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Mientras tantoMortal pese a todo

Mortal pese a todo


 

Es un alivio que los grandes escritores se mueran, porque demuestran que son mortales. Y es un alivio que se mueran tarde, que la muerte les respete y les dé tiempo para terminar sus libros. Sí, evidentemente, siempre quedarán libros por escribir. Pero eso es parte del juego, la oportunidad de repetir la partida, de volver a empezar donde otros lo dejaron, de seguir el sendero recién descubierto para ver a dónde lleva.

Si un gran escritor tuviera el suficiente tiempo y la fuerza para explorar  el vasto continente de la literatura, ¿qué nos quedaría a los demás? Todo continente tiene sus límites. De éste, del continente donde algunos hemos desembarcado por azar o por fatalidad, tenemos una intuición, una idea difusa, llena de niebla que difumina los contornos de los valles y oculta la cima de las montañas, una especie de fe ciega en que es posible emprender la exploración, una certeza de que hay hombres valientes que un día alcanzarán la otra orilla, el final de esta tierra que parece infinita ante nuestros ojos. Luego será cuestión de ver si hay suerte y el camino que ellos han tomado no se corta por ninguna avalancha o riada, y así los demás, los que vamos detrás, podremos seguir sus pasos.

Paul Auster era uno de los exploradores más sensatos que conozco. Avanzaba despacio, pisando seguro, no tenía prisa, no cruzaba un río si no se aseguraba la opción del regreso en caso de tropezarse con un peligro imprevisto. Y si eso pasaba no desesperaba, aguardaba que terminara el invierno y volvía a emprender una nueva aventura a la siguiente primavera. Así se tarda más, pero se puede llegar más lejos.

Confieso que era demoledor leer sus libros. Como en una partida de ajedrez en la que los contrincantes parten de una posición totalmente desproporcionada, jugaba contigo al principio, sin rozar la crueldad (ante todo era un caballero), pero un momento después ya te había triturado, rápida, rapidísimamente, y con elegancia, con la elegancia del tigre, del jaguar, del leopardo. Con sus libros me pasaba que casi nunca conseguía llegar al final. No tenía ningún sentido prolongar la agonía: estaba muerto, me había derrotado antes de comprender que me había derrotado. Eso no era ninguna sorpresa. Sin embargo, me había dejado hacerme una pequeña ilusión: la ilusión de resistir a sus asaltos, al menos durante unas horas, para luego caer con la dignidad del que ha hecho todo lo posible por ganar. No, no era crueldad, repito, era astucia, instinto felino, experiencia y sabiduría. Por eso empezaba dando un corto rodeo, olfateando el terreno, dejando que yo me sintiera cómodo, me relajara con cada página. Por eso no sacaba sus garras hasta que te tenía dónde tú tenías que estar. Y entonces se lanzaba sobre ti. Un resplandor ciego te hacía comprender que todo había terminado. Estabas tendido en el suelo, no podías ni moverte, ni respirar. Y ni siquiera sabías qué había pasado, cómo había podido acabar contigo de ese modo tan humillante (tú que te creías buen jugador, tú que te creías que podías mirarle a la cara con orgullo), y la humillación, involuntaria pero necesaria, no podía más que dar paso a la aceptación de tu derrota, levantarse de la mesa, dejar la partida tal como estaba, estrecharle después la mano y en silencio y con admiración dolorosa, proclamarle campeón absoluto. No, no tenía sentido seguir peleando. Y pese a todo volvías a pedirle una revancha, volvías a desafiarlo (suicidamente, por el placer de ser vencido). Cada libro el mismo final. Aunque cada libro de un modo distinto. Con otros movimientos, con otros trucos, con otra estrategia. Y eso también era lo más maravilloso y los más terrible de Paul Auster, que podía derrotarte de cien maneras distintas, mientras tú asistías indefenso, con la misma perplejidad, deleite y espanto que la primera vez que leíste un libro suyo.

Ahora ha realizado su último número de magia. Se ha ocultado detrás del telón. Parece que no está, que el escenario ha quedado vacío. Pero no, es una impresión falsa. Está ahí, agazapado en la maleza, esperando empezar otras partidas con nuevos jugadores.

 

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