Carta número 1
Lamu Island, Kenya, 8 de septiembre de 2012
Omar Mbarak, de tres años, ha venido desde Bargoni. Está en coma. Hace 5 días empezó con fiebre, y en el dispensario de Hindi, alguien le dio tratamiento para la malaria. Esa noche tuvo la primera convulsión. Su pobre padre, hecho un manojo de nervios, lo escenifica agitando el brazo y la pierna izquierdos.
Como Omar no mejora, sus padres deciden llevarlo al hospital de distrito más cercano a su casa, lejos de aquí, donde le ponen tres inyecciones y lo despachan con un antibiótico oral. Esa noche, Omar convulsiona de nuevo, varias veces, y al final de la última convulsión, no llega a despertar.
Los padres de Omar creen que su estado se debe a las inyecciones recibidas. Se asustan mucho. Echan a andar buscando otro lugar donde alguien les atienda. Vienen la abuela y dos hermanos más… Omar no abre los ojos, no responde, se queja, con ese sonido intermitente y lastimero de los niños realmente enfermos…
Un camión pequeño que circula en dirección Mombasa recoge a la familia en el camino y les habla de Lamu y del Hospital Pablo Horstmann. Por último, un trayecto en bote y llegan hasta aquí. Han pasado muchas horas…
Omar está grave. Responde muy pobremente a estímulos. Su padre tiembla. La madre, muy delgada, con el pelo corto y la mirada suplicante, subrayada por unas profundas ojeras, y sin una lágrima. La abuela, siempre un paso por detrás, sosteniendo la familia, la esperanza…
Sospecho una meningitis bacteriana. Hago la punción lumbar, el líquido es turbio. Mientras espero el resultado, comienzan a circular por las venas del pequeño Omar los antibióticos y la dexametasona. Llega la confirmación del diagnóstico.
Va pasando la tarde y el pequeño Omar apenas responde. Hace algún movimiento errático, atetósico, no vuelve a convulsionar. Me acuesto pensando en que probablemente no llegue a la mañana… Sueño que me levanto y le encuentro sentado en la cama sonriendo…
Amanece el domingo y Omar está algo mejor. Duerme, pero con placidez. No se queja. No se mueve de forma descoordinada y rígida. Parece descansar. No parece que sufra como ayer…
La mañana del lunes, Omar abre los ojos y dice mamá. Está débil, pero mira cuando dices su nombre. Llora y nos parece que tiene sed. Bebe con prisa, enfadándose porque no le damos más, las primeras gotas de suero glucosado. Río. Al final de la tarde, Omar toma su primera papilla de galleta y leche, y cuando ve un mzungu [blanco], lo distingue y protesta…
Omar va mejorando muy despacio, y su familia le acompaña en cada momento y celebra cada pequeño avance… Omar pelea contra el neumococo como un valiente. Y a mí, me queda la esperanza de un pequeño milagro, que le ayude a no tener secuelas demasiado severas; que no le condene a una vida más complicada aún, en un país tan difícil como este para los enfermos y los débiles.
Se lo merece. Y se lo merecen sus padres, que no se rindieron y siguieron buscando un lugar donde Omar tuviera una oportunidad. Se lo merece su abuela, después del largo camino y las noches en vela junto a la camita de Omar. Y sus hermanos, siempre prudentes, siempre callados, siempre pendientes del pequeño de la familia.
Hoy es martes, 11 de septiembre. Omar a ratos duerme tranquilo. A ratos despierta y mira alrededor. Se enfada cuando le molestamos. Su madre lo acuna. Ojalá. Lo merecen. Gracias a todos por cruzar los dedos.
Carta número 2
Lamu Island, Kenya, 1 de octubre de 2012
Después de varios días de mucho calor, hoy ha llovido. Ya os he contado más veces que llueve en Kenia… llueve de repente, abundante, templado… inanyesha mvua.
Por la lluvia torrencial, o quizá por casualidad, hoy hemos tenido muchos menos niños en la consulta. Por eso me he parado a pensar en cosas obvias.
Cuando una madre en España me dice que el niño no tiene apetito, a veces está gordo de pizza y patatas fritas. Cuando una madre dice aquí que el niño no tiene apetito, está pidiendo a gritos ayuda para obtener alimentos.
Cuando en España una madre me dice que el niño tiene unos granos, a veces necesito la lupa para verlos. Cuando aquí una madre dice que el niño tiene “unas lesiones en la piel”, a menudo tiene un combinado de hongos, infección bacteriana y sarna, difícil de tratar en una sola sesión.
Cuando una madre en España me dice que no ha termometrado al niño, algunas veces es “porque el niño no se deja”. Aquí no los termometran nunca, evidentemente no tienen termómetro en casa, pero viven atemorizados por la malaria.
Los multivitamínicos no abren el apetito. En España no sirven para nada. Aquí sirven para que los niños, que solo comen harinas, tengan algún aporte de vitaminas esenciales.
Cuando una madre aquí viene a la consulta con sus cinco hijos que, aparentemente, no tienen nada agudo, es porque “pasaban por aquí” y se enteraron de que dos pediatras y un clinical officer ven a los niños gratis. Pasaban por aquí, camino de ninguna parte, algunas veces huyendo, otras intentando regresar a su lugar de origen…
Por eso pienso tanto en Esha, Khadilla y Mwuanahanisa. Llegaron con su madre toda vestida de negro. Guapísimas las tres. Seis, cuatro y dos años. Tímidas. El pelo corto y muy rizado, los ojos enormes y un poco tristes. Las tres caminando con los talones… con los pies completamente “comidos” por las jigars (gusanos). Venían de Tana River, en el continente… “Pasaban por aquí”. Sería menos grave si el ministerio (uno de ellos) no tuviera la obligación de controlar las infestaciones de jigars en todos los poblados de todos los distritos de Kenia… parece ser que a Tana River no llegan.
La mediana, Mwanahanisa, tenía el gusano incluso en una mano. Lloraba mucho cuando se los sacábamos, llamaba a su madre y a su hermana mayor… Las tres lloraron mucho, con miedo, con dolor, a pesar de la medicación… Y después, las dos pequeñas durmieron toda la tarde, agotadas y algo drogadas. Mientras, con la mayor hice, en silencio, un bonito puzzle de Disney…
La madre también durmió. No está acostumbrada al suelo limpio de baldosa, ni al colchón con su mosquitera, ni quizás a tener asegurada la siguiente comida para ella y sus tres pequeñas… No soy capaz de recordar exactamente cuántas veces esta madre nos dijo assante sana [muchas gracias].
Con tanta lluvia, me he dado cuenta de que hay que tener los ojos, los oídos y el corazón, bien abiertos… en Kenia y en España. Que hay que escuchar lo que dicen todas las madres y, sobre todo, el cómo lo dicen. Que hay que olvidar los esquemas rígidos y absurdos, y observar a los niños. Que pueden ser españoles o kenianos, pobres o ricos, blancos o negros… pero que, en general, repiten lo que han aprendido, y cuando les miras al fondo, nunca engañan, y a veces dan sorpresas.
Carta número 3
Lamu Island, Kenya, 7 de octubre de 2012
Hace unos días conocí a Ronald. Llegó desde Tana River, tan lejos, tan olvidado… Eran más de las 5, solo urgencias. Su madre, una jovencísima madre africana, limpia, bien vestida, tímida, delgada, lo traía envuelto en un canga azul y amarillo. El padre, hablaba inglés, así que no necesitamos traductor de kisuahilli.
Habari Ronald… Mzuri daktari… ¿Qué le pasa a Ronald?… Respira mal y está caliente… ¿Desde cuándo?… Desde que nació… La madre, sonriendo tímidamente con el bulto entre los brazos. El padre, educadísimo, contándome la historia muy bajito y muy despacio… yo, mirando al canga azul y amarillo…
¿Desde que nació? ¿Dónde nació?… En el hospital de Tana River… ¿Y el parto fue normal?… Sí, pero desde el principio respira mal…Y, ¿qué os dijeron?… Que tenía neumonía… Y ¿Lo trataron?… Sí… ¿Mejoró?… No, daktari, respira mal…
Así que tomo el bulto envuelto en el canga azul y amarillo, y me miran unos ojos enormes, muy alerta, en una cara de personita que sufre en un cuerpo de tres kilos escasos.
Mamake, ¿recuerdas cuánto pesó al nacer?… Sí, tres kilos, responde muy bajito… Ana umri gani , mamake? [¿qué edad tiene, mamá…]. Tres meses, doctora… Ronald pesa lo mismo que el día en que nació… ¿Toma el pecho?… Sí, y nos enviaron a la clínica de nutrición, pero allí nos dijeron que no tenían alimentos para él…
La cabeza de Ronald parece desproporcionadamente grande, pero es porque está malnutrido. Y es cierto, está caliente, y es cierto, respira mal… y tiene un soplo cardíaco que le ocupa todo el pecho, y su latido hiperdinámico revela una bomba defectuosa detrás de un tórax hecho de poco más que costillas y piel…
Me llaman la atención unas pequeñas marcas redondas, blancas y lisas, en los tobillos y en las piernas… pienso que pueden ser de insectos, o de alguna infección cutánea ya pasada, pero al darle la vuelta, dos hileras perfectamente simétricas a ambos lados de la columna, me hacen preguntar… ¿Qué es esto mamake?, y la madre me contesta que son marcas de medicina tradicional… No quiero saber nada más, no quiero preguntar lo que le hicieron a Ronald además de pasar de él en el lugar en que nació, en la clínica de nutrición… No quiero imaginar el sufrimiento y la preocupación de sus padres que, buscando una respuesta, cualquier respuesta, acudieron a la tradición que, por desgracia, en África se ha perdido, se ha convertido en negocio de charlatanes y mentirosos… y en cualquier caso, no sirve para curar a Ronald.
No sé cómo conocieron el Hospital Pablo Horstmann, ni el esfuerzo que tuvieron que hacer para llegar aquí. Sí sé, que ingresé a Ronald, y que el minúsculo catéter insertado en sus venas dejó pasar los antibióticos. Sé que reforzamos su lactancia con leche especial, que ya no tiene fiebre, y que gana algo de peso. Sé, que viajará a Mombasa un día de éstos, y que podremos saber exactamente cuál es su cardiopatía, y sé, que iniciaremos el tratamiento médico si lo necesita, y que otra vez tendré que pediros que crucéis los dedos, para que haya una campaña de cirugía cardíaca y Ronald, Agnes, Yakub, Sabrina… ¡tengan su oportunidad!
Os escribo todo esto desde la playa, porque hoy es domingo y me he venido con cuatro niños del orfanato (Pius, Cecilia, Sofia y Hashim). Los niños me vuelven loca intentando hacerme aprender kisuahilli. El día ha sido muy caluroso, pero ya son más de las 6 de la tarde y empiezan a aparecer franjas malvas y anaranjadas en el horizonte. El sol está algo más bajo. Los cangrejos de color arena corren veloces haciendo crepitar la playa, esquivando las raíces de los manglares que sobresalen del suelo. Hay varias embarcaciones de vela y un divertido partido de fútbol, contemplado por una vaca y media docena de burros. Aquí los burros son familia de las cebras y tienen rayadas las patas y la parte alta del lomo… Por la orilla pasean mujeres musulmanas cubiertas hasta los pies con sus bui.bui. Un montón de niños nadan. Hay ruido de mezquita, de conversaciones y de juegos infantiles…
Qué suerte disfrutar de esta África hermosa, colorida, bulliciosa… qué duro que sea la misma donde mueren niños de hambre, donde la tasa de SIDA es inaceptable, donde hay tuberculosis, malaria, dengue… donde muchas veces falta lo básico. Pero siempre existe un lugar para la esperanza, donde quizá tengamos un nuevo golpe de buena suerte y los pequeños corazones tarados encuentren una solución.
Carta número 4
Lamu Island, Kenya, 12 de octubre de 2012
Zanetta, la pequeña trasladada en bote y después en ambulancia, buscando una CPAP que aliviara su “hambre de aire”, murió ayer.
Ronald, el minúsculo cardiópata, tiene ya un diagnóstico. Hoy comenzó a tomar sus diuréticos y su propanolol… y resiste. Necesita cirugía.
Asthma llegó una mañana convulsionando. Tiene 4 meses y una mancha rojo vino que le ocupa la mitad izquierda de la cara. El motivo de consulta (traducción del kisuahilli al inglés y del inglés al castellano) era: “a veces mueve las manos como si tuviera frío y hace movimientos raros con los ojos”. Ingresada y con tratamiento, las convulsiones se han controlado. Diagnóstico final, un síndrome con nombre propio (Sturge-Weber) que, una vez más, me encoge el alma, porque si ya es complicado en cualquier sitio, aquí es una condena… pero al menos tendrá su medicina, su revisión oftalmológica (pueden tener glaucoma) y atención…
Hassim, 13 años, hasta hace 15 días corría por las calles de Lamu. Un día comenzó con vómitos y cefalea. Después una ataxia cada vez más llamativa… Entró en la consulta tambaleándose como un borracho, tropezando con los muebles… También tiene ya su diagnóstico. En el TAC aparecen varios aneurismas. Mañana lo ve el neurocirujano, en Mombasa, a casi 600 kilómetros de aquí… qué os voy a decir… que crucéis otra vez los dedos… que no dejéis de cruzarlos nunca… y, de paso, os doy las gracias, porque sé que os duelen ya, pero seguís cruzándolos fuerte…
Ramón, por si andas por ahí, un neuropediatra buena gente como tú, ayudaría tanto aquí en Lamu… Te echo de menos.
Estoy escribiendo desde la sala de hospitalización, en un momento de calma relativa… mientras el pequeño Geoffrey recibe agradecido su antibiótico y su adrenalina nebulizada. Tiene una neumonía, pero además, está hipotónico y fenotípicamente parece un enanito de los de siempre… no tiene diagnóstico, ni creo que lo necesite. De momento necesita que desaparezca la fiebre y poder respirar mejor… pole, pole.
A veces tengo la impresión de que os envío listas de pacientes. Pero detrás de cada uno, hay una historia conmovedora, hay una familia que ha caminado durante horas, que ha gastado sus pocos schilings en un bote… hay un niño que te mira anhelante y al que miras con ternura, cada día con más ganas y con más esperanza. Cada unos de estos nombres es una cara, unas manos, un corazón, unas ilusiones, una esperanza de un mañana mejor.
Otra vez, gracias por estar ahí, por compartir sus historias, por hacerme sentir acompañada… ellos también saben que un montón de dedos se cruzan para ayudarnos…
Carta número 5
Lamu Island, Kenya, 16 de octubre de 2012
Penúltimas reflexiones
Diez días para volver a España. Con ganas de abrazar a los míos… con tristeza por dejar Lamu, su océano Índico, sus noches de estrellas incontables, su luna llena y sobre todo, sus niños.
Ayer comencé el día conociendo a Athman, 4 años. Desde hace 10 meses tiene convulsiones. Le dieron tratamiento para la malaria. Nunca se recuperó “del todo”. Llegaron a primera hora, desde Moa, situado en la zona de conflicto entre Pokomos y Ormas. Dos horas en un autobús saturado de gente y de calor. Me temo que tiene secuelas de lo que quizás hace 10 meses fue una meningitis bacteriana… o una malaria cerebral. Tiene hiperreflexia, hipertonía. Ahora ya no convulsiona, duerme tranquilo, un poco drogado…
Probablemente esta semana operen a Hassim, el niño con ataxia y dolor de cabeza (en realidad es una intervención de radiología vascular, en Nairobi)… ya sabéis, por favor, cruzad los dedos.
Abdulrakhim tiene un muslo trece centímetros más grueso que el contrario desde hace casi seis meses. Es el niño con expresión más dulce que he conocido. Tiene ocho años y unos ojos que transmiten toda la bondad, la comprensión y creo que toda la resignación posibles. Se parece mucho a su madre, que sonríe incansable. La buena noticia es que la ecografía ha confirmado que se trata de un proceso infeccioso (aunque cronificado), y esperamos que despacito, como se hacen aquí las cosas, se recupere por completo.
Godfrey evoluciona lenta y favorablemente tras la neumonía. Tiene la cabeza grande, las manos toscas, las extremidades extrañamente largas para un tronco pequeño. Su madre es un encanto, siempre impecable, paciente, sonriendo… espero darle el alta en 2 o 3 días.
Me he despertado muy pronto. Creo que me angustia un poco la proximidad de mi regreso. El cielo que hace un rato era negro, se va volviendo azul cobalto, después violeta y rosado, y al final llega la luz naranja y da paso al azul claro. Hoy con alguna nube blanca.
Aquí sentada pienso en lo difícil que aún me resulta entender que, al lado de donde mueren niños por falta de recursos, hay hoteles de 300 euros la noche. Que en la misma playa de Shela, por la que a veces cruzan las familias desesperadas buscando un abrazo para sus hijos enfermos, hay casas de lujo de europeos ricos. Que el mundo es muy grande y muy diverso, pero que hay cosas invariables como el amor, la amistad, la satisfacción del trabajo bien hecho, la ternura, la compasión, la justicia… que deberían ser patrimonio de todos, y que son la sal de la vida…
Así que empiezo a despedirme. Me llevaré los recuerdos, las miradas, lo aprendido, lo enseñado y lo compartido. Los ojos de Ahmed y Abdulrrhakim, de Lucy y Zanetta, las manos de la madre de Geoffrey, la sonrisa de Abdia y Tima, el llanto inconsolable de las madres de los niños muertos, el assante sana de los que están aquí, la esperanza de la abuela de Omar y la familia de Zahara… El calor, la humedad, la lluvia torrencial, el cielo infinito y protector.
Me llevo nuevos y buenos amigos que sé que perdurarán en el tiempo. Esta ha sido siempre mi mayor riqueza. Gracias a todos, los de aquí y los de allí, por acompañarme en este viaje.
Todo, me lo llevo todo… como hacemos siempre los privilegiados… Insallah algún día vuelva y sea capaz de traerles algo.
Carta número 6
Lamu Island, Kenya, 16 de octubre de 2012
Necesitamos ayuda concreta, 3.000€ inicialmente, para pagar el tratamiento de una niña keniana, Zahara.
A finales de este mes de octubre, Zahara cumplirá tres años, el día 29.
Yo la conocí un día cualquiera de finales del mes de agosto. Un poco temerosa, como todos los niños aquí. No están acostumbrados a los médicos, y menos a los blancos. Con los enormes ojos redondos y oscuros, llenos de preguntas y de inquietud, llegó a la consulta acompañada de su madre y de su tía Esha, locuaces, agradables, sonrientes…
Zahara vive habitualmente en Mombasa, pero vino a Lamu a visitar a su tía. La madre se quejó de que a Zahara se le había hinchado la barriga y en Mombasa le daban “tratamiento para los gases”. La tía le habló de un hospital en Lamu, donde los niños eran siempre bien recibidos, el Pediatric Hospital Pablo Horstmann… Así fue como, una mañana cualquiera, intentando vencer su miedo, tumbé a la pequeña Zahara en la camilla y palpé dos masas abdominales…
Comenzaron una serie de pruebas complementarias… cada una de ellas supone un montón de días, de preparativos, de llamadas telefónicas, de contactos, de desplazamientos a muchos kilómetros… Y Zahara, su madre y su tía Esha, conservan la sonrisa y sobre todo la esperanza…
Ya tenemos el diagnóstico definitivo, Zahara tiene un tumor renal bilateral llamado nefroblastoma o tumor de Wilms. De momento no hay metástasis. El penúltimo contacto ha sido con el profesor Macharia, oncólogo pediatra de Nairobi, que me cuenta en una carta muy amable que se podría intentar quimioterapia para reducir el tumor y después valorar la cirugía… Ya tenemos una esperanza para la pequeña que todavía se esconde entre las piernas de su madre cada vez que llega a la consulta, aunque ahora cada vez con menos temor y más ganas de jugar al escondite…
Pero en Kenia todo tiene un precio, y muy elevado, por cierto, cuando se trata de salud. La familia de Zahara tiene muy poco dinero. En España un tumor de Wilms bilateral es un diagnóstico tremendo, pero las familias no tienen que sumar a la enfermedad y al miedo la angustia de pensar en la forma de buscar ayuda para intentar pagar el tratamiento de sus hijos… Por eso me asusto al pensar en Zahara en términos de coste-beneficio, de posibilidades de éxito y de presupuestos… porque si se llamara Carmen o María o Covadonga, recibiría, sin duda, la quimioterapia, y quizás después se operaría, y el camino sería muy duro, pero al menos habría un camino… y una razón para continuar esperando, que la sonrisa de Zahara no se apague… que se siga escondiendo entre las piernas de su madre, y que pueda crecer a su lado…
Pero se llama Zahara… y depende de nosotros, de que una vez más crucemos los dedos, de la generosidad de los de fuera, porque este país hermoso pero a veces duro, no es fácil para los niños enfermos… y los niños al final son el futuro… “El mundo que dejemos a nuestros hijos, dependerá de los hijos que dejemos a nuestro mundo”… No sé quién dijo esta frase, pero es hermosa y muy cierta.
Si quieres colaborar a dar esperanza a Zahara, ingresa tu donación en BBVA 0182 0192 74 0201544956 indicando Zahara.
Carta número 7
Lamu Island. Kenya, 25 de octubre de 2012
El sábado se fue de alta Omar… comió chocolate y naranjas, jugó con el móvil, lloró al vernos… lo normal en cualquier niño hospitalizado. Necesitará rehabilitación, así que, por favor, seguid con los dedos cruzados, porque en este país nada es fácil… viven lejos de cualquier parte, son pobres y con un montón de hermanos… Espero verle de nuevo antes de irme, y poder aplaudir su recuperación.
Así que, el domingo, jornada de descanso. Navegamos hasta las ruinas de un emplazamiento suahilli del siglo XVII. Océano Índico. Manglar, verde. Cielo, infinito. Baobabs, mágicos. Palmeras, gráciles. Cangrejos, minúsculos, con una sola pinza. Garzas, elegantes. Piedras, con historias escondidas. La casa del rey y la casa de la reina (en África, y hace 10 siglos, ya había engreídos dispuestos a creerse por encima del resto). La mezquita (¡cómo sin fe iban a entender la tiranía!). Duna, empinada, y mar, abierto, azul y plateado, en constante movimiento, batiendo, llenando la orilla de vida…
Piel, blanca. Piel, negra. Sonrisas, que no entienden de colores. Brisa, salada. Agua, fresca. Murmullo, constante, de las olas. Balanceo, rítmico. Comida, suculenta. Dolce far niente, ni siquiera pensar.
El lunes, vuelta al trabajo. Confirmada la tuberculosis de Abdía, después de insistir, pelear, hablar con unos y con otros (ya sabéis lo pesada que puedo llegar a ser), conseguí que en el District Hospital le dieran la medicación (nosotros no podemos dispensarla aquí, pues en Kenia solo tratan la TBC las unidades especiales de los hospitales públicos…). A Abdía la conocí un viernes hace 2 semanas. Su madre, embarazada, joven, guapa, resuelta… venía asustada, porque le habían hecho una radiografía y le habían dicho que tenía un “problema en el corazón”. A Abdía, que está malnutrida, suda por las noches, tiene tos crónica y un Mantoux positivísimo, el pequeño corazón le funciona bien, y la mantiene pegada a la vida y a su familia. La imagen de la radiografía es una neumonía. Se esconde detrás de su tía, y asoma solo la cabecita cubierta por un pañuelo de color, con los ojos muy grandes y muy abiertos, llenos de asombro y prevención.
Continúa el cruce de cartas con el Dr Twahir de Mombasa para llegar a un acuerdo sobre el posible tratamiento de Zahara, con su tumor renal, y su familia esperanzada. Y me duele el alma al pensar que habrá que saber cuál es el pronóstico y el coste… pero… ¿qué se hace en estos casos? ¿Gastar un montón de recursos sin un futuro muy prometedor?… yo diría que sí, porque cierro los ojos y veo la cara asustada de la pequeña y la sonrisa confiada de su madre y de su tía… Pero el sentido común, no sé qué dice…
Agnes, la pequeña con síndrome de Down y cardiopatía, ingresó de nuevo en la tarde del lunes. Vino por fiebre y ha perdido peso… Ha comenzado a tomar una leche hipercalórica, va despacito… mira todo con sus ojos especiales…
Y también están Lucy, Fatma y Hamila (con desnutrición), Mumi (con fiebre y dos abscesos en el cuero cabelludo que drenamos esta tarde), Grace, Athman, Issa…
Hoy ya es martes, un día más (o un día menos según se mire). Un día lleno de niños, de gente, de historias, de dudas y de certezas. Un día, en el que me apetece especialmente dar las gracias a quienes de verdad se comprometen. Para mí es muy fácil, son solo tres meses….
Carta número 8
Lamu Island, Kenya, 28 de septiembre de 2012
Comienza el final de una semana más, una semana agotadora. Está haciendo más calor que el mes pasado. Los niños esperan para ser vistos en la consulta desde primera hora de la mañana, pero primero vamos a ver a los ingresados.
Lela tiene una diarrea por rotavirus. Está malnutrida y la semana ha sido especialmente dura para ella, vomitando incluso con la sonda de alimentación, incapaz de retener nada en su pequeño cuerpo descalabrado, irritable y con ojos de hastío… La semana ha sido dura para ella, pero comienza a recuperarse. Su madre le ha hecho una hamaca atando los dos extremos de un canga a las patas de la cama. La mece constantemente y Lela duerme. Ya ha empezado a beber, la diarrea disminuye… y aunque llora cuando nos acercamos, con su madre ríe y descansa.
Hoy viernes, Agnes, minúscula, con su corazón tarado, ya no tiene fiebre, ni vomita. Ha ganado 200 gramos. Su madre está contenta. Regresan a Mpeketoni. Insiste en que la pequeña tiene “ojos de muzungu”.
También se marcha Fatma. Ha recuperado peso, y con el peso la sonrisa. Ya no es el bebé irritable de hace dos semanas. Ahora juega, sonríe. Halima ha ganado peso también y canturrea, metida en la enorme tela de colores que su madre se ata a la espalda para cargarla. Hamila es una niña especial, sus ojos hablan tanto como su voz…
Miriam, de un mes, ingresada por infección urinaria, está muy bien. No tiene fiebre y mama constantemente. Hoy se irá a Langoni.
En la cama pegada a la pared de la derecha, la misma que ya ocupó en agosto, continúa Lucy. Su madre se despide de las otras porque mira a su hija y entiende que ellas no se irán a casa. Lucy no está bien. Tiene 22 meses y demasiados problemas. Pesa 6 kilos. Sus defensas, arrasadas por el virus que la acompaña desde el nacimiento. Lucy duerme de espaldas al resto, como si no quisiera ver cómo se van. A ella le toca seguir luchando.
La consulta, llena como cada día. Pero Agnes, Hamila, Fatma y Miriam vuelven a casa. Lela mejora en su hamaca improvisada. A Lucy le quedan pocas fuerzas.
Sábado, 29 de septiembre de 2012
Hoy se murió Lucy. En kisuahili Malaica significa ángel, y adiós se dice kwa heri.
Kwa heri malaika. Su madre nos dijo: “Está bien, Dios sabe más y la lleva con él”.
Después de que su corazón dejase de latir, sentí como si me hubiese vaciado de golpe, inútil, torpe. Solo era capaz de ver el pequeño cuerpo inerte. Pensé que había gastado mi conocimiento y mi fuerza, y que no tenía nada más para dar. Así que me fui un rato al porche… Cuando volví, Laura y Mónica consolaban a la madre y vestían a la pequeña, que sólo entonces dejo de parecer una niña gravemente enferma, para parecer un ángel dormido cuando Laura cerró sus ojos con infinita ternura, y Mónica la envolvió en un canga azul y morado. Gracias Laura, gracias Mónica.
No es casualidad que algunas de mis mejores amigas sean enfermeras. Ahora tengo un motivo más para entender por qué. Por lo mucho que me enseñan. Me enseñasteis que, además de la ciencia, están el consuelo, la ternura, la compañía…
Carta número 9
Peruyes, Asturias, 28 de octubre de 2012
Mis últimos días en Lamu dejé el orfanato para alojarme con Luis en una casa de huéspedes (Stop Over), de típica arquitectura suahili, con paredes encaladas, una puerta imponente adornada con cabezas de león y un magnifico macuti donde el desayuno se convertía cada mañana en un espectáculo al contemplar las primeras horas del sea front de la ciudad. La estancia era amplia y muy luminosa, con sólidos muebles de madera labrada y un hermoso balcón colgando directamente sobre el Índico, cada atardecer un regalo, el color cambiante de la luz, el cielo lleno de vida, el mar plateado a esa hora, cuajado de dhows y embarcaciones más pequeñas, los pescadores ofreciendo la captura de langostas, cangrejos y peces.
A las cuatro de la madrugada, desde el minarete, puntual, el muecín llamaba a la oración a los fieles para sobresalto de los que no lo somos, pero lo escuchábamos igualmente. Una sinfonía de rebuznos sin hora fija nos hizo empezar a sospechar que algún burro se había instalado sin permiso debajo de la cama. Y a las seis de la mañana las conversaciones, el rumor de los pasos, alguna carreta, balidos, niños hacia el colegio…
Continué con mi trabajo en el hospital. El viernes Munina llegó después de la hora de comer. Desde Somalia. Su familia traía un permiso especial del departamento de inmigración de Kenia para circular por el país con la finalidad de llevar a su hija enferma a algún lugar donde la atendieran. En su país, Somalia, lo habían intentado sin éxito… Me conmovió de forma muy especial ese papel extraño en el que un gobierno da permiso a una madre desesperada para continuar errando en busca de ayuda para su hija… yo creí que los gobiernos daban asistencia, no papeles… hasta que llegué a África quise creer que la obligación de los gobiernos era velar por su gente…
Munina no estaba especialmente grave, sólo mal diagnosticada y tratada. Por eso tardó algo más de lo habitual en responder al tratamiento para la laringitis que le hacía difícil respirar desde una semana antes… Munina se fue el miércoles con su familia que nos enseñó a decir adiós y gracias en somalí… no sé si necesitaron algún visado especial para circular de vuelta hacia Somalia, donde la infancia es aun más difícil.
Ingresé a Khadiya con sospecha de tuberculosis. Vi a un niño, cuyo nombre no soy capaz de recordar, con unos horribles ganglios en el cuello. Pensé que tendré que conocer el final de su historia a través del correo y me di cuenta de que ya les echo de menos. Ya extraño los desayunos en el orfanato frente al inmenso árbol de Nim y los magníficos mangos, mientras los niños cantan a lo lejos. La locura del porche del hospital, lleno de familias desde primera hora de la mañana. Las horas de trabajo, agotadoras pero tan llenas de sentido. Echo de menos a Helena, que se quedó allí. Gracias otra vez por tu entusiasmo inagotable, compañera y, sobre todo, amiga.
Volví cargada de buenas noticias. El día antes de mi partida hablamos con la familia de Omar, el pequeño que en septiembre ingresó con meningitis neumocócica. Viven muy lejos y por eso no han vuelto para que veamos que Omar ríe y juega con sus hermanos, habla y, día a día, se va recuperando. Zahara, la niña con el tumor renal, está en Nairobi recibiendo sus primeras dosis de quimioterapia. En febrero habrá en Nairobi una campaña de cirugía cardíaca, así que quizás Ronald, Yakub, Agnes, Swabrina… tendrán su oportunidad.
Aquí la luna es la misma, inmensa, brillante, redonda. La miro con mis hijos que me preguntan si es la misma que estarán viendo desde Lamu todos esos niños de los que les he hablado tanto. Les explico que sí y ellos no entienden bien, porque si bien tienen la misma luna, les faltan tantas otras cosas…
Gracias, hijos, por vuestra maravillosa ingenuidad, por vuestra curiosidad insaciable y por haber tenido la generosidad de dejarme marchar estos tres meses sin una queja. Y gracias a Luis, por haber hecho tan fácil cada uno de mis días fuera. Gracias, Ana Sendagorta, alma del Hospital Pablo Horstmann de Lamu.
He aprendido muchas cosas en estos meses. Que la vida me ha dado mucho ya lo sabía, que mi mayor virtud es la gente que me rodea también. Pero he aprendido, que el desamparo, la injusticia, la soledad, se ensañan con aquellos que no pueden defenderse, porque no saben, porque no han nacido donde yo, porque no han tenido suerte. Por eso, los que sí sabemos, los que hemos nacido en el hemisferio correcto, los que hemos sido afortunados, tenemos el deber de pelear por ellos y por nosotros. Tenemos la obligación de no tolerar el abuso, la injusticia, de denunciar la hipocresía en voz bien alta… cada uno como pueda, cada uno a su manera.
“Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos” (Martín Luther King).
Covadonga Tomé, pediatra, ejerció como voluntaria en el Hospital Pediátrico Pablo Horstmann de Lamu, Kenia, durante un período de tres meses