Como nosotros hoy, a la vuelta del milenio, seguros de refinados instrumentos y de severas acotaciones prácticas, así debió estar Bruno en 1592 cuando podía guardar en su pensamiento un preciso conjunto de relaciones y normas psíquicas, verdadera síntesis de la Ciencia para él. Imagino que muere convencido de la objetividad propuesta por sus teorías, incapaz de dudar de que sus descubrimientos pudieran tener cargas incontrolables o subjetivas: su lectura del Universo era la única posible para la sabiduría que lo precedió y para su propia iniciación. Por eso, aunque no logro conseguirlo, esta tarde en la Isla, frente al Guayamuri, vuelvo a sentir, en sus palabras, el hermético diseño de un mundo, discutible pero posible
Juan Carlos Chirinos, a través de twitter me recomendó este libro de su paisano José Balza. En la novela aparecen no sé por qué varias curiosas referencias a Giordano Bruno, que es un señor de bigote que defendió la teoría heliocéntrica de Copérnico que a su vez ya propuso el griego Aristarco de Samos (¿pero qué cosa no plantearon ya los antiguos griegos?) Bruno pasa por ser un mártir laico del librepensamiento pero para mí era en realidad un personaje bastante extravagante. Me gusta lo del mundo discutible pero posible. José Balza hizo una aproximación bienintencionada a la obra de Bruno, cosa que yo, modestamente también hice y leí por encima un libro que rescaté del expurgo de la biblioteca de mi pueblo, ‘Mundo, magia, memoria’; tras esa lectura superficial comparto estas otras palabras de ‘Percusión:
Desde luego, no voy a repetir los detalles y la minuciosa construcción del legado mágico con que Giordano Bruno envolvió su concepto del hombre, del espíritu, del universo. Nunca comprendí por completo su inclinación a lo hermético y a la búsqueda de revelaciones, que unificaran la vida y los poderes divinos. Tan enigmático debió resultar el universo para él, como lo son sus doctrinas para mí
Me detengo en la cuestión de los mundos discutidos pero posibles, no en la cuestión de la pluralidad de los mundos sino en la de los mundos posibles. Descartes imaginó como fundamento y necesidad de la duda que una racionalidad paralela a la nuestra fuera no solo posible sino también real y verdadera, que fuera posible un mundo en el que hubiera valle sin montañas o círculos cuadrados o donde la geometría fuese tan sólo un sueño y un alucinación. Si esto fuera así, nunca estaríamos seguros de nada y se abriría ante nosotros un abismo donde son posibles a la vez la cosa y su negación, i. e., la contradicción que tanto juego daría en el futuro en la cultura europea posterior. Creo que ese vértigo lo sintió ya Bruno y es un vértigo muy moderno e inquietante.