Escritos Insurreccionales
Antonio Moresco
Traducciones de Guillermo Piro
LA ADORACIÓN
Dentro de nosotros hay una tensión —muy presente y urgente durante la infancia y la adolescencia, pero que en realidad permanece viva durante todo el arco de la vida— para la que no encuentro otra palabra que «adoración”.
Es una fuerza contraria a otras que impulsan el alejamiento y la separación, que en muchos toman el control modelando (o aplastando) la vida en esta única dimensión antinómica enteramente jugada en la reducción horizontal y «dialéctica». Los instrumentos culturales son entonces usados para enfatizar y volver irreversible este aniquilamiento de la vida y del mundo.
Pero hay algunos, pocos, a los que la más desesperada lucidez no impide la capacidad de fusión, de adoración y de arrastre […]
LA FUSIÓN
¿Qué pasa, por ejemplo, cuando nos encontramos frente a algo que está fuera de nosotros (como puede ser —para decirlo con las palabras de Leopardi— una «obra de genio» expresada a través de palabras, colores, notas musicales, formas arquitectónicas, descubrimientos invenciones científicas, etc.) y que con su fuerza centrífuga tiende a arrastrarnos hacia su centro, a hacer un todo con nosotros dentro? Podemos defendernos «dialécticamente” de su fuerza, podemos alejarnos o bien abandonarnos a ella, podemos separarnos o fundirnos con ella. A mí —desde que era pequeño y leía con abandono a los escritores y a los poetas que encontraba por primera vez en mi camino— siempre me fue más afín el movimiento de la adoración y la fusión. Aún hoy esa poca lucidez que me parece haber adquirido con el tiempo —además de mi impulso autónomo hacia la invención—no consiguió aniquilar dentro de mí este impulso hacia la fusión y la adoración. Como cuando durante la adolescencia escuchaba música en grandes discos de vinilo o contemplaba las obras de los pintores en un estado de exaltación y de conmoción. Por cierto, es igualmente fuerte también en mí el impulso hacia la expansión y la separación. Pero yo era —y sigo siendo— una persona que tiende con la misma intensidad a la concentración, a la fusión, a la combustión y a la adoración.
EL ARRASTRE
Por eso quedo aturdido cuando constato con dolor cuán apremiantes son para muchos escritores de mi época la constricción y el rebajamiento llevados por la definición horizontal de sí mismos por la sola separación y división en vez de por la fusión, la multiplicación y el arrastre. Derivas horizontales expansivas secundadas por el impulso y el espíritu del tiempo, que obran a través de mecanismos de exclusión o inclusión y generan también en los escritores ansias de rol, búsqueda de status dentro de este pequeño círculo, arribismo, cinismo, falta de escrúpulos, competencia ciega, autopromoción, continua construcción de fraternidades y de identidades operativas ensanchadas dirigidas a una expansión puramente horizontal y a una ocupación de espacios mediáticos de otro tipo, transformismo, oportunismo, falta de credibilidad, dignidad y libertad, dada a cada compromiso y a través de cualquier medio o artimaña con tal de emerger por exclusión y por división en vez de que sea por fusión y multiplicación.
Los mecanismos que operaron en estos años, que actúan en cada aspecto de la vida social, política y profesional, operan igualmente en el campo cultural y artístico —o que presume ser tal—.
En lugar del movimiento combustible de la grandeza y su reconocimiento y arrastre, el pequeño y falso movimiento del auto-posicionamiento. Pero es solo la pequeñez que no logra reconocer la grandeza, que tiene miedo de la ulterior disminución de su pequeñez al acercarse de manera funcional e indefensa a la grandeza. La grandeza que está fuera de nosotros no nos disminuye, nos agranda, alimenta la llama, no la apaga. Es cierto, hay y siempre habrá habido aspectos menos nobles del alma humana, como la envidia, el odio, la maledicencia, la competencia desleal, etc. Pero en los artistas más grandes hay también algo más: el entusiasmo, el reconocimiento de la grandeza, el arrastre, pero hacia arriba…
LA SOLEDAD, EL SILENCIO
La soledad, el silencio, no son necesariamente estados a los que se les debe rehuir. El silencio se puede abrir, la soledad se puede iluminar. No basta con saber soportar con dignidad la propia soledad, también hay que amarla. En ausencia de graves enfermedades o mutilaciones corporales, la soledad no es necesariamente una condena, puede ser una posibilidad sin igual. Quien no sabe estar solo está destinado a ser completado y colonizado. Quien teme a su propia soledad —la soledad de los cuerpos separados en medio de otros cuerpos separados— se entrega al miedo a la muerte y a la derrota.
Entretanto, al mismo tiempo, hay que conquistar y reconquistar:
— La salud, para quemar nuestros rastros del comienzo al final en el ojo de la aguja que conecta la vida con la muerte.
— La quietud, para vencer al miedo, la desesperación y el horror.
— El fervor, para poder ser proporcionales a nosotros mismos, llevar con ligereza nuestro peso y hacerlo fructificar.
— La capacidad de pensamiento y sentimiento, dentro del tiempo colonizado e inmovilizado.
— La alegría, una fuerza que no podemos permitir que nos roben. En el viaje que estamos haciendo, las mujeres y los hombres capaces de alegría son nuestros mejores compañeros.
[…]
El HOMENAJE FÚNEBRE DE LA PALOMA
Hace unos días me pasó asistir a algo que nunca antes había visto. Apenas di vuelta una esquina, me encontré frente al cuerpo de una paloma muerta tirada en la acera. Era una paloma joven aún y bella, con plumas brillantes. A menudo ocurre que veo en el suelo una paloma muerta. Lo extraño era otra cosa. junto a ella otra paloma, igualmente joven y bella, estaba de pie, inmóvil, y continuamente repetía el gesto de picotear el suelo. En un primer momento pensé que estaba haciendo algo atroz, que lo que picoteaba era el cuerpo del congénere muerto para sacarle pequeños trozos y comérselos.
En cambio no, estaba haciendo algo incomprensible: simplemente repetía en el vacío el gesto natural de picotear, aunque en el suelo no había migas o algo, no había absolutamente nada. como si estuviera realizando ese gesto carente de utilidad y de sentido en un homenaje ritual, repitiendo el acto más común en la vida de la paloma, permanentemente en busca de alimento, en lugar de otro que, muerto, ya no podía realizar.
Pero lo más sorprendente es que no se había movido ni un milímetro, aunque yo le había pasado muy cerca. Como si no pudiese hacerlo, como si no pudiese interrumpir ese gesto de perpetuación y homenaje. Seguía picoteando en el vacío, clavado, cerca del cuerpo del congénere caído, sin moverse un milímetro a pesar del continuo ir y venir de personas que pasaban a su lado y la rozaban.
Me detuve a mirarla, conmocionado. Una estúpida, fastidiosa paloma, de las que nos obstruyen el paso mientras atravesamos las plazas y que cagan en los alféizares de las ventanas era capaz, en su cabecita, en sus pocos gramos de cerebro, de concebir un gesto de semejante desconcertante grandeza.
No solo los virus, las bacterias, no solo las ratas, los insectos…también nos sobrevivirán las palomas, incluso esa paloma, esa joven, caballeresca paloma que se apropió de todo el dolor y el honor de su propia especie. La muerte del hombre es irrelevante cuando lo que es irrelevante es su vida, cuando su vida ya se encuentra toda dentro de su muerte.
Antonio Moresco nació en Mantua, el 30 de octubre de 1947. Tras pasar su infancia en un colegio religioso, y la juventud en la militancia en la izquierda extraparlamentaria italiana, militó en grupos de extrema izquierda a la vez que ejercía diversos oficios. Durante mucho tiempo su obra fue rechazada por varias editoriales, y no fue hasta 1993 cuando logró publicar su primera novela, Clandestinità. A pesar de su inicio tardío, Moresco ha publicado una veintena de obras –narrativas, teatrales y de no ficción– y ha sido traducido a numerosos idiomas y se ha consolidado como uno de los principales escritores italianos de su generación. La crítica lo considera uno de los padres fundadores de una nueva línea de literatura italiana que va más allá de la posmodernidad, y es comparado con Don DeLillo y Thomas Pynchon; Roberto Saviano lo ha descrito como «una herencia literaria».
Ocasionalmente ha escrito también algunas obras para niños (en el año 2008 obtuvo el Premio Andersen por su colección de relatos Le favole della Maria).
Entre sus obras suele destacarse habitualmente su monumental trilogía Giochi dell’eternità –Juegos de la eternidad, un proyecto descomunal al que dedicó nada menos que treinta y cinco años en el más estricto silencio– que es considerada su obra maestra; escrita con tintes autobiográficos, está compuesta de los volúmenes Gli esordi (1998), Canti del caos (2001) y Gli increati (2015).
En 2016 fue nominado –por Daria Bignardi y Tiziano Scarpa– al Premio Strega, por su obra L’addio. En su última creación hasta el momento, Canto degli alberi (2020), Antonio Moresco convierte su experiencia durante los años de la pandemia de covid en una disertación –a la vez enciclopédica y onírica– sobre el papel del ser humano en la naturaleza.
Actualmente, reside en Milán.
Hasta este momento, se han traducido al español las siguientes obras de Moresco:
· La cebolla
(1995, Melusina. Santa Cruz de Tenerife, 2007)
· La lucecita
(2013, Anagrama. Barcelona, 2016) –finalista del International Dublin Literary Award–
· El volcán
(1995, Melusina. Santa Cruz de Tenerife, 2007)
· Escritos Insurreccionales
(2014, Mármol/Izquierdo Editores. Buenos Aires, Argentina, 2021)
· Los comienzos
(1998, Impedimenta 2023. Primera parte de la trilogía Juegos de la eternidad)
Los textos para esta nueva entrega de la nube habitada han sido entresacados del libro
Escritos insurreccionales, Mármol/Izquierdo Editores (2021, Buenos Aires, Argentina)
En la contraportada del libro, Antonio Moresco firma un pequeño texto que reproducimos aquí por su interés:
«Entre 2007 y 2013, con cadencia irregular, salió en Italia una revista inclasificable titulada, a lo Leopardi, II primo Amore. Era tan inclasificable y anticuada que pocos, según la costumbre de esos años –incluidos el lamento airado sobre lo existente, la repetición y el cinismo, más que la exploración de terrenos desconocidos y el empuje íntimo e insurreccional– fueron capaces de comprender su presencia inquietante y urgente.
Los escritos que componen este libro, con algunos retoques antes de su publicación, son mis editoriales que han aparecido en esa revista. Leídos todos juntos, uno tras otro, revelan una necesidad visceral y apremiante por romper y traspasar el tablero, con respecto a las formas de concebirse a sí mismo, la vida y el mundo que nos aprisionan y dominan en esta época.
Hay mucha oscuridad a nuestro alrededor y a veces parece que vivimos en un país y un mundo de muertos. Que los que puedan y quieran al menos mantengan una lucecita encendida. A partir de ahí veremos que ocurre».
Guillermo Piro –Avellaneda (Buenos Aires, Argentina)– es escritor, periodista y traductor.
Desde hace años Piro está dedicado plenamente a la reedición de las obras de Héctor A. Murena, de quien el Fondo de Cultura Económica ya publicó una antología a su cuidado titulada Visiones de Babel.
Piro se ha desempeñado como periodista free-lance para distintos medios argentinos e internacionales. Sus artículos, críticas, entrevistas y crónicas de viaje han aparecido en Clarín, La Nación, Diario Perfil, Página/12, First, 3 Puntos, La Stampa o Los Inrockuptibles.
Fue director de la revista de libros Gargantúa. Es miembro del consejo de redacción del Diario de Poesía y el consejo de dirección de la revista Confines.
Ha traducido, entre otros, a Juan Rodolfo Wilcock, Roberto Benigni, Emilio Salgari, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Andrea Zanzotto, Carlo Maria Cipolla, Enrico Brizzi, Federico Fellini, Paolo Rossi, Melissa P. y Ermanno Cavazzoni.
Actualmente es editor de cultura del Diario Perfil. A principios del presente 2024 ha sido reconocido con un Diploma al Mérito de los Premios Konex de las Letras, por todo su trabajo de la última década.
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