El anuncio de la reposición de la producción de 2016 de Pelléas et Mélisande de Debussy en el Festival de Aix-en-Provence puede hacer que uno se pregunte si es necesaria. Si no sería mejor hacer una nueva producción. Pregunta que tras verla se cambia por la de ¿por qué esta producción no está girando por los grandes teatros de ópera del mundo?
Hay muchos motivos para hacerse esta pregunta. Lo primero por su espectacularidad. La escenografía es simplemente grandiosa. Con muchos cambios o transiciones dinámicos entre los espacios en los que sucede esta ópera. Un gran castillo, una gran mansión. Con sus comedores, habitaciones, cuartos de baño, terrazas, escaleras, y hasta una piscina cubierta abandonada.
Todo eso es posible gracias a unas grandes cajas que se mueven en escena. Al final, durante los aplausos, se verá que para hacerlo es necesario una gran cantidad de tramoyistas. A los que hay que entrenar para que todo funcione como un reloj suizo. Y el paso de una a otra estancia sea sencillo, rápido y suave, de acuerdo con la música que se está escuchando. La sensación de estar viendo una película es muy poderosa.
Si se le quitase esa escenografía ¿podría funcionar igual? Podría porque la directora de escena, la prestigiosa Katie Mitchell, ha desarrollado un mecanismo que aclara mucho la historia. Una especie de flashback en la que Mélisande recuerda qué ha pasado.
Lo que ha pasado es que ella perdida en el bosque, al borde de un río o lago, fue encontrada por un cazador, Goulad, un príncipe, con el que se casa. Tras el matrimonio, se van al castillo del abuelo de este, Arkel, rey de Allemonde, donde también viven la madre, el hermano y la hija de Goulad.
Pues bien, entre el hermano de Goulad, el Pèlleas del título, y Mélisande, poco a poco se va forjando una relación amorosa. Que ellos sienten, pero a la que se resisten. Una relación que intuye Goulad y el resto de la familia, aunque los dos amantes tratan de evitarla y esconderla pues intuyen que esa pasión lleva aparejada la desgracia. Y, sin contar nada más, se podrá suponer que este drama mediado por los celos acaba en tragedia.
Sí, esta obra chorrea romanticismo se mire por donde se mire, aunque cuando se la clasifica se hace de simbolista. Eso significa, según los que saben de esto, que no hay acción ni conflicto. Pues bien, Katie Mitchell ha sabido encontrárselo, pues alineada con las teoría actuales sin conflicto no hay teatro. Y mostrarlo. Para ello no ha tenido ni que desvirtuar la música, excepto algún largo silencio entre escenas, ni la historia que se cuenta.
Más bien ha sabido encontrar las acciones y las necesidades que tienen los personajes cuando cantan lo que cantan. En este sentido destacan las escenas de cama, lo bien que encaja la música y lo que se canta con la búsqueda de placer entre los dos amantes. Lo bien mediada que están esas escenas entre lo bello de amar y lo animal de lo sexual.
Como también ha sabido transformar el papel de Mélisande. Dejando de ser el objeto de deseo de los demás, para ser sujeto de su propio destino. Y, hay que repetirlo de nuevo, sin desvirtuar o confrontar lo que hace con lo que se canta o con la música que suena en escena y en el foso.
Sin dejar de introducir elementos fantásticos o fantasmagóricos. Como cuando Mélisande se sube a la mesa de comedor mientras el resto están comiendo y pasea lentamente entre platos, vasos y comida, ya que está revisando al detalle sus recuerdos. O como cuando los personajes salen o se meten literalmente en el armario. O como en el primer encuentro entre Goulad y Méllisenda que se representa en su cuarto de matrimonio al que le ha crecido un gran árbol en el cabecero de la cama. Un árbol bajo el que Goulad encontró a Mélisande.
Y, claro está, también hay alguna incongruencia. Entre otras cosas porque la acción está situada en una época reciente, y no en el medievo, que es cuando se supone que sucede. Motivo por el que cuando reclaman una espada y cogen un cuchillo, la mente entra un poco en disonancia cognitiva. O como cuando dicen estar en una fuente abandonada y está en la piscina cubierta abandona. Como son muy pocos momentos y breves, son cosas que se pasan por alto.
Llama mucho más la atención la brutalidad con la que los hombres de esta obra tratan a las mujeres. Excepto el nerd de Pélleas, todos los demás las miran con deseo, como un objeto sexual. En el que Goulad retoza y disfruta por la fuerza considerando que es su derecho porque es el marido. Con el que al abuelo le gustaría retozar y disfrutar, pero ante la falta de opciones la achucha, y en el achuche, le mete mano. Aspectos que están tan bien acompasados con la música que parecen que siempre estuvieron allí. Que no son nuevos. Que no son una apuesta de la puesta.
Como se ha repetido varias veces esto no sería posible sin la música. El papel de la directora musical, Susanna Mälkki es clave. Porque tiene claro que no está en un concierto, sino en una representación teatral. Y entiende que la música está al servicio de la que cuenta la historia, de que se entienda y se disfrute. Lo que no quiere decir que se subordine a la dirección de escena. Sino que busca en la partitura de Debussy y en la forma en la que debe interpretarla la orquesta y los actores cantantes la música que produzca una sinestesia en el espectador entre lo que ve y oye.
Y lo consigue. De hecho, Pélleas et Mélisande suena más que nunca a sí misma. A esa belleza hipnótica que tiene su música, como lo tiene lo que se ve en escena. Esa belleza también extraña y rara como algunas de las acciones y escenas definidas por Katie Mitchell.
Una sinestesia a la que no son ajenos los actores cantantes. No solo cantan, ellos interpretan. Es decir, actúan y, como en el mejor teatro, cantan desde esa acción que llevan a cabo en escena y desde la necesidad de sus personajes. Que no es otra que la necesidad de esconder sus sentimientos, como la necesidad de otros de descubrir lo escondido o hacer como que las señales de lo que está sucediendo ni se ven ni se escuchan.
Y es después de verla cuando se despeja la pregunta con la que comenzaba este artículo. Se puede afirmar sin temor a equivocarse que sí, sí que había que reponer esta ópera. Primero para uso y disfrute de las masas operísticas, que viendo como se llenan los teatros en Aix-en-Provence, se puede afirmar que haberlas, haylas.
Pero también, para ejemplificar que se pueden actualizar la época en la que suceden las historias y los comportamientos y actitudes de los personajes acercándolos a los que hay hoy en día. Y eso, como en este Pélleas et Mélisande, en vez de ir en contra de la obra puede ayudar a una mejor comprensión por el público actual. Entender mejor lo que pasa y lo que le pasa. Una comprensión que alcanza gracias a que le dan una muy buena oportunidad para disfrutar del misterio que encierra la belleza de esta ópera.