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Mientras tantoEl oficio de escribir (12): Ceremonia de clausura

El oficio de escribir (12): Ceremonia de clausura


No sabes quién eres
Centauro
No sabes qué quieres
Centauro

Centauros, Tulsa.

 

En una gasolinera de algún punto entre la Estaca de Bares y el Cabo de Gata, tres amigos han parado su viaje en furgoneta para repostar. Y mientras toman tres cervezas y una botella de agua mineral en el salón climatizado de la propia estación, presencian en un televisor la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de París 2024. 

A.: Desde hace ya tiempo, todas las películas españolas me gustan mucho más que todas las americanas, a las que imitamos por supuesto, igual que cuando hacemos rock, nos ponemos vaqueros o hablamos de innovación, tecnología o productividad.

M.: Tu apunte cae en una generalización irrelevante puesto que supongo que habrá americanas que te gusten y españolas que no. Creo, y en eso estarás de acuerdo, que la nacionalidad o la patria (como quieras llamarlo) no deberían, a priori, ser indicativas de nada.

R.: Nacionalismo, patriotismo, costumbrismo, tradicionalismo, chauvinismo, patrioterismo, xenofobia, fanatismo. Supongo que nacionalismo es que te afecte un chiste sobre Bataclan; o que llores cuando Carolina Marín se rompe una rodilla; o que te emociones cuando un dron israelí mata otro niño palestino.

A.: Llámalo como quieras pero creo que echo de menos tener una sensación de arraigo. Quizá tenga que ver con la carencia arrastrada por nuestras esenciales,a veces banales e hipócritas, otras transcendentales y espirituales, y siempre debilitadas raíces. Líquidas las llamaría Zygmunt Bauman.

M.: A todo lo calificaba de líquido, menos a su sociología de marketing y pandereta.

La camarera que los ha atendido se vuelve a acercar la solitaria mesa del bar donde se escucha una orquesta tocando la Marsellesa.

Camarera: Creo que lo que siente A. es algo imprescindible y que todos necesitamos. La cuestión es dónde encontrarlo y si los medios disponibles para ello son suficientes. Ese arraigo del que escuchamos hablar hace referencia a países o ciudades o expresiones culturales a las que se supone que pertenecemos. Sería erróneo decir que no estamos atados de una manera a otra a todo eso y, en épocas de  debilidades identitarias, como decías, es un recurso a la mano que no está de más, pero que no llena lo suficiente. Entre otras cosas porque los lugares en los que nacimos no emanan nada de nosotros desde su interior. Porque somos nosotros los que le damos un sentido y no al revés. Por tanto, la pertenencia debe llegar por un proceso interno que te vincule a aquello donde tú te manifiestas, donde sabes que verdaderamente hay algo de ti. La bandera española no sabe nada de mí, ni sus colores brillan por mí. O no más que los franjas de Alemania, el escudo de Botswana o los embutidos de Polonia.

R.: ¿Te importa traer más hielo?

Camarera: Mi arraigo, no así mi cariño o mis afinidades, no pueden situarse ahí completamente. Se encontrará donde yo pueda mirar y reconocerme y eso estaría, por ejemplo, en vosotros. Guardamos dentro parte de los otros, como los otros hacen con nosotros. Y eso es lo que ata. Debemos volver a ese refugio en el que, con ese Otro, vamos creando raíces en el mundo, las cuales nos permiten sobrellevar mejor la existencia. Y ese anclarse en personas cercanas y queridas mediará en el resto de formas donde uno siga intentando arraigarse y sobrevivir.

A.: Tienes toda la razón.

M.: No has entendido ni una sola palabra de lo que ha dicho.

R.: Eso es cierto…¿el hielo? La bebida fría también ayuda a sobrellevar mejor la existencia.

M: Mi conclusión sobre lo que dice es que no podemos continuar imaginando el mundo con la ecuación cultura=identidad, y ese mensaje es muy poderoso. En ese sentido, en estos meses, siento que estoy llegando a un algo de verdad diferente, a por fin convertirme profundamente en un ateo de las banderas, tal y como conseguí hace unos años con la fe. Si como decía Jung, «la vida consiste, en su primera mitad, en fabricarse un ego fuerte (los egos débiles son tóxicos), y la segunda, en desmontarlo» creo que voy por buen camino. Ese proceso de desmontaje (me incomoda la palabra deconstrucción por su uso tan superficial y vacuo al que ha llegado en la actualidad) está siendo y ha sido más duro de lo que me creía, porque el modo en que se impregna lo que uno aprende, uno no lo sabe hasta que intenta despegarlo. Pero en cualquier caso, por fin me da la sensación de que, por ejemplo, la raza y el género han pasado a otro lugar. Como anécdota os diré que en estas semanas viendo los Juegos Olímpicos ha sido la primera vez desde que nací hace cuatro décadas que se me ha olvidado que la gente es negra, que tiene la piel negra; y he desprendido lágrimas de emoción con personas que luego no recordaba si eran hombres o mujeres.

Camarera: Lo mejor de todo es que si cultura no es igual a identidad, es que tanto una como otra pueden ser modificadas, adaptadas y cambiantes, y eso las aleja de cualquier esencialismo. Creo que eso es lo más importante, tener de fondo la verdad, y por encima de renunciar a ella por la imposibilidad de alcanzarla, aspirar a intuirla (aunque «solo» sea eso) en un intercambio y una conversación colectiva.

R.: Yo siempre he querido ser negro.

A.: Y bisexual, también has querido ser siempre bisexual. Y poliamoroso.

R.: Me conformo con ser poliamigoso.

Camarera: Yo soy bisexual

R.: ¿Te importa traer el hielo?

En pantalla, tres atletas reciben las medallas del maratón femenino. La ganadora, Sifa Hassan, escucha emocionada el himno de Holanda.

M.: Ahí tienes el guión para otra película española de las que tanto te gustan. Aunque a esto le sacarían mejor partido los estadounidenses, que son los campeones del cinismo identitario. Una atleta negra, con velo y venida de Etiopía representando los valores eternos de la nación holandesa; otra que, como Francia, Inglaterra, España o Portugal, ha crecido defendiendo los derechos humanos gracias a los beneficios del esclavismo y de la tortura y el comercio de millones de africanos.

A.: Si es para recoger medallas de oro no nos importa tanto que la gente huela diferente.

R.: No sabéis lo mucho que me la sudan los Juegos Olímpicos. Lo único que he seguido de verdad es saber si los atletas que nadaban en el Sena finalmente vomitaban o no el agua llena de mierda que estaban tragando.

A.: La alcaldesa de París ha asegurado que el agua era potable.

M.: ¿Sabías que en el centro de Valladolid hay una playa y te puedes bañar en el Pisuerga?

La camarera trae un vaso con hielos.

R.: Por fin, muchas gracias.

A.: En el fondo, lo que de verdad me gustaría hacer es convertirme en un ser mitológico, en un centauro, por ejemplo (apura el último sorbo de cerveza).

M.: Yo lo que quiero de verdad es poder grabar una película, o dirigir una obra de teatro.

R.: En mi caso, me conformaría con que el aire acondicionado de la furgoneta funcionase.

Camarera: Os confesaré una cosa.

A., M. y R. se estremecen en sus sillas.

Camarera: También mi sueño es ser negra y viajar por el continente africano. Porque será como volver al vientre materno. Como una salida del Edén, los primeros humanos se expandieron desde África, en diferentes oleadas migratorias, hacia el resto del planeta. Y se piensa, para quien quiera o no saberlo, que las poblaciones que habitaban Europa hace unos quince mil años eran de piel negra. Sí, de piel negra. Quienes reivindican una madre patria, aquellos que apelan a supuestos orígenes territoriales y genéticos compartidos, deberían mirar en esa dirección. Porque llegará el día en que la humanidad se ilumine por fin y retorne de su errar extraviado al cobijo materno del vientre africano.

R.: ¿Te importa traernos la cuenta?

 

 

 

 

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