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Mientras tantoLas parrandas

Las parrandas


Año 2006 en Ludlow St., Nueva York. El grupo de amigos en la madrugada del sábado: Manolo, Alberto, Laura, Naufel, Alejandra, yo, Linda, el gringo, Rakan, Sabine y Yaneth.

 

No estaba muerto, andaba de parranda. A mi padre siempre le ha gustado esa tonada. Sospecho que tiene que ver con su idea de cómo se tiene que vivir.

Mi hermana siempre me ha recordado que «una fiesta es la mejor manera de honrar tu vida y a quienes te acompañan.» Para ella celebrar tu cumpleaños es una obligación.

Puede tratarse del año nuevo, de un logro importante. «Cualquier pretexto es bueno», aconsejan los peruanos. No me considero eso que algunos llaman parrandero. Y sin embargo, haciendo memoria, he conseguido armar una lista de momentos festivos.

Debo confesar que no estoy seguro del detonador original de esta entrada. Sin embargo, sospecho que hay una relación con el libro que estoy leyendo: un texto del inglés Julian Barnes cuyo tema principal es el miedo a la muerte: Nothing to Be Freightened Of.

Dado lo difícil que resulta transmitir esas experiencias, las entradas de esta lista son nada más que nada detalles o imágenes. Estas intentan evocar aquellos momentos gozosos.

Aquí va:

 

1. El primer día de enero, en el pueblo de Máncora, sentado sobre cajas de cerveza debajo de un frondoso algarrobo, conversando con un grupo de lugareños que había conocido la noche anterior.

2. El ruido de una fiesta popular pasando frente a la plaza del pueblo de San Mateo. Éramos un grupo de universitarios buscando un campamento al borde del río, cerca de Chosica. Los de San Mateo nos subieron al entarimado y anunciaron: unos amigos de Lima. Hubo licor y comida. Terminamos descompuestos a la altura de Ticlio (4,800 msnm). Dormimos dentro de un Volkswagen escarabajo. Despertamos varias horas después entrando a una ciudad. Un viaje inesperado a Huancayo.

3. Saliendo atropelladamente de un local donde la comunidad de Usquil –distrito de Otuzco, Departamento de La Libertad– celebraba su fin de año al ritmo del ranking de una estación de radio. Poco después de los gritos dirigidos «a los chibolos de Lima», empezaron a volar los proyectiles. Recuerdo haber huído desconcertado. Yo pensaba que nos querían.

4. Trepados sobre los muros del cementerio de Pisco mientras las cámaras de televisión entrevistaban a la astróloga Ágatha Lis. Muchos limeños alcoholizados entre las tumbas. Esa medianoche nos dijeron que iba a resucitar una de las esposas del Conde Drácula: Sarah Ellen. La policía nos había decomisado el dinero y el licor, acusándonos de manejar en estado de ebriedad. Nos quedaban unas monedas para comprar trago barato y «celebrar» en la penumbra de una Plaza de Armas desolada.

5. El ruido de los vidrios quebrándose contra las paredes de una discoteca mientras un grupo de arequipeños gritaba que nos quería matar (las chicas de otro colegio de Lima habían rechazado su invitación a bailar). Era nuestro viaje de promoción. Terminamos bebiendo en los pasillos de nuestro hotel mientras los autos de los arequipeños pasaban una y otra vez frente a la puerta. Alguna vez sacaron una pistola y nos apuntaron, sin llegar a disparar.

6. Una mañana al día siguiente de mi cumpleaños, cuando desperté echado sobre la alfombra de la sala de mi casa, rodeado de botellas de cerveza. Me marcaban como en esas películas de crímenes. Indicaban el contorno de mi cuerpo extenuado y feliz.

7. Vi a Perú clasificándose para el Mundial en un bar de Manhattan. Me abracé con dos amigas peruanas y gritamos hasta quedarnos sin voz. Ese recuerdo llama a otros. Aquellas veces en que la victoria era seguida por la obligación de llegar a Miraflores, frente a la Calle de la Pizzas. Cada triunfo terminaba en una caravana.

8. El primo Toño moviéndose de un modo obsceno, bailando y riendo, cuerpo a cuerpo con su esposa, en el patio de la casa de Lima. Fue mi primera fiesta de fin de año en el Perú, después de casi una década. Había pica pica y muchas cintas de color amarillo. La luz de la mañana iluminaba el patio. Era como en aquellos tiempos en que los tres hermanos nos despertábamos el primero de enero para ver cómo llegaba el auto de mis padres: tocando el claxon tras haber celebrado toda la noche, con desayuno y aguadito incluído, en las fiestas con orquesta del Club Rinconada.

9. La oscura Navidad en el pueblo de Jaquí cuando mi hermano y yo, muy pequeños, corrimos a las 12 de la noche, sin mirar, y terminamos estrellándonos. Frente contra frente. Los fuegos artificiales de Jaquí y aquel enorme chichón.

10. Era una pollada bailable en el Estadio Municipal de Jaquí. Me sacaron de ahí mientras yo insistía en seguir bailando –mis pasos improvisados de música chicha– con una mujer que recién había conocido. En el camino hacia el siguiente pueblo supimos que un camión con la llanta reventada estaba bloqueando la ruta, sobre el río, a la vera de un precipicio. Una fila de autos seguía estacionada en ese camino a la mañana siguiente. Esperaban que llegara el neumático de repuesto. Yo, muy emocionado, escuchaba el río.

11. Las fiestas de San Juan en la playa de Riazor, en A Coruña. Las fogatas, la muchachada sentada sobre la arena, en la oscuridad. La sensación de ser muy feliz entre gente que recién has conocido.

12. El carnaval brasileño que terminaba con la orquesta tocando sobre la arena húmeda de la playa principal de Capao Novo.

13. Una fiesta que empezó descendiendo por las calles estrechas de La Candelaria hacia El Goce Poderoso y siguió con un concierto clandestino en un sótano. Me recuerdo subiendo unas escaleras hacia una azotea, al amanecer. Una mujer me encendió un cigarrillo mientras yo miraba la Plaza del Chorro de Quevedo y la silueta brumosa de Bogotá.

14. Desperté en el tren, llegando a un pueblo de Connecticut. Me había pasado algunas estaciones. Tenía dolor de cabeza y muchísimo frío. Crucé un puente sobre los rieles para llegar al andén donde tendría que esperar el tren que venía en sentido contrario. Esa mañana tenía muy fresco el recuerdo de la noche anterior: mi carrera por las calles de Harlem para llegar a la fiesta antes de las 12, la música y el baile en la sala estrecha de un edificio. Los tamales, el pernil y la escalera de incendio en la que me encaramé con otros, para ver cómo se celebraba el año nuevo en Nueva York.

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