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Mientras tantoLo irremediable

Lo irremediable

Estelas, cual cometas   el blog de Ricardo Tejada

Buena parte de la filosofía occidental, en sus muy variadas modalidades, tiene como pilar fundamental la libertad. Desde Descartes y la teoría del libre arbitrio de los jesuitas hasta la libertad entendida como autodeterminación soberana de la voluntad (en el idealismo alemán), terminando con los teóricos del liberalismo, Constant y Tocqueville, y pasando, en nuestra área hispanohablante, por Ortega y Savater, todos hacen de la libertad el presupuesto mayor de toda filosofía que se precie.

Esgrimiendo la libertad política se han logrado grandes gestas históricas (1776, 1789, 1945), pero en las últimas décadas se han cometido latrocinios en su nombre (Vietnam, Irak, sin olvidar los golpes de Estado en Iberoamérica). Con el pretexto de defender Ucrania y sus libertades (la “Unión sagrada” en aquel país, hoy en día, pretoriano, es tal que no se oye hablar a ningún partido político) se pone en el centro de las políticas europeas la carrera armamentística y se obvian otros imperativos, en las relaciones internacionales, que están fuera del radar de la “libertad europea”, (como si no existiese el Sur global y sus necesidades apremiantes).

Tal vez si viésemos la vida de cada cual, podríamos tener una visión mucho menos idealista, edulcorada, voluntarista y destructiva, de lo que entendemos por libertad colectiva. Lo que me parece cuestionable es que se tenga que partir filosóficamente de ella, sea el tipo de ámbito que sea, en especial el ético. Sería más conveniente situarse inicialmente en lo que es su (presunta) negación coriácea para, inmediatamente después, calibrar mejor el margen de maniobra que tiene la libertad. De lo contrario, corremos el riesgo de extralimitarnos en lo que puede hacer el ser humano y, lo que es peor, en lo que debe hacer.

Hablamos de lo irremediable y por este concepto entendemos, como no podía ser de otra manera, lo que no tiene remedio, lo que está desprovisto de solución, de arreglo. Claro está, lo irremediable presenta diferentes facetas, algunas mucho más acusadas que otras. Tenemos, en primer lugar, lo irremediable que es la desaparición de un ser querido, por muerte, por huida o por separación. De lo primero no hay cura alguna. Solo un duelo, bien entendido, atravesado de cabo a rabo, puede sanar los efectos más claramente patológicos. De lo segundo y tercero, parecería que podrían tener remedio. Sin embargo, la voluntad de la persona huida, o separada, es tan firme que toda tentativa de remedio está condenada al fracaso. Bien es cierto que podemos modular nuestra relación con esas desapariciones; bien es cierto que el tiempo mismo puede modularnos de manera diferente nuestra actitud afectiva respecto a ellas. En ningún caso, cambiará sustantivamente el pilar central de lo irremediable: la imposibilidad absoluta de reconciliación. Lo irremediable tiene que ver también con la eventualidad de una enfermedad, que, en los casos en que no lleva a la muerte, pero sigue apegada a la vida del paciente durante mucho tiempo, como una lapa insidiosa, puede erosionar literalmente los ánimos y las esperanzas de cada cual.

Cuando me refiero a lo irremediable, me hace pensar en “lo inconsolable”, en “lo irreversible”, de los que hablaba Jankélévitch, esa “dulzura amarga” de lo irreparable contra la cual el remordimiento es siempre una “enfermedad desesperada”. Uno no puede nunca relamerse en lo que no tiene vuelta de hoja. Lo irremediable podría ser entendido también como lo trágico (en el sentido que le da Clément Rosset), es decir lo real en su impepinable presencia. Cuando dice que lo real es lo absolutamente singular está en la línea de lo que sostengo, pues no hay nada más singular que la pérdida de alguien o de algo consustancial a uno. Cuando sostiene que es irrepresentable, confirma lo insoportable que es, se mire como se mire. Y cuando defiende que es aquello a lo que “uno nunca se acostumbra” viene a confirmar, en el fondo, que lo irremediable no es algo metafísicamente negativo, sino que forma parte de la urdimbre de la vida humana. Hay otra intuición de Rosset que me parece lúcida y es cuando afirma que como lo real es insoportable, el hombre se las ingenia siempre para crear un doble de él, una especie de entidad fantasmática, que le consuela. A los políticos les pasa eso casi siempre: les gusta crear dobles, y agarrarse a ellos, y dar la espalda a lo real. He conocido también personas que se ofuscan literalmente con su vida, perdidos en el espacio sideral, sin fuste alguno, mintiéndose a sí mismas. Son excepciones pues la mayoría nos arreglamos con pequeños dobles, o embustes, simulacros para ir tirando…

Lo irremediable presenta un aspecto aún más insidioso, por mucho que parezca más amable o menos doloroso que las facetas antedichas. Aludimos a las situaciones de la vida en que una decisión personal, ciertamente condicionada por unas circunstancias muy opresivas o, por lo menos, imperiosas, impepinables, deriva en una situación de la que no puede salir uno. Puede ser un trabajo que se ha elegido, un lugar de trabajo, una relación afectiva, una filiación en una organización, una conducta determinada, una soledad asumida, unos hábitos, unas inercias o incluso unos vicios determinados. En estas situaciones la capacidad de salir de ellas es tan limitada, o porque se buscan siempre excusas, o por el carácter o manera de ser, o por la ausencia de contactos o de apoyos determinantes, que uno puede verse confrontado, pasados los años, a una situación profundamente irremediable, sin vuelta de hoja. Tal vez sea el carácter lo más irremediable, casi aún más que la familia en la que hemos vivido y lo que hemos heredado de ella, en todos los sentidos. El carácter puede solidificarse en un destino, contrariamente a lo que pensaba Ferlosio.

Es, tal vez, porque se puede ser claramente consciente de los errores y aciertos cometidos en la vida, o/y de las zancadillas producidas por instituciones castradoras, aquellos y aquellas que pueden abocar a un verdadero callejón sin salida, por lo que el carácter irremediable adquiere un peso aún más asfixiante. Se podría decir que es en estas situaciones en las que tomamos conciencia de que la vida no puede rebobinarse, de que la vida no puede cambiarse por otra, que muchos planes de vida entrevistos ya no tienen cabida a cierta edad, que la vida es la nuestra y no de la de los demás, algo en lo que había insistido Ortega, pero para señalar que esto nos obligaba a poner en práctica un proyecto de vida insoslayable, como el arquero del que hablara con su flecha. Por el contrario, el carácter irremediable de dichas situaciones acentúa el carácter torcido o parcialmente desbaratado de todo proyecto y lo irremisiblemente postergado para siempre que queda todo otro “proyecto” o plan alternativo. Es precisamente —y contra lo que Ortega sostenía desde su olimpismo—porque no hay una segunda vida, una vuelta a la casilla de partida, por lo que nuestra propia vida, intransferible, se convierte poco a poco, de la misma forma que un sinfín de gotas caídas en un mismo punto van poco a poco erosionando la piedra, en inherentemente irremediable. Se puede quererlo todo, cierto, y hasta puede despertar la admiración, pero el riesgo es que se caiga o en la petulancia, o en el voluntarismo más hueco, o en el elitismo más despreciativo del común de los mortales, los cuales reman, todos, con lo irremediable, unos más que otros, eso sí.

Hay algo también de profundamente irremediable en todo aquello que depende de las sociedades, de los países, de la propia humanidad. ¿Qué decir de la furia desatada por el crecimiento y de los pretextos interminables que aducimos para proseguirlo, en detrimento de nuestro hogar común, la Tierra? ¿Qué decir de los demonios nacionales de cada país, de la manera como los errores colectivos se van acentuando con el paso del tiempo? ¿Qué decir de los imperativos “existenciales” de Estados de inusitada agresividad, como Rusia o Israel? ¿Qué decir de toda guerra, que cuando se inicia, es imparable durante un buen tiempo, por mucho que haya países, instituciones o personalidades que se desgañiten para neutralizarla? ¿Qué decir del desarrollo imparable de la Inteligencia Artificial, probablemente lo irremediable por definición, tecnológicamente hablando? Pareciera que la humanidad se obstina en acumular desde hace pocos siglos realidades irremediables: la carrera nuclear, la difusión cada vez más proliferante de enfermedades contagiosas, la destrucción inmisericorde de la naturaleza, la IA y tantas otras cosas.

Al que haya tenido la paciencia de leer este ensayito, le quedará un regusto indudablemente pesimista, máxime cuando se vuelve al trabajo ahora y a las rutinas consabidas. En realidad, los lectores no deben pensar que haga de lo irremediable una especie de nuevo fatalismo, más o menos sofisticado. Lo que busco sencillamente es caer en la cuenta de que el ser humano, en especial el occidental, debe refrenar y si es posible curar su sempiterna soberbia, en línea con lo que María Zambrano había advertido tantas veces. No niego la libertad en la vida de cada cual, sino que la pongo en su sitio, en un sitio mucho más modesto.

He de reconocer que lo real no es solo, a mi modo de entender, lo indefinible, lo insoportable, sino que tiene otra faz, esta vez mirífica, que nos embelesa y nos hace dichosos. Lo real es como una moneda, con su cara y su cruz. Se me antoja pensar también que sólo el amor puede poner entre paréntesis lo irremediable, que la amistad y la fraternidad (incluyendo la sororidad) son los únicos lenitivos válidos contra ella, que la creación artística e intelectual, el trabajo bien entendido, la lucha solidaria, políticamente hablando, pueden ser modalidades diferentes a la hora de propinar unos cuantos guantazos a lo irremediable. Se me antoja, pensar, en fin, que cuando dejemos de llevar a cabo una guerra contra la Naturaleza, contra Gaia, contra nosotros mismos, lo irremediable dejará de tener sentido alguno. Pero todo esto son, seguramente, asuntos a tratar en otro lugar, en otro momento.

Le Mans, a  31 de agosto de 2024.

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