De pequeña siempre estaba dibujando en un ambiente familiar donde lo más cercano a la pintura que veía eran los calendarios de la cocina con imágenes de la Sagrada Familia de Murillo, la Virgen de Fátima o el Ángel Custodio amparando a los niños que atravesaban un profundo acantilado.
Eran, sobre todo, las historias e ilustraciones de los libros lo que encendía mi fantasía en libretas de rayas con las hojas contadas y una caja de lápices de colores Alpino. Había algo fascinante en aquellos grabados que acompañaban a las primeras lecturas y que a veces hacían innecesarias las palabras. Recuerdo en especial la primera vez que vi el cuento de Pulgarcito ilustrado por Doré en la biblioteca del instituto, el estrecho sendero iluminado adentrándose en un bosque inmenso y amenazador que presagiaba gigantes.
Es posible que se trate de una inclinación, todavía hoy lo que más me atrae del Arte es el poder de evocar, sugerir y provocar.