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‘Cántico espiritual de San Juan de la Cruz’, la fiesta de la aterosclerosis


Amancio Prada en «Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz» en el Festival de Otoño – Foto de Pablo Lorente

Comienza la edición 42 del Festival de Otoño. Lo hace con un concierto. La vuelta por la puerta grande de Amancio Prada con su ya archiconocido Cántico espiritual de San Juan de la Cruz en los Teatros del Canal. Predominan las canas, los peinados estructurados y medias melenas, y la vestimenta semiformal estilo funcionario de cierto nivel o mando intermedio, con estudios y/o intereses culturales. Hay cierta excitación en el ambiente. Festiva.

Entra el cantante y recibe una ovación cerrada. Empieza a cantar. ¿Es el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz? No. Lo que se va a escuchar es una selección de sus grandes éxitos. Se supone que aquellos grandes éxitos que de una u otra manera están relacionados con esa obra en la trayectoria del artista. Que dicho Cántico ha podido condicionar.

Unas canciones que van hilvanadas por unos paratextos que parecen improvisados, que el cantante olvida, en los que se atasca. Pero que le sirven para hacer name dropping y compartir anécdotas y reflexiones propias pero apoyadas y justificadas por las celebridades culturales nombradas. Que si mi amiga Carmen Martín Gaite me dijo. Que si María Zambrano escuchaba el Cántico a diario. Que si Chicho, nombre con el que llamaban a Sánchez Ferlosio sus íntimos y amigos, cantaba. Que si José Luis Gómez. Que si las conversaciones con y las letras de Agustín García Calvo. Que si Georges Brassens con el que canté en París. Que si Lorca. Que si Bécquer. Que si Rosalía (de Castro, no la cantante actual). Que si Antonio Machado. Excepto, Gómez, todos muertos.

Unos nombres que flotan sobre el contexto agrícola, el de Ponferrada y alrededores, donde vivían y trabajaban los padres de Amancio Prada y dónde él creció. Las circunstancias de un chaval que para estudiar tenía que emigrar. Estudios que le llevaron a la Escuela de Estudios Superiores de La Sorbona de París. ¿Dónde vivía en la Ciudad de la Luz? En una buhardilla. De vecina una francesita guapa, el artista dixit, que quería a otro con el que tenía relaciones sexuales bien ruidosas.

Todo contado con un estilo de otra época. No falta ni un solo tópico de una mitología sobre un tiempo pasado que siempre se vendió y se sigue vendiendo como mejor. No importa la orientación ideológica ni posición política. Y que solo políticos jóvenes, caídos en desgracia y la desafección, se atrevieron a criticar o a poner en duda.

¿Importan todos estos tópicos? ¿Importa que en ese tiempo ni el cantante haya salido de esa época en la que despegó su carrera y verle tan anclado al terruño a pesar de haberlo dejado hace tanto tiempo y de haber estado de la ceca a la Meca? ¿Importa que haya errores en las letras y los acordes? No. El público aplaude. Escucha embobado. Atiende a todo para no perderse nada de un repertorio que el respetable parece que se lo sabe de memoria.

En estas circunstancias ¿dónde queda la música en presente? Es decir, en el recital al que se ha sido convocado. Poco importa. El espectáculo se llama Cántico espiritual de San Juan de la Cruz pero las canciones pertenecientes a ese trabajo ocupan muy poco tiempo en el concierto. ¿Media hora? Y, por algún motivo, tal vez por cómo se alarga el texto, en esa forma de cantar que tiene Prada, las letras del Cántico no se entienden bien.

Quizás, por estar programado en el Festival de Otoño y ser el espectáculo que lo iba a inaugurar, podría haberse esperado una relectura por parte del artista de esa obra que significó un antes y un después en la manera de poner música a la poesía española. Algo distinto o especial de alguna manera. No ha sido así.

Como tampoco la ha sido la reacción del público, completamente entregado ha dado la respuesta que se esperaba que iba a dar nada más entrar. Entre el que a la salida no ha faltado esa reflexión tópica de que los canticos tienen poco de místico. Que más bien parecen cánticos al amor carnal. Al deseo sexual.

En esas circunstancias se echa en falta, tanto en el escenario como en la platea, aire que oxigene y renueve interpretaciones, comportamientos, actitudes y respuestas. Como si la complacencia de todos los participantes, resultado del tiempo y la sedimentación, no dejase que la sangre nueva fluyese permitiendo la renovación de aquellos nutrientes culturales con los que alimentarse, independientemente de la edad. Como las placas de ateroma hacen en las arterias evitando la renovación de oxígeno y nutrientes de los tejidos. Predisponiendo a un infarto cultural y sus fatales consecuencias.

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