“Congratulations, doctor Rodellar”. El profesor de matemáticas y estadística del Departamento de Matemática Aplicada de la Universitat Politècnica de Catalunya José Rodellar (Ejea de los Caballeros, Zaragoza, 1954) entrechocó hasta en once ocasiones la copa de vino blanco de la variedad chardonnay de marca Willow Glen. Sus colegas querían ser los primeros en felicitarle, y brindaron con él.
José Rodellar ha sido elegido presidente de la Asociación Internacional de “Control de Estructuras y Monitorización” (International Association for Structural Control and Monitoring, IASCM, en sus siglas en inglés), en la que participan unos trescientos científicos de todo el mundo y que pretende velar por la calidad de las construcciones realizadas por humanos. “Se trata no sólo de levantar un puente y dejarlo ahí y ya está, sino de equiparlo con unos sensores para que, periódicamente, nos diga si está en buen estado o no. Piensa que hay diversas cargas, como el propio tráfico rodado, que afectan a su comportamiento hasta el punto de que podría reducir su vida útil. Más que prevenir catástrofes lo que nosotros hacemos es desarrollar nuevas tecnologías basadas en la monitorización, el control automático y el procesado de señales para que, incorporadas a las estructuras, hagan que éstas soporten de forma más segura los terremotos, el viento y otras acciones”, explicaba Rodellar, de mediana estatura, frente ancha, con el mentón proporcionado y la piel clara, y con unas gafas de cristal fino con varilla metálica. “La tecnología que nosotros desarrollamos busca mitigar los efectos catastróficos que puede causar un huracán, por ejemplo”.
El pasado mes de diciembre se celebró en la Universidad Tecnológica de Sídney (UTS) la reunión de trabajo (workshop) en la que, oficialmente, sin pompa ni alharacas, José Rodellar fue proclamado presidente de la IASCM. A la conferencia asistieron una veintena de profesores universitarios, básicamente los componentes de la junta directiva de la IASCM, representantes de los siete “paneles regionales”, las áreas de influencia mundiales en la materia: Estados Unidos, Japón, China, Corea, India, Europa y ‘Australasia’, una conjunción provechosa de los conocimientos de Australia y el Sudeste Asiático. Precisamente, desde el pasado julio, Rodellar también lidera el “panel europeo”, mediante la European Association for the Control of Structures.
La recepción
El domingo 9 de diciembre, a las siete de la tarde, José Rodellar llegó a la recepción acompañado del anterior presidente, el profesor Yozo Fujino, prestigioso ingeniero japonés, algo excéntrico y extravagante, con el pelo alborotado, con la misma pasión que le ponía el chiflado Doc Emmett Brown de Regreso al futuro. Fujino ha ejercido la presidencia durante los últimos cuatro años: “Hemos evolucionado mucho con la robotización, con las computadoras, pero la simulación sísmica no es lo más importante, utilizar un programa de ordenador para simular si los cimientos aguantarán una determinada carga no es suficiente… Hace falta llevar a la práctica nuestras investigaciones, hace falta tocar el suelo con los pies, tocar la realidad, palparla”.
Hacía un mes que el propio Yozo Fujino le había enviado un correo electrónico bastante perentorio, para sondearle: “Si te proponemos para la presidencia de la asociación y sales elegido, ¿aceptarías?”.
El siguiente mensaje ya fue, prácticamente, la consagración: “A la comisión de nombramientos le gustaría sugerir que el profesor José Rodellar sea seleccionado como el próximo presidente. Como se ve en su CV, atesora muchos logros significativos en materia de control y supervisión estructural y ha sido muy activo en nuestra comunidad desde hace mucho tiempo”.
Rodellar se dirigió al congreso abrigado, aun en pleno verano austral, protegido de una ventolera que recorría la calle Jones, donde se ubica la facultad, como un fantasma que se arrastrara emitiendo alaridos, como la marea blanca de médicos de Madrid.
El campus de la UTS es una enorme extensión de manzanas con edificios de colorines, algunos de ellos vallados por obras de remodelación. Incluso las verjas sirven para hacer que el peatón reflexione, decoradas como están con fotografías que ilustran lomos de libros académicos (Australian Corporate Law, de Jason Harris; Polymer Analysis, de Barbara Stuart, Midwifery essentials, de Joanne Gray…). También con citas de pensadores clásicos, como el religioso Buda Gautama (“Cada persona es responsable de su propia salud y enfermedad”), el antropólogo Claude Lévi-Strauss (“El científico no es una persona que da respuestas correctas, sino el que hace las preguntas correctas”) y el biólogo Thomas Henry Huxley (“El método científico no es nada más que la manera natural que tiene la mente humana de discurrir”).
Firmada por la gobernadora de la provincia de Nueva Gales del Sur, Marie Bashir, una placa muestra su agradecimiento al clan cadigal del pueblo indígena eora, propietarios de los terrenos donde se asienta el complejo.
En el número 252 de la calle Jones, en el Edificio 10, las puertas automáticas se abren, aderezadas con adornos de Navidad y con avisos de una conferencia sobre la relación entre el crimen y el diseño arquitectónico. En el vestíbulo, la cafetería, con publicidad de la conocida marca de leche australiana Dairy Farmers (“Australia’s milk since 1900”), de los helados Magnum y del Suncorp Bank. Se repartían ejemplares de la revista interna de la UTS, con artículos tan interesantes como provocativos: Sol, arena y silicona. La cirugía estética: ¿vanidad o rito?
Subiendo por una especie de escalera de toldilla, en la planta 5, en el corcho con las notas de los cursos, una huella del movimiento 15-M que agitó España hace año y medio: “Ni casas sin gente ni gente sin casas”. Y en una mesita, las hojas volanderas en contra de los recortes en la educación australiana: “Teachers, protect your Jobs!”.
En la planta 7, en el Aerial UTS Function Centre, José Rodellar, con la mochila Eagle Creek a la espalda, llena de papelotes con las figuras de los cálculos integrales, seguía departiendo con el profesor Fujino, descuidado en el aspecto y con la camisa a medio salir del pantalón.
En las salas adyacentes, Wattle Room y Thomas Room, en medio de un pasillo con moqueta y con un piano Steinway & Sons cubierto con su negra funda, apartado y solo, José Rodellar entró, previo registro. De fondo, sonaba la rumba Entre dos aguas, de Paco de Lucía.
Dos señoritas orientales, enfundadas en trajes negros, se paseaban con bandejas de montaditos de chorizo y queso. Esquinado, el camarero peruano Ricky, con la sonrisa pícara de Il Cavaliere, el contrincante político del primer ministro italiano Mario Monti, servía copas de Willow Glen; la caja con los sobres de té holandés Pickwick, cerrada.
El profesor Jianchun Li, pálido como el Drácula de Bram Stoker, se acercó con los labios mojados en parabienes: “Congratulations, doctor Rodellar”. Y lo mismo hicieron los doctores Liming W. Salvino, Bijan Samali y Hung Nguyen, que chocaron las copas sin reservas, con la mirada puesta en el puente Pymont, en la Bahía de Cockle, relativamente cerca de la Ópera de Sídney, obra del danés Jom Utzon.
También le desearon suerte en su nueva etapa los dos únicos españoles presentes en el congreso: el profesor Francesc Pozo (Vic, 1976), matemático de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), y el catedrático de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid Alfredo Güemes (Burgos, 1951), que dictó la conferencia magistral, titulada Aplicaciones de la fibra para la detección de los daños en la ingeniería civil.
“Ya era hora de darnos a conocer. La elección de Rodellar es importante porque muestra el cambio operado en España, cada vez más presente en la escena internacional. En los ochenta, nadie salía fuera. Pero las cosas han cambiado, y ya nos colocan en el mapa”, reconocía Alfredo Güemes, interesado especialmente en los componentes de la fibra de carbono y con mucho predicamento en la universidad californiana de Stanford.
“De los trescientos expertos mundiales en control de estructuras, que ayudan a paliar el efecto de terremotos y otras acciones naturales, una docena son españoles, y la mitad de ellos, catalanes, sobre todo, de la UPC. El peso de la Politècnica en la investigación mundial es sustancial. José Rodellar ha encabezado muchas de nuestras delegaciones, por lo que es natural que ahora recoja los frutos de su esfuerzo”, señalaba Francesc Pozo, que completó su viaje a Sidney con una comunicación sobre la detección de fallos en edificaciones utilizando técnicas estadísticas.
“Bueno, me felicitan mucho, pero tampoco va a cambiar en nada mi labor. Siendo el presidente, ahora tendré que poner más esmero para que se cumplan los objetivos que nos hemos fijado, mantener contactos más estrechos con los líderes de las líneas de investigación abiertas”, reconocía, apabullado, José Rodellar, humilde y ajeno a la titulitis y sus prebendas. “Yo sigo siendo el mismo.”
El origen
Cada vez que echa la vista atrás, Rodellar se ríe, no lo puede evitar, porque considera que su entrada en este campo de experimentación ha sido, cuanto menos, peculiar: “Cuando finalicé la carrera de Física en la Universitat de Barcelona, en 1976, me contrataron para dar clases en la Escola Tècnica Superior d’Enginyers de Camins, Canals i Ports de Barcelona, de la UPC. Después de un par de años, Juan Martín Sánchez, doctor ingeniero industrial que había iniciado una prometedora línea de investigación en control automático de procesos, y que trabajó en Estados Unidos y Canadá, me animó a hacer la tesis doctoral bajo su dirección. Yo conocía su capacidad y recorrido por la sencilla razón de que somos primos y él es algunos años mayor que yo, por lo que no me costó mucho aceptar. Y acabé haciendo una tesis sobre el control adaptativo predictivo. Entonces, un día cayó en mis manos el programa de un congreso internacional sobre control y monitorización de estructuras, y me dije: ‘Aquí tengo un campo de aplicación de lo que he aprendido en la escuela de ingenieros de caminos en la que trabajo’. Además tenía presente un gran consejo que me dio el profesor Mariano Mellado, uno de los miembros del tribunal de mi tesis, al sugerirme que introducir los sistemas de control en el ámbito de la ingeniería civil podría tener un futuro prometedor. Lo que yo quería era trabajar con gente, en equipo, y me sedujo esa idea de estudiar construcciones que pudieran resistir, por ejemplo, el rolar de la acción del viento y la sacudida de un terremoto, dotar a las estructuras de mecanismos de control como los que se aplican en otros procesos”, exponía Rodellar con evidente regocijo, y se entretenía en describir el concepto de “excitación”, lo que hace que un puente vibre. “Yo en la vida habría pensando que me iba a dedicar a esto, pero ya ves…”.
En 1994, se inauguró el primer congreso mundial de la IASCM, que se celebra cada cuatro años. Los anteriores tuvieron como sedes Pasadena (California, Estados Unidos, 1994), Kioto (Japón, 1998), Como (Italia, 2002), La Jolla (California, 2006) y Tokio (Japón, 2010). Los workshops sirven de preparación. Dos eminentes estudiosos de la materia, ya fallecidos, sentaron las bases: el profesor japonés Takuji Kobori, de la Universidad de Kioto, muy ceremonioso y afable y siempre rodeado de asistentes, y el estadounidense George Housner, del Instituto de Tecnología de California, de quien se ha dicho que podría haber obtenido el Premio Nobel de la Ingeniería Sísmica si este galardón existiera. En julio del 2014, el congreso mundial de la International Association for Structural Control and Monitoring se celebrará por primera vez en España: será en el Campus Nord de la UPC, en Barcelona.
“La idea de estos congresos mundiales es motivar el desarrollo de sistemas que sean mejores que los que tenemos, que las edificaciones, que son dinámicas en la medida en que están sometidas a fuerzas naturales, puedan resistir las acciones ambientales sin que se vengan abajo. Basados en los mismos principios con los que se puede regular la temperatura de una habitación, podemos construir estructuras más seguras e inteligentes, equipadas con sensores para ir evaluando en tiempo real su estado de mantenimiento”, clarificó Rodellar, rojo de tanto cumplido y felicitaciones de sus compañeros. Como el capitán James Cook, José Rodellar respondió a las palabras de bienvenida con una escueta intervención en la que agradeció la confianza depositada en él. Posteriormente, leyó la presentación Nuevo dispositivo de aislamiento sísmico.
La hematóloga Anna Merino, esposa de Rodellar, le acompañó a Sidney. No quiso perderse este momento especial para su marido. La pareja se vistió de largo para la cena de gala, el lunes 10 de diciembre. Rodellar y Merino se sentaron en la mesa número 1, gesto de cortesía hacia ellos. El showman Gary Sterling encandiló con su versión de My Girl, de The Temptations, y le puso a Anna Merino un collar hawaiano, de conchas y orquídeas amarillentas.
José Rodellar, en pie, satisfecho, después de una jornada en el laboratorio de la UTS, entre amortiguadores, mesas vibratorias y vigas de acero como robles zunchados, se ganó el aplauso de la élite científica: “El reto ahora es trabajar por la resiliencia de las ciudades, que todo siga funcionando tras un terremoto, que sólo tengamos que reparar y no reconstruir”.
La aportación española: Occupy Sydney
El Pad Thai es un plato tailandés de tallarines con pollo y tofu. En el restaurante Satang Thai, en la calle Quay de Sídney, cerca del Barrio Chino, el ingeniero José Luis Castro Aguilar (Barcelona, 1976), espigado y de marcadas facciones, come a menudo, por ser un sitio razonable en cuanto a calidad-precio, y por encontrase cerca de la Universidad de Tecnología de Sídney, en la que cursa el doctorado sobre eficiencia y ahorro energético en edificios. “Aquí me han dado dos becas, cuando en España no tendría ninguna. Además, tengo la residencia permanente, lo que me facilita mucho las cosas”.
Desde el 2010, Castro Aguilar, diplomado en ingeniería técnica por la UPC, vive en la ciudad australiana, de la que se ha enamorado.
Discípulo del profesor de matemáticas y estadística Antonio de la Casa, acabó haciendo un Erasmus en la Universidad Northumbria de Newcastle, en Inglaterra, especializado en Telecomunicaciones. Aun así, la impronta que le dejó De la Casa le ha seguido extramuros. Recuerda la frase que decía en clase: “La inteligencia, entre otras cosas, se mide por la rapidez. Al final del curso no sé si aprobaréis, pero seguro que os haré más inteligentes”.
Como consultor informático, ducho en el software siebel, se movió entre Francia, Suecia, Reino Unido y Alemania. En 2008 hizo un alto de unos meses para dar la vuelta al mundo, que con arranque y meta en Barcelona le llevó a Nueva York, Boston, Montreal, Québec, Otawa, Toronto, La Habana, San Francisco, Auckland, Melbourne, Sídney, Singapur, Bali y Tokio. Cansado ya de tanto viaje, se instaló definitivamente en Sídney: “Llegó un momento en el que no tenía ningún punto de referencia geográfica ni personal ni profesional. Cambiaba constantemente de trabajo, de amigos… Y había que parar. He vivido en seis países y en diez ciudades diferentes”.
Perito en energías renovables, eficiencia energética y sostenibilidad (esto último lo aprendió por su cuenta: no formaba parte del plan de estudios de la universidad), Castro Aguilar sigue con atención la actualidad económica española, de la que es muy crítico. No es casual que se descargue en internet los programas en los que interviene Jordi Évole, El follonero: “Es muy sencillo lo que ha ocurrido en España, con gobiernos de miras estrechas y que miran a muy corto plazo. En primer lugar, por activa o por pasiva, dejaron que la burbuja inmobiliaria se fuera inflando, cuando las máximas autoridades mundiales avisaban de esta grave irresponsabilidad. En segundo lugar, en vez de apostarlo todo a la carta de las energías renovables, de las que hemos sido pioneros en ciertos aspectos, se ha recortado en su investigación y desarrollo. Y por último, la ineficacia de la Administración, engordada, burocrática, excesivamente lenta. ¡No puede ser que para abrir una empresa uno tenga que pasar hasta por el notario!”, exclama Castro Agular, que hace hincapié, además, en la mala gestión política, con “demasiados asesores que buscan un buen sueldo más que el servicio a la comunidad”, y añade: “La deuda en España ha sido privada, no pública. El Gobierno tenía que haber dejado que los bancos que no podían hacer frente a la crisis quebraran, como lo hizo Islandia. Porque ahora estamos alimentando, con nuestro dinero, el mal hacer de los especuladores”. En realidad, en Islandia los bancos fueron nacionalizados. El ingeniero tiene abiertas varias cuentas en Triodos Bank, el principal banco ético en España: “También he invertido en la cooperativa Som Energia y en la instalación fotovoltaica de la Fundación Terra, de sensibilización ambiental”.
Según este emprendedor comprometido con la sociedad, la colonia española que investiga en Australia es vista con muy buenos ojos: “Cada vez más se considera al español como alguien serio y muy bien formado, en quien se puede confiar. El problema no somos nosotros, sino las empresas en España, muchas de las cuales siguen estando excesivamente jerarquizadas, cuyo líder manda en lugar de dirigir”.
No es casual tampoco que la zaragozana Elena Ortega haya sido una de las inspiradoras del Occupy Sydney, en la plaza Martin. “Llevamos 64 semanas aquí, plantados”, resalta, eufórico, Perry, neozelandés musculoso, paciente y animado. En el pequeño fuerte montado en medio de la plaza, rodeada de entidades bancarias (sobresale, por encima de todas, el Commonwealth Bank), los mensajes claman contra las injusticias de “las absurdas contradicciones del capitalismo” y en pro del medio ambiente (“Stop killing dolphins”).
En el número 474 de la comercial calle Oxford de Sídney, la empresaria española Ana Mercadillo ha hecho realidad un sueño: abrir Déseo, una tienda de zapatos y de “Spanish espadrilles”. La dependienta de Déseo, Sonia López (Alicante, 1982), estudió diseño de moda, y se marchó a Australia para aprender inglés. “Me tuve que espabilar con rapidez, y aprendí mucho trabajando de camarera. Luego me contrató Ana, y en Déseo me encargo, sobre todo, de tintar los zapatos para buscarles el color adecuado a cómo lo demanda el cliente. Nuestros zapatos son hechos a mano, importados de España, de muy buena calidad”, precisa, mientras atiende con suma cortesía a las clientas autóctonas, con la música salsa sonando muy bajo. “Los australianos, por lo general, respetan mucho a los españoles, les relacionan con el trabajo bien hecho. Por ahora me quedaré aquí, en Australia, porque de lo que oigo de la situación económica en España dan ganas de llorar”.
Jesús Martínez es periodista. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, ‘West Side Story’ suena con fuerza en el cuartel de El Bruch, Cenizas gitanas en Hungría, Corazón de hierro, La suma de dos da 89. Paquistaníes en Barcelona y Facebook d. C.