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Mientras tantoUtopía, Poesía, Naturaleza: educación de arquitectura para la infancia

Utopía, Poesía, Naturaleza: educación de arquitectura para la infancia

La Tierra y otras escuelas   el blog de Jorge Raedó

El Museo Palladio de Vicenza, Italia, con ocasión de su décimo aniversario en 2022, celebró dos «días de estudio» sobre el papel actual de los museos de arquitectura. El primer día de estudio fue «El futuro de los museos de arquitectura» (video ponencias) el  22 de septiembre dirigida por Guido Beltramini y Mirko Zardini. El segundo día de estudio fue «Lo que los adultos no saben sobre arquitectura» (video ponencias) el 7 de octubre, dirigido por Ilaria Abbondandolo. Agradezco la invitación que me hicieron para participar en el segundo día de estudio. El 23 de octubre de 2022 publiqué una nota en este blog sobre ese segundo día.

El libro con las ponencias de los dos días de estudio fue publicado en abril de 2024 (descargar PDF). Contiene artículos de Howard Burns (chairman, CISA Andrea Palladio Scientific Committe), Antoine Picon (president, Fondation Le Corbusier, Paris), Bruce Boucher (director, Sir John Soane’s Museum, London), Guido Beltramini (director, CISA Andrea Palladio/Palladio Museum, Vicenza), Mirko Zardini (arquitecto y curador), Kieran Long (director ArkDes – Sveriges nationella centrum för arkitektur och design, Stockholm), Kent Martinussen (director, DAC – Dansk Arkitektur Center, Copenhagen), Triin Ojari (director, Eesti Arhitektuurimuuseum, Tallinn), Ilaria Abbondandolo (Palladio Museum, Vicenza), Luca Mori (Università di Pisa), Angela Million (Technischen Universität Berlin), Aynur Ciftçi (Yildiz Technical University – Faculty of Architecture, Department of Architecture, Istanbul), Olimpia Niglio (Università di Pavia), Marta Morelli (MAXXI, Rome), Sophie Draper (Royal Institute of British Architects, London), Jorge Raedó (Osa Menor, educación de arte para infancia y juventud, Bogotà).

Mi artículo se titula «Utopía, Poesía, Naturaleza: educación de arquitectura para la infancia» y reflexiona sobre las tres incompetencias básicas -o principios- para la educación de arte y arquitectura para la infancia. La Utopía es la capacidad de imaginar espacios y tiempos mejores para el bien de todos, nuestra Naturaleza está hecha de los lenguajes del arte que nos permiten construir la Utopía imaginada, la Poesía es la expresión personal o colectiva mediante dichos lenguajes. La arquitectura es uno de los lenguajes del arte.

Imagen de la página 88 del libro.

Utopía, Poesía, Naturaleza: educación de arquitectura para la infancia

1. Imaginación

¿Qué es la imaginación? ¿es el viento que nos da vida? ¿los humanos somos imaginación o somos nada? ¿Alonso Quijano es Don Quijote? ¿o Don Quijote imagina a Alonso Quijano? (Cervantes, 2015). Platón diferenciaba la función del logos de la menos importante función de la phantasmatas o imaginación. Si el logos es razón, pensamiento, lenguaje articulado que nos hace conscientes de nuestro lugar en un cosmos de ideas eternas y verdaderas, la imaginación es la sombra de esas ideas verdaderas. El logos sería el trabajo del filósofo, la imaginación sería la labor del poeta (Platón, 2019). Por el contrario, la experiencia personal me dice que el proceso de construcción del mundo sigue estos pasos: 1/ las percepciones sensibles actúan en nosotros, 2/ nos provocan emociones y sentimientos, 3/ que derivan en la obra con forma gracias a los lenguajes de las artes -y otros lenguajes como las ciencias que aquí no tratamos-, 4/ otras personas perciben la obra, surge una comunicación entre el receptor y el autor -aunque la obra fuera creada hace miles de años- y la idea emerge. ¿Dónde estaba la idea? ¿en la obra? ¿o en su recepción? Las ideas eternas y verdaderas no existen per se. Las ideas nacen de nuestra acción movida por la imaginación que codifica la percepción sensible y le da forma para entendernos como unidades dentro del Universo, también forma imaginada. Todo es una masa oscura y amorfa antes de que la imaginación le dé forma con categorías como Espacio y Tiempo, e infiera orden y sentido a nuestro devenir -como nos recordó el filósofo de la educación Kieran Egan (1991) (2008)-.

La arquitectura ordena la materia creando lugares que nos protegen de la intemperie física, emocional y simbólica (Rykwert, 1999). Unas imaginaciones ordenan la materia para que otras imaginaciones la perciba y la habite. ¿Todos somos una misma imaginación? ¿Mi imaginación es realmente mía o es una manifestación de esa imaginación única? El ayer, el hoy y el mañana son olas de la imaginación que navegamos y nos unen. Sin imaginación seríamos barro informe sin sentido, babas en la lluvia, como el personaje Calibán en la “La Tempestad” de Shakespeare (2011), esclavo de pasiones sin nombre ni fecha. Frente a Calibán, se eleva el personaje Ariel, canción pura que vuela ligera. Calibán y Ariel es una antinomia que ayuda a pensarnos. El autor proyecta una apariencia de espacio, tiempo y personajes que ilumina en la oscuridad. La Arquitectura, como todo los lenguajes del arte, sólo se piensa desde sí misma, como un juego de la imaginación que cuenta el cuento de nuestra conciencia (Azara, 2005). Nada hay fuera de la imaginación, como nada hay fuera del Universo infinito (Bruno, 2001).

Nuestra mente se esfuerza por otorgar sentido al instante vivido. En ese combate, como las esculturas “Los Esclavos” de Miguel Ángel (Tolnay, 1985) o como la protagonista de “Rockaby” de Samuel Beckett (2006), balbuceamos palabras escritas, esculpidas, pintadas, cantadas, bailadas, diseñadas, construidas… palabras que son partículas en la atmófera cultural que nos contiene. Todos vivimos dentro de atmósferas -o burbujas- culturales que nos configuran y a la vez configuramos con cada uno de nuestros gestos. Cuando los estudiantes se sumergen en las artes para comprender su entorno, comunicarse entre ellos y, por lo tanto, transformar su realidad, construyen su lugar propio en la estructura cultural que los contiene como una gran atmósfera -tal como nos enseñó Vygotsky (Veraksa y Sheridan, 2018)-. Somos seres culturales, nuestra forma es el resultado del choque entre nuestra voluntad y la sociedad que nos contiene, roce o conflagración que proyecta una representación del mundo como una burbuja de conciencia fuera de la cual nada hay -afirmación romántica, temeraria y estimulante digna de Schopenhauer (2005)-.

Las atmósferas culturales que nos crían son densas como la resina y nos aprisionan entre los símbolos y los ritos herededados. Los humanos somos como animalillos de hace millones de años atrapados en burbujas de ámbar, prisioneros en la resina cultural que nos contiene, define y nombra. Imaginamos el exterior de nuestra atmósfera desde el interior de ésta. Nuestra atmósfera actúa como una lente deformadora. Por lo tanto, somos incapaces de ver lo que en verdad hay fuera de nuestra burbuja. Vemos lo que imaginamos, imaginamos lo que ya conocemos. Por eso nos cuesta integrarnos en otras culturas, en otras atmósferas, porque sus símbolos y ritos son distintos (Kuper, 2001). A veces, unas atmósferas culturales quieren aniquilar a otras por miedo, sin darse cuenta que todas atmósferas están entrelazadas. No hay atmósferas aisladas.

Imagen de la página 90 del libro.

2. Belleza

La educación de arquitectura para la infancia me lleva a tres preguntas: ¿qué es infancia? ¿qué es arquitectura? y ¿qué es educación?. Son preguntas sin respuesta exacta. ¿Cuál es la diferencia entre la infancia y la edad adulta? La infancia confía en que la ayuda que necesita vendrá de sus padres, familiares y adultos en general. Un adulto ya no cree en que la ayuda venga de nadie. Así lo entiendo al leer “Últimos testigos” de Svetlana Alexévich, testimonios de adultos de la Unión Soviética que eran niños durante la ocupación alemana de la II Guerra Mundial. “Mamá me reñía por ello. Les preguntaba a los médicos por qué yo era así, por qué me interesaba tanto por cosas tan poco infantiles como la muerte. Quería saber cómo enseñarme a pensar en cosas de niños.”(Alexievich, 2016, pág. 35), ¿Hay cosas de adultos y cosas de niños? ¿El logos es cosa de adultos y la imaginación es cosa de niños y poetas?

Kant diferencia lo agradable, lo bello y lo bueno (Kant, 2001). Lo agradable depende del gusto de cada uno, lo bello depende de ideas transcendentes que existen per se más allá de nuestro gusto personal, lo bueno depende de la eficiencia de la forma. Como cada atmósfera crea sus propias formas a partir de sus códigos de conducta, cada persona valora distinto qué es una forma agradable, es decir, correcta y aceptable. Si introducimos una forma atípica y no convencional en los códigos legitimados, salta la alarma y se querrá negar, anular, expulsar o destruir la forma extraña. Muchos conflictos violentos nacen por esta causa.

El arte está hecho de obras concretas: escultura, pintura, edificio, partitura, texto, espectáculo, fotografía, película… Los artistas han invertido energía en el proceso de creación para obtener la obra. Las personas que perciben la obra establecen una comunicación con sus creadores gracias a la forma dada. ¿Por qué hicieron la obra? ¿Cómo la hicieron? ¿Por qué tiene esa forma y no otra? ¿Qué me transmite? ¿Cómo llego la obra hasta aquí y yo hasta ella? Al receptor le es indiferente lo que el artista sintió al hacerla. La obra es su forma. Al percibirla, analizarla, disfrutarla… el receptor y el autor se miran a los ojos. ¿La obra es bella? Depende más de la sensibilidad del receptor -de la atmósfera cultural que lo contiene- que de la obra misma.

En la educación de las artes para la infancia damos más importancia al proceso de creación que a la obra resultante. ¿Por qué? Porque el proceso de creación es el proceso educativo. La obra es la excusa para hacer el viaje educativo. ¿Qué es un proceso educativo de calidad? Gert Biesta (2022) dice que es aquel donde 1/ aprendes habilidades y conocimientos -en nuestro caso técnicas artísticas y arquitectónicas-, 2/ desarrollas la socialización y 3/ construyes su subjetividad -tan difícil de evaluar, tan cercana al silencio de la poesía -. Por eso Biesta propone un currículo centrado en el mundo -no en el niño- donde los maestros propiciamos -ponemos en escena- el encuentro de los estudiantes con los mundos, más allá de sus círculos cotidianos, de su barrio… Los estudiantes investigan hasta que sean el mundo en sí. La belleza aparece en la búsqueda.

Entonces, ¿hay belleza sin imaginación? Por lo tanto, ¿hay belleza sin infancia? Schiller (2018) afirma en las “Cartas para la Educación Estética de la Humanidad” que sólo el arte nos humaniza, nos hace honorables, nos libera de la esclavitud y construye la verdadera libertad en estados justos. Si Schiller viviera hoy tal vez diría que sólo el arte construye la democracia, un sistema de convivencia que necesita un lenguaje propio, dado que el lenguaje crea el sistema (Wittgenstein, 2009). Contar un cuento es hallar el equilibrio entre el fuego de las emociones, las pasiones o los sentimientos y el hielo de las leyes, los ritos, las tradiciones… es el equilibrio entre la desbocada voluntad personal y la rígida estructura cultural de la que somos piezas. “El ímpetu de juego”, actitud del niño y del artista que juegan libres y reformulan las leyes del juego a cada minuto para crear la “forma viva” irrepetible, permite alcanzar el equilibrio (Schiller, 2018). La sociedad democrática, inclusiva y pacífica será fruto del “ímpetu de juego” colectivo. La democracia exige el juego libre y voluntario de todos dentro de unas normas, creando los pactos de convivencia día a día. La vida en democracia, cuando la nombras, desaparece (Raedó, 2020). Como los sueños. Sólo la educación de todos los ciudadanos, sin exclusión y en igualdad, hace posible el juego democrático (Giroux, 1992) (Giroux, 2022). En la educación, como en los sueños, todo es posible.

La belleza reside en la búsqueda permanente del equilibro entre lo sensible y lo formal mediante el juego del arte, de la ciencia y de la educación. La belleza no reside en ideas puras per se, supuestamente vivas en un allá trascendente. Si hay algo trascendente, es la búsqueda constante de una sociedad más justa. La belleza, como los sueños, como la democracia, cuando la nombras, desaparece.

Imagen de la página 93 del libro.

3. Utopía, Poesía, Naturaleza

Quiero que la infancia aprenda tres incompetencias básicas mediante los lenguajes del arte y la arquitectura: Utopía, Poesía y Naturaleza (Raedó, 2018). La sociedad abierta, acogedora y pacífica que queremos – aunque cada día hay más gente que parece querer lo contrario- es una construcción de nuestra imaginación hecha con palabras escritas, gestuales, legales, simbólicas… Acción hecha forma. Solo la imaginación fértil creará un mundo donde todos vivamos con respeto mutuo y sin violencia.

Las llamo incompetencias básicas en contraposición a la moda de “aprender por competencias”: aprender a aprender, ejercer el pensamiento crítico y el espíritu emprendedor, tener conciencia de las expresiones culturales, aprender a crear bienestar personal… Cada país tiene sus competencias, no siempre fáciles de entender. La práctica de las artes en la infancia fomenta la adquisición de todas las competencias que inventemos, siempre que tengamos un buen maestro. Las técnicas y métodos disciplinares, la socialización y la construcción de la subjetividad queridas por Biesta (2022) están presentes en la enseñanza de las artes.

Utopía es la capacidad de imaginar algo que no exite y crearlo. Utopía es imaginar una sociedad más justa, mi comunidad sin infancia hambrienta, mi país más tranquilo, mi planeta más limpio. Utopía es lo que hacen los artistas: imaginan algo que no exite y lo crean con la disciplina, técnica y control de los lenguajes del arte. El lenguaje de la arquitectura requiere extensos conocimientos técnicos sobre materiales, estructuras, instalaciones, medioambiente, clima, sociología… combinado con conocimientos de composición como la proporción, la escala, el ritmo, los colores, el movimiento del sol y sus sombras… Con todo ello, el arquitecto imagina un mundo mejor y lo construye.

Utopía es la actitud que necesitamos cada mañana para levantarnos y trabajar con entusiasmo en la educación de la infancia, enseñándoles técnicas para que construya su mundo -su humanidad- desde ahora, asumiendo sus responsabilidades con los congéneres y el planeta. Las actitudes que no se aprenden de niño son difíciles de aprender de adulto. El ejemplo personal del maestro y del artista es fundamental en el aprendizaje del niño. Los maestros, los artistas y la infancia aprendemos juntos. Los adultos tenemos la experiencia, la infancia tiene el valor de investigar y errar. Me cito a mí mismo reseñando el libro “Redescubrir la enseñanza” de Biesta (2022):

La enseñanza es disenso, una ruptura en el tiempo de la experiencia cotidiana ocasionando lo imposible, lo no previsto “que abre un espacio donde el estudiante puede emerger como sujeto”. Es un planteamiento opuesto a la visión de la educación contemporánea predominante, basada en lo posible, lo visible, lo previsible, la evidencia, sin riesgo para sus profesores pero que bloquea el futuro del estudiante. Biesta habla del “salto de fe”, la necesaria confianza ilimitada del profesor en el estudiante. (Raedó, 2022)

Hoy necesitamos la Utopía y la confianza ilimitada en los estudiantes. ¿Hacia dónde van nuestras sociedades? ¿Quién plantea un mundo en paz? La ONU apenas se hace oir entre las grandes potencias, los científicos que alertan del peligro del cambio climático son ignorados o silenciados, el ruido inmenso de los medios de comunicación atonta nuestro entendimiento, el arte es visto como producto del mercado. ¿Cuáles son los símbolos vivos de la sociedades europeas? Tal vez la arquitectura de Palladio sea una de ellas. Tal vez el Renacimiento y su evolución sea un símbolo vivo. Lo estudiamos y nos sentimos personajes de un cuento colectivo con sentido. Canetti (2016) dice en “Masa y Poder” que cada sociedad tiene un símbolo que une al grupo, por ejemplo en Francia es la Revolución Francesa, en Alemania es el Ejército, en Italia es la unificación del país. Imaginemos que la paz es el símbolo que une a la Humanidad. ¿La utopía de un mundo en paz es un cuento infantil?

La Naturaleza de los humanos es la Cultura. La atmósfera cultural que nos contiene está hecha de muchos lenguajes. Somos dentro de esos lenguajes, nada hay fuera de ellos, pues nada es pensable más allá del lenguaje. Los lenguajes del arte nos otorgan la conciencia, nos liberan y nos encadenan a la par. Los lenguajes permiten palpar la materia y darle forma. Pero a la vez, los lenguajes, como lentes -burbujas en las que vivimos- deforman nuestra percepción. ¿Somos capaces de percibir aquello que no conocemos? La infancia sí sabe. Ser niño requiere el valor de descubrir por primera vez, aprender y mantener la voz propia ante la hegemonía de los adultos.

(Biesta) propone una educación que interroga al estudiante e interrumpe su experiencia del tiempo lineal, que demanda su habla –aunque sea un habla torpe–, que desvela manifestaciones de su inteligencia que estaban dormidas o rendidas. Defiende al maestro que lleva a los estudiantes por el bosque de signos que es toda sociedad, tal como dice Jacques Rancière en El Maestro Ignorante, un viaje de la voluntad por la naturaleza de los lenguajes donde el pensamiento nuevo nace a tientas, frágil y valiente. La buena educación está más allá de la enseñanza como control y de la libertad como aprendizaje. Maestros y estudiantes avanzamos juntos viendo lo que no es visible. Por eso la educación es un acto poético. (Raedó, 2022)

Toda narración personal surge dentro de una narración colectiva, no existen narraciones personales fuera de lo colectivo, aunque sí hay narraciones personales disonantes dentro de lo colectivo. Aprender arte es aprender a escuchar el bosque de signos, a ser parte de él sin ser destruido, a expresar tus propios signos sin destruir el bosque. Los maestros de arte enseñamos tres cosas para conseguirlo: 1/ las técnicas del arte con sus métodos, procesos, estrategias… 2/ la pasión por el oficio, búsqueda permanente en el “ímpetu de juego” e invención de la forma, 3/ autoconfianza de la niña en sus posibilidades para imaginar utopías y construirlas, ataque quien la ataque -porque la atacarán-.

Poesía es una manera de actuar, por ende, una manera de usar el lenguaje. Si nuestra conciencia es fruto del lenguaje, gracias al viento de la imaginación, el libro de la gramática consensuado nos dice cómo ordenar palabras, oraciones… Cada arte tiene su libro de gramática -según su atmósfera cultural- que crea el espacio público de comunicación y respeto, con calles y callejuelas, placitas, recovecos, patios… que permiten comprendernos y convivir. Los libros de gramática son aprendidos conscientemente con procesos educativos diseñados o inconscientemente con actos miméticos. Si no viviéramos dentro de esos libros de gramática, todo sería guerra y destrucción porque nadie entendería al otro.

Ahora bien, de pronto, de improviso, surge una variación en el orden de las palabras -escritas, construidas, esculpidas, bailadas…-, un cambio, una alteración, una permutación del orden establecido. La lectura de ese “error” nos provoca un impacto insospechado. Al lanzar la piedra al lago vemos que la profundidad del agua es mayor de lo que pensábamos, se incumplen las expectativas y surge un disenso, una arruga en la percepción del tiempo, algo se detiene porque se hace más profundo. Es el acto poético. Un acontencer disitinto ante la mirada adormecida que despierta. ¿O es una mirada disitinta ante el acontecer inalterado? El arte requiere las dos cosas: la obra que distorsiona el lenguaje en prosa para nacer como poema (la Teoría del Arte se ocupa de la obra de arte), y la la mirada poética que distorsiona lo percibido (la Estética se ocupa de la experiencia del observador).

La educación tiene la misión de despertar el deseo de existir en el mundo de una forma adulta, como sujetos, integrados en el mundo, pero sin ser su centro. Por lo tanto, la buena educación favorece un conflicto ordenado –por los profesores– entre el niño y el mundo en el que se integra, conflicto cuya única salida será el equilibrio del “espacio intermedio”, pues los extremos serían la destrucción del mundo o la destrucción del yo. El profesor, por lo tanto, tiene que “crear posibilidades de existencia a través de las cuales el estudiante encuentre su libertad”. (Raedó, 2022)

Soy profesor de arte para infancia. ¿Dónde pongo el foco de mi enseñanza? ¿En que el estudiante aprenda a crear la obra de arte? ¿O en que ejercite su mirada estética? Quiero que el niño aprenda a crear la obra, pues en ese largo proceso, como cuando subimos montañas, el niño aprende con el deseo y la emoción de la investigación, la experimentación, el ensayo, las formas insatisfactorias y las formas que le llenan. Creación no solitaria, en compañía de otros que también crean. Escuchar a los compañeros, observar sus gestos, preocupaciones, soluciones, ejercita la mirada estética del niño. El estudio voluntario de la obra de épocas pasadas, de sus reflexiones y quiebros, ejercita su mirada estética. Deambular entre la maleza de signos hasta emerger en claros de luz y sombra (Zambrano, 1986) es aprender arte, crecer, ser parte del bosque del que no salimos. Con el tiempo nos adentramos más en la espesura turbia y nos alejamos del claro antaño luminoso, hoy oscuro desde la distancia en nuestros ojos. ¿Quién iluminaba el claro? La infancia que buscaba.

 

Bibliografía

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