El 14 de octubre de 2012, Liao Yiwu pronunció el discurso de un hombre que, según el dictum de Confucio, “sabe cuál es su destino”. La toma de conciencia de su vocación puede leerse en sus textos. Su destino individual está indisolublemente unido a una fecha fundamental para la historia universal: el 4 de junio de 1989, día de la matanza de Tiananmen, con la que comenzó la descomposición del comunismo. En medio de aquel terror, Liao escribió el poema ‘Masacre’, una especie de ‘Fuga de la muerte’ en chino. Dicho poema circulaba clandestinamente grabado en vídeo, y llevó a Liao a pasar cuatro años en un Gulag chino. Para el viajero que atraviesa el país, la represión resulta aún menos visible que para el ciudadano medio de China. Liao ha encontrado su vocación en el intento de transmitir tanto al ciudadano medio de China como al mundo occidental fascinado por dicho país la enseñanza del Gulag, es decir, que cabe temer cosas peores que la muerte. Esta enseñanza concentra el contenido de experiencia del short century, que comenzó con la revolución de octubre y acabó con la matanza de Tiananmen. Se trata de una enseñanza que comparten los europeos que han dejado detrás de sí el nacional-socialismo y el estalinismo.
La escritura puede ser muy hermosa. Cuando uno mira los faxímiles de los textos que Liao escribiera clandestinamente durante su cautiverio, queda impresionado por la grafía. Pero sólo cuando se conoce su historia es posible hacerse una idea del miedo y los suplicios que han llevado a esta belleza. Sentí algo parecido cuando vi por pimera vez las miniaturas que Walter Benjamin realizara en papel de fumar cuando, en 1932, en un exilio anticipado en Ibiza, se quedó sin dinero. Escribir en una prisión china no solo exige disciplina, sino también permanentes precauciones e ingenio. Ante todo no ser descubierto: el persistente peligro de confiscación impone un determinado ritmo, una escritura menuda, una cierta postura de ocultamiento, los ojos cerca del papel. Si se sale airoso de todas las razias, el autor intenta sacar de contrabando su escritura clandestina. Hay cosas que llegan a manos de desconocidos; porque no existe una esfera pública china, pero sí que hay un Samizdat [entramado de copia y distribución clandestina de literatura prohibida en la vieja URSS y en los gobiernos del llamado bloque del Este] en el que circulan los textos de Liao, y también sus vídeos. Sobre todo su poema fundamental, ‘Masacre’, que convirtió al poeta de vanguardia privilegiado en un objeto de odio de los órganos de la represión china.
El 4 de junio de 1989 cambió completamente la vida y la escritura de Liao. Es algo que debe a “su maestra, la prisión”, que le mostró su rostro implacable y sangriento durante cuatro años. “Estoy agradecido a la prisión porque me permitió comprender lo que significa la libertad, y porque allí escribí los manuscritos de mis obras Seguir viviendo, Los chinos Han, El túnel negro. Estoy agradecido a la prisión porque allí tuve la oportunidad de aprender a tocar la flauta Hsiao y porque aprendí a encontrar consuelo en la filosofía en momentos difíciles. Le agradezco que me permitiera pasar mi tiempo, de la mañana a la noche, con tantos condenados a muerte, reaccionarios, traficantes de seres humanos, emperadores de campesinos, cabecillas de bandas de ladrones, estafadores y fulleros”, escribe Liao en uno de los discursos jamás pronunciados más hermosos de la historia. Después de cuatro años salió de prisión y sobrevivió a cuatro intentos de suicidio. Los lectores de su libro Por una canción y cientos de canciones, publicado en 2011 en alemán, saben por qué no quería de ningún modo volver a prisión. Después de que su libro El imperio de los bajos fondos [colección de entrevistas reales de Liao Yiwu que ha sido publicado en inglés como The Corpse Walker: Real Life Stories, China from the bottom up (2001) y en alemán como Fräulein Hallo und der Bauernkaiser. Chinas Gesellschaft von Unten (2009)] causara sensación en todo el mundo, las autoridades chinas le amenazaron si seguía publicando en el extranjero sin su consentimiento.
En sus Tesis de filosofías de la historia, cuya rigurosa densidad no tiene nada que envidiar al Consuelo de la filosofía del condenado a muerte Boecio, Walter Benjamin escribía en su mortal huida de los nazis que no hay “documento de cultura” que no fuera a su vez “uno de barbarie”. Toda la obra de Liao se hace cargo de esta dialéctica. El premio Nobel Liu Xiaobo, que entre tanto también cumple condena, escribió a Liao un juicio lapidario tras leer el manuscrito de Por una canción y cien canciones: “Por tu poema ‘Masacre’ pasaste cuatro años en prisión. Creo que mereció la pena”. Cuando se habla de la amistad entre Liu y Liao, podría surgir la impresión de una elite de disidentes, tal y como la conocemos del periodo de decadencia del socialismo real en el Este de Europa, que se ha establecido pese a todas las persecuciones. Pero China es distinta. En la sociedad china, la hipermodernidad y el arcaísmo coexisten de modo mucho más acusado que en el ocaso de la Unión Soviética. En Sichuan puede percibirse de modo más tangible que en Pekín o Shanghái. Liao ha encontrado esta coexistencia en su forma más aguzada durante su estancia en prisión: la soledad de la flauta Hsiao en medio de una sociedad concentracionaria. Cuando Liao salió de prisión, su existencia burguesa estaba destruida. Dio vueltas como un canto rodado, ganándose la vida como músico callejero en Sichuan y vivió la sociedad china como una prisión, como coexistencia de la arbitrariedad absoluta y la impotencia total.
Liao logró salir de la prisión china; pero pagó por ello un precio elevado, el de convertirse en un sin techo, algo que ha denominado su tercer maestro: no tener hogar ni patria. Quien lee con tensa atención sus Conversaciones reunidas puede percibir lo que eso significa. La matanza de Tiananmen destruyó el hogar chino; todos los que la sobrevivieron padecen lo que después de Auschwitz y de innumerables negaciones se ha denominado la culpa del superviviente. Su último libro en alemán, La bala y el opio, da constancia de este sentimiento apenas soportable. Ya había intentado elaborar dicho sentimiento en El imperio de los bajos fondos, y el lector se siente aliviado cuando la joven chica de bar, la “señorita Hallo”, escucha la historia de los interesantes años de aprendizaje de un intelectual chino en el archipiélago Gulag, y con todo le exhorta: “¡Nada de sentimentalismos!”. Transmitir una experiencia no compartida es lo que posibilita el arte de Liao, y eso es algo que solo puede hacer el gran arte. El relato de Solzhenitsyn sobre Iván Denísovitch se queda a un nivel literariamente sentimental, pero su obra sobre el archipiélago Gulag fue instructiva. Solzhenitsyn se convirtió en un Shólojov del lager, pero políticamente era más bien un defensor de la Gran Rusia, con todas las atrocidades que implica este chovinismo. En el caso de Liao hay que prestar atención al arte, que no es solo un drapeado exótico con flauta, sino que tiene su propia forma.
Su forma artística sigue la lógica de la cosa misma. En La bala y el opio vuelve a la forma artística de la conversación, que hace comprensible la historia mediante la narración de recorridos vitales. El conjunto de conversaciones da lugar a una obra épica monumental, una Odisea china en la que Liao es a la vez Homero y Odiseo. El lector alemán conoce hasta ahora tan solo la punta del iceberg. El libro se centra en 1989 y sus consecuencias. En Estados Unidos circula el volumen Dios es rojo, que se ocupa del cristianismo clandestino en China. Sus conversaciones tras el terremoto en Sichuan en 2008, desgarradoras y amenazantes para el estado chino, esperan aún su publicación. La obra de Liao narra la historia de una gran destrucción, de una catástrofe cultural. El fracaso del dominio de la naturaleza se cruza con el terror sin fin del fallido dominio de los seres humanos. La biografía individual de Liao está determinada por sus maestros aún no mencionados: el hambre y la vergüenza. De niño sobrevivió a la gran hambruna de 1958, que fue consecuencia del descabellado gran paso hacia delante de Mao. Su infancia y juventud estuvieron marcadas por las campañas contra los “cinco grupos negros”, por la vergüenza de ser estigmatizado como contrarrevolucionario de nacimiento. Liao ha sobrevivido a las enseñanzas del hambre, la vergüenza, el vivir sin techo y la prisión; pero a la experiencia de la barbarie solo se sobrevive si se la incorpora en el recuerdo. Sobrevivir significa seguir escribiendo.
Detlev Claussen es periodista y profesor de Teoría Social, Estudios Culturales en Universidad de Hanover
Traducción del alemán de Jordi Maiso
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