El segundo estreno en el Festival de Opera de Aix-en-Provence es Samsom ¿Qué no conoce la ópera? Ni usted ni nadie. Es una ópera contemporánea hecha de una manera très particulière. Usando música antigua, para contar una historia de otro tiempo escrita a la manera antigua para hacer algo hoy en día.
Hay que explicar lo anterior. El director de orquesta Raphaël Pichon y el director de escena Claus Guth han unido fuerzas para elegir distintas partes de composiciones de Rameu para contar la historia de este forzudo bíblico cuya fuerza residía en su cuero cabelludo. No solo la música es del siglo XVIII. También se han preocupado de escribir al estilo de aquella época para ajustar el texto a la música.
La obra, sin embargo, comienza como un flashback, algo muy contemporáneo. En un teatro abandonado en ruinas, o vaya usted a saber qué, por el que parece haber pasado una tragedia ¿una bomba terrorista, un terremoto? una madre se asombra de lo que ve a su alrededor y cuenta que conoce al responsable, aunque no se atreve a nombrarlo.
El responsable resulta ser su hijo. Un hijo que tuvo cuando ya no tenía ninguna esperanza de disfrutar de la maternidad y tras la extraña relación vista y no vista con un ser o un ente Así lo describen, aunque lo que se ve en escena es un hombre vestido de negro como un monje cubierto, bien alto. Una imagen que evoca al extraterrestre que protagoniza la película Prometheus de Ridley Scott.
De esa coyunda nace un niño especial, como el que podría protagonizar The boys la serie de Amazon. Su especialidad es la fuerza. Lo que le viene bien a su pueblo, el hebreo, para defenderse de los filisteos. Pero su fuerza, que le domina, como si fuera Hulk de forma azarosa, pero sin ponerse verde, hace que le quieran si hay peligro de ser invadidos y conquistados, pero le aíslen si el peligro desaparece.
En estas estamos cuando, el chico, un alto y fuertote barítono, otra de las ideas es dar protagonismo a una voz que habitualmente no la tiene, se enamora. Lo hace de una filistea que le corresponde y con la que los filisteos pretenden controlar esa fuerza de la naturaleza. Pero hete aquí, que a pesar de que el brutote no sabe tratar a la mujer, y que lo que intenta es violarla en la noche de bodas, esta se enamora y nanai de traicionarlo. Así que, el malo de la película, perdón, de la ópera la mata.
Sansón se sume en la tristeza. Se encoleriza. Quema el mundo que arde como él. Se aísla como los eremitas y cuando se calma, después de mucho tiempo. Vuelve al mercado amoroso. Esta vez los filisteos le ofrecen a Dalila.
Esta sí, usa sus artes de mujer, para averiguar cuál es su talón de Aquiles. Y este hombretón que en ningún momento se ve ni se siente que haya aprendido a tratar a una mujer, algo imposible de aprender escondido en una cueva y alejado de cualquier contacto humano, se vuelve cariñoso y un amante tiernamente fogoso en la cama.
Agradecido por el placer carnal que por fin ha conseguido, le confiesa a Dalila su secreto. Y esta, que para eso había ido, se lo cuenta a los filisteos. Estos le piden que le corte el pelo mientras duerme para así poder dominar al arma secreta de los hebreos.
Filisteos que, debilitado Sansón, le torturan a conciencia y lo dejan ciego, olvidando que el pelo crece y que si quieren mantenerlo controlado tienen que seguir cortándole el pelo. Una menudencia. Y toda esa rabia que Sansón ha acumulado por la traición y la tortura y el encierro, se manifiesta en todo su esplendor para provocar ese teatro arruinado en el que se representa toda la obra. Una escenografía con el tipo de belleza que buscaba conseguir Speer, el arquitecto del nazismo, con sus construcciones cuando el tiempo las fuera arruinando. Esa melancolía con la que muchos viajeros de hoy viajan para ver lo que queda de otras culturas míticas en lugares difícilmente accesibles, invadidos y semiarruinados por la naturaleza.
Entre medias de todo la anterior, aparecen en versículos de la Biblia en la que hay referencias a Sansón en un luminoso que hay en la parte superior del escenario, cuya presencia impoluta e incólume pega como un santo con dos pistolas con el resto de la escenografía. Cada cierto tiempo, con una luz fluorescente se corta la música y la acción y se escanea el escenario y la escenografía, usando el sonido distorsionado de un escáner o de una espada láser de la Guerra de las Galaxias.
Por si fuera poco, Dalila se arrepiente de lo que ha hecho. No se sabe por qué, ni que la mueve al arrepentimiento. También, hay un ángel salido de un cuadro de una iglesia gótica, con una sola ala, que asciende a los cielos a través del hueco de una escalera. El mismo hueco por el que caerá Sansón a cámara lenta más adelante.
Añádanse tres operarios de hoy en día, con su casco, que entran en la ruina como si fueran del ayuntamiento o de la compañía de seguros y llegasen para analizar los daños o la seguridad de las ruinas. Ruinas en las que hay un mendigo que ellos no ven, como no ven a la madre, que pide compasión y dinero. Una es escenografía con grandes huecos que, como suele ser habitual en Guth, se come la voz de vez en cuando. Un vestuario anacrónico que podría pasar por actual como podría pasar por otro tiempo, muy al estilo de hace unos años. Y también se encuentra un momento musical Rey León con todos bailando, quien haya visto este musical lo identificará en el primer acto.
¿Cómo se consigue que este pastiche sea tragado por la platea? Por varios motivos. La elección de una música preciosa, bien interpretada por la orquesta y el coro. Poner dos buenas cantantes en los papeles de las parejas de Sansón, Lea Desandre y Jacquelin Stucker, que dan lugar a dos momentos estelares. Por poner un Sansón creíble, Jarrett Ott, que se ajusta al imaginario decimonónico de grandote y fortachón y que cumple bien su papel de cantante, aunque no tanto el de actor. Pero, sobre todo, se debe al trabajo en equipo entre el director musical y el director de escena. Clave para hacer teatro musical, como es la ópera.
Esa coordinación, y los medios puestos al servicio de que esa coordinación funcione, oculta una verdadera pregunta. ¿Cuál es la necesidad de contar la historia de Sansón hoy y, la más importante, de contarla, cantarla y musicarla de esta manera?
Lo que se ve en escena no da respuesta alguna. Una pregunta que hay que aceptar que sea innecesaria para un público que parece habérselo pasado bien y muy bien. Aunque unos cuantos de ellos desertaban haciendo mutis por el foro, como si no quisieran llamar la atención. De la misma manera que lo iba haciendo la crítica del espacio reservado para ella que se vacío mucho antes de que se acabasen los aplausos.