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Muchas de las transgresiones del fugaz dibujante Stephane Mandelbaum ocurrieron solo en su mente

Stephane Mandelbaum (1961-1986) fue un dibujante precoz que murió bastante joven, asesinado con dos balas en la cabeza por miembros de un sindicato criminal a quienes había ofrecido una pintura robada que resultó ser un falso Modigliani. Lo encontraron en las afueras de Bruselas, con el rostro desfigurado por el ácido para hacer su identificación más difícil. Durante su corta vida trabajó intensamente, muchas veces durmiendo poco, lo que hizo que tuviera una producción considerable. Sus dibujos a grafito, lápiz de color y bolígrafo eran decorados con recortes de revistas y con textos muchas veces en yidis, una lengua que el artista aprendió de modo autodidacta. Aunque estaba casado en la época de su asesinato muchos de sus dibujos pueden ser considerados como homoeróticos: los hombres de sus obras usan pintalabios y también realizó varios retratos del artista gay Francis Bacon con su amante George Dwyer. Sus dibujos tienen un efectismo intencional, son muchas veces sensuales sin ser explícitamente sexuales y adquieren un carácter literario e intelectual mediante el uso de palabras en yidis, italiano y francés. Tanto en la vida como en el arte, Mandelbaum parece confundir los límites entre su existencia y su imaginación. En su obra existe una necesidad por la exageración y a la vez la calidad de sus dibujos evidencia su alto nivel de formación: fue estudiante en la academia de arte de Watermael-Boitsfort.

Mandelbaum, asesinado en una época todavía relativamente reciente, quería ocupar una posición sensacionalista en el bajo mundo. Lo que se sabe de su participación en el submundo criminal parece exagerado, muchas de sus transgresiones ocurrieron en su mente. El artista parece haber vivido más cómodamente en el mundo de su imaginación. Sus dibujos fueron una mezcla marginal de la precisión de las bellas artes con una vulgaridad caricaturesca, un efecto colateral de los populistas años sesenta. Durante el corto periodo en que trabajó, el talento estaba siendo relegado a la posición política, considerada más importante. Pero a Mandelbaum le gustaba el margen de la sociedad, un enfoque que tenía más que ver con su disposición psicológica que con las protestas populares. No se sabe bien el motivo de su voluntad de situarse más allá de los límites de la sociedad, probablemente un deseo de ser poco convencional, intensificado por su considerable juventud. Lo que importa es el halo de sus dibujos, individualmente y en conjunto. La informalidad de su enfoque era una actitud general que le resultaba útil en su trabajo. A pesar de haber adoptado el populismo también era capaz de producir dibujos sofisticados. Puede que el carácter brutal de su muerte fascine al público contemporáneo por su violencia, pero hay algo más que podemos aprehender de su asesinato, específicamente el peligro de su atracción por la delincuencia de poca monta. De cualquier modo, aunque no sepamos por qué, sí podemos especular basándonos en sus dibujos, que existen en una mezcla dinámica de asertividad gráfica y un talento poco común.

Una cuestión secundaria, como sus flirteos con la homosexualidad, es el judaísmo del artista. Es cierto que su arte tiene textos en yidis, pero su fluidez era probablemente limitada, ya que lo aprendió de modo autodidacta en vez de haberlo hablado con su familia desde la niñez. Sus dibujos no muestran una práctica tradicional de los ritos judíos, quizás una cierta identificación con la cultura judía. Un ejemplo es el uso del yidis, que en la segunda parte del siglo XX había prácticamente desaparecido de las lenguas europeas. A su vez, los retratos inquietantes de figuras nazis como Joseph Goebbels y Ernst Röhm insuflan un aire amenazador a la exposición. También concretan de modo implícito la identidad judía del propio Mandelbaum. De ese modo sale a relucir la historia cultural judía. Está claro que tanto la identificación religiosa de Mandelbaum como la sugerencia de su homosexualidad pueden resultar tanto imaginarias como reales. Sin embargo, el judaísmo encuentra un modo de reafirmarse en Europa Central, recordemos que el espectro del Holocausto ha legado tácitamente su herencia al artista. En su caso, el valor de su amor propio aparece en las imágenes dedicadas a los mismos nazis, mostrando que el horror histórico es un modo de definir al presente como la reafirmación cultural del yo.

Podemos comenzar con los dibujos individuales de Francis Bacon y su pareja George Dwyer. Existen varios dibujos de Bacon, uno de 1982 es un retrato bajo el cual aparecen un grupo de bocetos oscurecidos más pequeños. Las mejillas de ardilla del artista son recordadas con exactitud, pero llama más la atención su mirada taciturna. Peinado con una raya al lado, las mechas de su pelo son hebras lineales. Lo más poético del dibujo es la autoridad con que Mandelbaum representa la mirada melancólica de Bacon, demasiado vaga para estar enfocada en algo en particular. Pero es precisamente eso lo que hace que la imagen se adueñe de nuestra imaginación, es una ventana a un gran artista, de quien se sabía que estaba pasando por un momento difícil de su vida privada. El dibujo no nos proporciona ninguna evidencia concreta de sus dificultades personales, todo se concentra en su mirada vacía. En este dibujo Bacon es descifrado como un enigma, alguien conocido por su tratamiento complejo de la figura, en particular del rostro.

Dwyer, el compañero de Bacon, aparece en un retrato de perfil. Su cabeza se dirige hacia la derecha del papel. Con chaqueta y corbata su fisonomía es ligeramente tosca, de mandíbula prominente, labios gruesos y nariz grande. De manera invisible, sus mejillas se extienden hacia su cuello. Las imágenes de ambos, Dwyer y Bacon, han sido dibujadas meticulosamente, revelando la vida interna de los dos hombres. La imagen de Bacon es más poética, mientras que el halo de Dwyer es más terrenal. Dwyer parece un hombre de negocios fijado en el momento. Se desprende un respaldo implícito a la homosexualidad, aunque la información biográfica de Mandelbaum no menciona que haya tenido una experiencia gay activa. Este dibujo aparece junto a otra imagen abiertamente queer: un dibujo a grafito de Peter Max, hecho en 1984. Muestra el retrato del rostro estrecho de un hombre joven con una mecha de pelo que cae a un lado de su frente cubriendo prácticamente su ojo derecho. A pesar de su vestimenta tradicional, de abrigo y corbata, sus labios están pintados, erotizando su retrato. Como sucede con una gran parte de la vida del artista, la sugerencia transgresiva de su dibujo probablemente nunca tuvo lugar.

En Composition (Masked Figure) (c. 1981) (Figura enmascarada), Mandelbaum presenta un dibujo visualmente intrincado que hace una conexión histórica con su pasado judío reciente: los campos de concentración donde los judíos fueron encarcelados antes de ser aniquilados sistemáticamente por los nazis. La obra presenta una multitud de pequeños personajes con rifles y se centra en una figura claramente judía con una estrella en el pecho y una máscara atada detrás de su cabeza. La estrella es el rasgo más prominente. La figura está rodeada por un óvalo de líneas naranjas, probablemente un símbolo de las alambradas de púas. Dentro del óvalo aparecen numerosos elementos y arriba a la derecha del prisionero hay imágenes de personas armadas, que podrían también ser vistas como colinas en miniatura. Hacia la esquina superior izquierda trepan líneas horizontales en diagonal, demasiado abstractas como para entender su significado. En realidad, la obra parece un mapa, tan simbólico como real, del confinamiento judío. Puede que Mandelbaum haya encontrado consuelo al crear esta imagen. Su versión de la historia, eficazmente imaginada sin ser verídica, es un pequeño logro. Recordemos que el artista nació en Europa Occidental, donde ocurrió la mayor parte del genocidio, menos de veinte años después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, pertenecía a esa época, tanto como a la contemporánea en que nos encontramos. Pero su trabajo está más motivado por lo conceptual que por lo formal. Esclarece el momento histórico mediante el uso de su imaginación, en vez de ser realista.

Un autorretrato a grafito muestra al artista como si estuviera mirando desde cerca. Su peinado recuerda al del hombre con pintalabios, con una mecha que cae hacia la derecha de su frente. El artista saca la lengua en un gesto desafiante y erótico, su mirada se siente amoral, marginal. Su expresión provocadora resulta inquietante, es el orgullo consciente de un artista de talento que quería habitar un mundo de declive social. No sabemos la razón de esta fijación de Mandelbaum, lo que sí sabemos es que en su arte hay una colisión literalmente mortal con un bajo mundo con el que decidió cohabitar.

Mandelbaum nos presenta un estudio manifiestamente heterosexual titulado Executive in a Red-Light Cafe (Ejecutivo en un café de la zona roja), con dos personajes sentados en un sofá pequeño: a la izquierda una prostituta atractiva, desnuda de la cintura para arriba con el pelo negro corto, sentada junto a un hombre de negocios con entradas que usa corbata. El erotismo de la imagen es evidente, el servicio será consumado más temprano que tarde. Una vez más Mandelbaum opta por una escena abiertamente transgresora. Muestra una preferencia por la sugestión más que por la exhibición, frecuentemente con implicaciones sensuales. ¿Por qué le gustaría tanto el bajo mundo de la marginalidad? Es bastante improbable, pero quizás su identificación con los que se pasan de la raya de lo socialmente aceptable le permitió exponer la contemporaneidad concomitante con la imaginería de la bajeza (de modo contrario, la bondad a menudo puede parecer que proviene de culturas arcaicas). La imagen de la mujer semidesnuda ostenta una cualidad sexual innegable, su atractivo es de una evidencia inmediata. Del mismo modo que el erotismo homosexual sugerido por el arte de Mandelbaum, su atractivo físico le insufla vida al instante. En un sentido la obra es simplemente una chica desnuda. Pero quizás de un modo más profundo el deseo que su cuerpo inspira es más que una excusa para mirarla. Este tipo de sentimientos se establecieron hace muchísimo tiempo desde los comienzos de los desnudos clásicos en la historia del arte. La diferencia entre el deseo de entonces y el deseo de la actualidad no es una cuestión pertinente. El deseo no se va en la cultura: esa es la cuestión.

Portrait of a Punk (Retrato de un punk) nos ofrece el perfil de un joven punk turco, que probablemente vivía en Alemania en aquella época. Las palabras debajo de la cabeza del joven están escritas en alemán y hay una pequeña bandera alemana a la izquierda. El modelo tiene la cabeza rasurada con una cresta estrecha de cabellos en medio. Su mirada, dirigida más allá del borde derecho del papel, es a la vez melancólica y sensible. Su nariz respingona y el bigote y barba incipientes le aportan agresividad a su imagen, aunque sea sólo superficial (recordemos que mucha de la violencia de la cultura punk era puro teatro). De algún modo, a pesar de su apariencia tosca, también refleja una sensibilidad. Mandelbaum tiene una capacidad admirable para darle un toque prosaico a su imaginería, pero lo hace tan bien que el dibujo adquiere un significado prácticamente de alta cultura. La destreza de sus trazos redime un retrato rudimentario con la buena calidad del dibujo. Su fluidez artística transforma la condición burda de su arte.

Bar Albertine, North Brussels (1981) (Bar Albertine, norte de Bruselas) muestra a una mujer negra de piel clara sentada en una silla. Su pelo es corto y tiene un vestido con flecos. La técnica del dibujo es formidable y la mujer parece formar parte de la vida de bares de Bruselas. Con la misma obsesión con que trataba de establecer su visión del bajo mundo, Mandelbaum estaba determinado a representarlo con una destreza notable. El dibujo, una de las expresiones artísticas más transparentes, no deja mucho al azar, todo implica una decisión que no es fácilmente reversible. El vestido y el corte de cabello de la mujer sugieren los años 20, pero no es seguro. Es probable que se encuentre en un lugar bien conocido frecuentado por artistas. En este caso su don por la narración figurativa se evidencia maravillosamente al captar completamente la atención de su audiencia

En el último dibujo de nuestra crítica, Artur Rimbaud I (1980), el primer gran poeta de la modernidad aparece con una chaqueta oscura y apoyado en una cerca blanca que lo protege de caer en un mar oscuro y agitado. Encima del agua, que parece en alza, hay un cielo blanco y vacío. El título del dibujo es lo único que nos hace saber que se trata de Rimbaud, pero el gran volumen de agua sugiere la seriedad y la disfunción que parecieron seguir al gran modernista temprano. Mandelbaum, él mismo un poeta lírico con perturbaciones mentales, encuentra en Rimbaud y en un dibujo del gran cineasta y poeta italiano Pier Paolo Pasolini dos compañeros de fatigas. Le proporcionan apoyo a un artista mucho más tardío, de afiliaciones no siempre evidentes. Lo que sí es claro que al artista le gustan las figuras marginales como Bacon, Rimbaud y Pasolini, cuya influencia visionaria (no siempre erótica) le permitieron a Mandelbaum aludir a una tradición de disensión y de innovación creativa que comenzó a principios del siglo 20. Ello significa que la contemporaneidad, a la que Mandelbaum legítimamente pertenece, le debe su energía a un pasado muy reciente, incluso si sus habilidades están profundamente influenciadas por tradiciones aún más lejanas en el tiempo.

Es difícil hacer un juicio definitivo sobre los dibujos de Mandelbaum. Son el resultado de una combinación impresionante de refinamiento y vulgaridad. Tenía habilidades más que considerables, profundamente conmovedoras a la luz de su corta vida, sus mitologías de rebelión y su habilidad de fusionar lo erótico con una forma original y también notablemente histórica. Sus creaciones tuvieron lugar después de los experimentos de los sesenta de arte pop y conceptual, haciendo que sus temas fueran eclécticos y memorables. Eso solo puede suceder en un momento en que la experimentación está casi exhausta, convirtiéndose en víctima de la extravagancia de pensamiento y forma.

El tiempo dirá la última palabra con respecto a Mandelbaum, pero se intuye un logro genuino. Una vez más el Centro de Dibujo, con presentaciones siempre originales, ha organizado una muestra valiosa –todavía recuerdo claramente, hace años, la exposición maravillosa de dibujos del gran poeta y novelista francés Víctor Hugo, que lo consgraron como un importante artista visual–. Es particularmente atractivo encontrar a un artista europeo que continúa la tendencia continental por la innovación y la influencia histórica. El dibujo, la más transparente de las artes visuales, resulta frecuentemente la más reveladora en su tema. Así Rimbaud, cuya maestría es reconocida actualmente, comenzó como un artista marginal cuya vida y creatividad fueron en extremo experimentales. Quizás Mandelbaum buscaba el mismo tipo de extremo en las dos. Parecía buscar la fama, aunque sus dibujos mostraban su comprensión del pasado histórico. En la actualidad es muy difícil aseverar la influencia del arte del pasado, los efectos del tiempo han sido borrados por el intelectualismo, una marcada conceptualización. Parece que Mandelbaum comprendió intuitivamente el drama presente del arte visual en que los sucesos de la vida del artista deben ser tratados con la misma importancia que su trabajo. El tiempo dirá si tal enfoque funcionará más allá de la época en que los dibujos fueron hechos.

 

Traducción: Vanessa Pujol Pedroso

 

Original text in English

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