Maugham? Creo que le debemos mucho. Al menos yo. Tanto que cuando llegué a Huelva, allá por los primeros cincuenta, y de la estación fui a la canoa a Punta Umbría –tan salvaje e idílica en aquellos tiempos– creia estar en los mares del sur, escenario de algunas de sus novelas». Le contesté: «Hay algo que no creo haberte contado de mi estadía en San José de Costa Rica, octubre 1984, adonde fui enviado por la Deutsche Welle cumpliendo un encargo de la OMS sobre «Atención primaria en salud» (me dieron a elegir entre Cuba y Costa Rica y elegí esta porque como le dije a mi jefe «Con un dictador gallego he tenido bastante»). Y el caso es que la admón. de la DW me había reservado habitación en el Gran Hotel Costa Rica, en el Parque Nacional, frente al teatro (un teatro casi como el Real de Madrid, algo más pequeño), y yo me sentía casi personaje de Somerset Maugham, desayunando en la terraza. Pero al cabo de unos días me cansó aquello, amén de que me robaron donde ni siquiera puedes imaginar: en la caja fuerte del hotel, donde yo había depositado marcos, dólares y cheques de viajero, que controlaba cada día, porque soy de un desconfiado total. Además, me habían hablado del Amstel, regido por neerlandeses, en el Parque Morazán, así es que allí me mudé al cabo de menos de una semana. Y en el Amstel me sentí en casa, y al cabo de dos o tres días ya era el huésped consentido. Además hablaba neerlandés con el dueño. Y la mesera que me atendía en el comedor durante el desayuno ya me sabía el encargo de memoria: “¿Café solo y jugo de naranja, don Ricardo?”, a lo que yo le decía que sí. Pero un día, al llegar al comedor, vi en una mesa cercana a una pareja gringa con una cesta llena de croissants que olían como la Sulamita debió olerle al rey David, así es que cuando la mesera me hizo la pregunta de rigor, yo le añadí “Y una ración de croissants”, a lo que ella reaccionó con el ejercicio de traducción simultánea más impresionante que he escuchado en mi vida, pues tenía la costumbre de ir escribiendo en su libreta y leyendo en voz alta para que el cliente pudiera cerciorarse de que entendió bien su pedido; y dijo mientras escribía: “Café solojugo de naranjay una orden de cangrejos”. Nunca lo podré olvidar, aunque no sé si ella se acordará de aquel cliente mimado que le dijo: “Jamás he conocido a un traductor o intérprete mejor que usted”. Al irme de Costa Rica camino de Nicaragua, tres semanas después, le dejé la propina más alta que nunca haya dado en mi vida. Y se la merecía, de a deveras, como dicen los cantinflos. Mira todo lo que me has hecho recordar con tu email. Me imagino que tú, viniendo de Salamanca (o Madrid) sentiste al llegar a Punta Umbría lo mismo que yo en la terraza del Gran Hotel Costa Rica».

Rodenkirchen, 25.3.

Ayer, a lo largo del día despaché 21 mails, casi vacié mi gaveta de Borradores y amén de ello contesté los que fueron llegando durante el día: sólo quedaron aún pendientes el de Blancanieves desde el Heptaenanato de Belgrado y el de mi san Tribulete querido en mis madriles. Después de irse Diny a dormir avancé 1.382 espacios de los 2.662 del formato de mi columna en EE, que tengo que enviar mañana a la redacción, y en los 1.280 que faltan ya sé lo que voy a escribir, se los dedico a los 50 años de un milagroso “Águas de Março”.  

Hoy, en el Bistro Verde estuve haciendo ejercicios de retentiva. Había un grupo de cinco sesentones con un perro que le ladraba a Angelika y a Liviu, menos mal que no le hacían ni puto caso. Contando con nosotros cuatro parejas, tres de una edad menor que la nuestra. Dos parejas femeninas, a mi juicio madre e hija cada una de ellas. Los únicos jóvenes (de unos ± 30 años) eran un trío, un chico y dos chicas. Y cuatro hombres solitarios, con los hombros caídos y taciturnos: ¿qué secreto dolor arrastra cada uno de ellos?

Me escribe Guglielmo después de leer mi última publicación en VV.CC.: «Se me salió el medio italiano que tengo dentro al ver que tú, siempre tan preciso, tratas de inventor del teléfono a Alexander Graham Bell: el verdadero inventor fue el italiano Antonio Meucci, y es además el único inventor oficialmente certificado por la Cámara de Representantes de los EE.UU. Su invención la afirma con orgullo Tony Soprano, el simpático personaje protagónico de Los Sopranos (sin duda la obra maestra del género), en uno de sus capítulos». Le contesto: «Pues hijo, como diría mi hermana, la Nena: me caigo del árbol a una de cuyas ramas había enroscado mi cola. Gracias por el desasne. Total. No tenía ni idea. Como tampoco los neerlandeses llamando «bellen» a «telefonear»». Les vino bien la coartada del apellido del supuesto inventor Bell.

Rodenkirchen, 26.3.

Ayer, en el blog de Hildy Johnson, un panegírico del musical Siete novias para siete hermanos, de Stanley Donen. Le dejo en el foro este comentario: «¡Bravo! También yo la he visto docenas de veces y me he hecho la misma reflexión acerca de su incorrección política. Pero es que con ese criterio nunca se hubiera escrito al principio de una novela «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme», ni en Hamlet se oiría decir «Algo huele a podrido en Dinamarca». Soy lector apasionado de tu blog, y Hildy Johnson es una de las heroínas cinematográficas que más tilín me hace. Como la «bola de fuego» Barbara Stanwyck, de quien creo que fue el mayor talento de su generación, nada escasa en ellos. Vale».

Almorzamos en La Modicana, Ulli una ensalada con naranja, y Carlitos y yo distintas pastas con setas y tiras de carne de res asada. Carlitos no perdonó hoy su postre preferido, el tiramisú. Y la pobre Ulli sufriendo con una enfermedad que le afecta la pìel y los médicos no aciertan a diagnosticar de qué se trata. A mi juicio es un trastorno provocado por el estrés en que vive, pero desde luego puedo equivocarme de medio a medio.

En la entrevista con GGM, inédita en español, que publicó LJS a mediados de este mes, y hablando de sus libros, dice que existe uno que es el mejor de todos, «y es El coronel no tiene quien le escriba. A veces lo digo medio en broma, pero creo que tuve que escribir Cien años de soledad para que la gente leyera El coronel no tiene quien le escriba». Lo he dicho y repetido, y también publicado, que su mejor libro es ese. Celebro coincidir con el autor.

Rodenkirchen, 27.3.

Después del panegírico de Hildy Johnson dedicado a Siete novias para siete hermanos decidí verla de nuevo y lo hice anoche. Claro que un racionalista como yo se pregunta, a) si raptaron a las chicas con lo que tenían puesto ¿cómo es que en cada nueva escena visten nuevas ropas, tan grande era el ajuar de Milly como para vestir a las seis cada vez con un vestido distinto?; y b) la misma pregunta pero aplicada a la ropa interior. En cualquier caso he pasado un rato delicioso viendo de nuevo las coreografías y admirándome, como hace más de 60 años, cuando vi la peli la primera vez, de que algunas se desarrollan en un espacio cerrado y mínimo, ese Donen era un genio. Al terminar la peli pensé que la guinda del pastel hubiese sido si antes de aparecer las palabras liminares, THE END, tras el múltiple “Sí, acepto” de chicas y chicos, podrían haber insertado un par de líneas informativas: «Nueve meses después, al número de habitantes de Oregón hubo que añadir siete más».

Los miércoles en Steep’s es el día de los Reibekuchen y como hace semanas que no los como, los encargo esta vez con salmón ahumado. Diny pide el menú del día: sopa de crema de tomate y pechuga de pollo con guarnición botánica. A la mesa enfrente de la nuestra se sienta una mujer hermosa de unos 30 años. Si yo tuviera 50 años menos y estuviese solo le tiraría los tejos. Veo en EL diccionario que “tirar los tejos” es «insinuarle a alguien el interés que que se tiene puesto en él o manifestarle indirectamente lo que de él se esperaۚ». ¿Alguien? ¿Él? Señora Doña Academia, no mame.

Rodenkirchen, 28.3.

Vino Rebeca y se fue con Diny (sentada en una silla de ruedas) al Primo Piano, donde ya las esperaba Montse. Al poco me uní a ellas, almorzamos de lo mejor, y al final se nos unió Henri. Antes, Montse me había contado que el martes, cuando el cumpleaños de Frank, se enredaron Oskar y Henri en una discusión tremebunda acerca de quién es mejor jugador, si Cristiano Ronaldo (según Oskar) o Messi (ídem Henri). Cuando llegó al Primo Piano le dije a Henri que sin duda alguna Messi es harto mejor que el perdonavidas portugués, pero pero que no son los mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos, sino sólo de los que ellos conocen a sus respectivos años, y que yo he tenido la suerte de ver jugar a los tres grandes ases, un Alfredo di Stéfano pentacampeón europeo, un Pelé tres veces campeón del mundo y un Cruijf irrepetible, y en Madrid vi una vez cómo el Bernabéu se puso en pie aclamándolo, porque una de las pocas verdades ciertas en fútbol es que el neerlandés fue parteaguas, hasta él se jugaba de una manera, a partir de Cruijf de otra. Henri se quedó muy impresionado, creo que ni sospechaba mi pasión por el fútbol.

José Manuel y su mujer, Maite, nos visitarán mañana para almorzar con nosotros y luego regresarán a Fráncfort. Me anega una ola de morriña pensando en Isabel y Pablo y en los meses que vivieron en mi apartamento de Berlín (1964) hasta que alquilaron uno propio muy cerca del mío.

Hoy es Jueves Santo. A estas horas, si todavía viviese en Huelva, estaría enfundado en una túnica negra con botonadura azul y un capirote negro, desfilando con la hermandad del Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de la Consolación en sus Dolores. Cuando en 1952 don Félix Sanz de Frutos me operó a vida o muerte (por una peritonitis de pronóstico gravísimo), mi madre prometió que si me salvaba, ella iría de penitencia todos los años detrás del paso del Señor, como así lo hizo, al menos mientras pudo caminar sin problemas. Al salir un mes después de la clínica de don Félix, me apunté en la hermandad, pero como hacia los crucifijos siempre he sentido algo de rechazo, yo desfilaba con el paso de la Virgen, cuya imagen es preciosa. También la del Cristo, tallada en caoba de la República Dominicana que donó el otro generalísimo inferiocre, el infame dictador Trujillo. Si uno viviese todavía en Huelva Pero es mucha el agua corrida desde febrero 1963 bajo los puentes del Rhin.

Que no se me olvide. En la sobremesa de hoy en el PP, Montse nos mostró en su iPad dos frases de Diny anotadas últimamente. 1.ª: Al querer cruzar una calle, las detuvo un semáforo reacio al verde. Montse: «Vamos a eternizarnos aquí». Diny: «Nadie se vuelve más joven. Antes era distinto». [¡¿Antes?!] 2.ª: En la misma acera del Sommershof (donde se encuentran el chino y el PP) hay una tienda de ropa infantil sencillamente fabulosa. Diny: «Si vuelvo a tener un hijo, le compro toda la ropa en esta tienda». Montse: «Mamá, biológicamente tú ya no puedes». Diny: «Bueno, siempre se producen milagros» (la frase «Wunder gibt es immer wieder» es de un uso muy común en Alemania»).

Rodenkirchen, 29.3., Viernes Santo

Ayer olvidé registrar que después de pagar en la Caja de ReWe y salir con el carro de la compra camino del Maternus, al pasar por delante de la panadería me quedé un momento contemplando la vitrina del mostrador con la confitería y me vino a la memoria la vitrina de la confitería en la panadería de Huelva donde comprábamos nuestro pan, la de Calderón, y que pasé una temporada con gran apetito por los dulces (milhojas, pìononos, perrunillas, bizcotelas, miguelttos, huesitos de santo, borrachos y en Semana Santa torrijas y cerca de la Navidad pestiños) y acudía un par de veces a la panadería por las tardes, en las que doña Dolores vendía el poco pan que restaba de ese mismo día y los dulces para las meriendas o algún regalo. Y me gastaba todo el dinero que tenía en comerlos a dos carrillos. Un buen día me desapareció aquel apetito y creo que la siguiente vez que comí dulce fue ya en Alemania, las tortas que preparaba Elizabeth, mi casera en Bad Kripp. Sic transit!

Llegaron Maite y Juan Manuel alrededor de la 1 pm y al rato nos fuimos a almorzar al Steep’s, donde comimos opíparamente, bueno, ellos y Diny más que yo, porque no perdonaron el postre, casi tan copioso como los platos que ya nos habíamos mandado a bodega. Luego de la sobremesa regresamos al Maternus y nos mostramos fotos y Maite nos retrató (con ella, gracias al temporizador) para mostrarle la foto a Isabel en Huelva. Isabel nos mandó con Maite un ramo de flores y ellos nos trajeron de regalo un álbum de fotos en blanco, para rellenar con algunas nuestras, amén de regalarnos mojama de Isla Cristina y tres sobres de jamón ibérico cortado a cuchillo. Esta visita me ha emocionado, mucho y bueno, hacía tiempo que no me sentía tan conmovido como en las cuatro horas que hemos pasado juntos y que me han parecido minutos, minutos de un tiempo ido y que no volverá, pero en los que le hemos raspado alegrías y recuerdos a la barra de nieve del pasado, cuando no había frigoríficos y las canoas de Punta iban cargadas de esas barras para las que no por casualidad llamábamos neveras. Que los dioses de todas las cosmogonías bendigan a Maite tan querida (esto en euskera sería un pleonasmo) y a nuestro querido ahijado José Manuel.

Rodenkirchen, 30.3., Sábado de Gloria

Volví a ver A Affair to Remember [Algo para recordar, 1957], la segunda versión de su Love Affair (Tú y yo, 1939) que filmó el propio Leo McCarey, pero esta vez en tecnicolor y cinemascope. Nora Ephron le rindió homenaje en Insomne en Seattle a esta segunda versión que cuenta como peli de culto en los USA, cuando es inferior en calidad a la primera y la tercera, Love Affair [Un asunto de amor, 1994], y yo reitero mi opinión de cuando hace meses vi las tres versiones en tres días consecutivos. El problema es que si bien se esfuerzan en ello, no hay química entre Deborah Kerr y Cary Grant, como sí la hay, en gran medida, entre Irene Dunne y Charles Boyer (1939) y entre Annette Bening y Warren Beatty (1994). Es más, esta tercera versión se hizo dos años después de que se casaran y ella ya embarazada de su segundo hijo: es una declaración de amor en toda regla, y embellece al film sobremanera.

Almorzamos en el Bistro Verde con Paul, nos atiende Angelika, quien ya nos tenía reservada “nuestra” mesa cuando llamé a las 10:30 am para hacerlo. Paul anda especulando con la idea de ir a vivir un año en Berlín cuando termine su Praktikum aquí en Colonia; no sé cómo compaginará eso con su relación con Antonia ni se lo he querido preguntar. Nota bene: hoy volví a darme el gusto de comer una cazuela de camarones.

Acabo de repasar las anotaciones de esta semana antes de subirlas a Fronterad y me doy cuenta del porqué a Rebeca le gustan tanto sus charlas con los enfermos terminales en la Residencia donde trabaja, la Johanniter. Es por los recuerdos que atesoran y que le cuentan. A mí mismo, esta semana se me ha poblado de recuerdos del pasado. Leyendo esas anotaciones ahora, por ejemplo, me acordé de algo que hice allá por 1958 ó 1959. Yo tenía por entonces una novia, y al despedirme de ella en el portal de su casa, me iba a la redacción del Odiel o de copas con los amigos, volviendo al 21 de la calle de los Tumbados ya pasada la medianoche. A esas horas las calles de Huelva estaban vacías, las poblaban sólo la pareja de grises que cumplía despaciosa su misión de vigilar la paz nocturna. Yo lo sabía, así como sus horarios, que eran fijos, y una de esas noches, cuando la pareja se alejó camino de la calle Señas, me acerqué a la Concepción, en cuya fachada, a ambos lados de la puerta principal hay unas reproducciones hechas en azulejos de un Nazareno y la Inmaculada. Bajo cada una lucía un azulejo con una ranura para echar las monedas, y en el azulejo una leyenda: “Limosna para el culto”. Yo conocía de vista al párroco (era el confesor de mi novia), y esa noche dejé caer por la ranura, en la hucha oculta, un papelito donde escribí todo con mayúsculas: «EL CULTO ES EL CURA, QUE SABE DOS IDIOMAS», y me alejé lo más rápido que pude en dirección contraria a los grises. Nunca me descubrieron. ¡Ah, qué lindos recuerdos que sólo regresan contándolos!

*******************THE END*****************

Más del autor

-publicidad-spot_img