Nos sentamos en el piso superior de una cafetería cerca de la Lubyanka. No puedo evitar pensar en la ironía de estar a escasos metros del cuartel general de la KGB tomando café con dos activistas rusos. En esta estación de metro hubo además un atentado en marzo de 2010 en el que murieron cerca de 40 personas y que se atribuyó a terroristas chechenos. No parece un lugar escogido al azar, desde luego.
Alexei Penzin (1974) y Nikolay Oleynikov (1976), filósofo y artista, respectivamente, escogen este lugar, sin embargo, por pura comodidad para todos, o al menos para la mía (queda en mi línea de metro). Nuestra mesa está en una especie de balcón que cuelga sobre el piso inferior. “Mira, Nikolay, perfecto para que pronuncies un discurso”, bromea Alexei, y los dos se echan a reír, lo que me hace intuir que le encantaría que fuera el caso.
Su apariencia les delata. Alexei, investigador en la Facultad de Filosofía de la Academia Rusa de las Ciencias de Moscú, lleva gafas de pasta y viste de manera bastante formal. A pesar de que no para de hablar, parece incómodo. Cuando no está fumando, juega con su pelo, enroscándolo una y otra vez, y ríe con timidez. Lo suyo son los libros. Interesado especialmente en la antropología filosófica, departamento del que forma parte en la facultad, su investigación también abarca el marxismo, los estudios post-soviéticos y, por supuesto, la filosofía del arte.
Nikolay tiene más fuerza al hablar. Ataviado con unas Converse verdes a juego con sus calcetines de rayas verdes y blancas, unos piratas negros, pulseras y una melena despeinada, parece el típico niño rebelde. Eso sí, un niño de 36 años con unas ideas políticas muy claras y comprometido con sus creencias. Su arte es su principal vía de expresión. Sus murales didácticos y sus trabajos gráficos, siguiendo la línea del surrealismo y con una estética cómic en ocasiones, son conocidos a nivel internacional –ha expuesto en Estocolmo, en el Museo de Arte Moderno de París, en la Escuela Welling de Londres, en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla, y en varias ciudades rusas–. A través de sus obras intenta explicar al historia política de Rusia con títulos como La cronología de la Perestroika, La subida y la caída del socialismo: 1945-1991 o La urgencia de la lucha, entre otros.
Mientras nos sentamos a nuestra mesa seguimos comentando la jornada del día anterior. Hace menos de 24 horas que los tres coincidíamos, sin saberlo, en Sájarov, donde tuvo lugar el mitin de la llamada Marcha de los Millones. Alexei era en esta ocasión un espectador más, pero Nikolay fue uno de los que se subió al escenario. Además de su principal faceta de artista, pertenece al grupo Аркадий Коц (Arkady Kots), a través del cual comparte también sus ideas políticas. “De hecho, ¡tradujimos L’estaca!”, me dice emocionado. Supongo que por el desconcierto, por un momento no sabía ni de qué me hablaba. Pero entonces recordé que en el mitin todo el mundo empezó a canturrear una canción que me resultaba conocida. Como estaba en ruso, lo achaqué a que sería una melodía pegadiza, pero no, era la canción protesta de Lluís Llach.
“Es una canción muy importante internacionalmente, hace años que aquí es una canción protesta, y creo que en Polonia” –después leo que el sindicato polaco Solidaridad la adoptó como himno–. Para Nikolay y su compañero de grupo Kiril no hay una estaca que tirar, sino paredes que derrumbar, pero la idea de la lucha por la libertad es la misma. “Fue muy bonito cuando Nikolay y Kiril –explica Alexei– tocaron la canción frente a los juzgados como protesta contra el encarcelamiento de las Pussy Riot. La policía los detuvo y los metió en el furgón, donde continuaron cantando”.
Cuando explican esto es fácil imaginarse a dos jóvenes cantando a gritos y organizando un revuelo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Su actuación fue grabada en vídeo por varios periodistas, y si bien no deja de ser una protesta –prohibida según la policía delante de un juzgado–, no tiene nada de escandalosa.
Pero la mayor parte de la fuerza política que Alexei y Nikolay hacen es a través del colectivo al que pertenecen: Chto Delat?, o lo que es lo mismo, ¿Qué hacer? en ruso. El grupo nació en 2003 en San Petersburgo. “La primera decisión vino con la celebración del tercer centenario de la ciudad”, cuenta Nikolay. “Teníamos un grupo pequeño de amigos que eran activos en el campo del arte, el periodismo, la literatura, etcétera, y ellos entendieron que de algún modo había llegado un nuevo régimen. En San Petersburgo no podías salir a la calle y celebrar por tu cuenta, tenías que formar parte de las celebraciones previstas por el gobierno, y para ellos este tipo de celebración era para alabar un nuevo poder y para alabar al Estado… Así que decidieron salir de la ciudad. Se fueron a la estación de tren con pancartas y eslóganes para dejar “visualmente” San Petersburgo y estuvieron fuera varios días. Desde entonces se reconocieron a sí mismos como grupo actuando políticamente en el campo del conocimiento, el arte, etcétera”. De este gesto nació el grupo, del que ahora forman parte varios artistas y filósofos de Moscú y San Petersburgo.
El enlace entre todos ellos fue la publicación de un periódico por parte del grupo fundador. “El periódico dio nombre al grupo, que se llamó como el programa de Lenin”, me explica Alexei. “Para Lenin, un periódico era una de las claves para organizar a la gente en grupo, político o no. Para nosotros era una referencia importante en el sentido de hacer algo juntos, no sólo quedar y hablar, sino producir algo. Y empezó con el periódico”.
A pesar de formar parte de un colectivo, se consideran también bastante individualistas. Las actividades llevadas a cabo suelen hacerse a escala unipersonal o en pequeños grupos –Nikolay colabora en bastantes ocasiones con Dmitry Vilensky, también integrante de Chto Delat?–, aunque siempre bajo el nombre de la organización. Durante la semana del 21 al 28 de septiembre Nikolay y Dmitry participaron, por ejemplo, en el Maratón 24/7 Truth is concrete, celebrado en Moscú, y en el que tomó parte gente de todo el mundo procedente de muy diversos campos del arte y la cultura con conferencias, mesas de debate, conciertos, películas y actuaciones.
Dicen que los comienzos fueron duros. “Ser de izquierdas después de la Unión Soviética no es fácil, porque todo el mundo piensa, sobre todo en los 90, que el marxismo es negativo”, continúa Alexei. “Yo por ejemplo soy investigador en la universidad y ser de izquierdas o marxista es como freak o esa extraña persona que cree en alguna ideología rara”. Nilolay ríe con cara de saber de lo que está hablando su colega.
A pesar de su admiración por Lenin, éste no fue la única influencia en el bautizo del grupo. Es más, el mismo Lenin nombró a su programa Chto delat? a raíz del libro homónimo de Nikolái Chernishevski (1863). “Era una figura intelectual que quería combinar tres conceptos: ser intelectual, ser un hombre trabajador al mismo tiempo y estar metido en la mayor cantidad de actividades”, explica Nikolay. “Es como el sueño del futuro y de cómo debería ser la vida. Hay paralelismos con nosotros”, confiesa Alexei.
“La novela está compuesta por sueños de la gente. Cómo imaginan su futuro. Lenin era más práctico, menos visionario y más práctico en el sentido de la organización de las cosas. Ambos son importantes. Incluso el autor influenció en cierto sentido a Lenin”, continúa. “Llegados a este punto, para nosotros, esta pregunta de ¿Qué hacer? cobra mucho sentido, con los movimientos globales de los últimos años todo el mundo se está preguntando lo mismo”. Nikolay confiesa que es precisamente ahora cuando la gente ha empezado a tolerarlos y a entender lo que llevan ya casi diez años diciendo.
“Al principio hubo muy distintas reacciones, sobre todo a nivel académico y artístico, porque aquí está todo muy individualizado. Es como sospechoso y extraño organizarse en un grupo”, explica Alexei. Sienten que están ligados de alguna forma con la llegada de Vladímir Putin al poder, no sólo porque su grupo nació en los primeros años de la (primera) presidencia de éste, sino porque con su llegada se estableció “la ideología de la estabilidad”. La gente estaba “aterrorizada” por los 90 y todo el mundo quería tranquilidad.
“La izquierda no es tendencia aquí, la tendencia es el liberalismo”, cuenta Alexei. “Piensan que estamos aquí sólo para quitar a Putin y es ridículo”. Según ellos, lo que buscan es traer un conocimiento y una política más sofisticada a la gente. “A veces me llegan estudiantes que me dicen que se han vuelto de izquierdas al leer nuestros periódicos. Por ejemplo sociólogos que quieren googlear algo sobre Marx y encuentran nuestra web y leen, y entienden que hay una diferencia entre la izquierda tradicional y la experimental que no insiste en ‘soy marxista y eso es todo’”.
El miedo al pasado, en particular al pasado marxista, ha creado una sociedad inculta políticamente hablando. No quieren ver más allá de lo que tienen delante. Y esto no sólo lo explican Alexei y Nikolay, sino que es evidente en la sociedad capitalista y consumista que puede verse en el día a día de las calles de Moscú. Las mujeres con tacones, repintadas y con pieles y bolsos de marca; Ferraris que adelantan a Porches que dejan atrás Mercedes, Audis y BMW’s. Desde el primer día que puse un pie en Rusia pensé que esta gente tenía algún tipo de complejo comunista que les hace ir hacia el extremo opuesto.
“El activismo en Rusia era muy pobre hasta ahora. Mucha gente no conoce la agenda política y el lenguaje político contemporáneo. Por eso para nosotros era importante dar contenido intelectual y crítico a este contexto. Al mismo tiempo, los artistas suelen ser apolíticos aquí, especialmente en el mundo académico. Por eso nuestra idea era proporcionar más cultura a la política y al arte”, defiende Alexei.
Nikolay me explica que el neomarxismo no fue traducido en Rusia, por lo que nadie sabía sobre esta nueva “tradición”, hasta que un traductor y editor moscovita tuvo la iniciativa de traducir los textos clásicos. “No se tradujo aquí porque antes de los 90 el marxismo sólo podía ser soviético, y después de los 90 era imposible por razones muy distintas: había un sentimiento contrario a la izquierda.”
Chto Delat? es por tanto un grupo de activistas políticos de izquierdas que se apoya en el marxismo de Lenin, pero que intenta trasladar esta corriente a la actualidad social y política del siglo XXI. En sus principios, y como se apresuran a enfatizar Alexei y Nikolay, destacan que son “internacionalistas” y “feministas”, conceptos que el marxismo clásico no recoge. “Para nosotros es también muy relevante la organización, que es además uno de los temas más importantes de Lenin y Chernishevski. Intentamos organizar nuevos grupos, nuevas formaciones. Y por supuesto, todos aprendemos de todos. Y desde que estamos en una relación, peleamos. Son unos conflictos muy útiles”, explica Nikolay.
Un ejemplo de esos “enfrentamientos” o retroalimentación entre los miembros del grupo se da incluso entre campos distintos como son la filosofía y el arte. Mientras Nilolay escenifica a través de sus murales a los que él llama los “trabajadores dormidos”, Alexei está bastante interesado en el mundo de los sueños e incluso está a punto de publicar un libro –que se editará en ruso y en inglés por ahora– titulado Rex Exomnis: hacia la economía política del sueño, y en el que trata, en contraposición a Oleynikov, el tema del capitalismo.
Por este motivo Nikolay declara que buscan “crear un mundo con un colectivo de colectivos, crear una serie de movimientos”, donde el arte y la filosofía aprendan uno del otro y la sociedad política rusa se enriquezca intelectual y artísticamente.
Pero su idea de cambio político y de activismo reside únicamente ahí, en el arte y el conocimiento. “No somos una organización política en un sentido formal”. Y nunca han pensado en convertirse en tal. “Cada uno de nosotros, si quiere, puede entrar en política, pero no es práctico. Hay gente que quiere asumir esa responsabilidad, como una amiga nuestra que salió del contexto de esta esfera intelectual y que ahora es segunda del grupo RSD (Russian Socialist Movement)” –la joven de la que hablan se llama Isabelle Magkoeva y fue una de las que subió al escenario durante el mitin del 15 de septiembre–. “Por supuesto, no es un éxito de nuestro grupo”.
Viendo las protestas de ese mismo día en Madrid, donde se hablaba de 60.000 personas, o el medio millón de catalanes que se echó a las calles de Barcelona sólo unos días antes, los 14.000 manifestantes que contabilizó la policía rusa –y que Alexei y Nikolay daban como válido–, no parece un gran número. Sin embargo, para ellos es un gran logro. “La gente en general no está muy interesada en estos temas porque quiere vivir tranquila y bien, pero si comparamos esos 14.000 con los mil que se juntaban hace menos de un año, o los cientos que nos reuníamos antes de diciembre de 2011, es enorme”, comenta emocionado Alexei.
“Antes, cuando ibas a Londres, por ejemplo, era un shock, porque venías de un contexto político donde una manifestación así no era normal. Casi parecía una película de Hollywood”, dice entre risas. “Ahora tenemos la sensación de que algunos de nuestros sueños se han hecho realidad. Porque la idea de despertar a la gente es importante para nosotros. Ahora el problema es cómo hacer que haya un crecimiento mayor, porque después de estos meses está un poco estancado”.
Pienso que uno de los problemas es que no es una manifestación homogénea. El día 15 no sólo el partido comunista marchó por un bulevar paralelo al del resto de grupos no parlamentarios casi hasta al final, sino que estos mismos grupos, que marchaban juntos, iban bien diferenciados por sus banderas y colores. Recuerdo que me pregunté qué cabida tendría yo ahí, por ejemplo, si quisiera protestar contra lo que está pasando en el país, como han hecho miles de personas en España con el movimiento de los indignados. ¿Qué pasa con los que no militan en ninguno de esos grupos pero quieren una Rusia más libre?
“Hay muchas agendas políticas. Es una sociedad no homogénea, y esto era obvio en la protesta. Se separan con sus banderas para marcar en cierta manera cuánta gente puede traer cada uno de ellos. Pero es cierto que la gente que no se puede imaginar dentro de ninguna de estas ideologías políticas no puede verse a sí mismas en las protestas. Es como si no tuvieran lugar”, acepta Nikolay.
Sin embargo, sí hubo un momento en el que los individualismos se dejaron atrás. Y fue durante la ocupación de una de las plazas del centro de Moscú en mayo pasado, aunque según admite Alexei, sólo eran unos cientos. “Al menos en Nueva York era [la protesta] más pequeña”, ríen.
Pero a diferencia del mayo pasado, ahora está en vigor una nueva ley aprobada a principios de junio para castigar las infracciones en los mítines y que limita bastante la libertad de movimiento de los activistas. Ahora deben obtener permiso del ayuntamiento de Moscú para manifestarse. En la última Marcha de los Millones autorizó hasta 25.000 personas y delimitó el recorrido que debían hacer. Fuera de ahí, y a tenor de lo que muchos consideran una “interpretación subjetiva”, puede imponer multas de hasta 7.500 euros para personas físicas y 24.500 euros para las entidades jurídicas, una cantidad desorbitada en comparación con otras multas previstas por la justicia rusa. ¿Pero qué se puede esperar de un país donde la policía aún puede pararte para pedirte dinero, me pregunto yo desde mi perspectiva vista occidental y europea?
Acciones como esta o la más reciente condena de las Pussy Riot han hecho que el Parlamento Europeo denuncie un “deterioro” en materia de Derechos Humanos en Rusia. Desde Amnistía Internacional también se ha hecho un llamamiento para la liberación inmediata de las integrantes del grupo de punk, por considerar su encarcelamiento un atentado contra la libertad de expresión. La respuesta de la cancillería rusa no es otra que la de acusar al Parlamento Europeo de “injerencia en los asuntos internos” y recordarle que también “hay problemas de derechos humanos dentro de la Unión Europea”.
Lo que está claro es que la labor de grupos como Chto Delat?, que desde la vía de la cultura y el conocimiento –politizados– intentan buscar una salida a la actual situación del país, es cada vez más importante. De hecho, en los últimos años han ido surgiendo más colectivos como el de Alexei y Nikolay. Es el caso de Voiná, un colectivo antisistema que actúa en las calles de Rusia; las ya famosas Pussy Riot o el grafitero Pasha 183, conocido como el Banksy ruso. Si siguen empujando, quizá las paredes se derrumben.
Patricia Alonso es periodista. En FronteraD ha publicado A través de los Balcanes y Trece años de despedidas. En Srebrenica no hay olvido